El objetivo del Partido Comunista Revolucionario de la Argentina es la realización de la tarea histórica de su clase: la destrucción definitiva del capitalismo y la edificación de una sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados, la sociedad comunista. Durante milenios una parte de los hombres ha explotado a la mayoría. Luego de otras formas de apoderarse del trabajo ajeno, surgió el capitalismo, sistema que se expandió mundialmente sobre la base de que los obreros -desprovistos de la propiedad de los medios de producción- estaban socialmente obligados a vender su fuerza de trabajo a los dueños de los medios de producción. El empleo de fuerza de trabajo ajena mediante el pago de un salario permite al capitalista obtener una plusvalía (que se expresa como ganancias, pero que en realidad es la parte del trabajo proletario que no se paga al obrero). La extracción de plusvalía es la esencia de la explotación bajo el capitalismo. Pero no solo expresa la forma más alta de la división de la sociedad en clases, también es la última. En efecto, la organización de la producción bajo el capitalismo y el desarrollo de las fuerzas productivas en su seno, engendran a su sepulturero, el proletariado, y la necesidad de pasar al comunismo, forma totalmente nueva de la sociedad. Como se comprende, se trata de destruir un modo de producción que se había afianzado en el conjunto de nuestro planeta, por tanto sus éxitos se medirán en términos históricos y de alcance universal. La revolución en cada país, que seguirá cursos diferentes según sus propias leyes, estará condicionada por la realización del objetivo de destruir al capitalismo en escala mundial. La marcha hacia el comunismo no estará asegurada en ninguna parte del mundo hasta que la batalla contra el capitalismo no haya sido ganada en escala internacional.
El cumplimiento de esta tarea, la creación de las bases materiales, sociales y culturales de la sociedad comunista requiere el pasaje por un periodo revolucionario de transición, el socialismo, cuya duración depende de las condiciones nacionales e internacionales en que se desenvuelva dicho proceso. La revolución socialista en la Argentina exige una fase preliminar de liberación social y nacional y su ejecución se corresponde con un tipo de poder cuyos contenidos sociales y políticos lo definen como poder popular revolucionario hegemonizado por la clase obrera.
El socialismo es el periodo de transición al comunismo y se desarrolla bajo la dirección de la clase obrera, cuyo dominio sobre el conjunto de la sociedad adopta una forma estatal típica, la dictadura del proletariado.
Para organizar su propio dominio, el proletariado no solo debe destruir el aparato político, represivo y administrativo existente, es decir, el Estado de las clases dominantes, sino también organizar en su reemplazo su propio aparato de poder, la dictadura del proletariado. El poder proletario no se implantará en la Argentina solo como resultado de la lucha y el triunfo político y militar sobre las clases dominantes sino también como resultado de la lucha que la clase obrera debe desenvolver frente a sus mismos aliados para transformar la fase de liberación social y nacional en fase socialista. El ejercicio de la dictadura del proletariado comportará la más amplia democracia para las masas trabajadoras y la lucha implacable contra las clases explotadoras. Este es el contenido esencial de la dictadura del proletariado. Las formas particulares, nacionales, los órganos específicos a través de los cuales la clase obrera argentina ejercerá su función de clase dominante, dependerán de la experiencia y la creatividad revolucionaria de las masas en su lucha por el poder.
La instauración del socialismo implica la socialización de los medios de producción, en un proceso que afectará primeramente a los principales medios de producción y progresivamente al conjunto del proceso productivo. Esta medida no solo permitirá la plena expansión de las fuerzas productivas sino también que la producción se organice y planifique según los intereses obreros y populares. Solo de este modo se podrá lograr un desarrollo global y coherente de la economía nacional, quebrando los obstáculos y las desigualdades regionales provocadas por el capitalismo dependiente en la Argentina. La ciencia y la técnica serán puestas al servicio de esta tarea, cuyo objetivo es la creación de las condiciones materiales para la sociedad comunista.
Pero la maduración de las condiciones de la sociedad comunista no es solo el resultado de la expansión de la producción material en una escala sin precedentes. El socialismo debe crear nuevas relaciones sociales en todos los niveles de la sociedad, de modo que la división social del trabajo y los antagonismos entre trabajo manual y trabajo intelectual, entre ciudad y campo y entre industria y agricultura, en particular, desaparezcan para siempre de la historia humana. Así, la propiedad social de los medios de producción, que elimina la apropiación individual de la producción social y crea las condiciones para que ésta se organice y distribuya según los intereses del proletariado y el conjunto de los trabajadores, debe interrelacionarse con la progresiva apropiación por parte de los obreros de la gestión y administración efectivas del conjunto del proceso productivo. De esta manera se impedirá que las exigencias técnicas y organizativas de la producción, superiores en un primer momento a la experiencia y a la preparación del conjunto del proletariado, den lugar a que una capa de especialistas asuma funciones de dominio en la sociedad, se convierta en sector privilegiado social y económicamente e inicie una nueva forma de explotación de clase. La eliminación de todos estos subproductos de la división social del trabajo, heredados de las sociedades clasistas, exige una aguda lucha de clases, cuyo motor debe ser la movilización ininterrumpida del proletariado. Esta lucha debe llevarse a cabo en todos los frentes: en la producción, en la educación y en la cultura, en los órganos de poder obrero. El Partido seguirá cumpliendo sus funciones de dirección y guía político del proletariado, pero no reemplazará a las masas en su acción revolucionaria, porque la función del Partido es servir a las masas en su objetivo de apropiación de la gestión económica, social y cultural de la sociedad.
En el marco de esa lucha contra todos los vestigios de las sociedades clasistas, una nueva moral, basada en la solidaridad y la cooperación de los trabajadores, reemplazará a la moral basada en la competencia y la búsqueda del beneficio privado; una nueva educación que permitirá el más rico despliegue de las potencialidades humanas , reemplazará a la educación basada en la división social del trabajo; una nueva cultura, destinada a las masas y creada por las masas, reemplazará a las culturas basadas en los privilegios de clase; una nueva vida pública, cuyos protagonistas serán las masas populares, reemplazará a la política controlada por especialistas, ya sea en nombre de las viejas clases explotadoras, ya sea en nombre de la clase obrera.
En el curso de este complejo proceso desenvuelto en todos los planos de la vida social, el Estado se extinguirá progresivamente. Liquidadas todas las formas de opresión clasista, desaparecidos todos los residuos de la división social del trabajo, las funciones de dominio del Estado se harán superfluas. En cuanto a sus funciones de regulación y organización serán absorbidas por el cuerpo social constituido por la asociación libre de los productores. La riqueza material creada bajo las nuevas relaciones permitirá hacer realidad el gran principio del comunismo: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”. Una nueva dialéctica social reemplazará la milenaria dialéctica de la lucha de clase: la dialéctica de lo nuevo y lo viejo. Se habrá entrado en la etapa de la verdadera historia humana, la etapa del comunismo.
Situación mundial
Vivimos en un mundo sujeto a cambios permanentes y a graves tensiones. Fijar una política nacional requiere tener nociones claras acerca de las principales líneas internacionales, pues, en caso contrario, se corre el riesgo de anular los efectos de luchas profundas en el ámbito local, debido a la presión de factores mundiales ignorados o menospreciados.
La época actual es la del combate encarnizado y sin pausa de dos modos de producción (el capitalismo y el comunismo), o sea de dos clases (el proletariado y la burguesía). Hay muchas formas de velar este contenido fundamental, hay escalones intermedios, hay contradicciones internas de cada proceso y de cada campo, pero, en esencia, para la historia estas décadas serán las del tránsito de la sociedad capitalista, de explotación del hombre por el hombre, a la sociedad socialista y luego a la comunista, sin explotados ni explotadores. Estas grandiosas transformaciones signan cada uno de los procesos particulares, nacionales. Toman cuerpo en los grandes reagrupamientos políticos y estatales propios de la vida contemporánea. Por lo tanto, cada paso que se dé en el ámbito local, tiene sus repercusiones exteriores y está condicionado por esa situación general. No hay un camino efectivo para resolver los problemas argentinos si se hace abstracción del conjunto del mundo. Ello es así porque –a diferencia de otras etapas históricas- tanto el capitalismo como el socialismo y el comunismo tienden a configurar sistemas mundiales articulados. Quien pretenda sustraerse a sus leyes intentará en vano escapar de la época que nos ha tocado vivir, quien domine a fondo las líneas de desarrollo mundial estará en condiciones de encontrar el camino hacia el futuro.
1.El capitalismo como sistema mundial se encuentra en una encrucijada. Ha desarrollado a un grado hasta ahora desconocido sus fuerzas productivas. Ha impulsado y ha incorporado a sus realizaciones la revolución científica y técnica. Las metrópolis han alcanzado niveles realmente inauditos. Pero al mismo tiempo ha sufrido una profunda transformación interna. De capitalismo de libre concurrencia se ha convertido en capitalismo monopolista, en imperialismo. De dueño y señor del mercado mundial ha sido obligado a compartir su esfera de acción con un sistema socialista de producción.
Todo esto no hace sino exacerbar sus contradicciones internas. La explotación de los países dependientes se acrecienta y, de un mundo en que los niveles de vida podían emparejarse sin demasiada dificultad, se ha pasado al actual, en que la dependencia agrava los desniveles económicos y sociales, al punto que cuanto mayor es el desarrollo económico, más privilegiados aparecen algunos países y más congénitamente retrasados resultan la mayoría de ellos, sujetos a la dominación imperialista. Se agravan las contradicciones en el interior de las metrópolis imperialistas (por ejemplo: negros y “chicanos” -de origen mexicano- en EE.UU.). Se agravan las contradicciones interimperialistas, entre Estados Unidos, el Mercado Común Europeo y Japón, tal como se manifiesta en la lucha por los mercados y en las periódicas guerras de divisas, tendientes a imponer al mundo la exportación de la crisis norteamericana a través del debilitado dólar.
El mundo capitalista está marcado por un retroceso relativo evidente. Es relativo con respecto a sus posibilidades y con respecto al crecimiento de la ofensiva revolucionaria antiimperialista. No quiere decir esto que sus contradicciones interiores lo lleven por sí solo, fatalmente, al estancamiento y al derrumbe. Sin la acción revolucionaria el capitalismo monopolista no desaparecerá del escenario histórico. Es más, puede suceder que, temporaria y parcialmente, aparezca fortalecido. Pero la tendencia hacia su debilitamiento es la que indica el camino por el que deben marchar hacia el triunfo las fuerzas revolucionarias.
El imperialismo de Estados Unidos está mostrando al desnudo tanto sus contradicciones como su debilitamiento con respecto a las otras potencias capitalistas. La revolución debe tomar en cuenta que, junto a su gigantesca fuerza actual, la perspectiva histórica que lo acompaña como sombra al cuerpo es la del retroceso. Los otros imperialismos son débiles para arrebatarle la hegemonía, no están en condiciones de enfrentar decididamente al movimiento revolucionario y convertirse en gendarmes internacionales, pero han recuperado fuerzas como para no actuar más como marionetas del Pentágono y Wall Street. La lucha se hace aguda y es extremadamente favorable para el proletariado y los pueblos revolucionarios.
2.Como consecuencia lógica, se ha atizado la lucha de clases en escala mundial. En esencia es la lucha entre el proletariado internacional y la burguesía monopolista. Pero son tan agudas las contradicciones ocasionadas por la dominación imperialista, que a la lucha proletaria se suma el contingente de los combates por la liberación nacional. De tal forma que todos los tipos de explotación están concentrados en un foco, el capitalismo monopolista, y todos los combates de liberación social y nacional tienen el mismo objetivo final, la derrota del imperialismo. Esto no hace sino fortalecer al proletariado, sumándole contingentes no proletarios en su lucha y abriéndole perspectivas cada día más favorables.
El imperialismo amenazó con la guerra atómica. Los pueblos en combate demostraron que el chantaje atómico correspondía a una clase obsoleta: así sucedió con la liberación de China, con la revolución en Cuba, con la guerra sin cuartel del pueblo coreano apoyado por los voluntarios chinos y con las guerras de Vietnam, Laos y Camboya. Se demostró históricamente que es posible frenar el chantaje atómico, a condición de luchar sin cuartel contra el agresor imperialista y sus secuaces. El movimiento contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos y en otros países capitalistas muestra que la firmeza revolucionaria tiene su premio: la extensión del campo de alianzas y de posibilidades de triunfo para los combatientes.
En este contexto, la política de coexistencia pacífica entre Estados de régimen social diferente, se convierte en un arma importante para la lucha revolucionaria del proletariado y sus aliados.
El imperialismo quiso forzar las supervivencias coloniales. La guerra de liberación de Argelia, las guerras en las actuales colonias portuguesas, la descolonización de África, quebraron esa táctica. Ahora el capitalismo monopolista trata de armar una línea neocolonialista. No hay que subestimarla, pero debemos comprender que solo será peligrosa si la clase obrera y los pueblos olvidan que es un recurso al que han acudido los monopolios en retroceso, si la independencia política es considerada como un logro en sí misma y no como un paso para avanzar hacia el socialismo. Vietnam, muestra este último camino y se verifica que es posible.
El imperialismo quiso maniatar al proletariado de los principales centros imperialistas. Así, el problema social se trasladaba a un mítico “tercer mundo”, y la lucha de clases amenazaba convertirse en mendicidad desarrollista. El Mayo francés fue la campanada de alerta. Grandes huelgas en Italia y en España continuaron la línea de lucha de clases. En la fortaleza mundial del imperialismo apareció la lucha de los Panteras Negras, de los estudiantes, de los veteranos de Vietnam, y últimamente se detectan fuerzas obreras que combaten por sus derechos. Ha terminado la tranquilidad en las metrópolis. Ya no hay recintos inmunes a una lucha de clases que no reconoce otra frontera que la del triunfo final.
3.El capitalismo monopolista ha recibido el socorro del revisionismo teórico y el reformismo político imperantes desde hace ya tiempo en la Unión Soviética y en los países que la siguen. En la época anterior al XX Congreso, bajo la dirección de Stalin, en la URSS se incubaron sectores sociales y elaboraciones teóricas y políticas, en el marco de relaciones de producción no enteramente revolucionarizadas, que sirvieron de apoyatura a una capa burocrática privilegiada, cada día más alejada del control de las masas, que inició el camino de la utilización de sus privilegios políticos para generar privilegios sociales. La línea del XX Congreso del PCUS fue un salto cualitativo, la revisión abierta y total de las principales tesis marxistas-leninistas, demostrativas de la hegemonía alcanzada por dichos sectores en el Estado y en la sociedad soviética, de su forma de existencia aburguesada y de su conversión, en forma original, en clase social explotadora, burguesía de nuevo tipo, expansionista, socialista de palabra e imperialista de hecho.
Como lógica consecuencia se han aliado objetivamente con los imperialistas en una política de reparto del mundo en esferas de influencia y de freno a las luchas revolucionarias. Esto no implica que hayan cesado las contradicciones, que por el contrario suelen ser muy marcadas, pero sí que a la hora de la verdad se desnuda el carácter contrarrevolucionario de quienes detentan el poder en la URSS y otros Estados coligados con el imperialismo yanqui en una política de statu quo. Así se demostró con la intervención en Checoeslovaquia, con el reconocimiento del gobierno de Lon Nol patrocinado por la CIA en Camboya, con el acuerdo con Franco a expensas del PC de España, con la actividad de freno a las luchas revolucionarias de los pueblos árabes, etc.
Mundialmente, el revisionismo y el reformismo apoyan a todas las variantes nacionales que se ofrecen como dique de contención ante las oleadas revolucionarias de los pueblos. Así sucede con las burguesías nacionales en el poder, con los “caminos parlamentarios y electorales”, etc. Palestina y Bolivia son ejemplos del trágico costo que representa para los pueblos hacer el juego a estas propuestas castradoras.
En lo interno de cada país otrora socialista, crece el descontento, reprimido por regímenes que han desterrado hasta el recuerdo de la democracia proletaria y prosiguen activamente una política de formación de una clase social privilegiada, con acceso a los resortes de poder y al manejo de los medios de producción, en un camino de reemplazo de la misma por una nueva forma de opresión y de explotación del hombre por el hombre.
Todo lo dicho no excluye las contradicciones con las potencias imperialistas, al calor de intereses chauvinistas, pero sobre todo por la presión revolucionaria de la clase obrera y los pueblos de esos países, que han efectuado la experiencia de transformaciones socialistas, a los que deben hacerse concesiones para no engendrar una oleada revolucionaria que barra con los nuevos amos.
Como es lógico, el revisionismo y el reformismo están en una profunda crisis. Los viejos planes de desarrollo enunciados por Jruschov han sido arrojados al cesto de papeles. La URSS, de centro de las fuerzas ascendentes en la arena mundial, va camino de convertirse en una potencia de segundo orden. Esto exaspera a sus dirigentes, quienes tratan de reafirmar por todos los medios su condición de superpotencia. Para ello intervienen en Checoeslovaquia, amenazan a otros países, apoyan a los gobiernos reformistas de Asia y América Latina. Con ello hacen más honda su propia fosa, puesto que, aunque obtengan algún éxito circunstancial, se colocan en la senda contrarrevolucionaria, y es natural que allí la hegemonía la detente el centro tradicional del imperialismo capitalista.
4.Mientras tanto se va configurando una contraofensiva revolucionaria del proletariado y los pueblos del mundo. Ya sea en Vietnam (o en todo el Sudeste Asiático), como en algunos países capitalistas europeos, como en los Estados de Europa Oriental bajo la égida de la URSS -así como en la misma URSS- como en la vigorosa lucha de los pueblos latinoamericanos (expresada en Chile, Bolivia y Perú, pero también en la Argentina con dos Cordobazos), como en el Medio Oriente árabe en que se definen las posiciones, decayendo los regímenes claudicantes y conciliadores y perfilándose en medio de las derrotas una izquierda revolucionaria, como en el complicado juego del continente africano, por todas partes van perfilándose movimientos profundos. Tuvieron sus puntos máximos en el Mayo francés, la Revolución Cultural china, las definiciones entre los pueblos árabes y en el Cono Sur de Latinoamérica. Todos han convergido con la lucha sin cuartel y la victoria vietnamitas.
Tomados aisladamente, tienen su explicación y sentido. Pero hay una luz más general, que los ilumina y tiñe, sin la cual es imposible comprenderlos de conjunto.
A pesar de los altibajos, aún de los retrocesos dolorosos e imprevistos (la política interna y externa de la URSS es el más grave de todos ellos), se va haciendo claro que la lucha de clases continúa a escala mundial. Vasos comunicantes múltiples vinculan uno con otro combate, la derrota de uno es el debilitamiento del otro, la buena nueva corre veloz entre las filas de los revolucionarios. La burguesía monopolista, que con la complicidad de los dirigentes soviéticos había logrado parcelar el internacionalismo y reducir la lucha a meros casos locales, se encuentra con que de nuevo es el carácter mundial de su dominación el que está sobre el tapete. Otras veces ha sucedido así, son los momentos de auge revolucionario. Una vez más el proletariado y los pueblos revolucionarios del mundo enfrentan a las burguesías monopolistas y sus aliados, el reformismo y el revisionismo. A la hora de la verdad van languideciendo los mitos del “socialismo nacional”, la “democracia nacional”, el “humanismo”, la “tercera posición”, etc. No queremos decir con ello que inventos ideológicos tan trabajados y tan profundamente incluidos en las mentes populares hayan cesado de existir, simplemente afirmamos que cada día aparecen más subordinados a las dos grandes corrientes sociales que se combaten en todos los continentes: por o contra la explotación del hombre por el hombre, en primer término en sus contenidos esenciales, que consisten en la dominación o la liberación social, pero también en los aspectos nacional, cultural, religioso, etc.
A través de ideologías confusas, clases y capas no decisivas en la arena internacional, dicen su palabra, y suelen decirla con vigor y presencia de ánimo. Cuando los comunistas revolucionarios hablamos de confluencia somos conscientes de que esas fuerzas no proletarias discurren por cauces propios, pero que su gravitación las lleva a desembocar en el torrente revolucionario mundial, a menos que los diques apresuradamente erigidos por el capital monopolista y el reformismo contribuyan a dispersar sus cursos.
