Los que tuvimos oportunidad de recorrer la marcha realizada en el Obelisco, el día del cacerolazo, vimos varias cosas. Primero, que fue más grande que el del 13 de septiembre. Como en el anterior, la movilización fue heterogénea, pero con una presencia mayoritaria de trabajadores, sectores de capas medias, y mucha juventud.
Los que tuvimos oportunidad de recorrer la marcha realizada en el Obelisco, el día del cacerolazo, vimos varias cosas. Primero, que fue más grande que el del 13 de septiembre. Como en el anterior, la movilización fue heterogénea, pero con una presencia mayoritaria de trabajadores, sectores de capas medias, y mucha juventud.
También al igual que el anterior, las expresiones de derecha fueron minoritarias, y el común denominador fue el hartazgo con el doble discurso del gobierno, que día a día choca más con la realidad. Esto estuvo presente en consignas, carteles y pancartas. Fue notoria la difusión, además de por las redes sociales, por los medios –tanto K como anti K–.
Fue evidente la participación de sectores organizados, algunos abiertamente como los ex combatientes que dieron vuelta al Obelisco con sus uniformes, otros grupos con grandes y “producidos” carteles, consignas de “respeto a la Constitución” o de apoyo a algunos jueces, que denotaban un claro origen partidario, y hasta un colectivo disfrazado de “Fragata Libertad”, muy aplaudido. Algunos sectores reaccionarios aprovecharon para meter carteles contra el aborto ¿?, pero lo mayoritario eran consignas como “si este no es el pueblo, el pueblo donde está”, y “es para Cristina que lo mira por TV”.
La masividad permitió la expresión de una gran creatividad popular para expresar su bronca ante las políticas gubernamentales: en medio de las banderas argentinas, en muchas pancartas se leía “no a la re-re”, “Clarín no me paga”, “no tenemos miedo”, “los vamos a juzgar”, mientras otras reiteraban que con $6 no se come, reclamaban el 82% móvil, seguridad, acabar con la inflación, o insultaban a Cristina y sus funcionarios con mayor o menor gracia. También se expresó el “que se vayan todos”, y “20 N Paro nacional”.
Dentro de esa heterogeneidad, los clasistas y los revolucionarios disputamos para que una parte de lo que se movilizó el 8 confluya el 20 de noviembre en el paro nacional que se está preparando. Y redoblamos los esfuerzos por un reagrupamiento programático de fuerzas populares, en la lucha para que la crisis no la siga pagando el pueblo.
Y vamos a esta disputa porque, a diferencia de lo que dicen Cristina, Aníbal Fernández e incluso algunos dirigentes de partidos opositores, no entendemos la política con esa concepción estrecha de que si las expresiones de las masas no se canalizan en tal o cual candidato para votar cada cuatro años, son “suma cero”, o “no se terminan de comprender del todo”.
El pueblo argentino tiene una larga historia de dirimir en las calles, por el camino de las puebladas, pulseadas históricas. Y sabe también de buscar correlatos electorales a esas demandas callejeras. Sin irnos demasiado tiempo atrás, recordemos el enfrentamiento a la política de hambre y entrega de Menem y De la Rúa, que parió la unidad de piquetes y cacerolas, en un momento político determinado.
Para los que queremos cambiar la historia, y no nos comemos el verso que la contraposición es 8N versus 7D, sabemos que sumar sectores que participaron en el cacerolazo nacional del 8, con un programa que pelee que la crisis la paguen los que la juntaron con pala y no el pueblo, como sucede hasta ahora, es fundamental para avanzar en la necesaria unidad popular, democrática, patriótica y antiimperialista que haga posible dar pasos en el camino de la liberación nacional y social. Y tenemos un instrumento político como el PTP, que nos permite confrontar sobre la necesidad de esa salida, con decenas de miles que hoy se preguntan cómo seguir.