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15 de octubre de 2014

La primera ley de accidentes de trabajo (1)

Crónicas proletarias

 La historia de la ley de accidentes de trabajo que se aprobó en el Congreso en 1915 evidencia las causas profundas de los dramas de los trabajadores y el pueblo en nuestro país, y que la mayoría de las veces estos “accidentes” obedecen a una estructura atrasada y dependiente.

 La historia de la ley de accidentes de trabajo que se aprobó en el Congreso en 1915 evidencia las causas profundas de los dramas de los trabajadores y el pueblo en nuestro país, y que la mayoría de las veces estos “accidentes” obedecen a una estructura atrasada y dependiente.
El primer proyecto presentado sobre este tema databa de 1907, y fue hecho por el diputado socialista Alfredo Palacios, reclamando la sanción de una ley que impusiera a los patrones la obligación de indemnizar los accidentes de trabajo. No fue tratado. Tampoco en 1912, cuando Palacios fue reelecto y lo volvió a presentar. Tuvo que ocurrir, el 23 de mayo de 1913, un terrible accidente en los Talleres del Ministerio de Obras Públicas ubicado a la vera del Riachuelo donde funcionaba una usina que generaba gases destinados al balizamiento luminoso del río, con el saldo de 14 trabajadores muertos y otros tantos heridos, para que los diputados y senadores se vieran forzados a tratar una ley sobre accidentes. 
Hasta ese momento, para poder reclamar una indemnización en caso de accidente, el trabajador debía probar la responsabilidad del patrón en un juicio, haciéndose cargo de los gastos del inicio de la demanda. La mayoría de las veces, el patrón salía bien librado de estas demandas, argumentando “negligencia” del accidentado, o causas que “escapaban a su responsabilidad”.
 Cuando el ministro de Obras Públicas fue convocado a dar explicaciones al Parlamento tras la explosión de la usina intentó minimizar (cuando no) las responsabilidades oficiales, argumentando que había sido un hecho “fatal, que tiene que producirse necesariamente, con arreglo a ciertas leyes desconocidas, que la estadística, revela y que se considera absolutamente imposible contrarrestar”. No contento con esto, agregó el ministro “Si el maquinista no se hubiera encontrado en esta situación de ánimo y hubiera atinado en aquel momento a cerrar las llaves, que era lo que correspondía, se habría evitado la catástrofe”.
 El diputado socialista Dickmann, quien volvió a presentar en 1915 el proyecto de Palacios, señaló, con su característica verba reformista, que más allá de la “muy simpática” actitud, “tan diligente y humana, asumida por el poder ejecutivo en presencia de esta desgracia”, “en política, como en medicina, es preferible prevenir las enfermedades antes que curarlas; y así como ayer constatamos con dolor, que ninguno de los obreros muertos o lesionados gozaba del seguro contra accidentes del trabajo, así también debemos estudiar a fondo las causas de la catástrofe, para prevenir en el futuro su repetición”.