La presidenta en Calafate, el gobernador Scioli mirando desde arriba en helicóptero, los funcionarios de la Capital Federal en Punta del Este, casi todos los intendentes borrados, y las empresas de servicios impotentes, mostraron a un Estado ausente, paralizado, sin la más mínima preparación para una catástrofe previsible, y con pánico de pisar los barrios.
La presidenta en Calafate, el gobernador Scioli mirando desde arriba en helicóptero, los funcionarios de la Capital Federal en Punta del Este, casi todos los intendentes borrados, y las empresas de servicios impotentes, mostraron a un Estado ausente, paralizado, sin la más mínima preparación para una catástrofe previsible, y con pánico de pisar los barrios.
Fueron las masas, con un extraordinario trabajo de la CCC y de otras organizaciones, las que cargaron sobre sus hombros la penosa situación; las que debieron forzar, con los piquetes, a que gobiernos, funcionarios y empresas, tomaran decisiones de emergencia para restablecer el suministro de agua, electricidad, etc. Y, como ocurrió en el 2001, hacerse cargo de la seguridad.
Es una gran tarea que sigue en curso: miles de chicos comían en los comedores de las escuelas cerradas, decenas de miles de familias con sus viviendas destruidas, zonas sin servicios o con arreglos precarios, pequeños comerciantes con sus mercaderías arruinadas, pequeñas empresas destruidas. No tienen respuestas.
En grandes zonas del Conurbano Bonaerense, también en las zonas pobres afectadas en la Capital Federal, hay un antes y un después de la tormenta. Como en el drama de los ferrocarriles hay un antes y un después de la masacre de Once.