“Ya los perturbadores se han quitado la máscara y abiertamente caminan a la independencia de estos dominios del rey”. Oficio del comandante José M. Salazar al gobierno español, 12 de junio de 1810 (tomado de Nuestra gloriosa insurrección, de Eduardo Azcuy Ameghino).
“Ya los perturbadores se han quitado la máscara y abiertamente caminan a la independencia de estos dominios del rey”. Oficio del comandante José M. Salazar al gobierno español, 12 de junio de 1810 (tomado de Nuestra gloriosa insurrección, de Eduardo Azcuy Ameghino).
Algunos historiadores del sistema, cultores de la historia oficial (la que escriben los que ganan), han afirmado -como lo hace el profesor Romero, de Filosofía y Letras de Bs. As.- que la Revolución de Mayo fue una pura consecuencia de los sucesos externos: “En 1810 el derrumbe del Imperio español puso a un grupo de patriotas porteños a cargo del gobierno del virreinato”, reitera, por ejemplo, en la “Historia de las elecciones argentinas”, que comenzó a publicar Clarín el lunes 16 de mayo de 2011.
Esta afirmación sería un disparate si no debiera antes calificarse como una infamia reaccionaria, en tanto su finalidad es negar el papel de la acción humana conciente en la construcción y el rumbo de la historia y, especialmente en este caso, ocultar el papel de los revolucionarios que motorizaron el levantamiento de Mayo y su desarrollo posterior.
El viento puede avivar el fuego sólo allí donde éste existe previamente. El dominio de España por los franceses y la prisión de los monarcas definió sin duda las coordenadas políticas de un momento extremadamente favorable para rebelarse contra la opresión colonial. Sin embargo, considerando a la totalidad del virreinato del Río de la Plata, a mediados de 1810 sólo en Buenos Aires se pudo aprovechar plenamente la oportunidad que ofrecía la evolución de los factores externos. ¿Por qué? Pues porque allí se había dado, junto al progreso de la crisis orgánica del poder español, un proceso previo de formación de un grupo de revolucionarios, de un partido criollo y americano, que se fue familiarizando con la política, con la conspiración, con la organización, con el análisis concreto de las diferentes coyunturas concretas, con los amigos, los enemigos y los frentes que permitieron aislar y golpear al blanco principal en cada momento.
No otra cosa fue ocurriendo a partir de 1806 y la resistencia a la invasión inglesa -con la consiguiente organización y armamento de la población-; en 1807 con el rechazo de la segunda invasión inglesa y el nombramiento tumultuario del nuevo virrey Liniers; en 1808 con los intentos de atraer a la princesa Carlota del Brasil como mascarón de proa de un gobierno autónomo; en 1809 con el motín de Alzaga, más ejercicios “carlotistas” y el intento de convencer a Liniers para que resistiera la entrega del mando al nuevo virrey Cisneros, sólo por mencionar algunos de los eventos que dieron vida a esa escuela práctica de aprendizaje de la política revolucionaria anticolonial en la que se fueron formando y adquiriendo experiencia los Castelli, Belgrano, Moreno, French, Berutti, Vieytes y tantos otros futuros dirigentes de Mayo. En suma, frente a la teorización de una revolución casual y eventual, pura consecuencia de vientos externos, la verdadera historia de Mayo coloca en primer plano a los revolucionarios y a las masas que protagonizaron el pro- nunciamiento independentista.
Importancia y actualidad
En primer lugar cabe afirmar que la de Mayo fue la única revolución que conoció nuestra historia, y a través de ella y de la guerra libertadora se eliminó el dominio colonialista sobre la futura República Argentina, declarándose en 1816 la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En la medida que, como resultado de un proceso de varias décadas, hacia fines del siglo XIX la Argentina se constituyó como un país dependiente en el marco de la nueva división internacional del trabajo determinada por el desarrollo del imperialismo moderno, se plantea ahora la necesidad de conquistar la segunda independencia, la liberación nacional y social.
De esta forma, la Revolución de Mayo conserva una creciente actualidad, como antecedente y como fuente de enseñanzas y estímulos con vistas a las tareas planteadas a la mayoría de los argentinos, quienes deberán emular en las nuevas condiciones históricas a los patriotas de 1810, incorporando a la vez el acervo proveniente de dos siglos de luchas nacionales, obreras, campesinas y populares, que en todo el planeta se han desplegado contra la opresión y la explotación de pueblos y países.
Debates
En este sentido, cabe recordar que muchos de los grandes debates de Mayo todavía permanecen vigentes, y que algunas de las tareas que consideró como posibles aquella revolución todavía se hallan pendientes.
Si bien en torno a la contradicción principal del momento, que enfrentaba al poder realista con la inmensa mayoría de la población de la época, se formó un vasto frente antiespañol -donde también operaron los agentes de las potencias enemigas de España-, ello no implicó que todas las posturas fueran semejantes, ni los programas, ni los objetivos propuestos. Por eso resulta útil distinguir dentro de la dirigencia patriota a las dos grandes corrientes que, en una relación de unidad y lucha, se expresaron por entonces: la corriente democrática, la izquierda de Mayo dirigida por Castelli y Moreno, y los sectores continuistas del viejo orden económico y social de la colonia representantes cabales de la elite terrateniente-mercantil de Buenos Aires, que ya controlaba posiciones menores del poder estatal antes de 1810.
Así, los patriotas más decididos -que aunaron la lucha contra la metrópoli con la conquista de profundos cambios socioeconómicos y políticos- sostuvieron a fondo la opción por la lucha armada como única vía fiable para la conquista de la independencia; la movilización amplia de las masas indígenas, mestizas y criollas como sostén principal del esfuerzo revolucionario; la instauración de una organización federal para unir a los pueblos y provincias en lucha, eliminando el centralismo porteño propio de una capital virreinal; el acompañamiento de la libertad de comercio que se conquistaba con la eliminación del monopolio español y con la aplicación de una política proteccionista que favoreciera el desarrollo de las artesanías e industrias locales; la limitación de la gran propiedad latifundista de la tierra y su entrega gratuita a las familias campesinas con fines de colonización junto al fomento de la agricultura; entre otros puntos que dividieron las opiniones de los revolucionarios más consecuentes y las de quienes sólo aspiraban a reemplazar a España sin cambiar nada de fondo. Como puede observarse, se trata de cuestiones de la más candente actualidad, sobre todo para quienes abordamos la realidad desde una actualizada perspectiva independentista, democrática y revolucionaria.
Derrotada en Buenos Aires la línea de los sectores más avanzados de la revolución entre fines de 1810 y comienzos de 1811, todos estos debates serían retomados, y en algunos casos profundizados -con importantes resultados prácticos- por los herederos y continuadores, en diferentes circunstancias y condiciones, de la vanguardia de Mayo, especialmente Artigas en el Uruguay y Gaspar Rodríguez de Francia en el Paraguay.
En suma la mejor tradición histórica de los argentinos, retomada luego por las organizaciones revolucionarias de la clase obrera y del pueblo que enfrentan el desafío de lograr una versión corregida, aumentada y actualizada de la epopeya liberadora iniciada el 25 de Mayo.