Uno de los rasgos principales de la enseñanza de la historia argentina en la mayoría de las carreras de ciencias sociales que se dictan en las universidades argentinas desde los últimos treinta años es situar su punto de partida en 1880. Vale decir, a partir de la definitiva conformación del Estado nacional oligárquico imperialista y su inserción internacional a través del “modelo” agro-exportador.
Uno de los rasgos principales de la enseñanza de la historia argentina en la mayoría de las carreras de ciencias sociales que se dictan en las universidades argentinas desde los últimos treinta años es situar su punto de partida en 1880. Vale decir, a partir de la definitiva conformación del Estado nacional oligárquico imperialista y su inserción internacional a través del “modelo” agro-exportador.
Prosigue así la naturalización del país “atlántico”, “granero del mundo”, de espaldas a su raíz americana, “aluvional”, “venido de los barcos”, “crisol de razas”, representaciones expresivas del interés de clase de los terratenientes y la burguesía intermediaria de constituir nuestro país como la “joya más preciada” del imperialismo. Visión que tuviera entonces su visión paradigmática en la “historia oficial” del mitrismo, y es recreada hoy por la “nueva historia oficial” impuesta en la academia a partir de la década de 1980. “Luego de 1850, la Argentina constituyó su Estado y su nación: Mitre fundó el primero y convenció a sus congéneres de que la nación había existido siempre, desde los albores de Mayo. Era una nación amplia y tolerante, que conjugaba con la libertad, las leyes y la república.”. Esto “cumplió una función muy importante: consolidar el Estado, que estaba estableciendo la ley y el orden, e incorporar las masas de inmigrantes, que estaban haciendo de nuevo la sociedad”.1
Es llamativa la coincidencia de ambas “historias oficiales”. La primera de ellas , en la distorsión y/o negación de la Revolución de Mayo. La historia del “mitrismo”, transfor-mándola en el necesario prólogo liberal del triunfo de Mitre, pavimentado por la corriente rivadaviana, teorización para la cual debió omitir, ocultar y tergiversar hechos, licuar contradicciones y construir un derrotero unilineal: el de los “hombres de Mayo”. La “nueva historia oficial”, transformándola en una “invención” (aplicada del modelo revisionista de E. Hobsbawm) de las clases dominantes en su necesidad de constituir el Estado. La segunda coincidencia, no ya en la autocomplacencia que siempre exhibió sobre sí misma la vieja “historia oficial”, sino en la incompresible justificación de considerarla, en última instancia, una invención “normal en su tiempo, y también virtuosa, pues sirvió para cimentar una comunidad política liberal y tolerante”2, como la presenta la “nueva” historia oficial.
Cuesta entender cómo puede considerarse “virtuosa” esa “invención” – a la que se califica de “tolerante”- siendo que durante su transcurso se consumaron la eliminación a sangre y fuego de las últimas resistencia federales al mitrismo (Peñaloza, Felipe Varela), la Guerra del Paraguay (concebida para el aniquilamiento del pueblo paraguayo y el cambio de carácter de su Estado) y la ultima etapa de la “conquista del desierto”, que implicó la culminación del genocidio sobre los pueblos originarios pampeanos, patagónicos y chaqueños., procesos concurrentes a la definitiva conformación del Estado oligárquico-imperialista bajo la dirección de Roca.
En el contexto de esa “vieja” y “nueva” historia tan profusamente instalada, el libro de Mario Garelik, “La historia grande con letra chica”, integrado a partir de la recopilación en apariencia azarosa de episodios y circunstancias que podrían considerarse mínimos, así como de la mención de documentos escamoteados por ambas, cobra, como por contraste sugiere su autor, una importancia mayúscula. Que es la de contribuir a desmontar esa presuntuosa ingeniería intelectual poniendo de manifiesto sus cimientos de barro.
La “trampa” principal que supone arrancar el estudio de nuestra historia a partir de 1880, asumiendo como verdadero el relato en última instancia “virtuoso” del mitrismo, supone soslayar la necesaria revisión de los hechos históricos efectivamente acaecidos en las etapas previas a la imposición del roquismo. Una, es la etapa de la génesis y frustración de la nación, entre la Revolución de Mayo de 1810 y el ascenso y caída de Rosas en 1850. Otra, el de la consolidación a sangre y fuego de la hegemonía de la oligarquía bonaerense asociada a las del litoral e interior y acoplada al imperialismo, que estructuró el modelo de pais atrasado y dependiente a través del denominado proceso de “organización nacional”, entre 1852 y1880.
La primera “trampa” es negar que detrás de “nuestra gloriosa insurrección” –que no otra cosa fue la Revolución de Mayo- latía la conformación de una nación democrática y federal. No el antecedente liberal de la nación oligárquica y dependiente arquitecturada y relatada por Mitre en la “vieja historia” (una de las razones de la exclusión de Artigas de nuestra historia nacional). Pero menos aún una “invención” artificial sobre un hecho de envergadura menor –la asunción de una Junta americana por la caducidad de la autoridad del monarca español por la invasión napoleónica- elaborada posteriormente en función de las clases dominantes de consolidar su Estado, y asentar la legalidad y el orden, como pretende imponer la “nueva historia”. La segunda “trampa” es velar los conflictos y licuar las contradicciones existentes durante el transcurso del periodo 1852-1880 de la “organización nacional” (razón de la omisión del estudio de la Guerra del Paraguay cuya conducción militar fuera ejercida por Mitre) naturalizando la represión del federalismo y el genocidio de los pueblos originarios como una necesidad de la definitiva consolidación del Estado nacional y su inserción internacional agro exportadora.
