Arturo, me pediste una impresión, algo que me haya transmitido el festival solidario. Recordé tu pedido varias veces en el día, mientras subía fotos o comentaba por face o por teléfono con otras personas que asistieron. Ahora que llegó la noche y después de haber cumplido con otras solicitudes (enviar fotos a compañeros para que se publiquen en los periódicos de partidos amigos, redactar una notita para que sea difundida en un medio que nos abre el espacio), ahora llegó el momento de cumplir con vos. Sabes que lo hago con gusto, porque te aprecio, y porque me involucré mucho en la organización de esta actividad. En realidad, más que en la actividad, me siento involucrada en la lucha de estos hombres, a algunos de los cuales veo cuando salgo a caminar por las mañanas, sentados en la vereda de la fábrica que custodian, en ese enorme lugar lleno de máquinas tristemente paralizadas, un lugar que debería estar poblado de operarios y de ruidos y que da tristeza ver tan vacío y silencioso. Pero anoche no, anoche fue…. Una fiesta. Dos palabras, entre todas las que escuché a lo largo del día, me dieron el carácter de lo que fue este evento. Mezquindad y confraternidad. Mezquindad de los que no se acercaron porque no obtenían ninguna ganancia personal con su presencia, o tal vez porque podían y no querían llegar a favorecer a algún rival político. Mezquindad. Y confraternidad entre los asistentes. Había gente de muchos lugares diferentes, lugares ideológicos, lugares partidarios. Había vecinalistas, de esos que están donde tienen que estar, había mujeres organizadas, con años de trabajo social o militancia. Había otras mujeres con años de dedicarse a su hogar, planificadoras, expertas en administración de los salarios de sus esposos. Estaban las compañeras de los obreros en lucha, reagrupadas y en plena tarea de acompañar esta gesta, porque es una gesta, una patriada por el trabajo y la industria nacional. Esas compañeras que son la condición indispensable para que esta lucha –que sabíamos que iba a ser larga- pueda prolongarse el tiempo necesario, hasta la victoria. Y lo digo no ingenuamente. Hasta la victoria. Porque no podemos plantearnos la posibilidad de la derrota. Por estos 140 espartanos a los que tenemos el honor de acompañar ahora. Por sus hijos. Por los jóvenes que salen de escuelas técnicas con su formación y sus proyectos, para que tengan esta y otras fabricas similares donde insertarse. Por las pyme que se ven afectadas desde que Allocco no produce y no les compra. Porque esta ciudad es fabril, porque debe volver a ser el corazón del corazón industrial del país. Porque hay demasiada buena gente que merece trabajos dignos. Porque ellos quieren Trabajar. Y porque no hago apuestas para ser derrotada. Por todo eso digo: acompaño a los obreros de Allocco… acompañamos a los obreros de Allocco, hasta la victoria. Y porque… vos sabes que tuve una noche triste hace poco, en parte por el temor a que la ciudad no respondiera a la convocatoria. Por temor a la indiferencia, que duele tanto. Pero fuimos tantos…. En confraternidad, fuimos tantos. Muchos más que los mezquinos. Y eso me llenó de felicidad todo este día. Por eso anoche fue una fiesta. Y hoy fue el día de saborear tanto que nos dejó.
12 de febrero de 2014