5.Planteadas en estos términos las luchas de clase mundiales, no se trata de “crearlas” artificialmente, mediante conspiraciones de retórica. Lo que va surgiendo es la necesidad de contar con una poderosa fuerza que les dé orientación, las coordine en el plano internacional y las conduzca al triunfo.
El movimiento comunista internacional ha sido llevado a su crisis más profunda, por la política del revisionismo y por el afianzamiento de una línea proletaria que lo enfrenta.
Por lo que corresponde y depende de los soviéticos, ha perdido la impronta revolucionaria, se ha fragmentado y ha introducido las peores costumbres, ajenas a las más elementales apetencias de una fuerza revolucionaria. Desde luego, como la lucha de clases no puede detenerse artificialmente, surgen frente a ella los elementos revolucionarios que tienden a la reconstrucción del movimiento comunista. Tanques con la estrella roja del Ejército soviético atacando a los manifestantes en Checoeslovaquia; dinero y expertos soviéticos acudiendo en ayuda de Franco mientras organizaban la división del Partido Comunista de España; el diario oficial de Moscú Izvestia, interviniendo groseramente en la polémica interna del PC venezolano para organizar su división. En Brasil, cinco o seis partidos se disputan el nombre de comunistas, buscando varios de ellos el camino revolucionario. En Irak, mientras los patriotas iraquíes y las fuerzas de liberación kurdas combaten al gobierno conciliador, el PC se divide por o contra la actitud progubernamental de los soviéticos. Tres partidos comunistas en la India, dos en Paraguay, lo mejor de la izquierda europea entrando en conflicto con el reformismo de los partidos de Francia, Italia y Gran Bretaña, el PC austríaco dividido desde su Comité Central … El desastre del revisionismo parece ser de una magnitud sin precedentes. Mientras la URSS intenta actuar como superpotencia, los partidos que le responden (salvo excepciones, como en Chile, Uruguay o Italia, por el momento) van perdiendo fuerza aceleradamente.
En las masas obreras y populares va abriéndose paso la noción de que éste no es el movimiento comunista, en singular. Otras fuerzas avanzan y pugnan por ocupar el lugar que la caducidad, la entrega y la descomposición de la línea de Moscú van dejando abierto. Se va visualizando -y es tarea de los comunistas revolucionarios hacerlo conciencia- que lo que en un primer momento pudo aparecer como dos alas de un movimiento, o dos comunismos, es en realidad el desarrollo de un comunismo que retoma y lleva adelante las banderas revolucionarias de Marx, Engels y Lenin, y un falso comunismo que tiene su cabeza en los dirigentes revisionistas del PCUS.
La crisis mundial del capitalismo monopolista y del reformismo internacionales dista de ser una mera expresión de sus contradicciones internas. Por el contrario, emergiendo del seno de estas contradicciones, se dibuja una contraofensiva mundial, del proletariado y de los pueblos revolucionarios, que va adquiriendo ímpetu de torrente.
La derrota estadounidense en Vietnam y en toda la Península Indochina marca el punto de inflexión en la correlación de fuerzas. Se va abriendo paso a una nueva relación entre el peso específico de los sectores revolucionarios y el de los contrarrevolucionarios, nueva relación que toma la forma de una contraofensiva en escala mundial del proletariado y sus aliados. Es éste un hecho nuevo, que hay que tener en cuenta para dibujar una línea universal que permita articular las situaciones singulares (a veces de retroceso) en una única perspectiva que desemboca en la retirada estratégica del imperialismo y el reformismo y puede llevar a su derrota, si cuenta con su correspondiente vanguardia dotada de una política correcta y flexible.
6.Por todas partes afluyen componentes que tienden a la reconstrucción revolucionaria del movimiento comunista. La corriente arrastra impurezas, a veces toma un rumbo vacilante, pero nadie puede negar que algo nuevo ha surgido en el comunismo frente a la entrega y la degeneración del PCUS y sus seguidores.
En primer término, a partir de 1960, los camaradas del Partido Comunista de China establecieron términos de diferenciación públicos con el camino reformista y revisionista de los dirigentes soviéticos. Por primera vez fueron apareciendo dos líneas, dos puntos de referencia que, al margen de acuerdos o desacuerdos parciales, configuraron el marco político, teórico e ideológico en que posteriormente iban a librarse todas las batallas por recuperar las banderas de Marx, Engels y Lenin, o ponerlas al servicio de componendas ignominiosas con las grandes potencias imperialistas. Esta línea fue seguida por el PC de China y llevada a un punto sin precedentes con la Revolución Cultural Proletaria, que marcó el triunfo del comunismo revolucionario en el país más poblado de la tierra. De esta manera, el PC de China y la República Popular China se afirman como el destacamento más avanzado de las fuerzas que enfrentan antagónicamente al imperialismo y al revisionismo. La gesta del Che Guevara fue un sacudón al apoltronamiento oficial de un comunismo burocratizado y servil y obró como revulsivo, cuyas consecuencias pueden verse hasta el día de hoy en los más ignotos rincones del planeta, en especial en Bolivia, en donde aparentemente fracasó y realmente dejó su vida. El Mayo francés sepultó bajo varios metros de historia las fábulas acerca de la pasividad del proletariado en las metrópolis imperialistas. Los movimientos checoeslovacos y de Polonia mostraron que bajo la égida de la jerarquía soviética bulle una olla a presión, que nadie sabe cómo va a estallar, pero que tampoco nadie puede sentarse tranquilo sobre ella. Las rupturas y desplazamientos en los partidos comunistas de España, Grecia, Italia, Francia, Austria, Argentina, Brasil, etc. , están en la misma senda o pueden llegar a ella.
Desde luego, nada de lo dicho implica que alguien tenga la verdad absoluta. Hay puntos de discrepancia entre unos y otros. No se construye un movimiento comunista revolucionario matando el pensamiento ni confundiendo unidad con unicidad. En algún caso las polémicas se harán antagónicas, en la mayoría contribuirán a enriquecer el patrimonio común. Grandes fueron las diferencias entre los principales dirigentes bolcheviques que rodearon a Lenin, entre ellos y con Rosa Luxemburgo, Gramsci, Mariátegui, etc. Si de ellas puede salir una estrategia común, nunca será gris, defensiva, sino que se templará en el entusiasmo iluminado por la inteligencia para asaltar las fortalezas de la opresión.
Actualmente confluyen en una posición firmemente revolucionaria en Asia los pueblos y partidos revolucionarios de Corea, Vietnam y China. Somos conscientes del papel que desempeñan. Sabemos que tras décadas de guerra los camaradas chinos expulsaron a Chiang Kai-shek y sus socios yanquis, que dos años después el pueblo coreano, con el concurso de los voluntarios chinos, frenó y derrotó la intervención yanqui encubierta bajo la bandera de las Naciones Unidas, que hoy los pueblos indochinos marcan el tránsito de una a otra etapa expulsando por primera vez en la historia a los orgullosos ejércitos del Pentágono. Confiamos en que esta situación se extienda y generalice. Entonces las campanas doblarán a muerto para el capitalismo monopolista y sus socios. Pero esto va a costar sangre, tropiezos y retrocesos. Estamos preparados para seguir este camino, que es el único que lleva al triunfo.
7.Todo lo dicho repercute en procesos muy complejos y difíciles de predecir en su resultado, debido a las orientaciones actuales de los respectivos partidos o movimientos que orientan estos procesos. El Partido del Trabajo de Albania y su gobierno se han mantenido claramente en posiciones revolucionarias y antirrevisionistas. Pero, mientras tanto, en los Balcanes, debe notarse en Rumania, la adopción, en diversos planos, de posiciones de independencia nacional, el mantenimiento de un poderoso sector estatal y cooperativo en la economía, y definiciones internacionales importantes sobre el movimiento comunista, aunque tales puntos coexisten con posiciones con las que nuestro Partido discrepa profundamente. Igualmente debe notarse la tendencia a coincidir en la defensa de la independencia nacional de los dirigentes yugoslavos, a pesar de las notorias diferencias que mantienen con los partidos comunistas revolucionarios, sobre todo por sus posiciones profundamente revisionistas. Así sucede con el reordenamiento de fuerzas en el Medio Oriente árabe, con los movimientos de los Panteras Negras y latinoamericanos en EE.UU. con las tendencias espontaneístas que surgen en Europa. La firmeza en los principios deberá ser combinada con una gran flexibilidad táctica y una mayor atención a los desarrollos concretos, para llevar estos movimientos a buen puerto, sobre todo si no se olvida la contraofensiva revolucionaria mundial, la crisis del reformismo y el retroceso relativo del imperialismo, que actúa como telón de fondo.
8.En América Latina se juega una porción importante de esta partida por definir la correlación de fuerzas. El movimiento popular ascendió en Chile, Perú y Bolivia, obligando al imperialismo y al revisionismo, a recurrir a formas reformistas como dique de contención a las masas. Pero también llegó la hora de la verdad para esta maniobra. La trágica suerte de Bolivia indica el camino del poder popular sustentado en las milicias armadas como única garantía contra el regreso del conservado-rismo con tintes fascistas. Argentina es foco de una batalla sin precedentes, con el asomo del proletariado revolucionario y socialista, respaldado por dos Cordobazos, luego de decenios de reformismo burgués y frente a una dictadura que busca aglutinar a las clases dominantes y explotadoras ante la amenaza de las fuerzas de liberación social y nacional. En Brasil múltiples indicios hacen presumir nuevos estallidos; que podrán ser aprovechados para el fortalecimiento del marxismo revolucionario como alternativa frente a la dictadura descarada que oprime al mayor pueblo de América Latina.
La Revolución Cubana, bloqueada y agredida permanentemente por el imperialismo yanqui, ha mantenido con firmeza, durante años difíciles, banderas socialistas y revolucionarias a 90 millas del imperialismo yanqui, enemigo principal de los pueblos de todo el mundo y gendarme de la reacción internacional. En Cuba, que se instaló como faro de América, que hizo que el socialismo hablara nuestra lengua y mostró el camino de la destrucción del Estado lacayo y su marcha ininterrumpida al socialismo, por defectos en la construcción de los órganos de poder popular, en la visualización del papel del proletariado y del partido, la no comprensión de la necesidad de basarse en sus propias fuerzas y en la práctica del internacionalismo proletario, sumados a errores de línea, de los que la teoría del foco es el más evidente, pudo prosperar el trabajo de zapa del reformismo, que quiere y va logrando dar vuelta el guante y convertir el bastión de la revolución, al primer territorio libre de América, en prenda del statu quo, llevando a sus principales dirigentes a adoptar posiciones refomistas, tales como apoyar a “militares patriotas”, “frentes electorales” y, especialmente, al reformismo y revisionismo de la URSS, convirtiéndose en traba para el proceso revolucionario.
La contradicción es evidente y los revolucionarios, sobre todo los comunistas, trabajaremos para que la oleada de luchas obreras y populares contrapese el chantaje reformista y resuelva la contradicción a favor de las mejores tradiciones revolucionarias del pueblo y los comunistas cubanos.
Esto es más necesario cuando se confirma que asistimos a una situación revolucionaria global en América Latina (que no quiere decir situación revolucionaria directa). El reformismo no pudo controlar el proceso boliviano, y ello ha sucedido porque su margen de maniobra es cada vez más estrecho, a pesar de sus intenciones de mostrar una cara simpática. Desencadenado un proceso de luchas en nuestro continente, nadie puede asegurar que no van a resquebrajarse estructuras sólidamente establecidas. Por eso la CIA, Lanusse y los gorilas brasileños apoyaron presurosos al fascista Banzer en Bolivia, así como harán algo similar mañana en cualquier otra parte del mapa latinoamericano.
9.Todas estas consideraciones ponen en primer término al proletariado como el protagonista y la piedra angular de una estrategia continental. Es cierto que hay países con mayoría campesina, y que -en general- nadie puede dictaminar de afuera cuál es la estrategia para un país dado. Pero queda claro que la lucha de clases mundial se reproduce en nuestro continente con un gran peso específico del proletariado. Asegurar que este hecho objetivo se refleje subjetivamente es la tarea de las tareas. La marcha hacia la reconstitución y el acuerdo de los partidos comunistas revolucionarios es la primera y principal consecuencia de todo análisis continental. Además deben buscarse formas de coordinación revolucionaria general, sindical, estudiantil, campesina, etc., que están inscriptas en el marco arriba señalado.
Situación argentina
El desarrollo económico, político y cultural ha sido deformado por la dependencia del imperialismo y las formas precapitalistas en las relaciones agrarias. La Argentina es un país capitalista dependiente. Esta definición sumaria implica que la contradicción de clases fundamental del capitalismo -proletariado/burguesía- se expresa en el momento actual en una forma específica en nuestra sociedad, dado que la opresión ejercida por la alianza del imperialismo con las clases dominantes locales afecta, además del proletariado, a vastos sectores populares, no proletarios, urbanos y rurales. Implica también que las clases dominantes en la sociedad nacional asumen, a su vez, caracteres particulares.
Estos rasgos han conformado la sociedad nacional a través de un largo proceso histórico en cuyo curso se modificaron tanto la estructura económica como las modalidades de la penetración imperialista, tanto la composición de clases del país como las formas de la dominación política ejercida por las clases explotadoras.
Capitalismo dependiente
1.-Durante el último cuarto del siglo XIX el sistema capitalista mundial entraba en una fase de su desarrollo: el monopolio reemplazaba a la libre competencia, las grandes potencias capitalistas terminaban el reparto del mundo y la exportación de capitales se convertía en un rasgo predominante del sistema. En este periodo, la Argentina se integró definitivamente al mercado mundial en condición de apéndice agropecuario de las metrópolis imperialistas. Este proceso, que constituyó a la Argentina como un país capitalista dependiente, se desenvolvió bajo la hegemonía política de los grandes terratenientes que, en estrecha alianza con la burguesía comercial porteña, fueron los principales beneficiarios locales del sistema.
La organización económica así montada tenía su eje en la producción agropecuaria, impulsada por la gran demanda de carne, granos, etc., en el mercado mundial capitalista. Dependía por lo tanto de las exportaciones y estaba sujeta a las fluctuaciones del mercado exterior. En virtud de la coyuntura internacional y de las grandes posibilidades que el territorio argentino ofrecía a la producción agropecuaria, este mecanismo agroexportador generó un proceso de expansión económica, dando lugar a un crecimiento industrial relativo, principalmente complementario de la producción primaria (frigoríficos, textiles, alimentos, etc.). El grueso de las manufacturas, sin embargo, provenía de la importación. Complementando este esquema productivo, que asignaba a la Argentina la función de abastecedor de materias primas de los países capitalistas desarrollados, los capitales extranjeros, especialmente ingleses, se aplicaron en sectores estratégicos: ferrocarriles, servicios públicos, industrias de transformación de productos agropecuarios, títulos gubernamentales y actividades comerciales y financieras. Se establecieron así los dos resortes de la dependencia argentina: el comercio exterior y la inserción directa del capital imperialista en el aparato productivo del país. Mediante este mecanismo, el capital extranjero se apropiará directamente de parte de la plusvalía producida por los obreros argentinos.
El desarrollo económico que se produjo bajo estas relaciones de capitalismo dependiente tuvo su asiento casi exclusivo en el litoral del país, dando lugar a un crecimiento desigual, deformado, de las regiones argentinas. Por otra parte, y hay que subrayarlo porque constituye un dato permanente en la historia de la formación social argentina, las relaciones de producción capitalistas se difundieron en el campo adaptándose al monopolio que una clase de terratenientes había establecido sobre la propiedad de la tierra. En las coyunturas de crisis, la gran propiedad terrateniente y la dependencia imperialista se revelaron como dos obstáculos fundamentales para el desarrollo del país y principales agentes de su deformación estructural.
La enorme masa de inmigrantes europeos que en este periodo y hasta entrado el siglo XX fue llegando al país se distribuyó en el tejido de actividades que creaba el desarrollo dependiente con eje agropecuario. Bloqueado el acceso a la propiedad de la tierra, para cuya colonización habían sido presuntamente convocados, los inmigrantes alimentaron las filas de los chacareros arrendatarios, los artesanos y formaron el grueso del proletariado industrial.
Las clases dominantes aseguraron su dominio y crearon las condiciones políticas y sociales de su explotación mediante la instauración de un sistema institucional-estatal de formas liberales y de contenido esencialmente oligárquico. Los grandes terratenientes tenían el Estado bajo su dirección y el ejercicio del poder rotaba exclusivamente entre los miembros de las clases dominantes.
El esquema productivo que esbozamos sintéticamente se mantuvo, en sus términos básicos, hasta 1930. El ascenso del radicalismo al gobierno (1916/1930), si bien entrañó una mayor democratización de la vida política del país, no afectó ni el carácter de la dependencia ni las bases económico-sociales en que estaba arraigado el poder de la oligarquía terrateniente. Aunque su base de masas se reclutaba entre la pequeña burguesía rural y urbana, la dirección del movimiento siempre estuvo en manos de sectores subalternos de los terratenientes y la burguesía rural y urbana. Objetivamente, estos sectores no podían encabezar un proceso de desarrollo sobre bases diferentes a las que se habían instituido bajo el control directo de la oligarquía terrateniente y su principal aliado, la burguesía comercial porteña.
2.En 1930, la oligarquía y sus aliados inmediatos recuperaron el manejo directo del poder, desalojando a los radicales mediante un golpe de Estado militar. Pero las condiciones internacionales y nacionales sobre las que habían fundado su dominación ya no eran las mismas, y para conservarla les fue necesario aplicar nuevos mecanismos económicos y políticos. En efecto, la crisis que afectó al sistema capitalista en 1929 redujo la demanda y los precios de los productos agropecuarios, cuya exportación constituía la principal fuente de recursos para el funcionamiento de la economía capitalista dependiente de la Argentina. Por otra parte, el desastre financiero de las metrópolis durante los años más duros de la crisis (1929/1932) detuvo la corriente internacional de capitales, gran parte de los cuales fueron repatriados para atender las urgentes necesidades de los centros capitalistas. Hasta 1929, la economía argentina funcionaba totalmente subordinada al mercado mundial: el nivel de exportaciones y de inversión de capitales estaba determinado por los países imperialistas, Inglaterra particularmente. La crisis y sus consecuencias sobre la demanda y los precios de las materias primas que tradicionalmente exportaba la Argentina, bloquearon la colocación de esos productos en el mercado internacional, afectando así la producción agropecuaria local y reduciendo drásticamente la capacidad de importar las manufacturas requeridas por el mercado y la estructura productiva local, relativamente diversificada. Ante esas circunstancias, el sector más poderoso de los terratenientes, los grandes ganaderos de Buenos Aires, bajo cuya dirección estaba el aparato del Estado, concluyó con Inglaterra un pacto que le garantizaba la salida de sus productos mediante toda clase de concesiones al capital británico. Simultáneamente, se promovió, mediante un conjunto de medidas, un proceso de industrialización tendiente a satisfacer la demanda de los productos cuya importación se había vuelto imposible. Se inició, de este modo, un proceso de crecimiento industrial limitado. Este proceso se incrementó cuando, a mediados de la década del 30, comenzaron a llegar capitales norteamericanos y alemanes que invirtieron, por primera vez, en industrias no ligadas directamente a la producción primaria (química, metalurgia, etc.). Sin embargo, este desarrollo solo dio lugar a la formación de una industria liviana, productora de bienes de consumo, dependiendo de la importación la provisión de las maquinarias y las materias primas industriales. En consecuencia, la dependencia del sector industrial se reproducía, aunque a un nivel diferente. La contracción del mercado externo provocó la crisis del sector agrario y vastas masas rurales se vieron obligadas a abandonar el campo y desplazarse hacia las grandes ciudades, donde la expansión industrial creaba nuevas posibilidades ocupacionales. Este hecho cambió poco a poco la composición del proletariado urbano, cuyos contingentes habían provenido hasta entonces de la inmigración europea. En líneas generales, la industrialización consolidó el desarrollo desigual que había caracterizado al país en su etapa anterior, dado que se implantó en las grandes ciudades del litoral, sin afectar fundamentalmente las zonas atrasadas del país. Además, continuando también en este sentido la línea de evolución industrial precedente, se desenvolvió a través de un proceso de alta concentración. Unas pocas grandes empresas concentraban la mayor parte de la producción, así como el mayor número de obreros. Eran propiedad del capital monopolista extranjero, o de la gran burguesía industrial argentina o de terratenientes que invertían sus rentas en la industria. Muy frecuentemente de la asociación de esos sectores. Se insinuaba así la formación de una oligarquía burguesa terrateniente, a diferencia de la anterior oligarquía, que esencialmente era terrateniente.
