Empezó con un par de carpas en el céntrico Boulevard Rothschild de la capital Tel Aviv. En apenas un par de días se convirtió en un movimiento multitudinario, que tomó totalmente desprevenido al primer ministro ultrarreaccionario Netanyahu y también a la oposición laborista y “comunista”. El gobierno prometió formar una comisión ministerial y hacer una mesa de debate… pura cháchara.
Empezó con un par de carpas en el céntrico Boulevard Rothschild de la capital Tel Aviv. En apenas un par de días se convirtió en un movimiento multitudinario, que tomó totalmente desprevenido al primer ministro ultrarreaccionario Netanyahu y también a la oposición laborista y “comunista”. El gobierno prometió formar una comisión ministerial y hacer una mesa de debate… pura cháchara.
El sábado 30 de julio manifestaron en varias ciudades de Israel no menos de 150.000 personas. Se vieron pancartas con la hoz y el martillo y con la figura del Che. El domingo 7 de agosto ya fueron 300.000 en Tel Aviv y otros 50.000 en otras localidades. Para el 13 se anuncia otra gran marcha.
Reclaman freno a la inflación, precios accesibles para la vivienda, menores impuestos y aumento salarial.
Recogen los aires contestatarios de los de España: los llaman los “indignados” israelíes.
Indignados por buenas razones
El motivo ahora no es la guerra con los países árabes ni con los palestinos. Las prolijas estructuras sindicales manejadas por el laborismo y el P “C” fueron desbordadas por los “indignados” israelíes, ellos mismos desbordados por las angustias económicas, que en ese país del Oriente cercano se manifiestan en una inflación galopante, en el peso agobiante de los impuestos, y en particular en la carestía de la vivienda y la imposibilidad de alquilar un departamento en el centro de la capital, especialmente para las parejas jóvenes.
Como en muchos otros países, los jóvenes están entre las principales víctimas de las políticas oficiales. En varias ciudades israelíes hubo marchas multitudinarias de parejas jóvenes con sus cochecitos de bebés protestando por la carestía de los productos y servicios relacionados con la crianza de los chicos.
Sordo a las necesidades populares, el presidente de la Confederación General de Trabajadores de Israel salió desvergonzadamente a decir que, “con todo respeto a los motivos de la protesta”, el primer ministro Netanyahu fue electo, mientras que a los líderes de este movimiento “no los eligió nadie”.
Pero la inflación generalizada empobrece a los trabajadores y a las capas medias, al tiempo que enriquece a un puñado de especuladores amigos del gobierno. Según observadores desde Tel Aviv, una garrafa de gas que en 2003 costaba 50 shékels (unos 15 dólares) hoy cuesta 120 (35 dólares). Los servicios básicos –luz, agua, teléfono–, están a la cabeza del encarecimiento del costo de vida. El alquiler de una casa de 60 metros cuadrados que costaba 1.000 shékels (290 dólares) hoy llega al doble. Mientras en 2008, para comprar un departamento promedio en Tel Aviv el ciudadano israelí necesitaba 104 sueldos, hoy necesita 150 sueldos.
Los salarios no fueron aumentados ni lejos en semejante proporción. Es cierto que la economía no está tan dolarizada como en la Argentina (casas y autos no se pagan en dólares sino en moneda israelí); pero como se ve, la burguesía israelí y los monopolios imperialistas radicados allí practican la misma receta del “saqueo inflacionario”.
Lo de los impuestos también lo conocemos bien en la Argentina: se trata del cobro de Ganancias sobre los salarios. Allá como acá, a medida que los sueldos son algo mayores también es mayor el porcentaje a pagar, a tal punto que al trabajador no le conviene hacer horas extras u obtener aumentos salariales porque con el impuesto deducido termina cobrando menos. Entre nosotros, ya con el kirchnerismo por ese motivo salieron a la lucha los petroleros y siguen reclamando numerosos sindicatos.
Al parecer en Israel también cunden, como acá, la precarización laboral y los contratos basura. La protección social al trabajo fue cercenada. Hay un vasto mercado negro para trabajos “no calificados”; los proveen “empresas de personal” negreras que para esas tareas seleccionan a inmigrantes ilegales, sin garantizarles seguridad ni estabilidad.
Ahora, algo cambió. Por primera vez, y por fuera de los partidos políticos y de la central sindical colaboracionista, el pueblo israelí gana la calle para decir que no quiere vivir más en estas condiciones.
“Precios suizos y salarios griegos”
No fue “un rayo en un día de sol”. Los médicos de hospitales públicos ya venían realizando huelgas parciales por reivindicaciones propias. Como desemboque, más de mil médicos residentes renunciaron en masa. “Amamos nuestra profesión pero desafortunadamente no podemos continuar cumpliéndola en las condiciones actuales”. El Ministerio de Economía y la Asociación Médica amiga del gobierno habían suscrito un acuerdo, pero al decir de los propios médicos “los salarios sugeridos son humillantes”.
Hay quienes dicen que el clima rebelde de los nuevos “indignados” israelíes nació a impulso de las rebeliones populares que barrieron y todavía agitan a casi todos los países islámicos del norte de África y el Medio Oriente. Otros dicen que son fenómenos distintos, porque en Israel se trata de reivindicaciones económicas y no de gente hambrienta que sale a la calle, y porque no es un levantamiento como en aquellos países contra dictaduras enquistadas en el poder desde hace décadas.
Pero no hay que olvidar que el agigantado militarismo israelí y el uso miserable que el imperialismo yanqui hace de él –a través de casi todos los gobiernos locales– como base para la agresión contra los pueblos árabes y contra el pueblo palestino, sin duda hoy agravan las condiciones de trabajo y de vida de las masas trabajadoras de Israel, como lo hace también con las poblaciones islámicas que a comienzos de este año barrieron con dictaduras odiadas como las de Egipto y Túnez.
Y tener en cuenta, después de todo, que el oleaje de la rebelión popular egipcia llegó hasta Wisconsin, en pleno corazón industrial de los Estados Unidos.