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16 de julio de 2014

Perdimos: Argentina perdió la final del mundial de Fútbol. Podríamos ahogarnos en la tristeza de una derrota más, o quedarnos clavados en las casi inútiles quejas cotidianas: culpar al arbitraje, la mafia de la FIFA, al negocio del fútbol, etc., pero lo real es que al pueblo argentino lo invade una extraña alegría, a pesar de haber perdido la final contra una de las principales potencias mundiales de este deporte (y del sistema imperialista también).

Con orgullo y dignidad

El mundo del fútbol se pinta de celeste y blanco

Como en la vida, en el fútbol la mayoría de las veces la justicia también juega para los poderosos, y en esta ocasión millones de argentinos revivimos nuestras penas y alegrías, frustraciones y esperanzas en el deporte más popular del mundo, despertando la simpatía y solidaridad por nuestros colores hasta en el pueblo hermano de Bangladesh. “Luchar, fracasar, luchar y fracasar de nuevo, así hasta la victoria”, afirmaba Mao, y el pueblo argentino parece corroborar sus palabras: acabamos de perder la final del mundo, y ya queremos jugar de nuevo otro mundial, para volver a vivir esta experiencia deportiva colectiva.
Perdimos, pero estuvimos a minutos de acariciar la gloria con las manos, se nos pasó esta oportunidad y eso nos recuerda a algunos procesos históricos donde nuestro pueblo tomó las calles y supo hacerse escuchar: sólo nos faltó coronar.
La entrega, el juego colectivo y el amor a la camiseta y a su país de quienes nos representaron durante este mundial, nos demostraron que los héroes individuales siempre son la expresión particular de un conjunto: cuando ganamos, ganamos todos, cuando perdemos, perdemos todos. Salimos segundos, pero no necesitamos de la FIFA para coronar campeones a nuestros jugadores, demostrando una vez más que el único héroe siempre es el pueblo, son las propias masas las principales protagonistas de su historia, tanto en la vida como en el fútbol. Perdimos dignamente con los mejores, y porque supimos superarlos en varias ocasiones, nos ganamos el respeto de los rivales y el reconocimiento del mundo entero.
Perdimos, pero sabemos que “una derrota peleada vale más que una victoria casual”, como supo decir el gran héroe José de San Martín, como si hubiera anticipado esta final hace más de 200 años, demostrando que efectivamente la felicidad está en la lucha, y de ello, el pueblo argentino ha aprendido mucho durante los últimos tiempos.
Los fenómenos sociales de masas profundizan los lazos de identidad de un pueblo, y aunque intenten ser usados con fines particulares por los que nos dominan, también pueden volverse en su contra cuando la causa es justa y el pueblo se reconoce en ella, como sucedió durante la Guerra de Malvinas. Después de este partido, el pueblo argentino ha roto con el exitismo individualista, uno de los principios esenciales que la lógica dominante buscaba hacer pasar como parte de nuestra “naturaleza criolla”: hemos aprendido que hay segundos puestos que no se olvidan, y toda una generación parida por las luchas sociales más importantes de su historia, hoy sabe que lo colectivo es mucho más fructífero que lo individual y termina imponiéndose, aunque cueste y mucho, por sobre todo intento de cualquier potencia: cuando hay equipo, hasta Alemania se convierte en un tigre de papel.
Perdimos, pero festejamos todos el triunfo de la dignidad de un pueblo de pie, que ríe pero no olvida a sus verdaderos enemigos y que sabe que a pesar de los títeres de siempre que nada tienen que ver con el fútbol, la represión innecesaria y las ventajas políticas que puedan sacar de ello los diferentes sectores de las clases dominantes, la pelota no se mancha. Hoy más que nunca: ¡Vamos Argentina carajo!