Si las clases dominantes, bajo la hegemonía de los grandes terratenientes y mediante el control directo del aparato estatal, buscaron reacomodar el sistema productivo argentino a la nueva situación internacional, en el terreno político buscaron garantizar el cumplimiento de su política económica. La represión y la persecución política se pusieron a la orden del día, y constituyeron la respuesta habitual de los gobiernos oligárquicos de este periodo ante toda protesta de contenido popular. La proscripción y el fraude electoral se convirtieron en moneda corriente de la vida política argentina. El movimiento obrero fue perseguido, sus dirigentes combativos encarcelados o deportados, todo lo cual no impidió que el proletariado librara heroicos combates de clase y vigorizara sus organizaciones, especialmente a partir de 1936.
3.Este era el cuadro general de la sociedad argentina cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939. La evolución económica y política del mundo capitalista había conducido al surgimiento de regímenes fascistas en diversos países capitalistas (Italia, Alemania, Japón, etc.) expresión de los sectores más reaccionarios del gran capital financiero y avanzada de la reacción internacional. La dictadura terrorista que impusieron en el interior de sus países se tradujo en una política exterior de agresivo expansionismo. Esta forma terrorista de la contrarrevolución burguesa tenía como uno de sus grandes objetivos la destrucción de la URSS, por entonces el único estado en que la clase obrera había conquistado el poder. Pero sus proyectos expansionistas no podían dejar de crearle contradicciones con los otros estados capitalistas, los mismos cuyas burguesías habían colaborado en el ascenso del fascismo como escudo contra la revolución socialista. Esta situación hizo inevitable la guerra.
Ante el conflicto bélico el gobierno argentino mantuvo la neutralidad, no por ejercer una política internacional independiente, sino para satisfacer las necesidades de la economía militarizada del imperio británico a la vez que se complacía a los sectores simpatizantes del eje nazifascista. La coyuntura de la guerra debilitó las relaciones de dependencia de la economía argentina respecto del mercado mundial, sobre todo en lo que se refiere a inversiones de capital extranjero e importaciones de manufacturas. Dicha circunstancia dio mayor impulso a la industria, adquiriendo ahora relieve las industrias manufactureras de productos duraderos. Se expandieron las industrias dedicadas a la fabricación de vehículos, máquinas y aparatos eléctricos y, sobre todo durante los primeros años de la contienda mundial, se adoptaron diversas medidas para promover la industria estatal aplicada a la explotación de minerales y a la producción de combustible y acero.
Aunque la situación permitió también la emergencia en varias ramas industriales de la pequeña y la mediana industria, el crecimiento de la manufactura siguió operándose fundamentalmente en beneficio de la gran industria. Por otra parte, la coyuntura internacional al mismo tiempo que actuó como mecanismo proteccionista de la industria local, permitió aumentar las exportaciones agropecuarias tradicionales de la Argentina, dada la gran demanda de alimentos en el mercado mundial. Este desarrollo exigió la creación de un mercado, un aumento en el consumo y medidas en el campo. Este conjunto de procesos constituyeron el marco del surgimiento y desarrollo del peronismo, proceso político-social que habría de marcar tan profundamente a la clase obrera argentina.
Las modificaciones del sistema productivo del país, acaecidas sobre todo a partir de la segunda mitad de la década del 30 y acentuadas por efecto de la guerra mundial, modificaron profundamente la sociedad argentina. El desarrollo industrial cambió las relaciones de fuerzas entre las clases dominantes al incrementar el poder de la gran burguesía industrial, que desalojó paulatinamente a la oligarquía terrateniente del papel hegemónico que detentaba en la alianza de clases explotadoras. Se reconstituyó así el bloque de las clases dominantes bajo una nueva hegemonía, la de la gran burguesía industrial, que pasó a ser el socio principal del capital imperialista en la explotación del pueblo argentino. Así se fue consolidando la nueva forma de oligarquía burguesa terrateniente. Pero el crecimiento de la industria dio lugar también a la formación de un proletariado moderno, numeroso y altamente concentrado, tanto social como geográficamente. En efecto, la mayor parte de la clase obrera no sólo estaba nucleada en pocos pero grandes establecimientos industriales sino que éstos, como consecuencia del carácter desigual del crecimiento fabril argentino, estaban afincados en las grandes ciudades del litoral, principalmente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Este proletariado, cuyas filas se habían incrementado primordialmente por la incorporación a la producción industrial de las masas de origen rural del interior y que contaba con una gran tradición organizativa, se convirtió en una fuerza social decisiva en el escenario político de la Argentina, si bien desguarnecida políticamente por la ausencia de un auténtico partido obrero revolucionario. Esa realidad fue advertida por algunos sectores nacionalistas del Ejército y de la burocracia estatal que enrolaron a la clase obrera argentina como base de apoyo de un experimento de contenido reformista-burgués, cuya ideología nacional-populista dio expresión a un programa de desarrollo capitalista con eje en la industria, aprovechando el margen de autonomía que las condiciones de la guerra y la inmediata posguerra crearon a la economía argentina. La adhesión del proletariado fue conquistada por la dirección política del peronismo merced a una amplia gama de concesiones económicas y sociales dirigidas, por un lado, a satisfacer viejas demandas de la clase obrera, cuya superexplotación había sido uno de los rasgos característicos del periodo precedente, y por otro, a desarrollar el mercado interno en correspondencia con su propuesta económico-social. Estas medidas se combinaron con una dura represión a toda tentativa de organización independiente, aunque fuera a nivel sindical, por parte del proletariado.
Para realizar su programa económico-social, el peronismo, triunfante en las elecciones de 1946, adoptó un conjunto de medidas dirigidas a fortalecer el desarrollo industrial intensificando el control estatal sobre importantes sectores de la economía. Sus principales medidas fueron: nacionalización de servicios públicos fundamentales, anteriormente en manos del capital inglés y alemán (ferrocarriles, transportes urbanos, teléfonos y gas), nacionalización del sistema bancario y de seguros, monopolio estatal de una parte del comercio exterior (cereales). Creó además, medios financieros para fomentar la industria nacional (especialmente a través de la creación del Banco Industrial), adoptó una política de activa participación del Estado en la industria y, con los saldos favorables que arrojaban las exportaciones, rescató la deuda externa. Durante el periodo 1946/49 la economía argentina, excepcionalmente ubicada en el mercado mundial por la necesidad de productos alimenticios, se expandió con rapidez. La disponibilidad de divisas permitió importantes inversiones en la industria, cuya producción logró una alta tasa de acumulación anual. No obstante, estas circunstancias no lograron quebrar la trama de la dependencia. Las medidas nacionalizadoras del peronismo solo alentaron el desarrollo de una industria liviana, lo cual generó nuevas formas de subordinación a las metrópolis imperialistas. En efecto, el auge de la industria liviana, dedicada a la producción de bienes de consumo, no estuvo acompañado de la liquidación del latifundio, ni del desarrollo de una industria pesada que proporcionara los medios de producción necesarios para la ampliación de la primera, y esos medios debían ser adquiridos en el exterior.
La ampliación del mercado local para la industria se operó sin romper con estos mecanismos de dependencia externa. El proceso pudo desarrollarse mientras se contó con las divisas que provenían de la gran demanda de las exportaciones tradicionales. Pero su precariedad quedó al descubierto cuando, a fines de la década del 40, se produjo la brusca caída de los precios de los productos primarios. Ante la nueva situación, el gobierno peronista confió, primeramente, en que una tercera conflagración mundial, cuya posibilidad se abrió con la guerra de Corea, devolvería a la Argentina su situación privilegiada como exportadora de productos agropecuarios. De ese modo se recuperaría la fuente de recursos para continuar el proceso de industrialización sin alterar las bases sociales y políticas que sostenían el experimento burgués-reformista. Al disiparse esa esperanza, el gobierno apeló al capital extranjero y a la intensificación de la explotación de la clase obrera. Pero la coyuntura en que había podido prosperar una tentativa como la del peronismo había pasado.
Las masas, particularmente las proletarias, llevaron a cabo agudos combates. Las concesiones del reformismo burgués se terminaban y se pasaba a otra etapa, en la que las necesidades del capitalismo dependiente requerían nuevas formas, que fueron resistidas crecientemente por la clase obrera y el pueblo.
En el orden internacional, el campo del imperialismo se había recons-tituido después de la guerra mundial, bajo la hegemonía indiscutida de EE.UU. El imperialismo norteamericano se convirtió en el custodio de la reacción mundial y, en esos años, pudo culminar su viejo proyecto de colocar bajo su domino al conjunto de las naciones latinoamericanas, desplazando definitivamente al viejo imperialismo británico. En estas condiciones, la política del peronismo frente al imperialismo norteamericano, que había combinado los alardes nacionalistas con el acuerdo de fondo y las concesiones con los regateos, no podía satisfacer hasta el fin las exigencias expansionistas de la nueva potencia imperial.
Correlativamente, a medida que el apogeo generado por la guerra y los primeros años de la posguerra se fue deteriorando, las clases dominantes locales solo reclamaban que los costos de la crisis los pagaran la clase obrera y los sectores populares. Hasta el sector de la burguesía industrial que inicialmente había sostenido la propuesta reformista burguesa, y en cuyo beneficio había buscado gobernar el peronismo, con lo que ascendió y se fusionó con el nuevo bloque en el poder, le retiró todo consenso, y el conjunto de la burguesía, pese a las concesiones con que el gobierno buscara aplacarla, comenzó a presionar para su derrocamiento. Abandonado por las fuerzas cuya representación investía, la caída del peronismo se hizo inevitable. Perón, representante de esa burguesía, fue consecuente con el proceso que encarnaba y, ante el golpe, se negó a recurrir a las masas y las frenó.
Capitalismo dependiente y monopolización
4.La crisis que sufrió el comercio exterior argentino en 1950 afectó una economía en la cual la industria se había convertido en el principal componente del producto bruto nacional. Hay que recordar, por otra parte, que el desenvolvimiento del capitalismo en la Argentina se operó a través de una alta concentración y centralización del capital en el agro, la industria, las finanzas y el comercio. Sobre estas bases, y ante la imposibilidad de continuar el proceso de acumulación mediante las exportaciones tradicionales, la única alternativa para las clases dominantes era buscar nuevas fuentes de acumulación internas y externas. Los mecanismos puestos en práctica ya durante los últimos años del peronismo, consistieron en promover la acumulación de capital sobre la base de tres fuentes principales: 1) el capital extranjero; 2) la reducción del gasto público; 3) la superexplotación de la clase obrera.
Los diferentes gobiernos oligárquicos burgueses que se sucedieron a partir de 1955 aplicaron estas medidas buscando, simultáneamente, combinar su realización con concesiones a los sectores burgueses no monopolistas, por un lado, tanteando el camino para aplacar al proletariado por otro. Con la dictadura militar nacida del golpe de 1966, en cambio, las clases dominantes han propuesto la plena realización de esas medidas.
El análisis de la economía argentina a partir de 1955 muestra con claridad este proceso, cuya esencia reside en acelerar el desarrollo capitalista dependiente a través de la monopolización, como una vía para ampliar el mercado interno a las clases dominantes. El proceso de concentración monopolista se lleva a cabo sobre la base de una mayor composición orgánica del capital, lo que aumenta la cuota de plusvalía y liquida a amplios sectores burgueses no monopolistas y pequeñobur-gueses.
En este curso, la intervención del capital extranjero fue y es decisiva. A partir de 1955 se busca estimular la inversión norteamericana y europea en la economía nacional, mediante una legislación que le asegura al capital extranjero los envíos de utilidades al exterior, créditos bancarios, garantías para inversiones, etc. Como ya se venía produciendo desde la década del 30, el capital imperialista orienta sus inversiones hacia las ramas industriales estratégicas y el capital comercial y financiero vinculado a ellas. Así, las principales inversiones extranjeras en la industria, a partir de 1955, se produjeron en la rama automotriz, en la química y la petroquímica, etc. Las inversiones extranjeras, en muchos casos, han operado asociadas al gran capital nacional, fortaleciendo de ese modo los lazos entre la gran burguesía argentina y los monopolios extranjeros. Aunque el porcentaje de las inversiones extranjeras frente al capital nacional parece reducido, el peso y el poder del capital imperialista en la economía argentina no derivan exclusivamente de su monto sino, primordialmente, de los rubros estratégicos en que está invertido (a los que hay que agregar los tradicionales frigoríficos yanquis e ingleses y otras ramas importantes de transformación de productos agropecuarios) y de la alta composición orgánica de capital en relación a la pequeña y mediana industria, numerosa todavía pero de escaso poder económico. Ahora bien, las inversiones extranjeras no han conducido a la formación de una infraestructura que posibilite un desarrollo capitalista autónomo. Por el contrario, el comportamiento del capital extranjero reside justamente en reforzar los mecanismos de dominación imperialista y, en correspondencia con ello, el destino principal de las inversiones son las ramas de artículos de consumo durables y no durables, cuidando de mantener la supremacía de las economías metropolitanas en el sector de medios de producción.
Por otro lado, gran parte de las inversiones extranjeras se han producido a través de la introducción de máquinas anticuadas, materias primas semielaboradas, hasta piezas enteras, como ocurrió con la industria automotriz. Es decir que solo una porción del capital extranjero invertido se ha corporizado en divisas. Esta tendencia se acrecentó bajo el gobierno actual.
Las inversiones extranjeras actúan como factor de descapitalización nacional en cuanto envían al exterior, en carácter de utilidades, una buena porción del valor creado por los trabajadores argentinos. Y si bien han promovido el avance del capitalismo en la Argentina en la última década, ello no dio lugar a un crecimiento global de la producción industrial, sino más bien a la reducción de costos, dada la acelerada concentración de capital.
El crecimiento de las fuerzas productivas generado por la política de concentración de capital ha permitido producir artículos industriales en gran escala. No obstante, este proceso se desenvuelve junto a mecanismos de restricción de la capacidad adquisitiva de las masas, lo cual comprime a la economía argentina en su conjunto y en particular a la propia industria. Las inversiones imperialistas también han logrado importantes avances en el comercio. La liquidación del IAPI (el organismo creado bajo el peronismo para regular el comercio de cereales) permitió el fortalecimiento de los monopolios en el comercio interno y externo. Se fortalecieron los tradicionales monopolios exportadores (especialmente Bunge y Born) y, aunque las exportaciones no abarcan hoy más que una quinta parte de la producción agropecuaria, el volumen del capital que manejan sigue siendo importante. Asimismo, la comercialización interna ha tendido a la monopolización.
El proceso de concentración y centralización monopolista en la industria ha empalmado con la existencia de un importante sector estatal en la industria, que en 1965 aportaba el 10% de la producción total y en el que se incluyen empresas de gran concentración de trabajadores. El desarrollo de este sector tiende a adecuarse a los intereses monopolistas: mientras las empresas estatales dedicadas a la producción de petróleo, energía eléctrica, etc., han continuado el proceso de inversión de capitales, ligados fundamentalmente al desarrollo de las empresas monopolistas, allí donde esas empresas entran en conflicto con el sector privado (por ejemplo, los talleres ferroviarios) se tiende a su liquidación. El desarrollo monopolista ha aumentado el proceso de concentración de obreros y empleados dependientes del sector privado y del sector estatal. A su vez, la modernización del aparato productivo que comporta el proceso de concentración monopolista exige, naturalmente, una mayor preparación técnica y profesional de los trabajadores. Este último aspecto es muy importante desde el punto de vista político, por el rol decisivo que suelen jugar en ese terreno los obreros ubicados en las empresas de mayor nivel tecnológico. El proceso ha actuado también sobre diversas categorías de profesionales y técnicos, al transformarlos en asalariados y vincularlos más directamente al proceso productivo.
El desarrollo del capitalismo dependiente por la vía de la concentración monopolista, controlado por el gran capital nacional y el capital financiero internacional, comporta como mecanismo básico de acumulación la superexplotación de la clase obrera y se desenvuelve provocando la pauperización y la liquidación de los sectores no monopolistas de la burguesía que no consiguen asociarse como miembros subalternos al bloque de clases dominantes. El proceso de concentración monopolista ha hecho descender notablemente la participación del sector trabajo en la renta nacional. Esta disminución se traduce particularmente en el progresivo deterioro del salario. Si en 1955 el sector trabajo recibió el 57,9% de la renta nacional, en 1965 esa participación se redujo a 46,3%, tendencia que se ha acentuado por efecto de la política económica y laboral de la actual dictadura. Dado que la economía argentina está cada vez más endeudada, que la conquista de nuevas áreas para el mercado interior es reducida, que es difícil lograr mercado externo para exportaciones no tradicionales (y si se logra será principalmente con productos de industrias de propiedad extranjera, fortaleciendo los mecanismos de dominación), resulta indudable que la tendencia al deterioro cada vez más agudo de las condiciones de existencia del proletariado no se modificará, a menos que luchas obreras muy profundas afecten seriamente la política de acumulación capitalista puesta en marcha. Aunque algunas capas restringidas de obreros, empleados y técnicos, ubicados en industrias de crecimiento coyuntural (por ejemplo, siderurgia, petroquímica), logren salarios diferenciales, el proceso de acumulación actualmente en curso no puede tolerar aumentos salariales significativos sin desencadenar serios desbarajustes en la economía capitalista dependiente.
Este contexto económico-social ha acelerado la descomposición del pequeño comercio. El deterioro de los salarios ha estrechado el mercado interno, una de cuyas manifestaciones es la disminución de las ventas. Tal situación afecta esencialmente al pequeño comercio que, junto a la reducción de las ventas, ve evaporarse su capital a través de impuestos, altos alquileres, aumento de los precios de las mercaderías, etc. En cambio, los grandes comercios y los supermercados, con fuertes capitales, están en condiciones de soportar los efectos de la crisis económica, con lo cual se acelera el proceso de concentración del capital comercial. En este sentido, un indicador es el auge de los supermercados producido en los últimos años, cuya difusión abarca no sólo los principales centros urbanos del Litoral, sino también Tucumán, Mendoza, Salta, Jujuy, Misiones, Río Negro y Santa Cruz. Estos emporios comerciales están controlados por grandes capitales nacionales o extranjeros (entre éstos se destacan los Minimax, del grupo Rockefeller), que a menudo operan en forma asociada.
También se ha acelerado el proceso de concentración del capital bancario. Liquidado en 1957 el régimen existente bajo el peronismo (nacionalización de los depósitos bancarios), el peso de los grandes bancos nacionales y extranjeros se volvió cada vez mayor en la economía nacional. El fortalecimiento del gran capital bancario recibió dos importantes medidas de la actual dictadura: la restricción al sistema de cooperativas y la ley de bancos.
