Que algo cambie para sostener y profundizar el “proyecto”. Esta parece ser la decisión, de tinte gatopardista, de la presidenta de la Nación, en su esperado retorno a la función pública.
La buena noticia de la recuperación de su salud abrió paso a expectativas acerca de su evaluación del revés electoral y del tipo de medidas que tomaría en consecuencia.
Que algo cambie para sostener y profundizar el “proyecto”. Esta parece ser la decisión, de tinte gatopardista, de la presidenta de la Nación, en su esperado retorno a la función pública.
La buena noticia de la recuperación de su salud abrió paso a expectativas acerca de su evaluación del revés electoral y del tipo de medidas que tomaría en consecuencia.
Sus dos primeras exposiciones fueron francamente diferentes. En la primera se mostró descontracturada y en actitud coloquial e intimista. Casi inmediatamente después, en la Casa de Gobierno, retomó su estilo habitual.
Estas modalidades de presentación lejos están de ser espontáneas. La primera va en busca de promover identificaciones y empatía. La Presidenta se presentó como una de nosotros. Muchos le han criticado falta de seriedad en relación con la función que ocupa. No me parece cuestionable la falta de rigidez y protocolo. El problema es que ese tipo de modalidad comunicativa está al servicio de recuperar adhesiones, a costa del encubrimiento de las dificultades crecientes de amplios sectores populares en función de la política económica y social de su gobierno.
En su segunda aparición pública ratificó su estilo conocido. Dirigiéndose a una población esencialmente joven y convocada a ratificar lealtades, retomó la línea discursiva que da por realizados anhelos que comparte la mayoría del pueblo, reconociendo como única deuda la profundización de la política implementada hasta ahora.
Esta valoración contrasta con el alarmante avance de la inflación y la aplicación de medidas de ajuste. El golpe violento al bolsillo de los que menos tienen, ejemplificado duramente en el precio del pan y la carne, es un hecho tangible actual y no sólo una amenaza para el futuro inmediato.
Por otra parte, en línea con el habitual discurso K, la Presidenta ratificó lo que define como su compromiso en defensa de la soberanía nacional. Reivindicó el papel de su gobierno en relación con Aerolíneas e YPF. El acuerdo con Chevron, la devastación de nuestra histórica línea aérea, desmienten el discurso, del mismo modo que la sanción de la Ley Antiterrorista y el nombramiento de Milani al frente del Ejército nada tienen que ver con la defensa de los derechos humanos.
La perspectiva de continuar pagando deudas usurarias y profundizar el endeudamiento con los pulpos financieros internacionales, así como la sanción, en soledad y con la premura de siempre, del Código Civil y Comercial en la Cámara de Diputados, son indicadores de la continuidad de la política K. El nuevo paquete legislativo desresponsabiliza al Estado y a los funcionarios, garantiza la impunidad y condena a la indefensión a los trabajadores y a las víctimas de crímenes sociales como el de Once.
La salida de Moreno seguramente habrá producido alivio en los trabajadores del Indec, que sufrieron por años sus manipulaciones y patoteadas. Pero Moreno fue sólo un ejecutor, un soldado, que concentró antipatías por su estilo peculiar.
Se requiere tiempo para evaluar el efecto de los cambios en el gabinete, que responden a múltiples necesidades de gobernabilidad y a la perspectiva electoral para 2015 y aun para más adelante. No queda claro ni es excluyente, tampoco, que se deban a la necesidad de aliviar las tareas de la Presidenta por su situación de salud o a necesidades surgidas de la derrota electoral nunca reconocida. La presencia de Capitanich, que tiene fuerte perfil propio y múltiples vasos comunicantes, entre otros con los gobernadores, plantea el interrogante de cuánto será vehículo pasivo de las decisiones presidenciales y cuánto pondrá de sello propio en su accionar
Están abiertas distintas alternativas posibles para el curso futuro, pero todas ellas parten de la base de dar continuidad al “modelo”.
En sentido inverso, es necesario realizar cambios en profundidad, aplicar una política verdaderamente emancipadora, que asegure nuestra soberanía y permita resolver los padecimientos y garantizar los derechos de las grandes mayorías.