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17 de septiembre de 2014

La decisión del gobierno de la provincia de Buenos Aires de “eliminar” los aplazos desató reacciones diversas y avivó el debate educativo.

Malas notas

La “inclusión” no es tal en la década ganada

La gente enseguida percibió que se trata de una medida que –al modo de los índices del Indek– busca ocultar el estado desastroso de la educación a través del relato. Cambiar la escala, es decir, llamar de otro modo al aplazo, no es una medida que busca ver cómo hacer para lograr los aprendizajes necesarios en todos los chicos. 

La gente enseguida percibió que se trata de una medida que –al modo de los índices del Indek– busca ocultar el estado desastroso de la educación a través del relato. Cambiar la escala, es decir, llamar de otro modo al aplazo, no es una medida que busca ver cómo hacer para lograr los aprendizajes necesarios en todos los chicos. 
El gobierno pretende instalar la antinomia entre la “exclusión”, que en este caso estaría dada por el sistema “estigmatizante” de los aplazos, versus la “inclusión”, que supondría la nueva escala de calificaciones y las condiciones de promoción de un grado a otro.
Ya vimos que la “inclusión” no es tal en la década ganada. Por el contrario, crecieron la repitencia y el abandono escolar. De cada 10 chicos que empiezan primer grado, menos de 4 terminan el secundario; y la mitad de los que todavía están en la escuela a los 15 años, no comprende lo que lee. También crecieron las abismales diferencias entre lo que aprenden los alumnos de escuelas privadas y los de las escuelas públicas.
Esta medida, lejos de buscar cómo resolver los graves problemas educativos, que se traducen en mayores índices de repitencia y abandono, proponen continuar con el “como si” se enseñara y se aprendiera en las escuelas. 
Ya está probado que superar esos déficits no es cuestión de tiempo o de depositar a los chicos en una “escuela container” que no enseña. Por el contrario, se necesita una fuerte acción pedagógica con mayores recursos concretos que puedan compensar en serio las carencias iniciales que traen los chicos. 
Los problemas se resuelven creando las condiciones materiales para enseñar y aprender, que es la tarea fundamental de la escuela, con los apoyos necesarios para el aprendizaje de los chicos que vienen con enormes carencias nutricionales y de estimulación temprana. 
Después, podremos discutir en profundidad el sistema de evaluación, porque el cambio de escala no cambia la lógica del sistema “de méritos” implícito en la calificación por notas: los aplazos que antes se llamaban 1, 2 o 3, ahora serán 4, 5 o 6. Es imprescindible cambiar esa concepción pedagógica que supone que todos tienen iguales oportunidades educativas y alcanzarán logros diferentes según sus méritos individuales, y que luego se expresan en una escala. 
Analizar los errores y corregirlos es una parte fundamental del aprendizaje. El maestro ayuda a los alumnos a realizar ese proceso, que no es espontáneo. Un buen maestro marca un error, no para estigmatizar o descalificar al niño que lo cometió, sino para ayudarlo a pensar y a aprender. 
Es decir, los maestros están evaluando permanentemente como parte de un proceso de enseñanza y aprendizaje social, donde la satisfacción y la alegría residen en descubrir y conocer una verdad, comprender los aspectos de un problema o hacer bien un trabajo.
Pero, a nivel del conjunto de las escuelas, la cuestión de la evaluación cambia: hoy las malas notas le corresponden a los responsables de las políticas de exclusión educativa, que vienen de larga data, pero que fueron profundizadas durante la década K.