La modalidad asumida por el desarrollo capitalista dependiente en la Argentina afecta en diferentes formas a los pequeños industriales, comerciantes, etc. Una de ellas es la liquidación directa, allí donde las pequeñas explotaciones compiten con las grandes empresas industriales (por ejemplo: en la fabricación de aparatos eléctricos, vestidos, etc.) o en el caso de los pequeños comerciantes de áreas donde crece la influencia de los comercios grandes y los supermercados. Otra forma es la subordinación de los pequeños industriales o comerciantes, a través del desarrollo de la industria subsidiaria, el agrupamiento de los pequeños comerciantes en supermercados bajo la supremacía de los grandes capitales comerciales, etc. El predominio del latifundo y las crecientes dificultades para la colocación de nuestras exportaciones tradicionales en el mercado mundial, signan el desarrollo del proceso de concentración monopolista en el campo. En efecto, el mercado mundial ha dejado de ser el principal factor de expansión agropecuaria y, desde los años 30, el grueso de la producción agropecuaria se ha ido volcando hacia el mercado interno. Simultáneamente, como el proceso de absorción interna de la producción agropecuaria tuvo lugar en el marco de un periodo de industrialización y crecimiento urbano, ello impulsó el desarrollo de áreas de cultivos industriales.
En las condiciones de predominio latifundista, el traslado de la producción agropecuaria hacia el mercado interno no ha determinado cambios significativos en cuanto al volumen de la producción de las carnes y cereales. En las economías regionales dedicadas a los cultivos industriales la producción ha aumentado, pero el desarrollo de esas áreas ha sido desigual, con avances notables pero limitados por la restricción de los mercados en algunas (fruticultura, vid) y crisis de superproducción en otras (azúcar).
Ante la necesidad de producir para el mercado interno, se ha acentuado en el campo argentino la exigencia de acelerar el proceso de modernización capitalista para disminuir los costos de producción (exigencia también vinculada a la mayor competencia en el mercado mundial). Consecuentemente, la mayor proporción de inversión de capitales en el agro se ha producido en las explotaciones más grandes y el proceso de desarrollo capitalista en el campo se desenvuelve provocando la desaparición de las pequeñas explotaciones.
Aunque ha aumentado en términos relativos el número de campesinos ricos, es decir burgueses rurales, el proceso de inversión de capital se produce en el marco de las condiciones caracterizadas por el predominio latifundista. Este rasgo es típico de la “vía prusiana original” de desarrollo capitalista, modalidad asumida por el proceso en el campo argentino desde fines del siglo pasado. En consecuencia, mientras la cúspide de la sociedad agraria no se ha modificado sustancialmente, sigue siendo significativo el número de obreros rurales. Estos están sometidos a un régimen de explotación brutal: a los salarios de hambre se agregan diversas formas de opresión personal. Ha aumentado también el número de semiproletarios, es decir de aquellos campesinos que para supervivir deben trabajar una parte del año fuera de sus pequeñas explotaciones. Este fenómeno se verifica en diversas zonas del país y en Tucumán adquiere formas masivas debido al proceso de proletarización del pequeño cañero. Estos campesinos buscan trabajo en las grandes explotaciones, en los servicios o en industrias y es frecuente que atraviesen largos periodos de desocupación. En la provincia de Buenos Aires miles de personas pertenecientes a esta capa solo trabajan pocos meses al año; en Tucumán la abundancia de mano de obra derivada de la descomposición del pequeño productor, empalma con la existencia de miles de obreros sin trabajo, lo que crea una masa de desocupados que no es absorbida sino en pequeña proporción por las obras públicas emprendidas bajo la actual dictadura.
En el campo argentino, donde predomina el modo de producción capitalista y la inmensa mayoría de los campesinos producen para el mercado, subsisten, sin embargo, sectores agrarios bajo relaciones de carácter precapitalista. Se trata de aquellos arrendatarios de economía familiar (es decir que no explotan, o lo hacen solo esporádicamente, mano de obra asalariada) que deben pagar al terrateniente, en carácter de renta, un monto en dinero o en especie tal que les absorbe parte de su propio trabajo. Estos campesinos componen una proporción digna de ser tenida en cuenta de nuestra población rural y entre ellos se encuentran miles de productores afectados por la Ley 17.253 aprobada bajo el gobierno de Onganía y que eliminó el régimen de congelamiento de los arrendamientos.
Esta forma de apropiación del plustrabajo campesino no es la única: hay otros mecanismos que oprimen al pequeño productor, sea o no propietario. En efecto, actúan sobre ellos los precios monopólicos que no compensan los costos de producción; la falta de créditos oficiales, lo que obliga a los productores a recurrir a los créditos de las empresas comercializadoras que, con frecuencia, en forma de adelantos, se convierten en hipotecas gravosas; los altos precios de los productos industriales, etc.
La explotación de los obreros rurales, los campesinos semiproletarios, los campesinos pobres y medios se opera sobre el fondo de la crisis crónica de las explotaciones tradicionales y la política económica de la actual dictadura, cuyo objetivo es provocar el traslado de ingresos del sector agropecuario a la industria y las finanzas. A través del sistema impositivo puesto en práctica se fortalecerán los terratenientes capitalistas más tecnificados y el campesinado rico, mientras se verán afectadas las capas más atrasadas tecnológicamente de los latifundistas. Pero sus principales víctimas serán los campesinos pobres y medios del área pampeana, que deberán soportar otra forma de apropiación del plustrabajo.
El proceso de desarrollo capitalista ha ahondado el crecimiento desigual de las regiones de nuestro país. En efecto, a pesar de la evolución industrial de algunas áreas del interior, como en el caso de Córdoba, se ha acentuado el peso del Litoral sobre el resto del país; en 1960 se estima que vive en esta área el 70% de la población total del país. En esta región se concentran las principales industrias de la Argentina, reunidas en unas pocas grandes ciudades (Buenos Aires y Gran Buenos Aires, Rosario, La Plata, etc.). Para 1960 se calcula que un 80% de los establecimientos industriales con el 81% de los obreros y el 85% de la producción estaban concentrados en la Capital Federal, Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Coexisten con esta monstruosa concentración manufacturera, islotes de producción industrial de diversas provincias del interior (Mendoza, San Juan, Tucumán, Salta, etc.), dedicadas a la transformación de la producción primaria local.
El proceso de desarrollo capitalista ha acelerado el proceso de urbanización: si en 1947 el 62% de la población vivía en ciudades de más de 2000 habitantes, en 1960 la proporción era del 67%. Al mismo tiempo, la población que vivía en ciudades de más de 100.000 habitantes pasó del 37% al 41% en el mismo periodo.
La contradicción fundamental y el camino argentino al socialismo
1.El desarrollo capitalista dependiente que caracteriza a nuestro país se realiza en beneficio exclusivo del capital imperialista, yanqui en particular, y la oligarquía burguesa terrateniente o gran burguesía, con sus diferentes fracciones: industrial, financiera, terrateniente y comercial. La dictadura militar surgida del golpe de junio de 1966 no tiene otro objetivo que acelerar el proceso de concentración y centralización monopolista y de consolidación del camino prusiano en el campo y crear las condiciones sociales y políticas para su realización. Ahora bien, este desarrollo monopolista dependiente no puede abrirse paso sino agudizando la deformación estructural del país, alentando el crecimiento de algunas zonas a expensas del estancamiento de otras, desaprovechando la inmensa riqueza potencial del país y aumentando la subordinación económica y política de la nación al imperialismo. Más aún, no puede abrirse paso sino a través de la superexplotación de la clase obrera y la pauperización de vastos sectores populares. Ante esa perspectiva, para los sectores obreros y populares no queda otra alternativa que el camino de la revolución y el socialismo, la liquidación de la explotación del hombre por el hombre y la edificación de una sociedad sin clases, la sociedad comunista.
Para la realización de esa tarea histórica, es necesario determinar, en la etapa actual, entre todas las contradicciones que genera el proceso de desarrollo monopolista cuál es la contradicción fundamental. Dicho en otros términos: ¿cuáles son, en la etapa actual, los contenidos sociales de la contradicción entre la plena expansión de las fuerzas productivas y las relaciones de producción existentes?
En la Argentina, el antagonismo fundamental contiene, por un lado, una alianza de fracciones de clase que incluye a los grandes terratenientes y la gran burguesía industrial, financiera y comercial bajo la hegemonía del gran capital industrial y financiero. Este bloque constituye una verdadera oligarquía, la oligarquía burguesa terrateniente que, en estrecha asociación con el capital imperialista, controla los resortes claves de nuestra economía, y tiene bajo su dominio el aparato del Estado. La alianza entre las clases dominantes no se mantiene sin contradicciones, pero ellas están subordinadas a la unidad fundamental de sus intereses comunes. Estos sectores constituyen el polo reaccionario de la contradicción fundamental y la revolución debe apuntar a su liquidación mediante su expropiación económica y la destrucción del Estado que las representa.
Por otro lado, están el proletariado urbano y rural, los semiproletarios de la ciudad y el campo, las capas medias urbanas y rurales. Ellos constituyen los sectores oprimidos por el sistema de explotación y de dominación existente y las fuerzas sociales del cambio revolucionario en la Argentina. El avanzado grado de desarrollo capitalista de nuestro país ha dado lugar, como vimos, a la formación de un proletariado moderno, numeroso y altamente concentrado, cuyo peso es decisivo en las relaciones de fuerzas sociales dentro de la sociedad nacional. Ello convierte al proletariado en la fuerza principal de la revolución en la Argentina. Pero la clase obrera no solo constituye el componente principal de las fuerzas de la revolución: ésta será posible a condición de que el proletariado tome en sus manos la conducción del proceso revolucionario y coloque bajo su hegemonía al resto de los sectores oprimidos. No hay otra alternativa revolucionaria: en nuestro país ha llegado la hora del proletariado.
2.El carácter dependiente de la sociedad argentina, es decir la presencia del imperialismo en el sistema de explotación y dominación característico de nuestro país, plantea el problema de la ”cuestión nacional” en la revolución argentina. Para resolver acertadamente dicho problema hay que definir correctamente el carácter de nuestra dependencia y las formas dominantes de la penetración imperialista.
La dominación imperialista no adopta en la Argentina la forma de opresión sobre toda la sociedad nacional, como en las colonias, sino que se ejerce con un doble carácter: opresión externa, ejercida principalmente a través del control monopólico del comercio exterior y mediante el cual se regula un intercambio desigual entre los productos de las metrópolis imperialistas y nuestras exportaciones; factor interno, a través de su inserción en las relaciones de producción dominantes en el país, es decir, las relaciones capitalistas de producción. En efecto, el capital imperialista es propietario directo o en asociación con el gran capital nacional de importantes sectores del aparato productivo, financiero y comercial del país y en consecuencia explota directamente al proletariado argentino. Mediante el mecanismo de la exportación de capitales, la economía nacional pasa a formar parte del proceso de reproducción ampliada del capital monopolista de las metrópolis.
La inserción del capital extranjero en la estructura económica del país (industrias, bancos, tierras, comercio, etc.) da lugar a un proceso complejo de asociación del imperialismo, yanqui especialmente, con las fracciones más poderosas de la burguesía industrial, financiera, comercial y rural. De allí que la “cuestión nacional” en nuestra revolución solo pueda resolverse mediante una profunda lucha de clases en el interior de la nación, y que la lucha antiimperialista pase por la lucha contra el capital monopolista en su conjunto, nacional y extranjero. Por lo tanto, no hay liberación nacional sin liberación social, y la dialéctica entre estos dos componentes de la revolución solo puede estar garantizada por la función hegemónica del proletariado en el proceso. Esto debe permitirnos aclarar otra cuestión: el proceso de concentración monopolista afecta también a numerosas empresas industriales, comerciales y financieras, pequeñas y medianas, urbanas y rurales. Paralelamente, se produce una subalternización de una parte de la burguesía nacional no ligada y la liquidación de otra parte. Como resultado de este proceso el peso de la burguesía nacional no ligada en la economía nacional es cada día menor. La resistencia de estas fracciones de la burguesía contra los efectos de la progresiva monopolización de la economía se expresa a través de tendencias políticas, ideológicas, etc., de contenido nacionalista-burgués. El proletariado no debe ilusionarse en que podrá marchar junto a estos sectores en un proceso de resolución radical de la contradicción fundamental. Al contrario, debe combatir su influencia en los sectores obreros y populares, buscando su neutralización política.
3.Dado el doble carácter, a la vez social y nacional, de la opresión ejercida por la alianza del imperialismo con el bloque local de clases dominantes sobre la clase obrera y el resto de los sectores oprimidos que componen las fuerzas de la revolución en la Argentina, ésta debe ser una revolución de liberación social y nacional. Su realización debe colocarse en las perspectiva del socialismo como su continuación necesaria y garantía de su desarrollo consecuente. Dicho de otra manera, el camino argentino al socialismo reconoce una primera fase cuyo contenido popular, agrario, antiimperialista y antimonopolista interesa al proletariado y a vastos sectores sociales de la ciudad y el campo. La fase socialista de-be suceder a la primera para consolidar sus conquistas e iniciar, bajo la dictadura del proletariado, la liquidación definitiva de toda explotación de clase. El pasaje de una fase a otra solo puede estar asegurado si la clase obrera asume, desde el comienzo, la hegemonía de la lucha revolucionaria.
4.Dijimos que la revolución en su primera fase, de liberación social y nacional, debe apuntar a la destrucción del sistema de dominación y explotación imperante en la Argentina, basado en la alianza del bloque burgués terrateniente con el imperialismo. Por la naturaleza de ese sistema de explotación y dominación y por el carácter de la penetración imperialista en nuestro país, el ciclo de la revolución en la Argentina adquiere, desde su primera fase importantes contenidos anticapitalistas. En efecto, atacar de raíz las bases económico-sociales del dominio de la oligarquía burguesa terrateniente y las bases locales de la penetración imperialista supone dislocar las bases del sector más importante de las relaciones de producción capitalista en el país, dado el carácter monopolista-dependiente que ha adoptado entre nosotros. Ello supone también crear las condiciones para el pasaje a la segunda fase, socialista, de la revolución.
Este desarrollo ininterrumpido de la revolución argentina, sin embargo no debe llevar a confundir o a disolver el carácter específico de cada una de sus fases, desde el punto de vista de las tareas, de las fuerzas sociales que deben luchar por su realización y del contenido social del poder que su triunfo debe generar.
5.La dominación burguesa terrateniente imperialista impulsa, como hemos visto, el proceso de concentración y centralización del capital en las distintas ramas de la economía nacional. Ello exaspera la contradicción entre los obreros y el capital monopolista. Pero exaspera también otras contradicciones, porque la dominación y la explotación monopolista se ejerce también contra otros sectores sociales, populares, no proletarios, urbanos y rurales. La clase obrera, la fuerza principal y la fuerza dirigente de la revolución en la Argentina, debe construir un sistema de alianzas con esos sectores, atraerlos al campo de la revolución y formar con ellos, bajo su hegemonía, el frente de liberación social y nacional. ¿Cuáles son esos sectores?
En el campo, el desarrollo capitalista por “vía prusiana” favorece a los terratenientes capitalistas (especialmente a los más tecnificados) y a determinadas capas de la burguesía rural, pero la explotación de los trabajadores no se reduce a la explotación de los obreros sino que afecta, simultáneamente, a miles de campesinos de economía familiar que producen para el mercado, propietarios y no propietarios. Más aún, el “camino prusiano” original del desarrollo capitalista en nuestro país hace crecer notablemente entre los campesinos a los semiproletarios. El proceso de concentración capitalista, que se abre paso a través de diversos mecanismos (Ley Raggio de arrendamientos rurales, fortalecimiento de los capitales comerciales, política crediticia oficial y privada, que favorece exclusivamente a los terratenientes y a ciertas capas de campesinos ricos) hace de esta gran masa de campesinos pobres y medios una reserva fundamental en la lucha contra la dominación burguesa terrateniente.
La política del proletariado hacia los campesinos pobres y medios debe tener un eje: la liquidación de las clases detentadoras de la gran propiedad territorial y las grandes empresas comercializadoras e industrializadoras. Las diversas formas de explotación del campesino pobre y medio -renta precapitalista en dinero o en especie, precios monopólicos para los productos agropecuarios, cupos de producción, créditos con altas tasas de interés- constituyen las bases objetivas de su antagonismo contra los terratenientes y los grandes capitalistas. Por lo tanto, la política del proletariado en el sector agrario no se agota en las reivindicaciones del obrero rural, que constituye el eje de su lucha contra los terratenientes y la burguesía rural.
El proletariado, atendiendo a las reivindicaciones democráticas del pequeño productor, apoya el derecho del campesino pobre y medio a producir individualmente. Esta reivindicación campesina se desprende del carácter de la contradicción fundamental y responde a una de las formas que dicha contradicción adopta en el campo. Pero, al mismo tiempo, debe atender al hecho de que el importante desarrollo del capitalismo por vía prusiana permite la formación de cooperativas y empresas estatales y, por eso, no reduce las tareas de la revolución a asegurar las reivindicaciones campesinas, sino que también levanta la consigna de la formación de cooperativas y empresas estatales allí donde grandes empresas capitalistas agrícolas exijan tal medida, basándose en la actividad revolucionaria de los obreros rurales y de los campesinos pobres. En consecuencia, el proletariado argentino, frente a la cuestión agraria, debe partir del importante grado de desarrollo capitalista por vía prusiana y, correlativamente, poner el centro de su esfuerzo político en el proletariado rural y los semiproletarios -especialmente en aquellas regiones donde se produce su pauperización masiva- porque el desarrollo pleno de las fuerzas productivas exige el paso de la hacienda capitalista a la hacienda estatal; simultáneamente debe reivindicar la entrega de tierra a los campesinos sin tierra o con poca tierra y la liquidación de los capitales comercializadores e industrializadores monopolistas. Esta política debe combinarse con el esfuerzo por neutralizar a la burguesía rural con el objeto de concentrar el ataque en los terratenientes.
Dado el papel hegemónico del proletariado en la revolución de liberación social y nacional, el Estado popular revolucionario que debe regirla no será espectador pasivo de la conformación masiva de campesinos medios que pueden constituir la base social del estancamiento o del retroceso de la revolución. Desde el primer momento de la revolución luchará para orientar a los campesinos hacia la cooperativización agrícola, sobre la base de la voluntariedad.
6.El proceso de concentración monopolista afecta también a las capas medias urbanas, vasto sector social cuyo peso en la estructura social del país es muy grande. En su composición entran tanto los miembros de la pequeña burguesía tradicional como el estrato de técnicos y funcionarios, acrecentado en los últimos años por el proceso de modernización capitalista del aparato productivo del país.
El proceso de concentración y centralización del capital se produce, como hemos visto, provocando no solo la superexplotación de la clase obrera sino también el deterioro de las condiciones de existencia del grueso de las capas medias urbanas. Solo un sector muy restringido de sus miembros puede lograr elevar su nivel de vida. El proceso de monopolización actúa de diversas maneras sobre esas capas: a) la concentración del capital industrial, comercial y financiero aumenta el número de asalariados no vinculados directamente a la producción. La imagen tradicional de ”clase media” que ostentaban estos grupos se ha ido perdiendo rápidamente en virtud del deterioro vertiginoso de su nivel de vida; b) el proceso de monopolización indica un crecimiento de la composición orgánica del capital de las grandes empresas industriales, elevando su capacidad tecnológica, lo que aumenta la demanda de cuadros técnicos para la producción. Un sector de estos técnicos trabaja como asalariados de mayor jerarquía que los obreros y empleados pero sus salarios son generalmente bajos; el proceso de concentración monopolista descompone aceleradamente al pequeño comercio, el artesanado, a la pequeña industria vinculada directamente al consumo. En la actualidad, estos efectos del desarrollo monopolista de la economía argentina sobre las capas medias urbanas se han agravado, acentuando la contradicción de sus intereses con los de las clases dominantes.
La clase obrera no puede permanecer indiferente ante este fenómeno. Debe intervenir políticamente sobre su curso para conquistar la alianza de estas capas en la lucha por la liberación social y nacional. Para ello debe distinguir entre las capas medias asalariadas y las capas medias propietarias de pequeños capitales. En cuanto a las primeras, debe combinar la defensa de sus reivindicaciones salariales con la lucha por ganarlas para el socialismo, única perspectiva para su liberación definitiva de la explotación capitalista. En cuanto a las segundas, sobre la base de la denuncia del carácter reaccionario del proceso de concentración monopolista en las condiciones de dominación imperialista burguesa terrateniente, debe reivindicar el derecho de estos sectores a producir en forma individual y garantizarles tal posibilidad en el marco de la revolución de liberación social y nacional. No ocultará, sin embargo, en ningún momento, que como clase revolucionaria luchará por ganar a esas capas para la cooperativización como mejor vía para su acceso a la socialización completa de la producción.