Es por ello que las breves notas de Garelik – lejos de cualquier rasgo de erudición vana – apuntan a hechos, personajes, detalles, circunstancias y fuentes documentales que alumbran conceptos centrales para el abordaje de los dos períodos en consideración. En relación al período 1810-1850 no sólo aparece la valoración de antecedentes tan necesarios como la Revolución de Haití – “la única revolución de independencia que fue al mismo tiempo sepulturera de la esclavitud”- y dirigentes como Toussaint de Louverture y Alejandro Pation, si no de Moreno y su Plan Revolucionario de Operaciones –ocultado muchos años por las clases domintantes -; de la naturaleza de su debate con Saavedra; de su relación con Belgrano; de su hermano Manuel; de su misteriosa muerte en altamar; de Artigas y su lugarteniente, el negro Ansina; del rol de las mujeres – Guadalupe Cuenca, Juana Moro, las niñas de Ayohuma – y otros héroes anónimos, como José Olaya; sobre la significación de la Asamblea del año XIII, la penetración inglesa y la actitud de Moreno, etc..
Consideramos de particular interés el abordaje que realiza Garelik de la figura de Echeverría, no sólo en relación a cuestiones de forma – que aborda- si no de contenido, que éste pone en cuestión al interrogarse sobre por qué la Revolución de Mayo había desembocado en el gobierno de Rosas. En una atenta lectura de Ojeada Retrospectiva (texto de Echeverría de 1846) Garelik muestra la polémica planteada allí por Echeverría con la matriz rivadaviana -racionalista y europeizante- del pensamiento del partido unitario (del cual tanto él como Alberdi provenían). Y recoge esta cita:
“Algunos de nuestros amigos no han comprendido la necesidad de salir de la senda trillada, de abandonar la incesante repetición de palabras (…) como principios. garantías, libertad, civilización, etc., palabras que dicen mucho y nada (…) Hubiéramos deseado que penetrasen en la idea (…) las condiciones peculiares de ser y las necesidades vitales del pueblo argentino. (…) ¿Qué nos importan las soluciones de la filosofía y de la política europea que no tiendan al fin que nosotros buscamos? (…) ¿acaso vivimos en aquel mundo (…)?¿sería un buen ministro Guizot, sentado en el puerto de Buenos Aires?”
Señala Garelik con acierto: “Después de Caseros, con Echeverría ya muerto, tanto Mitre como Alsina se dedicaron a construir una continuidad entre el pensamiento de la generación del ´37 y la argentina posterior a Pavón. Para ello ocultaron los textos polémicos de Echeverría contrarios al método racionalista abstracto y europeizante.” 3
Suerte análoga será la corrida por Carlos Guido y Spano, del cual el autor rescata su participación en la insurrección popular parisina en 1848, y su certera definición del “liberalismo ficticio” de la corriente mitrista (liberal en la económico y en el discurso, y autoritaria y represiva en lo político), en la cual coincidía con la percepción de Alberdi.
“La verdad es que el gobierno, mal grado de la prédica de su liberalismo ficticio, dominado por el espíritu de la reacción unitaria, trabajó en el sentido de hacer imposible toda oposición”4. Las notas de del autor sobre la aplicación por primera vez del Estado de Sitio por Mitre en 1867 como represalia sobre los opositores a la guerra genocida contra el pueblo paraguayo, encarcelados en buques carboneros anclados en el Riachuelo, (que traen a la memoria el celebre buque Granaderos donde encerraban a los presos políticos puestos bajo la Cámara Federal de Cesar Black durante la dictadura de Lanusse), son de gran valor para la refutación del carácter “liberal y tolerante” de la sociedad cimentada de manera “virtuosa” por el mitrismo, como pretende la “nueva” historia oficial arriba reseñada.5
Igualmente acertados son sus apuntes sobre Sarmiento, quien, dejando de lado el país real, proporcionara en su Facundo la concepción de “progreso” y mucho de la línea y los objetivos que las clases dominantes impusieron como expresión de las intereses e ideas de toda la sociedad, beneficiando en realidad los intereses latifundistas de una élite oligárquica que “cajoneó” mucha de sus proposiciones y a la cual Sarmiento calificó, tardíamente, como “oligarcas bosteros”.6
Estudiar estos períodos, a lo cual invita Garelik, cobra hoy una importancia singular, toda vez que el grupo Kirchner ha reabierto el debate por la historia, la cual pretende subordinar – camuflada como “nacional y popular”- a su necesidad como nuevo grupo de burguesía intermediaria hoy hegemónica dentro de los bloque de las clases dominantes. No otra significación tiene su reivindicación de Rosas, cuya derrota pretende ligar a la frustración de la industrialización en la Argentina, que su “neodesarrollismo” vendría a superar, y su pretensión de apropiarse de íconos de la lucha independentista, como Juana Azurduy, o del federalismo, como Manuel Dorrego, etc.
Igualmente importantes son las notas del libro sobre la significación del estudio de los pueblos originarios de nuestro territorio, y su aporte a la lucha anticolonial e independentista, como lo prueban las milicias de Artigas, etc.
Dice el autor:”La historia son hechos del pasado, valorados e investigados en el presente, ergo un campo de batalla, totalmente actual, totalmente interesado, por la sencilla razón de que necesitamos saber de dónde venimos, para saber quienes somos los argentinos.” Para ello nos estimula a seguir el camino de buscar la verdad en los hechos, combatiendo el “universalismo abstracto” que, aún basándose en conceptos generales justos, “omite analizar en concreto las cosas concretas”.