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09 de octubre de 2013

Las “escuelas modernas”

Crónicas proletarias

 A partir de la unificación realizada por las clases dominantes crecientemente subordinadas a las potencias imperialistas, los gobiernos se dieron un plan de educación pública que, si bien tuvo rasgos democratizadores, buscó difundir los “valores” de la oligarquía. Frente a esto las corrientes obreras reaccionaron enfrentando, en un primer momento esta “educación para la patria”. 

 A partir de la unificación realizada por las clases dominantes crecientemente subordinadas a las potencias imperialistas, los gobiernos se dieron un plan de educación pública que, si bien tuvo rasgos democratizadores, buscó difundir los “valores” de la oligarquía. Frente a esto las corrientes obreras reaccionaron enfrentando, en un primer momento esta “educación para la patria”. 
Para esto intentaron desarrollar sus propias escuelas (“laicas” los socialistas, como ya vimos) y “racionales” o “modernas” los anarquistas. Estos últimos, ya a fines del siglo 19 fundaron los primeros establecimientos, siguiendo las enseñanzas del pedagogo catalán Francisco Ferrer, fusilado en 1909. El principal impulsor de esta corriente fue el intelectual Julio R. Barcos, de vasta trayectoria, tanto en lo pedagógico como en lo gremial, ya que fue el creador de la Liga de Educación Racionalista (Argentina) y de la Liga Nacional de Maestros (1910). Barcos dirigió la Escuela Laica de Lanús, y la Escuela Moderna de Buenos Aires (1908-1909), donde «para realizar el propósito de la Escuela Moderna, encaminado a preparar una humanidad verdaderamente fraternal, sin categoría de sexos ni clases, se aceptarán niños de ambos sexos desde la edad de cinco años». En Lanús, invitó frecuentemente a la doctora y dirigente socialista Alicia Moreau a dar conferencias.
Muchas veces, estas escuelas se creaban a partir de uno o más sindicatos en Buenos Aires y otras provincias, que colaboraban en su mantenimiento, o prestaban alguna precaria instalación. Esto, y la constante persecución política, ocasionaron el cierre de la mayoría de las escuelas, lo que se agudizó con la represión del Centenario de la Revolución de Mayo. La FORA anarquista, en su Vº Congreso, recomendaba “a todas las sociedades federadas que dediquen una parte de sus fondos al sostenimiento de escuelas libres, bibliotecas y edición de folletos”.
Entre sus preceptos, para educar a las nuevas generaciones y que fueran “aptas para la emancipación religiosa, política y económica”, planteaban “La escuela no debe imponer; debe demostrar y persuadir”. “Podemos enseñar la vida de los pueblos en lugar de la historia de reyes, las lenguas vivas en lugar de las muertas… la mecánica en el taller con más frecuencia que en las tablas”. Abundaban las enseñanzas científicas y sociales, excluyendo explícitamente la religión. Muchas veces, como se lee en la prensa anarquista, los maestros eran militantes esforzados, pero con poco o nada de conocimientos pedagógicos. Alguna carta despotricaba contra un maestro “que apenas sabe castellano”.