7.El bloque oligárquico burgués terrateniente ha organizado su dominio sobre el conjunto de la sociedad nacional no solo mediante un poderoso aparato estatal, cuyos organismos represivos (desde la policía a las Fuerzas Armadas) y cuyo vasto dispositivo institucional y jurídico tienen como objeto conservar las condiciones de explotación existentes: también ha montado un complejo aparato de dominación cultural. La función de este aparato es legitimar el dominio burgués terrateniente, disfrazar el papel del imperialismo en la vida económica y política nacional, lograr el consenso de los explotados acerca de las condiciones económicas, sociales y políticas de su explotación. Este es el papel de la cultura dominante y su organización corresponde a esa finalidad. Así como los principales medios de producción material están en manos del imperialismo y las clases dominantes locales, también bajo su control están los principales medios de producción cultural, desde la escuela a la televisión, desde el periodismo al cine.
Los funcionarios de este aparato son los intelectuales. Los intelectuales constituyen una categoría social que se define justamente por esta relación con las instituciones de la superestructura o, sobre todo, en virtud del desarrollo tecnológico, por el desempeño de ciertas tareas de dirección y organización en los procesos productivos. El desarrollo monopolista en nuestro país ha multiplicado el número de actividades técnicas de control y planificación, lo que ha provocado una cierta demanda de sociólogos, economistas, urbanistas, etc., profesiones todas que han cambiado la composición tradicional de las categorías intelectuales en la Argentina.También en correspondencia con las necesidades del gran capital, nacional y extranjero, han tomado gran incremento la publicidad y diversas “industrias de control ideológico”. Si a esto agregamos la psicología empleada como técnica de domesticación social, tendremos un cuadro del complejo mecanismo de que disponen las clases dominantes para conservar las condiciones de explotación existentes. Pero este complejo aparato cultural, aunque subordinado en última instancia a los intereses de las clases dominantes y organizado para ese fin, tiene una dinámica de autonomía relativa. Por otra parte, la lucha de clases que se desarrolla a nivel nacional e internacional no puede dejar de tener consecuencias en ese plano. Más en una coyuntura como la presente, en que la hegemonía política de las clases dominantes sobre las clases subalternas ha entrado en crisis y el proletariado ha comenzado a combatir con autonomía en el escenario de la lucha de clases. En efecto, numerosos intelectuales reaccionan contra las condiciones existentes, contra el uso social reaccionario de su saber o de sus producciones artísticas, contra la manipulación de la voluntad popular y la estafa permanente de sus intereses. Y, consecuentemente, se niegan a ser los “ingenieros” del conformismo y la pasividad política. La revolución social y los ideales de una sociedad en que se elimine la explotación de una clase por otra y en que la producción científica y artística no solo tenga como destinatario a las masas, sino que ellas mismas sean sus creadoras, fermentan la voluntad política radical de numerosos intelectuales.
A este proceso ideológico-político debe agregarse la circunstancia de que la relación de dependencia asalariada ha pasado a ser la condición material de existencia de la mayor parte de esta categoría social, circunstancia práctica que le hace percibir mejor su función de empleados de las clases dominantes. Esta realidad crea el espacio para una lucha política específica del proletariado con vistas a conquistar al mayor número posible de intelectuales para la revolución, deteriorar los mecanismos de consenso social de las clases dominantes y transformar a algunos intelectuales, en el curso de la lucha política e ideológica, en intelectuales de nuevo tipo, representantes del proletariado.
8.Los estudiantes constituyen también una fuerza social que en su mayoría tiende a incorporarse al campo de la revolución como aliada del proletariado. Esto no parece exigir demasiada demostración dado el papel combativo que ha jugado y juega el movimiento estudiantil en la lucha política nacional. Sin embargo conviene tener presente algunos principios generales así como los procesos concretos de la actualidad social y política del país para sostener una política revolucionaria y de masas frente a los estudiantes.
Los estudiantes constituyen una categoría social que se caracteriza por: a) una condición social transitoria relativamente secundaria respecto del proceso productivo; b) su actividad característica es la asimilación de los medios de producción cultural, es decir medios ideológicos, científicos y tecnológicos. Esta actividad hace a los medios estudiantiles particularmente receptivos a la crítica y la circulación ideológica, circunstancia que se articula con la condición que señalamos más arriba y con los efectos de la lucha de clases en los aparatos culturales que son los institutos de enseñanza; c) la concentración social y demográfica que hace de los estudiantes un conjunto cuya organización y movilización es relativamente rápida. Están concentrados en escuelas y facultades, a su vez reunidos en los conglomerados urbanos, donde es mayor la vida política y cultural del país; d) su juventud, y por lo tanto la búsqueda de una concepción global del mundo. Estos son rasgos generales y válidos para cualquier sociedad dividida en clases y caracterizada por la existencia de una marcada división del trabajo. Hay que precisar además qué particularidad presenta hoy la ”cuestión estudiantil” en nuestro país.
En nuestro país la mayor parte de la clientela universitaria proviene de las capas medias y solo en escala muy reducida del proletariado y semiproletariado urbano. El ingreso a la universidad ha estado siempre ligado en estos sectores a una búsqueda de promoción social y económica. Ahora bien, el proceso de concentración monopolista, sostenido por las clases dominantes, entraña dos aspectos, como vimos anteriormente: por un lado su desarrollo reclama mano de obra técnicamente calificada para cubrir las distintas necesidades del gran capital pero por otro, dado que no logra ni se propone lograr un crecimiento armónico del país y una expansión global de las fuerzas productivas, esa demanda es relativamente reducida. Esto genera una contradicción entre las necesidades objetivas del capitalismo dependiente y la presión social en demanda de mayores posibilidades educativas como medio de promoción económica ejercida por los hijos de los sectores más afectados por el proceso de concentración monopolista. Ante esta situación a las clases dominantes no les restaba más que dos posibilidades. O bien cedían a la presión dando lugar a la promoción de una numerosa mano de obra técnicamente calificada pero de reducidas posibilidades ocupacionales, es decir, social y económicamente descalficada, con perspectivas políticas peligrosas para las clases dominantes, sin descontar los gastos “improductivos” que acarrearía la ampliación de las instalaciones universitarias.
O bien reducían el ingreso estudiantil a las dimensiones verdaderamente necesarias para su sociedad, aumentando simultáneamente las exigencias académicas para la promoción. Este proyecto elitista y eficientista es el que pretendió llevar adelante la dictadura bajo el gobierno de Onganía. Su aplicación ayudó a provocar una radicalización masiva del movimiento estudiantil, cuya movilización dio por tierra, una tras otra, las diferentes tácticas, dialoguistas o represivas, intentadas por la dictadura. (Debe tenerse en cuenta que simultáneamente opera otro proceso: la creciente necesidad de obtener trabajo para una masa importante del estudiantado, que en este caso combina las contradicciones específicas con las que derivan de su condición de asalariado).
A esta contradicción estructural entre las exigencias del capitalismo dependiente y la masa estudiantil debe añadirse el deterioro general del aparato hegemónico de las clases dominantes sobre el conjunto de la sociedad y, en particular, sobre el proletariado. El desarrollo de una conciencia socialista en la clase obrera se combina con la dificultad, casi con la incapacidad, de los diferentes sectores de la burguesía para enrolar al movimiento estudiantil en alguna variante “opositora” a la dictadura.
9.En síntesis: la revolución de liberación social y nacional, primera fase del ciclo de la revolución socialista en la Argentina, es, por su contenido de clase, una revolución de la clase obrera y capas no proletarias de la ciudad y el campo contra el sistema de dominación basado en la alianza del bloque burgués terrateniente con el capital imperialista. Esta revolución, por sus tareas, unifica diversas contradicciones de clase bajo la hegemonía del proletariado. Este, colocado en el centro de la contradicción fundamental, desenvuelve las contradicciones de clase en el sentido de una revolución popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista, en marcha ininterrumpida al socialismo.
La vía de la revolución de liberación social y nacional
1.El problema del poder es el problema decisivo para la revolución. Solo mediante la conquista del poder, la destrucción del aparato estatal de las clases dominantes y la creación de un Estado de nuevo tipo, popular-revolucionario, podrán el proletariado y sus aliados llevar a cabo las tareas de la revolución, destruir las bases del dominio burgués terrateniente y el imperialismo e iniciar la construcción del proceso cuyo corolario consecuente es el socialismo y el comunismo. En la Argentina no hay cambio revolucionario sino a través de la participación protagónica del proletariado y las masas populares por medio de la vía armada. Este principio no solo está avalado por la experiencia revolucionaria mundial sino también por el conocimiento del desarrollo concreto de la lucha de clases en el país. En efecto, al criterio general de que las clases dominantes no abandonan “pacíficamente” ni sus privilegios ni el poder que les permite conservarlos, se agrega el hecho de que las clases dominantes de nuestro país y el imperialismo están dispuestos desde hace mucho tiempo a defender su dominación por medio de la violencia. Si el sistema jurídico-estatal y las fuerzas represivas del Estado burgués terrateniente han tenido siempre como finalidad esencial la conservación de las condiciones de dominación de las clases explotadoras, desde hace ya varios años, sobre todo a partir de la Revolución Cubana y el ascenso de las luchas populares en América Latina, se organizan y se preparan expresamente para combatir la lucha revolucionaria del pueblo. No solo para el proletariado y sus aliados, sino también para el imperialismo y las clases dominantes de la Argentina la revolución esel problema actual.
Dados los rasgos estructurales de nuestra sociedad y el carácter de la revolución argentina, la vía para la conquista del poder adoptará la forma de la insurrección armada popular dirigida por la clase obrera y cuyo escenario principal serán los grandes centros urbanos del país. Esta tesis política se apoya en las características de la sociedad nacional:
– Peso decisivo en las relaciones de fuerzas sociales y alto grado de concentración del proletariado industrial que constituye no solo la fuerza dirigente sino también la fuerza, el contingente principal del bloque revolucionario;
– Gran concentración de las capas medias urbanas, aliado importante del proletariado en la presente fase de la revolución;
– Distribución demográfica de la población eminentemente urbana, concentrada además en pocos pero numerosos conglomerados urbanos;
– Existencia y desarrollo de industrias básicas y de guerra o fácilmente transformables en industrias de guerra en los principales núcleos urbanos (donde se aglutina además el grueso del proletariado industrial)
– Presencia en esas concentraciones urbanas de las llamadas “villas de emergencia” cuyos habitantes pertenecen a capas más oprimidas del proletariado y a diversas categorías sociales, cuya participación en la lucha se caracteriza por su alta combatividad, como se vio en los estallidos populares de mayor envergadura.
Todas estas características hacen que las grandes concentraciones urbanas no solo sean los nudos político-militares de nuestro país sino que el levantamiento armado revolucionario tenga allí su centro, ellos constituyan los puntos fundamentales de reclutamiento del ejército revolucionario y sus principales bases logísticas.
Junto a las razones de tipo estructural hay que atender las que se refieren a la experiencia histórica y política de las masas, a las modalidades de la lucha de clases en la Argentina, sus puntos neurálgicos, etc. Y todas ellas muestran a las ciudades como el escenario de los grandes combates políticos, obreros y populares, donde el proletariado ha acumulado el mayor grado de experiencia política y organizativa y donde más lejos ha ido en el cuestionamiento del orden capitalista dependiente. Las luchas de la clase obrera y el pueblo cordobeses desde 1969 en adelante confirman rotundamente la forma insurreccional de la salida político-militar de la revolución de liberación social y nacional en la Argentina. Más aún, las revueltas de masas que recibieron el nombre de Cordobazos insinuaron el boceto de la insurrección popular con hegemonía proletaria en las condiciones de la sociedad nacional.
2.La construcción de esta vanguardia en la Argentina entraña una compleja labor teórica y práctica, política y organizativa cuyo eje es el proletariado. Esta labor tiene como objetivo básico ganar para el comunismo al conjunto del proletariado o, cuanto menos, a sus sectores más avanzados. En las condiciones de nuestra sociedad este objetivo no constituye una manifestación de principismo abstracto, sino la condición indispensable para que el proletariado ejercite su papel de caudillo real de las fuerzas populares, lo cual, ya lo hemos visto, constituye la garantía para una solución revolucionaria de la contradicción fundamental de nuestra sociedad.
Ahora bien, la lucha por fusionar el comunismo científico con el movimiento obrero no tiene el carácter de una divulgación doctrinaria de “los principios”: el proletariado no va a cambiar su actitud frente a las clases dominantes y el poder que las representa por efecto de las exhortaciones, por violentos y espectaculares que sean los medios para difundirlas. La realización de ese objetivo supone la combinación de la agitación y la propaganda con impulsar a niveles superiores las formas organizativas revolucionarias que el movimiento obrero va creando en la lucha de clases. La labor de la vanguardia solo será efectiva en la medida en que por medio de la lucha ideológica y política consiga promover las formas de una nueva práctica política, clasista y revolucionaria.
Un partido marxista-leninista no debe olvidar que en la destrucción del Estado de las clases explotadoras está obligado a dominar las leyes que combinan lo político con lo militar. Durante una etapa de la lucha ésta será predominantemente política. Pero llega un momento en que su curso se decide mediante las armas, es la etapa en que domina el aspecto militar. Retrasar o acelerar indebidamente las consignas con respecto al pasaje de una a otra etapa significa perder las posibilidades de golpear con éxito al enemigo y llevar al triunfo la insurrección.
En el marco de este proceso la vanguardia política de la clase, que se constituirá efectivamente como tal en ese proceso, arraigándose en las masas e incorporando a sus elementos más combativos, impulsará consecuentemente la preparación del Partido, de las agrupaciones sindicales clasistas, de los sectores más combativos del proletariado, en el terreno militar concreto.
Vale decir que el Partido irá ayudando a las masas para que se forjen las futuras milicias obrero-populares, milicias que cristalizarán en los momentos de auge revolucionario. A su vez, el Partido debe operar política y organizativamente para que en los estallidos populares se puedan desarrollar acciones de masas contra los organismos represivos, así como acciones destinadas a atacar mecanismos de poder. Todo lo cual exige no solo nuevas iniciativas sino, principalmente, que la vanguardia se apropie, sistematice y generalice las experiencias de lucha obtenidas en los diversos combates librados por el proletariado y las fuerzas populares. Esto es fundamental porque los planes de instrucción tienen que estar íntimamente ligados a la experiencia práctica de las masas. Cada nuevo combate muestra nuevos métodos y armamentos represivos por parte de la reacción, lo cual genera nuevos recursos de violencia popular y nuevas formas de organización revolucionaria de las masas.
Al mismo tiempo que desarrolla esta labor central en el seno del proletariado, el Partido debe impulsar la movilización revolucionaria de las capas y clases aliadas de la clase obrera y desarrollar en ellas poderosas tendencias revolucionarias. Allí también el Partido debe reclutar entre los mejores combatientes a aquellos que se dispongan a abrazar los intereses del proletariado. Las iniciativas políticas del Partido en ese plano deben estar dirigidas a crear las condiciones para la formación del frente de liberación social y nacional, mediante un sistema de alianzas con eje insurreccional.
Las últimas luchas obreras y populares libradas en nuestro país han mostrado la importancia de las capas medias e intermedias urbanas y, en especial del estudiantado, tanto universitario como secundario, en su desarrollo. La participación combativa de los estudiantes, así como la activa colaboración de amplios sectores de las capas medias urbanas, les dieron a esas luchas una dimensión social vastísima. Este hecho tuvo tal envergadura que alarmó a las clases dominantes y la nueva táctica política de la dictadura no es ajena a ese fenómeno. El Partido, junto a las iniciativas de alianza política debe promover la preparación militar y la formación de milicias en estos sectores que confluirán en la insurrección.
Además, el eje fundamental -insurreccional- deberá ser complementado por las luchas guerrilleras rurales en aquellos lugares en que la estructura socioeconómica lo indique como necesario. Determinar estos tipos de labor y las perspectivas correspondientes es una tarea ardua que exige la valoración adecuada de las situaciones, la experiencia y las posibilidades generales y de cada lugar.
El triunfo de la insurrección exige una activa labor revolucionaria en las zonas rurales. El eje de ese trabajo es el proletariado rural que debe conquistar la alianza del campesino pobre y medio y, mediante la presión de ese bloque, neutralizar a la burguesía agraria durante la guerra revolucionaria. El blanco principal de la revolución en el campo en la presente fase, son los terratenientes y su objetivo es la expropiación de los latifundios. En cuanto a los campesinos ricos, se tenderá a neutralizarlos. Esto dependerá, en última instancia, de su comportamiento ante la revolución. La participación del campesinado pobre y medio en el campo de la revolución es necesaria: económicamente por la importancia de la producción agraria para el sostenimiento de la lucha; militarmente por el papel que deban jugar en el ejército revolucionario dentro de las zonas revolucionarias y por la guerra de guerrillas que pueden librar, junto al proletariado rural. Si el proletariado no lleva a cabo una intensa labor política en las zonas rurales, las clases dominantes pueden usar al campesinado como fuerza de maniobra contrarrevolucionaria, poniendo en peligro el triunfo de la revolución.
Además, la labor en las zonas rurales contribuirá a una mejor preparación para una posible fase de guerra contrarrevolucionaria, apoyada desde el exterior, que intentará reprimir a la insurrección triunfante.
Las FF.AA. son una institución clasista, integrada por cuadros educados por las clases dominantes y el imperialismo. Constituyen la parte más importante del aparato represivo que la oligarquía burguesa terrateniente necesita para perpetuarse en el poder. Sus cuadros de dirección se encuentran perfectamente consustanciados con la política de la burguesía y el imperialismo, orientando su accionar en contra de la lucha popular y revolucionaria. A ese fin han sufrido y sufren sucesivas reestructuraciones, basadas en la teoría del frente interno, es decir, que el enemigo no se encuentra en el exterior, sino que se trata de un enemigo ideológico y de clase, que no es otro que la vanguardia marxista leninista, que trata de dirigir al proletariado en su combate, y el propio proletariado y el pueblo. Con tal motivo se han creado unidades con conocimientos especializados y mayor movilidad de operación. Asimismo, conjuntamente con otros ejércitos latinoamericanos, han elaborado una estrategia y una táctica general para reprimir la lucha revolucionaria en todo el continente. Es así que, en situaciones como las del Cordobazo, las FF.AA. se tensan al máximo y ponen en práctica operativos previamente estudiados, ocurriendo otro tanto en huelgas y en general en todas aquellas circunstancias en las cuales la lucha obrera y popular puede desbordar a los organismos menores de represión (policía, etc.). Prueba de lo segundo es la colaboración que prestó el Ejército argentino a Barrientos, consistente en armas, municiones, medicamentos y asesoramiento durante la lucha antiguerrillera contra el Che.
