La rebelión desatada en Wukan, un poblado costero de 20.000 pescadores y campesinos en la región de Shanwei, cerca del corazón industrial del país en la sureña provincia de Guangdong, vuelve a desnudar el carácter de la restauración burguesa en China. Es completamente silenciada por la prensa de ese país, y también informada a cuentagotas y en forma distorsionada por la prensa proimperialista mundial y argentina. Temen que con ella, junto a las rebeliones de la “primavera árabe”, los indignados europeos y los movimientos Ocupar de Estados Unidos se esté gestando una gigantesca oleada mundial que haga pagar la crisis a sus responsables.
La protesta de Wukan se inició en setiembre contra la infame y repetida práctica de los funcionarios locales de apropiarse de tierras colectivas para venderlas a través de promotores inmobiliarios que en general son sus socios o testaferros (un desbocado “capitalismo de amigos” que los medios oficiales de China y nuestra prensa llaman delicadamente “corrupción”). Estalló en rebelión abierta a principios de diciembre, cuando uno de los trece representantes elegidos para representar a los pobladores en las negociaciones con los dirigentes del Partido “Comunista” local murió mientras estaba detenido por la policía. Las autoridades dijeron que el delegado –Xue Jinbo, un carnicero de 42 años– había muerto “de un ataque al corazón”, pero los familiares declararon que tenía señales de tortura.
“¡Tienen que pagar la deuda de sangre!”
El hecho conmocionó a todo el pueblo de Wukan. Los aldeanos se lanzaron a la calle, destruyeron autos y oficinas del gobierno, levantaron barricadas con árboles y piedras y comenzaron a preparar su defensa con armas de fabricación casera. Y se congregaron en una asamblea de miles de personas frente al salón de fiestas del pueblo para elegir sus delegados.
Los gobernantes “comunistas” de la aldea huyeron. El gobierno regional trató de ahogar la rebelión bloqueando con alambrados y puestos de control los accesos a la aldea para aislar a los campesinos e impedir la entrada de agua y alimentos. También se impidió salir del puerto a la flota de pesca de Wukan, su principal fuente de ingresos.
Miles de campesinos tomaron por asalto las oficinas del gobierno local, persiguiendo al secretario del partido que había gobernado Wukan durante treinta años. En respuesta, la policía antidisturbios invadió el pueblo, golpeando indis- criminadamente a hombres, mujeres y niños.
“Nos han quitado casi toda nuestra tierra desde la década de 1990, pero antes nos quedábamos tranquilos porque hacíamos nuestro dinero con la pesca”, explicó Yang Semao, uno de los ancianos del pueblo. “Ahora, con la inflación, nos damos cuenta de que tenemos que producir más alimentos y que la tierra tiene un alto valor”.
A las 4 de la mañana del domingo 11 sobrevino un segundo ataque contra los pobladores, cuando un millar de policías armados se instalaron frente a la entrada del pueblo. “Teníamos un equipo de 20 personas vigilando, y vieron los reflectores de la policía”, relató un joven de 23 años. “Habíamos cortado la ruta con árboles caídos para ganar tiempo. Golpeamos el tambor de advertencia y todo el pueblo corrió para bloquear a la policía”. La policía a su vez impuso un férreo cerco en torno al pueblo, y desde entonces la única fuente de alimento son canastas de arroz, frutas y verduras llevados a hombros y a campo traviesa por vecinos amistosos.
El último de una docena de funcionarios del partido “comunista” de Wukan huyó el lunes 12, cuando miles de personas enfrentaron los gases lacrimógenos y cañones hidrantes impidiendo a la policía armada que retomara la localidad.
Ese día los pobladores, sentados en largos bancos, cantaron consignas durante cinco horas, enarbolando los puños y dando rienda suelta a su furia. Al final del día la multitud hizo quince minutos de duelo por el aldeano caído; muchos se estremecían en sollozos y clamaban venganza contra el gobierno local. La multitud clamaba: “¡Devuélvannos el cuerpo! ¡Devuél- vannos a nuestro hermano! ¡Devuélvannos nuestras tierras de cultivo! ¡Tienen que pagar la deuda de sangre! ¿Dónde está la justicia?”.
Dividir… y reprimir para reinar
El gobierno distrital intentó dividir a los pobladores ofreciendo “perdonar” a los que abandonaran la lucha, advirtiendo que reprimiría “a los criminales que agitaron a los habitantes”, y usando los servicios de un puñado de no más de 30 aldeanos que se pusieron de su lado y ofrecían arroz y aceite –cada vez más escasos por el bloqueo policial– a quienes aceptaran poner su firma en una hoja en blanco. La mayoría de los pobladores se negó a firmar porque el “documento” obviamente sería manipulado para mostrar apoyo a las acciones del gobierno.
Fuera de control
El gobierno local desató también contra los aldeanos una guerra de propaganda. Pancartas colgadas al lado de la ruta principal a Wukan exhortan a los conductores: “Salvaguardemos la estabilidad contra la anarquía. Apoyemos al gobierno”. Pero cerca de allí alguien garabateó en una pared simplemente: “¡Devuélvannos nuestra tierra!”.
En las dos últimas semanas los aldeanos organizaron nuevas marchas y asambleas. El sábado 16 manifestaron más de 7.000 personas.
Es la primera vez que el partido gobernante –que después de tres décadas de restauración capitalista sigue manteniendo la ficción de llamarse “comunista”– pierde el control de la situación.