Domingo. El 540 sale de la Estación Lomas de Zamora y te deja a tres cuadras de La Salada. “Salvo que no se pueda seguir por Virgilio y doble antes”, advierte el chofer. Sigue hasta Puente La Noria y vuelve a Lomas. El círculo cierra. Somos cuatro los interesados en llegar a la feria. A las 13 no suele quedar nadie en la zona de La Salada: las cuatro ferias que componen el complejo funcionan de madrugada. Después sólo quedan las estructuras de los puestos y los grandes galpones vacíos. Fósiles de mastodontes que reviven tres veces por semana de 1 a 7.
Este domingo de mayo es distinto. Hay fiesta en Urkupiña. La virgen de Urkupiña es la patrona de la Integración Nacional en Bolivia y en Ingeniero Budge, la protectora de la feria que lleva su nombre.
Suerte. El 540 nos deja a tres cuadras. En la esquina donde bajamos hay una camioneta que, a primera vista, parece un patrullero, pero no lo es y tres hombres que parecen policías pero no lo son. En sus insignias se lee “seguridad de Urkupiña”. La virgen nos protege en lo espiritual y sus agentes en lo material.
Una cuadra entes de llegar a la entrada de Urkupiña, el suelo está alfombrado de nylon. Llegamos al reino de La Salada. Un pequeño grupo de bolivianos insiste en pasar pero el seguridad le dice que no puede salvo que tengan “una cinta azul en la muñeca o que estén en la lista”. Ellos caminan de un lado a otro de la reja, parándose por momentos a mirar las comparsas que pasan a unos cien metros dentro de la feria. Están encabezadas por las bailarinas que llevan largas y coloridas polleras que zarandean mientras avanzan danzando una coreografía al ritmo de la música. Detrás, los caballeros que en su coreografía incluyen unas matracas que hacen sonar en momentos claves. Al fondo, la banda: percusión y vientos de bronce. Las vestimentas y matracas son distintivas de cada comparsa. Matracas con forma de auto, de avión, de chocolate. Por lo demás, el paso de baile y la música son muy similares.
Me sumo a los impacientes bolivianos que se mueven de un lugar a otro de la reja y que cada tanto se detienen a mirar. De tanto en tanto una combi o una camioneta se para en la entrada. El conductor asoma la mano por la ventanilla y exhibe con desden la cinta azul que le cuelga de la muñeca. El seguridad sonríe y abre el portón. Cada vez que el portón se abre el grupo de bolivianos vuelve a insistir: “Dale, ya está la puerta abierta, paso yo nomás”. Una muchacha de alrededor de 22 años ruega: “estuve toda la madrugada atendiendo un puesto”. El seguridad, serio, niega con la cabeza.
Quique Antequera, es el número uno de Urkupiña. Lo conocí hace algunos días en un local de Militancia y Trabajo, el partido que él encabeza. Fui buscando una entrevista. No la conseguí, pero me invitó a la fiesta en Urkupiña con la promesa de una entrevista futura.
-Hola, soy invitado de Antequera.
-¿Estás en la lista?
-Mi nombre es Daniel.
-No estás en la lista- asegura sin chequear nada.
Lo llamo a Antequera.
-Hola Daniel ¿Cómo estás?
-Bien, estoy acá en la puerta de Urkupiña, pero no me dejan pasar.
-Pasame con el que está ahí.
-Es Quique Antequera. Quiere hablar con vos- le digo al de la puerta mientras le alcanzo el teléfono.
-Pasá, pasá. ¿Cuántos son?- me dice sin agarrarlo.
Adentro descubro que las comparsas no son parte del show. Son los invitados a la fiesta. Distintas fraternidades bolivianas que desfilan hasta la zona del escenario “Gonzalo Rojas Paz”. Rojas fue uno de los que inició La Salada. En noviembre del 2001 quedó detenido en la cárcel de Ezeiza por falsificación de ropa deportiva. Su estadía fue corta. A los once días apareció ahorcado. René Gonzalo Rojas Paz, medía alrededor de 1,80 metros, unos 20 centímetros más alto que la ventana de donde apareció colgado. Fue declarado como suicidio. Sin embargo muchos sospechan que no se suicidó solo, hay elementos para creer que tuvo “ayuda”.
A cada uno que llega a la zona de escenario le dan una Quilmes.
Me alcanzan una. Está a temperatura natural.
-No, gracias.
-Es una para cada uno.
-No, gracias.
-Hay una para cada uno.
La agarro, pero la dejo apoyada en la primera mesa.
Al costado derecho del escenario hay un plotter: “Julián Domínguez gobernador”, debajo de este uno más pequeño: “Quique Antequera en Lomas”
Hay mucha gente. Todos vestidos con trajes coloridos. La fiesta dura largas horas hasta pasada la media noche. No falta la fiesta, el baile, las estrellas: Antonio Ríos y Los Charkas amenizan la velada entre otros conjuntos menos conocidos, por lo menos para este cronista.
“Los que van a esas fiestas son los talleristas principalmente. Es como la elite de ese circuito. Forman como una aristocracia, sobre todo dentro de la comunidad boliviana. Manejan los talleres clandestinos”, asegura el secretario gremial de La Alameda, Ezequiel Conde. “Los que atienden en la feria, que suelen trabajar también en los talleres, lo miran de afuera y quieren estar ahí. Esa es su posibilidad de crecer. Por eso a veces nos pasa que los sacamos de talleres y al no tener mejores opciones, o vuelven a trabajar al taller o se ponen el propio”. El círculo cierra.