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21 de mayo de 2014

Andrés Suárez, sobrino de Normita: “Norma fue una esas protagonistas negadas por la historia oficial”

Homenaje a Norma Nassif

Antes que nadaquería agradecer a los compañeros del Comité Central del PCR por este merecido homenaje a Normita en esta ciudad que la vio militar tantos años. Agradecer a los que me han precedido en el uso de la palabra, que han ido volcando esa imagen de Norma que todos tenemos en nuestros corazones. A los compañeros y amigos que están acá, en particular a los compañeros de Tucumán, de su Tucumán, que han venido, y a los compañeros de todas las provincias y del Gran Buenos Aires que están acá.

Antes que nadaquería agradecer a los compañeros del Comité Central del PCR por este merecido homenaje a Normita en esta ciudad que la vio militar tantos años. Agradecer a los que me han precedido en el uso de la palabra, que han ido volcando esa imagen de Norma que todos tenemos en nuestros corazones. A los compañeros y amigos que están acá, en particular a los compañeros de Tucumán, de su Tucumán, que han venido, y a los compañeros de todas las provincias y del Gran Buenos Aires que están acá.

Pasaron 10 años desde aquella fría mañana de mayo, cuando sonó el teléfono y el Negro nos dio la noticia. Fue todo muy rápido. Lo llamamos a Ricardo. Tomamos una decisión con mi vieja que nos tomábamos el primer avión a Buenos Aires, por si llegábamos. Nos encontramos en el aeropuerto con Kitiú. Llegamos. Los abrazos, los llantos, las risas, la despedida, el silencio. Se dan cuenta que no es nada sencillo hablar hoy acá. Porque los años transcurrieron, pero Normita sigue acompañándonos como una presencia necesaria en cada paso que damos, como lo hizo en toda su vida.

Tengo grabada la imagen de la foto del casamiento de mis viejos. Ella con una pollera cortita, sonriente, hermosa, feliz, abrazada a mi papá. Esa adolescente inquieta, rebelde, alegre, que luchó hasta el último aliento, para transformar esta sociedad en la que le tocó vivir y en la que nos toca vivir a todos nosotros. Desde adolecente tomó lugar en ese naciente PCR, junto a sus hermanos. Y esa decisión fue fundacional para toda nuestra familia. Era una adolescente de 15 años que abrazó e hizo carne eso que dijo el Che de endurecerse sin perder jamás la ternura.

Normita fue secuestrada a los 23 años. Como contaron, paró una camioneta, volvía de rendir junto con un grupo de compañeros. La subieron a la camioneta. Gracias a esos compañeros –hay algunos acá- es que a ella no la matan. Toman la facultad, toman el Rectorado y exigen que la blanqueen como presa política. Primero estuvo en Tucumán; en septiembre del 75 la llevan a Devoto, y allí estuvo siete años.

Como decía Luli, tengo muy pocos recuerdos de ella contando sobre la cárcel. Ella casi no hablaba de eso. Uno le tenía que preguntar. Pero ella sí contaba de esa juventud de los 70, a todo el que quiera oír, todo el tiempo. Y cada vez que hablaba de eso, se le iluminaba la cara. Eso que ella dice en el video, en una entrevista del programa Zoo, de que la cárcel es un problema menor, no era algo que lo decía para las cámaras. Ella lo pensaba profundamente, en la cárcel lo pensaba así. Lo vivió así esos siete años, llevando siempre tranquilidad hacia fuera. Hacia su familia, hacia sus amigos, sabiendo que sus compañeros la habían salvado de las garras de la muerte, y que otros no habían corrido con su suerte. La certeza de que su partido seguía luchando en las duras condiciones de la dictadura, le dieron la fortaleza necesaria para seguir adelante. Mientras otros se derrumbaban por la traición de sus organizaciones, Normita se hacía fuerte.

Mi abuela Chicha memorizaba los informes del Central y aprendía el lenguaje de señas para poder pasárselo a través del grueso vidrio que le impedía tocar a su hija. Así, por lo menos, le llegaba esa caricia de su madre y de sus compañeros. Fueron siete años duros, sobre todo al principio como contaba Alba, donde otras presas intentaban aislarla, acusándola de isabelista, por defender al gobierno constitucional de Isabel Perón, ese gobierno que la había detenido, en contra del golpe de estado que se avecinaba. Presenció con dolor el festejo de aquellas que creyeron que el golpe era lo mejor para el país. Y luego, sin revanchismos, siempre peleando por unir a las presas, explicó su posición una y mil veces. Eso que hizo en la cárcel lo practicó el resto de su vida. Siempre luchó por la unidad, siempre con los principios en alto. Tenía muy claro quiénes eran los enemigos del pueblo, buscándolos del otro lado de la reja, y no al lado suyo. Esos siete años no fueron años de ausencias. Ella siempre estuvo presente para nosotros. Nunca faltó a un cumpleaños, un aniversario, o un nacimiento. Las cartas con el inefable sello de censurado y debajo el texto correspondiente, llegaban incansables a Tucumán, llevando tranquilidad, a sus padres sobre todo. Nunca una queja. Siempre una caricia tranquilizadora para los que peleaban a diario para que ella salga. Atesoro todavía la carta que escribió el día que nací, así como los regalos que llegaban a la casa –que mi mamá me guardó porque si me los daba los rompía-. Herramientas hechas de madera con broches de ropa, llaveros, postales, tarjetas de cumpleaños, poesías, señaladores, ‘laburo de presa’, decía ella y se reía, caricias para nosotros.