Al respecto Lenin decía:
“En todas partes y en todos los países el ejército regular sirve no tanto contra el enemigo exterior como contra el enemigo interior; en todas partes el ejército regular se ha convertido en instrumento de la reacción, en sirviente del capital en su lucha contra el trabajo, en verdugo de la libertad popular. No nos detengamos en nuestra gran revolución libertadora solamente en las reivindicaciones parciales. Arranquemos el mal de raíz. Liquidemos totalmente el ejército regular. Que el ejército se funda con el pueblo armado, que los soldados lleven al pueblo sus conocimientos militares, que desaparezcan los cuarteles y dejen su lugar a una escuela militar libre”.110
Es por ello que toda línea revolucionaria debe plantearse la liquidación de las FF.AA. y su reemplazo por el Ejército Revolucionario del Pueblo, el que va integrado por las milicias obreras y populares y los elementos que sean rescatados del viejo Ejército. Esto es, que el órgano de la insurrección son las milicias obreras y populares, las que se forman en una situación política favorable y las que se integran también con parte de las FF.AA. Para que esto ocurra es necesario: 1º) un trabajo político revolucionario en las FF.AA. previo a la insurrección, tendiente a propagandizar las ideas de la revolución y el socialismo, al tiempo que trata de construir organismos de Partido dentro de las mismas; 2º) la agudización de las contradicciones internas en las Fuerzas Armadas; 3º) el enfrentamiento físico con las FF.AA. en la lucha insurreccional, mediante el cual el Partido, al frente de la clase obrera y el pueblo, neutraliza, resquebraja y gana para la revolución a sectores de las mismas. Hay que comprender y tener claro que, como lo decía Lenin:
“Es evidente que si la revolución no gana a las masas y al ejército mismo, no puede hablarse de una lucha seria. Es evidente la necesidad de un trabajo en el ejército. Pero no podemos figurarnos este cambio de frente en las tropas como un acto simple, único, resultante del convencimiento de una de las partes y del grado de conciencia de la otra”.111
Es decir que ambas variantes, trabajo político e ideológico y enfrentamiento armado, se complementan durante todo el periodo de lucha insurreccional.
En la actual etapa del trabajo revolucionario en nuestro país -etapa que, como definimos antes del Primer Congreso, es una etapa de lucha política en la que la lucha de clases no se realiza a través de la lucha armada como forma fundamental-, el trabajo político e ideológico en y con las FF.AA. exige del Partido un permanente trabajo hacia las mismas, impulsar la confraternización con la masa de soldados, suboficialidad y oficialidad subalterna en cuanta ocasión haya para ello, y combinar la confraternización y el llamado a esos sectores de las FF.AA. para no reprimir al pueblo, con la utilización de formas de violencia en los choques callejeros -con las FF.AA. utilizadas para la represión- teniendo siempre presente que la forma principal de acumulación revolucionaria del momento actual es política.
Nuestro trabajo en las FF.AA. apunta centralmente a la organización revolucionaria de los soldados, pero simultáneamente es preciso organizar el trabajo hacia los cuadros estables del Ejército, la Aeronáutica y la Marina, fundamentalmente la suboficialidad y la oficialidad subalterna.
3.En la realización de la estrategia correspondiente al carácter de nuestra revolución y a su forma fundamental de resolución político-militar, la vanguardia del proletariado debe evitar y combatir dos errores opuestos pero complementarios en sus consecuencias: retrasar la revolución.
En efecto, algunas concepciones, sobre la base del principio de que no hay revolución sin las masas, de que la constitución de un proletariado políticamente autónomo constituye la condición para que ejerza su función dirigente en el seno del bloque revolucionario y de que ésta representa una tarea prioritaria hoy, combaten el planteo de los problemas insurreccionales de la revolución; de las cuestiones organizativas y técnicas específicas que esos problemas suscitan. No proponen ante las masas la necesidad de prepararse, organizarse y adiestrarse para las formas que la lucha asume día a día. No solo no propagandizan la necesidad de la insurrección sino que rechazan o condenan los desarrollos espontáneos de la violencia popular. Esta concepción, para la cual las cuestiones militares son siempre “prematuras”, no es más que una variante del reformismo, aunque hable en sus documentos teóricos del día de la insurrección.
Otras concepciones, sobre la base del principio de que no hay revolución sin lucha armada y de que ello constituye un problema actual, consideran que la tarea de hoy es la organización de los aparatos militares cuya labor esté dirigida a la realización de la propaganda armada de la necesidad de la revolución y las formas violentas de su camino, el deterioro del aparato represivo de las clases dominantes y conformar las bases, los embriones del ejército revolucionario. Esta concepción conduce a construir la vanguardia revolucionaria, o su brazo armado, al margen de las masas y sus luchas, a que la violencia revolucionaria no se instale en el interior de la lucha de clases sino que aparezca, ante las masas ,como patrimonio de grupos especiales. La consecuencia inevitable de esta concepción es que la clase obrera y sus aliados, desguarnecidos de toda dirección revolucionaria, permanezca bajo la tutela ideológica, política y organizativa del reformismo y el pacifismo. En otras palabras, violencia de minorías y pacifismo de masas. Planteada en estos términos la lucha contra las clases dominantes y el imperialismo, éstos siempre conseguirán aislar, por más simpatía que conquisten algunas de sus acciones, a los grupos armados, y, más tarde o más temprano, derrotarlos. En la lucha revolucionaria, la eficiencia “técnica” nunca podrá ocupar el lugar político de las masas y éstas no se apropiarán de las formas más elevadas de la lucha de clases sino bajo la conducción de su partido de vanguardia.
4.La insurrección armada es la forma superior de lucha del proletariado. Es una forma particular de lucha armada y como tal es un arte cuyas reglas fundamentales deben ser dominadas por el partido de vanguardia de la clase obrera para que la insurrección pueda triunfar. Esas reglas son políticas y militares, y exigen su dominio por el conjunto de los afiliados del Partido que será el dirigente de esa revolución. Caso contrario, aunque existan condiciones favorables, la insurrección o es imposible o será derrotada.
Sobre algunos problemas políticos
1.El problema del poder constituye el problema decisivo de la revolución y su resolución correcta requerirá la realización de un complejo trabajo político y organizativo. Este trabajo, además, tiene un aspecto central: la fusión del comunismo científico con el movimiento obrero. El desarrollo de esta tarea plantea, a su vez, la necesidad de una organización, el partido del proletariado, armado de la teoría marxista-leninista. En efecto, la experiencia nacional e internacional demuestra que la clase obrera no adquiere espontáneamente la ideología correspondiente a su condición de clase, que si bien lucha espontáneamente contra la opresión a que lo somete el capital, buscando mejorar sus condiciones de existencia, no arriba naturalmente a la comprensión de los fundamentos económico-sociales de la explotación, del carácter de clase del Estado y a la comprensión de la necesidad de atacarlos de raíz para terminar con su condición de explotado y comenzar, bajo su conducción, la destrucción definitiva de toda explotación social. La ideología de las clases dominantes actúa sobre el proletariado asimilando sus protestas y luchas espontáneas y transformándolas en corrientes reformistas cuyas formas son muy diversas pero cuyo contenido esencial es el mismo: no ponen en cuestión los fundamentos de la dominación económica y política de las clases dominantes. Permiten, por lo tanto, la supervivencia de la explotación aunque alivien circunstancialmente, y por efecto de la lucha de las masas, sus condiciones.
Este proceso espontáneo solo puede ser modificado por la acción de un partido obrero revolucionario, el partido marxista-leninista. En nuestro país, la presencia de un partido marxista-leninista tiene su origen en una necesidad revolucionaria.
2.La clase obrera argentina tiene una larga y combativa tradición. A través de su historia ha emprendido grandes batallas contra sus explotadores recurriendo a las formas más diversas de lucha, desde la huelga a la manifestación, desde la toma de fábricas al enfrentamiento violento con las fuerzas represivas del sistema. Esas luchas, sin embargo, no dieron nunca lugar a una salida política popular y revolucionaria. Todo ello porque la conducción del movimiento obrero estuvo siempre, en su conjunto, en manos de direcciones reformistas, cuando no directamente conciliadoras y pro-patronales. A menudo, esa misma agitación ha sido empleada por las direcciones reformistas como factor de presión para asegurar el triunfo de algún sector de las clases dominantes sobre las otras.
Ahora bien, el reformismo en sus distintas variantes ha entrado en un periodo de crisis. La movilización obrera provocada por el desarrollo de la concentración y centralización monopolista y la política represiva aplicada en todos los planos por la dictadura militar surgida en 1966 vuelve cada vez más difícil las maniobras de la jerarquía sindical y la obliga a desenmascarar su verdadero papel: agente de la burguesía en el movimiento obrero.
El proletariado cordobés, avanzada de este proceso, ha comenzado a recorrer un camino nuevo, bajo banderas propias y, después de mucho tiempo, las consignas socialistas han vuelto a ser empuñadas por los sectores más conscientes del sindicalismo. No obstante, libradas a su evolución espontánea, estas luchas no provocarán un cambio radical, revolucionario, de la situación. Para su maduración se hace necesaria la intervención de una vanguardia revolucionaria que introduzca la perspectiva del poder y lleve adelante las tareas políticas, organizativas y militares que conduzcan a su conquista. La ideología socialista, que ha comenzado a ser un componente de las luchas obreras en nuestro país, debe transformarse en patrimonio de la clase en su conjunto o, por lo menos, de la mayoría de sus destacamentos más avanzados. Y en esta tarea el Partido es irremplazable. El PCR ha nacido con esos objetivos, en el marco de esa necesidad histórica, y la experiencia de sus primeros años de existencia demuestra la justeza esencial de su línea política y táctica.
No es ésta, sin embargo, la primera vez que se intenta construir un partido obrero en nuestro país. Dos grandes experiencias tuvieron lugar en este sentido, la del Partido Socialista y la del PC. Ambas fracasaron, y conviene referirse brevemente a ellas porque esos fracasos no pasaron sin consecuencias en el movimiento obrero. El PS, formado a fines del siglo pasado, aunque contribuyó al desarrollo de las primeras organizaciones de clase del proletariado, no logró transformarse en el instrumento que éste necesitaba para su organización política independiente y convertirse de ese modo en el eje de una nueva política nacional, radicalmente distinta de aquellas que garantizaban el predominio de la oligarquía. El peso que los teóricos más derechistas de la II Internacional Socialista tuvieron en su desarrollo determinó una doble consecuencia: rápida evolución hacia el socialismo reformista, cuya perspectiva era la marcha “gradual” de la sociedad hacia el socialismo, y desconocimiento casi total del imperialismo y de la dependencia como problemas claves de la formación económico-social de la Argentina. El origen inmigratorio de las primeras organizaciones obreras, tanto en su base como en su dirección, aunque aportó una experiencia riquísima de lucha, afectó la posibilidad de un planteo correcto de la “cuestión nacional”, problema importantísimo para una solución justa de las tareas políticas del proletariado en la Argentina. La expansión del radicalismo, cuyos componentes populistas atrajeron a grandes masas populares, no solo confinó la influencia del PS a unas pocas áreas urbanas sino también acentuó sus componentes liberales y reformistas. Desde entonces, el viraje derechista de los socialistas no ha cesado y en la actualidad el PS es un aliado menor de la política burguesa argentina.
El PC surgió bajo los auspicios de la gran Revolución de Octubre, la Revolución Rusa de 1917. En su creación se expresó la voluntad de los sectores más avanzados de la clase obrera y del PS por reencontrar el camino de la revolución, transformando las formas y los objetivos de la lucha mediante la profunda renovación teórica e ideológica que representaba el leninismo, cuya realización histórica no solo conmovía al mundo capitalista, sino que quebraba el reformismo de la II Internacional. La dirección del PC nunca aprehendió la esencia revolucionaria del marxismo-leninismo. Luego de un largo periodo de tanteo, en que el PC, junto a la reivindicación de los principios de la lucha de clases, de la conquista del poder a través de métodos revolucionarios y la denuncia del papel reaccionario del reformismo socialista, repite casi mecánicamente las tesis generales de la III Internacional, la organización y su línea política comienza a arraigar en las condiciones concretas de la lucha política en la Argentina. Este período comienza en la década del 30 y, más precisamente, en la coyuntura 35/36, en que logra organizar grandes luchas obreras y bajo su influencia se estructuran fuertes sindicatos como el de la construcción, la carne, etc. Sin embargo, la prueba decisiva para el PC, se presenta en los años 41/45, los años en que se gesta el experimento reformista burgués y en que el crecimiento del proletariado lo ha convertido en una fuerza social decisiva en el conjunto de la sociedad nacional, creando las condiciones objetivas para su transformación en el eje de un proceso que cambie radicalmente el régimen existente. El PC no fue capaz de cumplir con su misión. Frente a las maniobras que Perón realizaba desde la Secretaría de Trabajo, y en los distintos frentes, político, económico y sindical, el PC, como resultado de viejas desviaciones, solo fue capaz de oponer la táctica de un frente ”democrático” que, en nombre de la lucha contra el “fascismo” encaramado en el poder -así caracterizaba el PC al peronismo-, entrañaba una alianza con viejos enemigos de la clase obrera y el pueblo. Está claro que la lucha mundial antifascista era el eje definitorio concreto de la política mundial. Pero ello no resolvía todos los problemas. Las consignas antiimperialistas y antioligárquicas que ocasionalmente agitó en sus programas eran meras fórmulas pues, simultáneamente, se convocaba a sus representantes a unirse contra el “fascismo”. La Unión Democrática que fue la culminación orgánica de esa política, no significó solo una derrota electoral sino que invalidó, definitivamente, al PC para cumplir con la misión histórica para la que había sido fundado. Diversas fueron las causas de esta línea groseramente oportunista. En primer lugar, el surgimiento de una corriente derechista en el seno de la Internacional Comunista cuyo ideólogo era Browder, secretario del PC norteamericano. La “traducción” latinoamericana de esa corriente estuvo a cargo de Victorio Codovilla, el dirigente máximo del PC argentino, y su contenido mistificaba el papel del capital extranjero de los países capitalistas “democráticos” (EE.UU., Inglaterra, etc.) a cuyas inversiones les atribuía una función benéfica para el desarrollo de los países latinoamericanos. En otras palabras, predicaba la colaboración entre los países explotadores y los países explotados, unidos, en la lucha por la democracia. Sin embargo, el desarrollo de estas “novedades” teóricas y políticas no habría sido posible sin la evolución que sufrió paulatinamente la Internacional Comunista bajo la conducción de Stalin.
La Internacional Comunista, de destacamento del proletariado mundial, se convirtió, poco a poco, para la mayoría de los partidos comunistas, en una pieza de la política exterior del Estado soviético, cada vez más dominada, a su vez, por los intereses “nacionales”. La solidaridad con la URSS, que formaba, indudablemente, parte indisoluble de la lucha por la revolución en el mundo, se desarrolló de una manera deformada en gran parte de los partidos comunistas, y en esa obra el PC argentino tuvo pocos rivales. Así, si los Estados Unidos e Inglaterra eran aliados de la URSS en la guerra contra el nazi-fascismo, no era conveniente atacarlos en la Argentina, aunque explotaran a su pueblo; si la táctica recomendada por la misma Internacional para los países coloniales y dependientes era el Frente Unido Antiimperialista, acá había que aplicar la del frente democrático antifascista, porque de ese modo se ayudaba a derrotar mejor a los enemigos de la URSS, sin plantear que en la Argentina la lucha contra el fascismo pasaba por la lucha contra el imperialismo y la oligarquía.
Todas estas claudicaciones fueron utilizadas por el peronismo para desprestigiar no solo al Partido Comunista frente a las masas sino también para desprestigiar los ideales del socialismo, del marxismo y de la revolución. Para evitarlo hubiera sido necesaria una política totalmente diferente, que planteara a la clase obrera y el pueblo una alternativa nueva, distinta de aquellas que controlaban y proponían los diferentes sectores de las clases dominantes. Al margen de su éxito inmediato, ello hubiera permitido a la larga anudar relaciones cada vez más estrechas con la clase, evitando la prolongada marginación de la izquierda en la Argentina.
Estas experiencias hay que tenerlas en cuenta por el uso político reaccionario que de ellas han hecho y hacen los ideólogos de la burguesía. En especial, por la poderosa influencia del reformismo, esta vez nacionalista populista, en el movimiento obrero argentino.
3.El peso del peronismo en la vida política nacional es notorio. Ya hemos hablado de las condiciones históricas que le dieron origen y del papel que en su perpetuación como ideología dominante del proletariado argentino tuvo el viraje oportunista del PC. Ahora bien, el peso del peronismo en el juego de la política burguesa deriva del proletariado, que forma su base social principal. Esto no significa que el peronismo sea un partido policlasista, como se afirma a menudo, porque el contenido de clase de un partido o movimiento no se determina por su composición social sino por la clase que detenta su dirección. Y en toda la historia del peronismo ella estuvo siempre en manos de la burguesía. Esta relación entre base obrera y dirección burguesa no se mantuvo sin contradicciones, es cierto, y, periódicamente, surgieron y surgen en el seno del peronismo tentativas de cuestionar tal situación. Todas se caracterizaron y aún se caracterizan, sin embargo, por respetar los marcos impuestos por la burguesía, terminando por ser controladas por ella, convertidas en alas izquierdas del movimiento pero incapaces de alterar la hegemonía global de la burguesía.
Aquellos que quisieron ir más lejos fueron marginados. Estas tentativas no deben confundirse con las periódicas maniobras de reacomodo que la dirección política y sindical del peronismo realiza para absorber las presiones desde abajo y conservar el control de la conducción. Estas maniobras no se explican por el oportunismo personal de tal o cual dirigente o, menos aún, por el gusto que Perón tenga en las tácticas duales. Solo derivan de la misma naturaleza social y política del peronismo, y sus contradicciones no se resolverán por sí solas y no cambiarán el contenido de clase del peronismo. Para ello es necesario la aparición de una alternativa proletaria que solo puede ser proporcionada por el partido político de la clase. En la construcción de esa alternativa deberá desarrollar una aguda lucha ideológica contra la influencia del reformismo (nacionalismo populista) burgués en el seno del movimiento obrero. Esta labor deberá desenvolverse en el interior del proceso de las luchas obreras y populares, estimulándolas y promoviendo las formas organizativas más adecuadas para su triunfo. El oportunismo frente a la ideología peronista no tiene ninguna eficacia, porque su predominio no obedece a la estupidez o a la ignorancia de las masas, sino a una compleja experiencia histórica cuyos efectos solo podrán ser superados mediante una nueva práctica política, clasista y revolucionaria. Todos los experimentos hechos en la Argentina, y fueron muchos, con el presupuesto de engañar a las masas peronistas y convertirlas inadvertidamente, a la ideología socialista solo revelaron el paternalismo pequeñoburgués de sus promotores y tuvieron un solo resultado: el fracaso.
Ahora bien, ganar para el socialismo al proletariado supone, como dijimos más arriba, un trabajo político complejo que incluye los acuerdos, más o menos transitorios y en función de cada situación concreta, con las tendencias no socialistas combativas que surjan en el marco de las luchas. A medida que se agudice la crisis social y política del país, junto al desarrollo de tendencias clasistas, se multiplicarán las corrientes que, sin romper con muchos componentes ideológicos del populismo, expresarán la voluntad revolucionaria de vastas masas obreras.
Solo una concepción doctrinaria de la lucha de clases puede descuidar estos fenómenos. Por el contrario, una concepción leninista de la lucha de clases debe actuar en el marco de la complejidad real de esa lucha, sabiendo reconocer los contenidos nuevos que se ocultan bajo las formas viejas.
En relación a este problema hay que ubicar también el problema del “nacionalismo” de las masas populares. Es evidente que la burguesía realiza un empleo reaccionario de este difundido componente de la conciencia popular. Sin embargo, no debe olvidarse que el carácter dependiente de nuestro país constituye la condición material para el arraigo del nacionalismo, como expresión contradictoria del sentimiento antiimperialista de las masas. La vanguardia revolucionaria debe recuperar ese sentimiento nacional en una perspectiva socialista, transformarlo en fuente de energía política revolucionaria y evitar que sea explotado por las clases dominantes contra el socialismo. El Partido tiene que mostrar que la única solución auténtica de la “cuestión nacional” está en manos del proletariado.
4. En consonancia con todo lo dicho, una de las tareas fundamentales del Partido es luchar porque varíe esencialmente la correlación de fuerzas en el interior del movimiento obrero. La aparición de agrupaciones clasistas, la extensión de la tendencia clasista a comisiones internas, cuerpos de delegados, direcciones sindicales forma parte de la gran batalla por derrotar al reformismo burgués. Dado el gran peso que tienen las estructuras sindicales en nuestro país, está en marcha una tarea de envergadura sin precedentes: la renovación profunda, total, sobre bases clasistas revolucionarias del movimiento sindical, que recoja las mejores tradiciones proletarias argentinas y mundiales.
