Las clases que se transformaron en dominantes a partir de la década de 1880 en nuestro país –terratenientes y burgueses intermediarios– asociados a distintos países imperialistas multiplicaron los engaños para atraer inmigrantes europeos que necesitaban como mano de obra barata, a los que incitaban a venir a “hacer la América”.
Las clases que se transformaron en dominantes a partir de la década de 1880 en nuestro país –terratenientes y burgueses intermediarios– asociados a distintos países imperialistas multiplicaron los engaños para atraer inmigrantes europeos que necesitaban como mano de obra barata, a los que incitaban a venir a “hacer la América”.
De las condiciones de trabajo de esas trabajadoras y trabajadores, hay múltiples testimonios, como el de José Wanza publicado en El Obrero, el 26 de septiembre de 1891. Este inmigrante detalla las terribles condiciones de trabajo y de vivienda a las que los someten “nuestros patrones que nos explotan y nos tratan como a esclavos”, a la vez que describe la crisis económica.
Wanza dice que “Vine al país halagado por las grandes promesas que nos hicieron los agentes argentinos en Viena. Estos vendedores de almas humanas sin conciencia, hacían descripciones tan brillantes de la riqueza del país y del bienestar que esperaba aquí a los trabajadores, que a mí con otros amigos nos halagaron y nos vinimos. Todo había sido mentira y engaño”, tras lo cual cuenta las peripecias tanto en Buenos Aires como en Tucumán.
El viaje que describe Wanza da una medida de cómo era la situación de los trabajadores inmigrantes: “El viaje duró 42 horas. Dos noches y un día y medio. Sentados y apretados como las sardinas en una caja estábamos. A cada uno nos habían dado en el Hotel de Inmigrantes un kilo de pan y una libra de carne para el viaje. Hacía mucho frío y soplaba un aire heladísimo por el carruaje. Las noches eran insufribles y los pobres niños que iban sobre las faldas de sus madres sufrían mucho. Los carneros que iban en el vagón jaula iban mucho mejor que nosotros, podían y tenían pasto de los que querían comer”.
“La manutención consiste en puchero y maíz, y no alcanza para apaciguar el hambre de un hombre que trabaja. La habitación tiene de techo la grande bóveda del firmamento con sus millares de astros, una hermosura espléndida. ¡Ah qué miseria! Y hay que aguantar nomás. ¿Qué hacerle?
“Hay tantísima gente aquí en busca de trabajo, que vegetan en miseria y hambre, que por el puchero no más se ofrecen a trabajar. Sería tontera fugarse, y luego, ¿para dónde? Y nos deben siempre un mes de salario, para tenernos atados. En la pulpería nos fían lo que necesitamos indispensablemente a precios sumamente elevados y el patrón nos descuenta lo que debemos en el día de pago. Los desgraciados que tienen mujer e hijos nunca alcanzan a recibir en dinero y siempre deben”.