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29 de octubre de 2014

La pesadilla entrerriana

Priscila Hartman, otro caso de femicidio

 Desde el viernes comenzaron a circular por las redes sociales fotos de Priscila Hartman, joven de 22 años, quien no había vuelto a su hogar en Paraná (Entre Ríos) desde el jueves por la noche. Priscila le había pedido a su papá la moto para dar una vuelta, pero no regresó esa noche a casa. 

 Desde el viernes comenzaron a circular por las redes sociales fotos de Priscila Hartman, joven de 22 años, quien no había vuelto a su hogar en Paraná (Entre Ríos) desde el jueves por la noche. Priscila le había pedido a su papá la moto para dar una vuelta, pero no regresó esa noche a casa. 
Hija de laburantes, Priscila costeaba sus gastos trabajando en la fotocopiadora de un negocio familiar. Era coqueta, le gustaba usar ropa y anteojos de moda y dar una vuelta en la moto de su papá por el Parque Urquiza, como lo hacen muchas gurisas y gurises, en la previa de la noche o el domingo a la tarde. 
Desde su ausencia, sobre ella, comenzaron los comentarios, desde idealizaciones como “era una santa que trabajaba, no tenía novio, no tenía nada” hasta “salió de noche en moto”, “se sacan selfies haciendo piquito y después se quejan cuando les pasa algo”. Todos esos razonamientos que intentan dar sentido, cuando no hay explicaciones ni razones para que alguien se apropie del cuerpo de una mujer pero que de un modo u otro la cosifican otra vez. 
El domingo por la mañana había sido encontrada la moto, el celular y el casco de Priscila. También fue detenido un chico de 19 años, presuntamente involucrado en una relación amorosa con la joven.
Unas horas más tarde, se confirmó lo más temido: Priscila, muerta. Su cuerpo fue encontrado con severos golpes y escondido en unos pastizales en las cercanías del cementerio de San Benito. La misma localidad entrerriana de donde desapareció hace diez años Fernanda Aguirre, con trece años de edad, y de quien nunca más se supo el paradero. La misma localidad que hasta hace unos años  era tranquila, donde se asentaban familias de laburantes y construían su casa y su familia, y que hoy coexisten -gracias a la “década ganada” y la ruta del Mercosur-, al lado de transas que trabajan con la policía en el circuito de ablande de nuestras gurisas para el negocio de la trata y la prostitución; a la vista de las cámaras policiales, en los mismos accesos que fotografió el Street View hace unos días, de la apacible San Benito que hoy llora otra chica más. 
En esa San Benito, paradoja, pueden ocurrir las pesadillas como la de matar, violar y esconder el cuerpo de Priscila y vaya a saber cuántas otras si no se toma a el tema de la violencia hacia las mujeres.
¿Hay diferencia en este caso si su muerte fue por un noviazgo violento o por su resistencia a ser atrapada por una red de trata? No, porque ambas tienen implicancias políticas. Ser mujer, tener 22, ser hija de laburantes, puede ser una pesadilla si el orden que se impone es el atropello, la apropiación y la impunidad. En los noventa, veíamos en Catamarca con el caso María Soledad Morales, el modelo feudal: los hijos del poder apropiándose de una hija del pueblo. Pero hoy cada 30 horas muere una mujer por violencia de sexo, y Entre Ríos –compartiendo el puesto con Córdoba- está en el tercer lugar nacional, sin que el gobierno provincial tenga la reglamentación de la Ley de Emergencia Sexual y doméstica y el presupuesto para evitar más muertes. 
Lo cierto es que este año murieron 13 mujeres por femicidio en Entre Ríos. Si existiera la decisión política del gobernador de reglamentar la ley de Emergencia, Priscila estaría viva. Pero Urribarri paga costosas entrevistas en programas como el de Fantino, haciendo alarde de su “sueño”. Ese que para los entrerrianos suena más a pesadilla.