El hecho ocultado por más de un siglo y medio en las distintas variantes de la historiografía oficial, y solo registrado por las versiones llamadas revisionistas de nuestra historia, tanto las oligárquicas como las populares, tuvo su primer reconocimiento oficial en 1973 con el gobierno del general Perón, que sancionó el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional. Lo que fue nuevamente enterrado por la dictadura violo-videlista en 1976, y recién vuelto a rescatar el año pasado por el gobierno de Cristina Fernández.
Dos razones principales llevaron en nuestra historia a ese ocultamiento oficial. Una, que fue un hecho donde las fuerzas criollas, principalmente bonaerenses y entrerrianas, se batieron en desigual combate contra las naves armadas de dos potencias colonialistas, como eran entonces Inglaterra y Francia, que luego serían las socias imperialistas de los sectores de las clases dominantes de la llamada “Generación del Ochenta”. El otro, que en 1845 Juan Manuel de Rosas era gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la entonces Confederación Argentina, quien como tal, aunque fuera solo en ese momento, tuvo una actitud de defensa de la soberanía nacional.
En cuanto a las versiones opuestas a la historia oficial podemos simplificarlas en dos grandes corrientes, con muchos matices entre ellas. Una, la de los sectores oligárquicos opuestos a los sectores hegemónicos tras la caída de Rosas, reivindicando su figura por sus rasgos nacionalistas e hispanistas (no en particular antingleses, porque el propio Rosas terminó sus días refugiándose en Inglaterra), en contraposición al cosmopolitismo de los Mitre o los Roca. La otra, vinculada a los sectores populares que ponían el acento en el carácter patriótico de la gesta de Obligado, con menores o mayores diferenciaciones con el gobierno de Rosas, entre las que incluimos nuestro análisis desde el punto de vista del proletariado argentino. En el medio quedan aquellos autores que reducen lo nacional y popular a un antimitrismo ramplón, que los lleva no solo a “amigarse” con Rosas sino incluso a considerar “nacional” a Julio Argentino Roca (continuador de Rosas en la masacre de originarios y el avasallamiento de las libertades democráticas).
En su discurso del año pasado en San Pedro, la señora presidenta Cristina Fernández asumió la letra de quienes se ubican en ese lugar aparentemente intermedio. Si bien reivindicó con fuerza el carácter anticolonialista y popular de la gesta de Obligado, y en particular el papel de las mujeres en la misma, lo hizo elevando a Rosas a la altura de San Martín, Belgrano, Moreno, Castelli y Monteagudo (y hasta a “Él”, cosa que no sabemos que le hubiera gustado). Por eso, y no solo por la inveterada costumbre de ser siempre primera, allí se reivindicó como la iniciadora de una nueva historiografía, que deja atrás “165 años de historiografía oficial” (en la que incluye no solo al gobierno de Kirchner sino a los del propio general Perón, que de ninguna manera elevó a Rosas a esa categoría). Con lo que la apelación a los sentimientos nacionales y populares para demonizar al mitrismo termina encubriendo una reivindicación del re- visionismo oligárquico, que expresaba y expresa la lucha de un sector de las clases dominantes contra otro no menos oligárquico (ver “El tramposo discurso K y la historia” de Lucía Gueler, en Política y Teoría, Nª 72, marzo-junio de 2011).
Acompañamos esta nota con un extracto de algo que escribimos hace más de 30 años en el libro de Historia Argentina (tomo II, págs. 51/55, de Ediciones Agora, 1986), cuya primera edición realizó nuestro Partido en los socavones de la dictadura, entre fines de 1979 y comienzos de 1980.
El nacionalismo rosista
El 23 de setiembre de 1845, Francia e Inglaterra, conjuntamente, declararon el bloqueo de todos los puertos argentinos y uruguayos. Y en noviembre, las flotas inglesa y francesa en el Río de la Plata comenzaron a remontar el Paraná, con la intención de abrir el río para su tráfico directo con Corrientes y Paraguay. Las flotas combinadas arribaron a San Pedro el 18 de noviembre y el día 20 tras una larga jornada de desigual combate, en el que las fuerzas armadas al mando de Mansilla se batieron heroicamente, lograron forzar el paso de la Vuelta de Obligado.
La actitud del gobierno de Rosas de defensa de la soberanía nacional concitó el apoyo popular pues, como diría Mao Tsetung de una situación semejante en China para la misma época (la llamada Guerra del Opio, de 1848), en ese momento quedaron relegadas todas las demás contradicciones, “incluida la contradicción principal, entre el sistema feudal y las grandes masas populares” (Obras Escogidas de Mao Tsetung, tomo I, pág. 354).
Ni el reino del terror impuesto por Rosas –cuando el puñal de la Mazorca asesinaba sin miramientos a todos sus enemigos políticos– ni su carácter de “Restaurador de las Leyes” (de las leyes feudales, habría que decir) justificaron el que la mayoría de los unitarios se hayan ubicado del lado del bando francés o anglo-francés, según el caso, contra nuestro país. Esto los divorciaría totalmente de las masas populares que, a pesar de estar divididas frente a la tiranía de Rosas y de su contradicción objetiva con ella, la apoyaron contra las agresiones francesa y anglo-francesa. La posición de San Martín en esa oportunidad, enviándole el sable corvo a Rosas y ofreciendo sus servicios para la defensa de la patria fue una bofetada que aun hoy arde en las mejillas de nuestra oligarquía liberal.
No hay dudas que la actitud de Rosas estuvo mediatizada por su condición de clase y su estrechez provinciana. Por ejemplo, por su defensa del cierre de los ríos y el puerto único, no podía lograr la adhesión de las provincias del litoral, lo que explica, no justifica, la intención de sus gobiernos de llegar a un acuerdo por separado con las potencias agresoras. Pues no es con la intervención extranjera, en cuyo repudio debieron coincidir todos, como se iba a avanzar en la ruptura del aislacionismo feudal y en la conformación de una nación autónoma.
Rosas, en su actitud de defensa de la soberanía nacional fue acompañado por todo el pueblo, aunque esa defensa no fuera ni fue consecuente. El, por ser un terrateniente feudal, se subordina a uno u otro sector de la gran potencia colonial de entonces, Inglaterra, aunque forcejea y opera sobre las contradicciones internas inglesas y entre Inglaterra y Francia. Por su condición de terrateniente feudal, la defensa de la soberanía nacional por Rosas, aparte de estar teñida por la defensa del exclusivismo bonaerense, tendría patas muy cortas pues no se conjugaba con una política de unidad nacional posible entonces solo a través del desarrollo del capitalismo, rompiendo las trabas del feudalismo que se oponían al desarrollo de una Argentina independiente política y económicamente, única base firme que hubiera podido permitir una defensa consecuente de la soberanía nacional.