En la medida en que este movimiento tome cuerpo y se desarrolle, eliminando las direcciones sindicales, agentes directas del Estado, propatronales y conciliadoras, cambiará sustancialmente, no solo la política sindical, sino el conjunto de la política nacional. El papel dirigente del proletariado se irá definiendo en la medida en que se derroten en su seno las corrientes reformistas, conciliadoras y propatronales y se afirme de una manera intransigente una corriente mayoritaria de signo socialista y revolucionaria.
Los grandes estallidos de rebeldía y lucha de 1969/1970 demostraron a las masas explotadas y oprimidas que podían arrancar concesiones a la dictadura, al tiempo que acumulaban fuerzas para el combate decisivo. Eso tonificó la combatividad; se transformó en motor poderoso de la misma. Era preciso encontrar formas organizativas que resolvieran todo ese haz de problemas y necesidades del movimiento obrero. A partir del Cordobazo, se crea una situación política favorable para que estos organismos de lucha clandestinos o semiclandestinos, puedan intentar recuperar y transformar en organizaciones de combate a las comisiones internas y cuerpos de delegados.
La situación política general permitió seguir ese rumbo en relación con el movimiento sindical y permitió así acumular una experiencia histórica, porque si el Cordobazo bocetó la forma particular de la vía revolucionaria en la Argentina, las experiencias que señalamos han bocetado las formas organizativas más probables del futuro movimiento de masas revolucionario en nuestro país.
El debate nacional sobre esta experiencia empalma con un debate internacional del movimiento obrero: ¿fueron las organizaciones de lucha y de poder obrero en la base, que tomaron la forma de soviets en Rusia y de consejos de fábrica o comités obreros en otros países, una especificidad de esas revoluciones o son la institución específica de la dictadura del proletariado?
En nuestra opinión son lo segundo.
Se ha abierto toda una perspectiva. Y, al mismo tiempo, una temática de debate entre las fuerzas revolucionarias y del movimiento obrero.
Tareas similares se plantean para otros sectores sociales. Entre las capas medias rurales se impone que el proletariado urbano y rural impulse la diferenciación y creación de tendencias y organizaciones de campesinos pobres y medios que se independicen de la tutela que tradicionalmente han ejercido los campesinos ricos sobre el movimiento agrario. Este es un problema cuya resolución no afecta a un partido político, sino al conjunto de la clase obrera interesada en establecer su hegemonía en la alianza con los campesinos pobres y medios y neutralizar a las capas ricas no oligárquicas del agro. En las ciudades, un vasto movimiento nuclea a capas medias y capas sociales intermedias. Hay que romper con la hegemonía de los sectores de burguesía nacional sobre las capas medias ligadas a la producción y a la circulación; desarrollar la fuerza política, ideológica y orgánica del proletariado entre el estudiantado y la intelectualidad, además de forjar las alianzas revolucionarias correspondientes.
Todos estos movimientos sociales tendrán su expresión superestruc-tural, difícil de determinar de antemano, pero que nunca puede desconocerse. Un aspecto de estas expresiones superestructurales será la extensión del Partido entre el proletariado y las capas más afines. Pero habrá diversos tipos de alianzas y acuerdos, según se vayan conformando las diversas fuerzas políticas revolucionarias. En la concepción del PCR está la constitución del Frente de Liberación Social y Nacional. Para ello se tendrá en cuenta a los destacamentos políticos que concuerden con el programa de la presente fase revolucionaria y cuyo accionar pueda ser incluido en la estrategia insurreccional.
Nadie puede predecir la forma concreta con la que se realizará la revolución en nuestro país, y cómo se expresará la alianza revolucionaria del proletariado con los campesinos pobres y medios, las capas medias urbanas, la intelectualidad revolucionaria y la mayoría del estudiantado. Pero cualquiera sea la forma y el plazo que dure esa alianza, es condición de una política permanente tendiente a constituir el bloque revolucionario. Es condición para que el proletariado hegemonice el proceso revolucionario, porque para lograrlo se requiere que sea paladín de las reivindicaciones revolucionarias de las clases y capas que se pretende dirigir.
Es prematuro preestablecer cómo se irá formando dicho Frente de Liberación Social y Nacional, pero desde ya debe quedar claro: a) que la política del PCR está orientada a incorporar orgánicamente a las mencionadas fuerzas al Frente, en un proceso de construcción y lucha ideológica; b) que las expresiones que se mantengan atadas a la vieja trama política, por más extremo que sea su lenguaje, no son objeto de nuestras alianzas, por eso el Partido trabajará por producir desblocamientos radicales; c) que ello no obsta para que se tomen acuerdos transitorios con fuerzas que, saliendo de este marco, enfrenten a la dictadura de las clases dominantes; d) que es posible golpear juntos incluso con sectores que de ninguna manera integran o se acercan al campo revolucionario, en aquellos casos en que se enfrenten expresiones concretas de la dictadura de las clases dominantes, siempre que se diferencien claramente los campos. Como se ve, es necesario para el PCR dominar una gama compleja de operaciones políticas, que van desde las alianzas estables que configurarán la fuerza que mediante la insurrección instaure el poder popular revolucionario, hasta la coincidencia eventual y diferenciada en política con sectores que será preciso neutralizar e incluso derrotar.
Como componentes de esta política están las labores específicas en los campos gremial, agrario, estudiantil, intelectual, de capas medias, vecinal, de sacerdotes y militares, etc. La construcción de tendencias y corrientes, la labor en los organismos específicos y particulares, irán apuntalando la edificación del Frente de Liberación Social y Nacional cuya base principal será la alianza de los obreros con los campesinos pobres y medios.
A la vez éstas irán resolviendo la hegemonía política e ideológica de la clase obrera y construyendo la expresión política del nuevo bloque histórico depositario de la revolución que se está gestando.
El Partido
El Partido Comunista Revolucionario expresa los intereses mediatos e inmediatos de la clase obrera en la Argentina. Toda su lucha pasa por constituirse efectivamente en la vanguardia de la misma.
Se basa en la teoría científica del comunismo, desarrollada por Marx, Engels, Lenin y sus continuadores y comprobada como justa por la experiencia de la lucha de clases en escala internacional, incluyendo las revoluciones socialistas que la han enriquecido, a la vez que han reafirmado sus principios profundamente revolucionarios.
El PCR es un destacamento de las fuerzas que mundialmente tienden a configurar la vanguardia revolucionaria del proletariado. El internacionalismo proletario es parte consustancial de la línea que aplica el Partido y de su programa revolucionario.
Debe fusionar la verdad universal del marxismo-leninismo con las leyes propias de la revolución en nuestro país, única vía posible para poner en movimiento a las grandes masas del proletariado y sus aliados en el camino de la liberación social y nacional y su desarrollo ininterrumpido hacia el socialismo y el comunismo.
El PCR debe dirigir a la clase obrera en estas tareas. Para lograrlo debe estar atento y aprender de todos los procesos, de avance de lo nuevo, de creación y surgimiento de formas no conocidas, de estancamiento y degradación de lo viejo, que se dan en el seno de las masas. La vida del Partido está condicionada por su capacidad de vivir al ritmo de tales cambios e incorporarlos a sus formulaciones políticas o desechar consignas perimidas. Ello exige una circulación de ideas muy amplia, raíces profundas en las masas y la conformación del conjunto del Partido como intelectual colectivo.
Para ello, el Partido se estructura según las normas del centralismo democrático. Ambos conceptos se integran en una unidad dialéctica. Centralismo exigido por la dureza de la batalla revolucionaria que emprende a la cabeza de la clase obrera. Democrático para que los mecanismos internos partidarios estén dispuestos siempre de tal manera que permitan que de abajo a arriba se palpen los cambios de todo tipo que se van produciendo constantemente, y por tanto se establezcan los reajustes y modificaciones que se requieran.
Para cumplir su misión, el Partido debe convertirse en una poderosa fuerza, espina dorsal de una corriente que abarque a la mayoría del proletariado. El Partido debe ser capaz de dirigir la insurrección armada de todo el pueblo. Sin el cumplimiento de estos requisitos no hay garantía para el triunfo de la revolución.
El Partido, por sus objetivos y por su práctica, tiende a formar militantes que sean una prefiguración del hombre nuevo, por su moral proletaria revolucionaria, por su creatividad y disciplina, por su espíritu de solidaridad, por su esfuerzo y disposición a los mayores sacrificios para el cumplimiento de las tareas históricas de su clase.
La suma de estos problemas se resuelve además de en la línea política, en el arraigo en las empresas, a través de fuertes células, fuertes numéricamente, pero sobre todo política y teóricamente en condiciones de dirigir a las grandes masas en las complejas condiciones de lucha de clases en nuestro país. Todo ello permitirá asegurar una composición social predominantemente proletaria para el Partido.
Estos principios de la vida política y orgánica del PCR se encuentran condensados en sus Estatutos.
En el cumplimiento de estas tareas, el PCR irá orientando al proletariado y a otras fuerzas sociales al cumplimiento de las diversas fases revolucionarias que harán transitar nuestra sociedad hasta el comunismo, objetivo final que no debe perderse de vista en ninguno de los pasos que se den, por complicadas que sean las exigencias tácticas de cada momento, sin embriagarse por los éxitos, ni desalentarse por los retrocesos, inevitables en la gigantesca tarea que hemos emprendido.
Plataforma para la Revolución de Liberación Social y Nacional
I. Contenido del Estado
1. El Estado popular revolucionario responderá a los intereses de los obreros (urbanos y rurales), semiproletarios, integrantes de las capas medias urbanas, del campesinado pobre y medio, y de la mayoría del estudiantado y de la intelectualidad. Adoptará las medidas que permitan neutralizar a la burguesía nacional, rural y urbana. Ejercerá la dictadura popular revolucionaria sobre la oligarquía burguesa terrateniente, el imperialismo y sus agentes y cómplices.
2. El Estado popular revolucionario tendrá la hegemonía política de la clase obrera y contará con un amplio sector económico nacio-nalizado. Basándose en estos dos aspectos, el proletariado impulsará medidas políticas, económicas y sociales que tenderán a hacer avanzar ininterrumpidamente la revolución hasta la constitución de una nueva sociedad socialista.
3. En consonancia con lo anterior, la actividad revolucionaria de las masas, la producción, la educación y las medidas administrativas estarán encaminadas a formar un hombre nuevo, en condiciones de proseguir incesantemente el proceso de revolucionarización que emergerá del cambio de bases de la sociedad.
II. Régimen Institucional
1. El gobierno de la República Argentina se basará en el principio de que el pueblo ejerce el poder. Adoptará el sistema popular, revolucionario, democrático y federal.
Las bases del Estado popular revolucionario estarán constituidas por los comités de fábrica, comités de asalariados rurales, comités de empleados, comités de campesinos pobres y medios, comités de miembros del ejército revolucionario, comités de estudiantes y docentes, comités de la pequeña y mediana burguesía, comités barriales, etc.
A partir de ellos se organizará la estructura comunal, departamen-tal, provincial y nacional.
El poder popular revolucionario en el orden nacional será ejercido a través de la Asamblea Nacional del Pueblo, la que designará su Comité Ejecutivo y los miembros del Tribunal Supremo.
Se garantizará el sistema federal mediante la autonomía de las provincias y su adecuada representación en la Asamblea Nacional.
Podrán elegir y ser elegidos, mediante sufragio secreto, todos los ciudadanos de ambos sexos.
Los representantes populares deberán rendir cuentas periódica-mente a sus mandantes y estarán sometidos a la revocabilidad de sus mandatos. Sus salarios -cuando deban abandonar sus activi-dades normales- no podrán ser superiores al salario medio de un obrero calificado. Se garantizará el derecho a la constitución y funcionamiento de partidos políticos populares, los que podrán presentar candidatos en todas las instancias electorales. Podrán presentarse como candidatos también los ciudadanos no inscriptos en ningún partido.
2. El mismo sistema de gobierno regirá en los órdenes provincial, departamental y municipal. Se formarán organismos interpro-vinciales o interdepartamentales de coordinación regional, que funcionarán adjuntos a la Asamblea Nacional del Pueblo y Asambleas provinciales.
3. El funcionamiento de la justicia popular será autónomo. Los jueces y miembros de los tribunales populares serán electos por los comités populares, siendo sus cargos revocables. Los acusados serán juzgados en forma oral y pública. Gozarán de amplias garantías de defensa.
El domicilio privado será inviolable y la seguridad personal será garantizada por la aplicación del hábeas corpus. El Estado adoptará medidas enérgicas para impedir todo tipo de torturas y castigará severamente a los responsables.
4. El Estado popular revolucionario se defenderá de sus enemigos de clase con el pueblo en armas.
Las FF.AA. del Estado burgués terrateniente serán disueltas y reorganizadas sobre la base de las milicias populares, servicio militar obligatorio y cuadros profesionales.
La Policía Federal, la Gendarmería Nacional y demás fuerzas de represión serán disueltas. El orden revolucionario será garantizado por las milicias populares.
No podrán formar parte de las FF.AA. populares los oficiales y suboficiales reaccionarios y proimperialistas, a fin de que éstas puedan cumplir con sus objetivos revolucionarios. Los oficiales y suboficiales revolucionarios serán incorporados a las FF.AA. del Estado popular.
Todos los miembros de las FF.AA. tendrán iguales derechos que los demás ciudadanos. Se desterrarán las jerarquías y castas del ejército burgués; el tipo de estructura, que deriva del carácter popular y revolucionario de las FF.AA. determina el carácter democrático de su funcionamiento y que solo reconocerán como principios de dirección y mando: el espíritu revolucionario, las cualidades combativas y la preparación técnica.
Los sueldos de los cuadros profesionales de las FF.AA. no serán mayores que el salario medio de un obrero calificado.
Las FF.AA. participarán en la producción, ligándose así fuerte-mente al pueblo trabajador.
Se mantendrá el servicio militar obligatorio, con el fin de preparar para la defensa de la revolución a toda la población. Las mujeres recibirán instrucción militar.
Los empleadores asegurarán la conservación de sus puestos a los jóvenes que ingresen al servicio militar.
5. Toda la legislación represiva actual (Ley 17.401, 10.081, 19.053 y otras) será derogada.
Los derechos democráticos de prensa, palabra, asociación y reunión, serán garantizados a las masas populares.
Con el objeto de asegurar a los trabajadores y ciudadanos la libertad efectiva de emisión del pensamiento, se acabará con la dependencia de la prensa, radio, televisión y otros medios de comunicación respecto del capital monopolista y la oligarquía burguesa terrateniente y se entregará a los trabajadores del campo y la ciudad y ciudadanos en general todos los órganos técnicos y materiales necesarios para la publicación de periódicos, libros, etc., y que les garanticen la utilización de la radio y la televisión y la libre difusión en todo el país.
Con el objeto de garantizar a los trabajadores y ciudadanos verda-dera libertad de reunión, se les reconocerá el derecho a organizar libremente reuniones, mitines, manifestaciones, etc., poniendo a su disposición todos los locales que dichas asambleas y reuniones requieran.
El Estado popular revolucionario prestará todo el auxilio material y de todo tipo necesario para garantizar a los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y ciudadanos en general, la libertad de asociación.
Quienes atenten contra el Estado popular revolucionario y a favor del imperialismo y la oligarquía burguesa terrateniente serán juzgados por los tribunales populares, los cuales podrán privarlos de sus derechos políticos, además de aplicarles las otras penas que pudieran corresponderles.
Los perseguidos por regímenes reaccionarios, por razones políti-cas, sociales o raciales, gozarán del derecho a asilo.
Será otorgada la ciudadanía a todos los extranjeros que la soliciten, siempre que no hayan cometido crímenes al servicio de los imperialistas y de los reaccionarios de otros países.
6. Las mujeres tendrán iguales derechos que los hombres en todos los niveles de la sociedad y se eliminará toda forma de opresión.
7. Se establecerá el divorcio.
8. Con el objeto de asegurar a los ciudadanos la plena libertad de conciencia, la Iglesia será separada del Estado y la Escuela de la Iglesia, y se reconocerá a todos los ciudadanos la práctica de los cultos y la libertad de propaganda religiosa y antirreligiosa.
III. Para la clase obrera
a. Condiciones de vida y de trabajo
1. Salario mínimo y vital y escala móvil de salarios y sueldos. Igual salario por igual trabajo para hombres, mujeres y jóvenes.
2. La semana de trabajo será de 40 horas, con descanso semanal mínimo de 36 horas consecutivas para todos los obreros industriales y la jornada de trabajo de 6 horas para los jóvenes menores de 18 años, así como para los trabajadores ocupados en tareas insalubres, nocturnas y en las minas.
Se prohibirá el empleo de jóvenes menores de 16 años, así como el trabajo nocturno de las mujeres y los menores.
Se concederán vacaciones anuales para los obreros y empleados de 15 a 30 días, de acuerdo con la antigüedad laboral.
Se garantizará la existencia de un escalafón de los empleados públicos.
Se pagará el aguinaldo correspondiente a un mes de trabajo.
3. El Estado popular revolucionario y sus instituciones educacionales emprenderán, junto a los sindicatos, la tarea de extender a las fábricas la enseñanza en todos sus niveles, con el fin de que todos los trabajadores accedan a la cultura y mejoren su formación técnica.
4. Se adoptarán medidas para que en las fábricas y empresas se habiliten comedores, salas cunas, jardines de infantes.
5. Se establecerá por ley que la jornada de trabajo de los obreros rurales y demás trabajadores del campo será de un promedio de 8 horas diarias y un descanso mínimo de 36 horas consecutivas. El salario, dentro de las normas del punto 1), será garantizado, fijándose un monto de jornadas laborales anuales.
Los empleadores privados de obreros rurales fijos o temporarios deberán proveerlos de casas cómodas e higiénicas, así como de lugares para que resguarden sus útiles de trabajo.
6. El Estado popular revolucionario implantará el seguro social completo (desocupación, enfermedad, accidente, invalidez, vejez y muerte) para todos los trabajadores urbanos y rurales, a cargo del Estado y empleadores privados.
7. Las jubilaciones y pensiones serán el 82% móvil del salario o sueldo que percibían en el momento de retirarse. Los obreros industriales y rurales, lo mismo que los empleados, se podrán jubilar después de 30 años de servicio y 55 años de edad. Las mujeres se jubilarán a los 25 años de trabajo y 50 años de edad y todo habitante que haya cumplido 55 años de edad trabajando y no disponga de entradas suficientes, recibirá una pensión cuyo monto se establecerá por ley.
8. Todos los salarios estarán libres de cargas impositivas.
9. La administración de los seguros sociales será ejercida por el Estado y los sindicatos, para lo cual se creará un organismo nacional especial.
b. Derechos sindicales
1. Se garantizarán amplias libertades para los sindicatos, comisiones internas y otras formas de organización de los trabajadores dentro de las fábricas. Se derogará toda legislación que establezca control estatal y patronal sobre el movimiento sindical, entre ellas la Ley de Asociaciones Profesionales y la de Conciliación Obligatoria.
2. Plena libertad de manifestación y reunión para el movimiento sindical. Vigencia sin restricciones del derecho de huelga.
3. Se elaborará un proyecto de legislación del trabajo, global, que será discutido de abajo a arriba, por todos los trabajadores y cuyos ejes políticos serán: a) garantía del derecho de huelga; b) independencia de los sindicatos del Estado y los patrones; c) reimplantación del principio de asociación voluntaria al sindicato; d) cotización directa y voluntaria del obrero a su sindicato.
c. Reforma urbana
Expropiación sin indemnización de las propiedades urbanas de la oligarquía burguesa terrateniente y los monopolios extranjeros. Eliminación del carácter mercantil de la vivienda, indemnizando a los pequeños y medianos rentistas en un plazo y montos que se fijarán por ley. Plan de construcción de viviendas populares, cuyo alquiler no podrá exceder el 10% de los ingresos mensuales del usufructuario. Los actuales habitantes de las villas de emergencia tendrán prioridad en la adjudicación de viviendas por el poder popular revolucionario.
d. Socialización de la medicina
Socialización total de la medicina, garantizando la gratuidad de la asistencia médica. Expropiación sin indemnización de las grandes empresas de productos medicinales en manos del capital extranjero y la oligarquía burguesa terrateniente, lo mismo que hospitales, clínicas, etc. Se respetarán los derechos de los pequeños y medianos accionistas, que serán indemnizados según condiciones establecidas por ley.