Esos siete años de cárcel terminaron de consolidar esa personalidad que se había forjado en las aulas, en la organización del Faudi, en los Tucumanazos, donde ella fue una esas protagonistas negadas por la historia oficial, rescatada con tanta claridad por su sobrina Silvita, en ese libro que recupera para los tucumanos un importante pedazo de nuestra historia.

Hay gente como Norma, como el Flaco Gigli, como muchos otros, para los cuáles la cárcel fue realmente una escuela, que los hizo crecer. Que se hicieron fuertes ante las adversidades. Porque en las buenas, en medio de las masas, en las calles, cualquiera puede ser un perro que ande ladrando. Pero cuando estás solo y aislado le terminan pegando tres chirlos y lo largan con la cola entre las patas, como algunos que conocemos. Con Norma no pudieron. Los que no la conocían podían decir que era débil, porque era dulce, tierna, pero era implacable con sus enemigos. Era de esas personas que dicen lo piensan, y hacen lo que dicen, en todos los niveles de su vida. Por eso, cuando su enfermedad, dio su última batalla con todas sus fuerzas para darnos nuevamente una lección de vida a todos nosotros: no entregarse nunca. Y ella nunca se entregó.

Y eso lo mamó Anita desde chiquita, desde la cuna. Y con esa misma dulzura, con esa misma firmeza, pudo abrirse paso en terreno hostil. No se dejó ganar por la tristeza. No permitió que tiren por la borda tantos años de trabajo y de sacrificio en su facultad, para construir esa agrupación de la que su mamá estaría orgullosa.

Normita salió de la cárcel y siguió viviendo su vida intensamente. Quería seguir estudiando medicina, y la Universidad Nacional de Tucumán no la dejó. Pero no se desanimó. Se encontró con Omar, se enamoró, hicieron crecer una familia. La vida la llevó a mudarse a Buenos Aires y a seguir militando aquí. Pero como diría don Atahualpa ‘malhaya con mi vida, caminar y caminar, siempre ando por todas partes, siempre vuelvo a Tucumán’. Y ella volvía, siempre volvía.

Normita estaba en cada decisión que uno tomaba. Era alguien a quien se le podía consultar absolutamente todo, con la confianza que no te iba a juzgar, que iba a ayudarte a decidir. Me acuerdo el último año nuevo antes que se descubriera su enfermedad, la alegría con la que contaba los combates del 19 y 20 de diciembre en estas calles. Brillaba de nuevo como brillaba cuando contaba las luchas de la década del 70. Ya enferma, viajó de nuevo a Tucumán, y con Laura, mi hermana, fueron a recorrer de nuevo la ruta 38, esa ruta que tantas veces ella hizo en colectivo yendo a la puerta de Grafanor, donde conoció a ese núcleo de obreros combativos, que luego se hicieron comunistas, que recuperaron esa comisión interna. Que enfrentaron al golpe de Estado, y que fueron protagonistas de esos actos del Córdoba Sport de René Salamanca y el Smata de la Lista Marrón.

Ahí comprendimos que a Normita no la metieron  presa por ser una dirigente estudiantil, una brillante dirigente estudiantil, sino por ser una dirigente comunista, que fue clave para que ese partido que nacía en Tucumán, principalmente del movimiento estudiantil. Echara raíces en el movimiento obrero. Yo soy parte de una generación que se sumó a la JCR cuando Normita era miembro de su Comité Central. Parte de esa generación que nos formamos con el ejemplo de Normita como faro. Ella llegaba a Tucumán, se sentaba en una reunión y escuchaba. Podía estar horas escuchando. Tomaba nota, preguntaba, y sólo después opinaba. Te hacía cambiar de opinión, construía junto con vos. Nunca te decía lo que tenías que hacer. Si no estaba de acuerdo te lo decía. Nunca se iba a guardar una opinión por miedo a lastimarte. Pero te la decía de tal manera, con  tanta dulzura, con tanto cariño, que uno sabía que era para ayudarte. Y te hacía pensar. Tenía un estilo único. Te transmitía esa confianza que tenían en su pueblo y en su juventud, y te hacía querer ser como ella. Cosas por las que uno pelea cada día.

Discutía sin prejuicios, siempre de frente, peleando por la unidad. Sin duda, ella fue parte de duros debates en el seno del Partido. Pero jamás hubiera permitido que esas diferencias, que en nombre de esos debates, se rompiera el Partido que ella construyó. Siempre peleó por la unidad de su partido, y ese legado que nos dejó, lo sabremos honrar. Porque juramos ante ella hace diez años, y no estamos dispuestos a faltar a ese juramento. Normita, pasaron 10 años, y fueron 10 años difíciles, que nos hiciste falta como nunca. Pero seguimos adelante, y seguiremos luchando por hacer realidad ese mundo por el que vos luchaste. Sos la estrella a la que atamos el arado para sembrar la semilla que dejaste.