IV. Liquidación de la opresión y el atraso. Desarrollo independiente y armónico de la economía nacional
a. Industrias, transportes y comercio
1. Serán expropiadas sin indemnización y nacionalizadas las empresas monopolistas extranjeras y nacionales en la industria (siderúrgicas, metalúrgicas, mineras, químicas, petroquímicas, frigoríficas, petroleras, de energía eléctrica, cemento, celulosa, papel, automotriz y otras). Los servicios públicos pasarán en su totalidad a ser propiedad del Estado.
2. Serán expropiados sin indemnización los bancos privados, compa-ñías de seguros y otras empresas financieras en manos del capital monopolista extranjero o nacional. Se respetarán los derechos de los pequeños y medianos accionistas, que serán indemnizados según condiciones establecidas por ley.
El crédito será nacionalizado y orientado según las prioridades de un plan económico nacional. Se creará un banco de crédito esencialmente destinado al sector de propiedad estatal, así como se respetará el funcionamiento de las cooperativas de crédito de la pequeña y mediana burguesía, de primer grado, garantizando el Estado que reciban ayuda prioritaria aquellos sectores privados que interesan particularmente a los objetivos del plan económico nacional.
No se reconocerá la deuda externa de tipo usurario y neocolonia-lista. El país se retirará del F.M.I., Banco Mundial y otros organis-mos financieros internacionales imperialistas.
3. Se nacionalizará el comercio exterior. Los trusts privados exporta-dores e importadores serán expropiados sin indemnización y nacionalizados.
4. Serán nacionalizadas las fuentes de materias primas y combusti-bles. El Estado explotará la producción de combustibles y mine-rales, así como la producción de energía hidroeléctrica, termoeléc-trica y nuclear.
5. Todas las empresas nacionalizadas más las actuales empresas del Estado pasarán a constituir un poderoso sector de propiedad estatal, dirigido en escala nacional por el gobierno popular revolucionario y controlado por los comités de trabajadores y por los sindicatos. El excedente producido por dicho sector estatal será invertido para planificar la economía nacional en forma armónica y proporcional, asegurando, por primera vez en la historia del país, una política de verdadera independencia nacional, de desarrollo integral y de expansión del sector estatal sobre la economía global del país. El desarrollo armónico y proporcional de nuestra economía significa:
-Desarrollar un poderoso sector de industria pesada, basado en la tecnología más avanzada y destinado a promover el desarrollo del conjunto de la economía nacional.
-Suprimir el desarrollo desigual de las regiones, por lo cual el plan económico nacional deberá tender a la integración económica del país, en particular impulsando el desarrollo industrial del interior del país, creando centros industriales cerca de las fuentes de materias primas minerales y vegetales. El Estado popular revolucionario tomará especial cuidado en la defensa de los intereses del interior del país, atacando a fondo todos los intereses ligados a la antigua dominación portuaria sobre el resto del país.
-Promover y diversificar las exportaciones, apoyándose para tal fin en el principio de que durante un largo tiempo serán los productos de la ganadería y la agricultura las principales fuentes de divisas para el país. Por lo tanto, al tiempo que se harán esfuerzos para modificar la composición de nuestras exportaciones en favor de los productos industriales, se mejorará la industria frigorífica y las otras industrias transformadoras de productos agropecuarios.
6. El Estado popular revolucionario creará una flota pesquera moder-na, construirá cámaras frigoríficas, asegurará medios de transporte adecuados a fin de fomentar la piscicultura.
7. Se creará la industria forestal nacional. Se expropiarán y nacionali-zarán los bosques para su explotación racional.
8. Se emprenderá un plan de expansión de las vías de comunicación férreas y camineras, fluviales y aéreas, en forma coordinada y en función del desarrollo armónico interregional.
9. El Estado popular revolucionaroo fijará una política nacional del agua para el aprovechamiento integral de los ríos, reservas y aguas subterráneas. Será ampliada la producción estatal de energía hidro-eléctrica.
Se elaborará un plan nacional para la irrigación, construcción de diques y represas y sistemas de canalización, se harán lagos artifi-ciales para la acumulación de las aguas pluviales con destino al riego. La actual legislación de aguas será revisada para adecuarla a una política de desarrollo armónico interregional.
Se tomarán medidas de fondo contra las inundaciones, se determi-narán regímenes para dos o más provincias.
10. No serán expropiadas las empresas de la burguesía industrial y comercial pequeña y media. La industria nacional privada será defendida de la competencia ruinosa de los productos extranjeros y recibirá apoyo crediticio.
Los capitalistas de estas capas que no acaten las leyes del Estado popular revolucionario o se opongan activamente al mismo serán expropiados sin indemnización y castigados.
11. Se implantará el control obrero en la producción.
12. El Estado popular revolucionario suprimirá los monopolios extranjeros y nacionales que actúen en la prensa, la radiotelefonía y la televisión y otros servicios informativos.
13. Se impedirá la formación de todo tipo de monopolios privados, especialmente en el comercio de productos agropecuarios e industriales. Con el fin de garantizar la planificación de la econo-mía nacional, abaratar los precios y asegurar el abastecimiento de esos artículos al pueblo trabajador, se creará un organismo nacional de compra y comercialización de los mismos.
14. Quedan abolidos todos los impuestos que graven el consumo y se establecerá un impuesto progresivo único sobre la renta y los beneficios.
Los pequeños y medianos industriales y comerciantes, los profe-sionales, artesanos, etc., pagarán impuestos compatibles con el principio de asegurar un buen nivel de vida a sus familias y garantizar sus actividades.
15. Las recaudaciones del gobierno federal, compuestas por el pro-ducto del impuesto progresivo único, los derechos de importación y exportación y los beneficios de las empresas estatales, serán compartidos con las provincias y municipios según las prioridades del plan de desarrollo nacional. Estos fondos, además del fomento a la economía, asegurarán el funcionamiento del aparato estatal, la cultura y la educación, la salud pública, etc.
16. El poder popular y revolucionario tendrá en cuenta en la elabora-ción de su plan económico nacional la inserción de nuestro país en el conjunto latinoamericano. Nuestra revolución es parte de la revolución continental.
Por eso, el plan económico nacional deberá tender a la comple-mentación con aquellos países que se han liberado de la opresión imperialista norteamericana y las oligarquías burguesas latino-americanas y marchan por el camino del progreso económico y la independencia nacional.
17. El poder popular revolucionario establecerá una política comercial internacional sin restricciones y de mutuo beneficio. En los casos de Estados revolucionarios se buscará aplicar las condiciones más favorables para los mismos.
b. Régimen de la tierra
1. Expropiación sin indemnización de los latifundios y tierras de sociedades anónimas nacionales y extranjeras, tanto incultas como dedicadas a la agricultura y la ganadería, lo mismo que los útiles de labranza y ganado existentes en ellas, fijándose por ley qué extensión de tierras debe ser considerada como latifundio, para lo cual se tendrán en cuenta las peculiaridades de cada zona, tipo de cultivos, etc.
2. Expropiación y nacionalización sin indemnización de las empresas monopolistas de comercialización, financiación e industrialización de la producción agropecuaria, sin que ello afecte los derechos de pequeños y medianos accionistas.
3. El Estado popular revolucionario, sobre la base de una amplia discusión y propuestas de obreros rurales y campesinos pobres y medios, aprobará una ley de reforma agraria integral, orientada a superar el atraso rural y a favorecer el desarrollo de formas de producción y de propiedad avanzadas. Los lineamientos centrales de la misma serán:
-Garantizar el acceso gratuito a más y mejores tierras del campesinado pobre y medio, en consecuencia con la norma de unidad productiva que se establecerá para cada zona o región, comprometiendo el Estado la entrega gratuita de semillas y la disponibilidad de maquinarias modernas y tractores. Los prole-tarios y semiproletarios que así lo deseen recibirán tierras en iguales condiciones.
Los campesinos pobres y medios titulados “intrusos” que ocupan tierras fiscales las recibirán gratuitamente en propiedad.
Todas las tierras expropiadas y entregadas en propiedad a los campesinos lo serán gratuitamente. Todos cuantos reciban tierras serán acreedores a títulos de propiedad garantizados por ley.
La ley de reforma agraria determinará qué se entiende por unidad productiva según zonas, tipos de cultivos, etc. Esta norma será inviolable para la redistribución de tierras expropiadas por el Estado popular revolucionario.
-Estimular la formación de cooperativas de producción por asociación voluntaria de campesinos pobres y medios. El Estado prestará ayuda económica financiera y técnica a esas cooperativas. La cooperación agrícola no implicará la pérdida al derecho de propiedad de sus parcelas del campesino cooperativizado.
-Propender a la creación de empresas agrícolo-ganaderas estatales, allí donde el mantenimiento de la unidad expropiada sea rentable, e impulsar la organización de nuevas empresas de este tipo, apoyándose en la actividad revolucionaria de los obreros y de los semiproletarios rurales.
4. No serán expropiadas las pequeñas y medianas explotaciones dedicadas a la ganadería, a los tambos, a las quintas, a fruticultura, al cultivo de caña de azúcar, algodón y otros productos industriales. El arrendamiento, la mediería, la aparcería y el tanteo serán prohibidos. Los arrendatarios, aparceros, medieros y tanteros pequeños y medianos recibirán en propiedad las tierras que trabajan. En caso de no alcanzar estas tierras para formar una unidad económica, el Estado entregará otras tierras hasta completarla.
5. Las comunidades indígenas recibirán tierras y ayuda económica, financiera, técnica y educacional, para su incorporación en igualdad de derechos a la vida nacional.
6. Se respetará el derecho a la propiedad de los campesinos ricos que trabajen racionalmente sus tierras. Los campesinos ricos que no sean propietarios de tierras y que las exploten racionalmente las recibirán en usufructo. A los que se opongan activamente al poder popular y no acaten sus disposiciones legales les serán expropiados sus tierras, instrumentos de labor y propiedades.
Pasarán a propiedad de los campesinos pobres y medios, arren-datarios, aparceros, medieros, etc., las unidades productivas que alquilan a los campesinos ricos, en forma gratuita.
7. Serán anuladas las deudas (hipotecas, adelantos para semilla, etc.), contraídas por los campesinos pobres y medios con el Estado y la oligarquía burguesa terrateniente y los campesinos ricos.
8. Todos los que exploten tierras en forma colectiva o individual pagarán impuestos acordes con el principio de garantizar un buen nivel de vida para ellos y sus familias. Las tierras, máquinas y demás útiles de labranza, el ganado, animales de trabajo, casa y demás pertenencias de los campesinos no podrán ser embargadas.
9. Se respetarán las cooperativas de comercialización formadas por campesinos pobres y medios. Se establecerán por ley limitaciones a la participación de los campesinos ricos en dichas cooperativas. Se alentará la formación de cooperativas de maquinaria agrícola, de campesinos pobres y medios, al mismo tiempo que se formarán estaciones estatales.
A los poseedores individuales de maquinaria agrícola se les respetará la propiedad, excepto el caso de capitales monopolistas, que serán expropiados sin indemnización.
10. El Estado intervendrá en la comercialización interna de los productos agropecuarios con los siguientes fines: a) asegurar precios compensatorios a los productores; b) impedir la formación de monopolios privados; c) tomar todas las medidas que garanticen a la población el abaratamiento de tales productos.
11. El Estado popular revolucionario procederá a la creación de chacras, granjas, huertas y cabañas experimentales, a través del INTA, que será democratizado, dando lugar a la participación de obreros rurales, campesinos pobres y medios. De este modo las empresas estatales, cooperativas y productores individuales podrán recibir formación técnica, adquirir semillas seleccionadas, animales de raza, etc.
V. Educación y cultura
1. El Estado popular revolucionario garantizará la educación pública, laica, gratuita y obligatoria, sobre bases científicas y un contenido popular y revolucionario y adecuará la educación a las necesidades provenientes de los cambios en la estructura y superestructura de la sociedad argentina, esto es de la realización de la revolución de liberación social y nacional.
El Estado popular revolucionario garantizará prioritariamente que los hijos de los obreros y campesinos pobres accedan a todos los niveles de la enseñanza, produciendo así desde su base esa profunda revolución educacional.
Serán expropiados todos los grandes institutos de enseñanza, cualquiera sea su nivel o especialidad, cuando estén en manos privadas. Se establecerán mecanismos democráticos de dirección para toda la enseñanza.
En todos los casos los planes y regímenes de estudio deberán ser fijados por el Estado para el nivel o la rama respectiva.
2. El Estado popular revolucionario asignará prioridad en la enseñanza primaria a los siguientes aspectos:
a.Creación de escuelas cerca del lugar donde los educandos habitan, asegurando transportes, ropas y útiles.
b.Se generalizarán los comedores escolares gratuitos para los hijos de los trabajadores, se crearán escuelas-hogares en las zonas rurales y se ampliará la red de jardines de infantes y guarderías.
c.Se modificará el contenido de los planes de estudio, preparando a los alumnos en actividades pretécnicas a partir del quinto grado y se estudiará cómo articular los programas de los tres últimos grados de la escuela primaria en los planes de la escuela secundaria incompleta.
d.Se extenderá la escuela de jornada completa.
e.Se erradicará el analfabetismo entre los adultos.
3. Se procederá a una reforma en la enseñanza secundaria, contemplando las siguientes medidas sociales y educacionales:
a.Creación de nuevas escuelas secundarias en zonas rurales y periferia de los grandes centros urbanos, garantizando material didáctico y becas.
b.Se extenderán los turnos de enseñanza de tal manera que los obreros industriales y rurales puedan capacitarse.
c.Se dará prioridad a la enseñanza politécnica y especializada, vinculando las actividades educacionales con las necesidades económicas de la zona, región, etc. Las empresas industriales y rurales, oficinas, etc., deberán planificar sus actividades de tal modo que los trabajadores puedan combinar el trabajo productivo con la enseñanza politécnica y especializada. Los jóvenes obreros tendrán derecho a un tiempo de asistencia diaria a los centros educacio-nales, dentro del horario de trabajo y sin descuento en salarios.
d.Se elaborarán planes de estudio según los ciclos, de tal modo que los egresados de todas las ramas reciban títulos intermedios que los capaciten para la actividad productiva. Los últimos años de estudio prepararán a los estudiantes para su ingreso en las especialidades de nivel superior.
e.Se derogará toda legislación que prohiba los centros estudiantiles. Los estudiantes participarán a través de sus organismos en los organismos estatales educacionales en todos los niveles (minis-terios, escuelas, etc.).
4. El Estado popular revolucionario planificará la enseñanza superior apoyándola financieramente y garantizando que sus actividades encuadren efectivamente dentro de los objetivos revolucionarios, es decir de las transformaciones producidas por la práctica del programa de liberación social y nacional.
La Universidad del Pueblo Liberado será: revolucionaria, popular, científica y autónoma. Esto es:
a.Por su contenido la enseñanza universitaria será popular y revolu-cionaria. Se garantizará la más amplia democracia interna y el debate de las distintas corrientes de pensamiento, en particular el marxismo-leninismo; tradicionalmente excluido de los centros superiores. Se anulará todo compromiso con organismos imperialistas (BID, OEA, etc.).
b.Se asegurará prioritariamente la entrada a la enseñanza supe-rior de los obreros industriales y rurales y campesinos pobres. Se garantizará así un verdadero cambio revolucionario en la enseñanza con una base social revolucionaria. Como medidas inmediatas se creará un sistema especial de becas, se mejorarán los comedores universitarios y se adaptarán planes de estudios especiales para los trabajadores que no puedan asistir regularmente a clases.
c.Será derogada la actual legislación universitaria. Se procederá a aprobar una nueva ley universitaria -ampliamente discutida entre las masas populares, en especial entre estudiantes, auxiliares docentes y profesores- que garantice la autonomía universitaria y el gobierno estudiantil-docente igualitario.
d.Para profundizar la subordinación de la enseñanza superior a las necesidades revolucionarias, se tenderá a crear institutos regio-nales y zonales, adaptados a los requerimientos específicos del medio.
5. Los planes de estudio encuadrados en una economía nacional planificada atenderán a las siguientes necesidades: combinación del trabajo manual con el intelectual, lo que implica coordinación entre la actividad docente y la investigación con las empresas, en particular las estatizadas; adecuación de los planes de estudio a los niveles alcanzados por la revolución científico-técnica y estrecha vinculación entre los planes de estudio y la práctica revolucionaria de masas trabajadoras, lo que supone establecer los nexos internos entre ciencia y política en cada uno de los niveles de enseñanza y en cada una de las carreras.
6. El Estado popular revolucionario impulsará la investigación científica y técnica, apoyando financieramente a los organismos especializados. Con tal fin, pasarán a ser dirigidos por represen-tantes de las masas populares junto con científicos y técnicos progresistas, depurándolos de reaccionarios, proimperialistas y oscurantistas.
7. El Estado popular revolucionario asegurará sueldos y condiciones de trabajo que estimulen a docentes y científicos.
8. El Estado popular revolucionario estimulará la creación artística (cine, teatro, música, literatura y artes plásticas). Se destinarán fondos para alentar las actividades culturales y se garantizará la libertad de creación.
9. El Estado popular revolucionario garantizará la actividad de los intelectuales y artistas, mediante el otorgamiento de subsidios, pensiones, etc.
Quedan exentos de toda carga impositiva los ingresos provenientes del trabajo intelectual.
10. El Estado popular revolucionario, al tiempo que defenderá la cultura nacional, impulsará el intercambio cultural y científico con todos los países del mundo.
Todos los bienes culturales e históricos del país, aún los que sean propiedad privada, serán resguardados por el Estado, quien prohi-birá su venta al exterior y podrá expropiarlos en caso de necesidad nacional.
11. El Estado popular revolucionario fomentará la educación física y el deporte.
El gobierno mejorará los campos deportivos estatales y construirá otros. Se apoyará la actividad de los clubes populares. Se elaborará con la participación de especialistas y clubes una ley del deporte que asegure la igualdad deportiva a las provincias y a los niños y jóvenes proletarios de las grandes ciudades.
VI. Política internacional
1. El Estado popular revolucionario se solidarizará activamente con todos los países que hayan emprendido un rumbo antiimperialista y revolucionario.
2. El Estado popular revolucionario respetará la soberanía de todos los países, y al mismo tiempo dará todo tipo de apoyo a los luchadores revolucionarios de todo el mundo.
3. El Estado popular revolucionario bregará por mantener relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, sobre la base de los principios de la coexistencia pacífica entre Estados con diferente régimen social.
4. La participación en organizaciones internacionales estará subor-dinada al principio de la lucha antiimperialista y revolucionaria mundial.
5. El Estado popular revolucionario renunciará a todo tipo de pactos o acuerdos secretos y hará una diplomacia abierta y comprensible para las grandes masas.
6. El Estado popular revolucionario se esforzará en contribuir a las campañas por el desarme atómico mundial, como forma de aislar y derrotar al imperialismo y sus aliados.
7. El Estado popular revolucionario desarrollará una política especial de solidaridad con los países revolucionarios de América latina. Esta política tendrá mayor o menor profundidad según el carácter de clase de los Estados revolucionarios que existan en ese momento.
8. Se establecerá la separación entre la esfera de acción del Estado, que forzosamente necesitará de compromisos y acuerdos con Esta-dos de diferente régimen social, y las actividades de los partidos y organismos de masas revolucionarios, que en ningún momento hipotecarán su internacionalismo activo.
110 V.I.Lenin, O.C., Tomo X, pág. 49
111 V.I.Lenin. O.C., Tomo XI, pág. 164