Hace 60 años, el 16 de junio de 1955 se produjo el segundo intento fallido de golpe de Estado contra el gobierno del general Perón (el primero había sido en setiembre de 1951), que incluyó el bombardeo a la Casa Rosada buscando darle muerte y la masacre de centenares de trabajadores, que habían concurrido a Plaza de Mayo convocados por la CGT en su apoyo. De una nota del Tte. Cnel. Adolfo Philippeaux, publicada en el N° 10 de la revista Cuadernos para el encuentro en una nueva huella argentina: “Hay una esperanza: que el pueblo se organice y decida”, reproducimos los párrafos referidos a esa luctuosa jornada.
Ese 16 de junio fue un desastre, muchos muertos del pueblo, fue terrible. Nadie podía imaginar que nuestros propios aviones iban a bombardear a decenas de inocentes como ocurrió. Recuerdo que la pobre gente miraba llegar los aviones y aplaudía pensando que era un desfile cuando se desató la matanza. No tiene ningún justificativo ese ataque contra el pueblo. Incluso si se lo quiere mirar desde el punto de vista revolucionario, como fue en cualquier revolución, el ataque se realiza contra las autoridades, contra la tropa que está para combatir, pero nunca contra el pobre pueblo desarmado, inerme, desprotegido. Fue una verdadera canallada.
De esa fecha también recuerdo los combates que se libraron entre el Regimiento de Granaderos a Caballo y las tropas que venían del ministerio de Marina. Ellos avanzaban hacía la Casa de Gobierno al tiempo que los aviones bombardeaban en repetidas oleadas pero, por falta de información o por la razón que fuera, desconocían que Perón ya no estaba en la Casa de Gobierno sino protegido en donde tenía asiento la tropa que yo dirigía. Cuando llegó mi tropa de instrucción, reorganicé las posiciones y ordené un contraataque con objetivo limitado, avanzando unos cien metros, en medio de un tiroteo infernal. A veces uno tiene algo de suerte que le permite salvar la vida, porque al estar algo nublado, los aviones no podían alcanzar la altura necesaria para que las bombas estallaran. Fueron muchas las bombas, creo que más del 50%, que no estallaron porque no alcanzaron la altura necesaria. De no ser por ese hecho fortuito la matanza hubiera sido mucho peor.
Los rebeldes finalmente se rindieron. Yo reorganicé la defensa y dispuse colocar un cañón antiaéreo en la terraza para hacer cumplir la orden de no violar el espacio aéreo. Algunos días después, un avión pasó por el espacio aéreo del Ministerio de guerra y el soldado a cargo de la antiaérea le tiró con todo lo que tenía. Al rato me llama Lucero al Estado Mayor. Cuando entré para verlo vi que estaba Perón y varios generales y Lucero me pregunta: “¿Qué pasa que están bombardeando? ¿Quién dio la orden de disparar al avión? Me acaba de llamar la Fuerza Aérea indignada por el ataque…” Y algunos generales pedían una sanción para el soldado que había disparado. Entonces, la verdad que yo estaba indignado de escuchar semejantes estupideces, le contesté a Lucero: que yo sepa mi General hay orden de no violar el espacio aéreo del Ministerio de Guerra. Usted no me va a decir que lo correcto es que yo le pregunte a la tripulación del avión si vienen a matar al general Perón, si están de paseo o que están haciendo. Si ellos violan el espacio aéreo mi soldado hizo lo que tenía que hacer y no voy a aceptar que se lo sancione por cumplir una orden que dimos para proteger la vida del general Perón.” Entonces intervino Perón quien dijo: “El Capitán estuvo muy bien” y ahí se terminó la discusión. No solo no iba a permitir que sancionaran a un soldado por cumplir una orden dada por sus superiores sino que al día siguiente hice hacer una formación de honor y lo ascendí a cabo, lo que provocó un escándalo en el Estado Mayor del Ejército, pero en aquella oportunidad Lucero los sacó corriendo a todos los alcahuetes que fueron con el cuento en mi contra.
Muchas veces se me ha preguntado por qué Perón no quiso enfrentar a los golpistas de manera más contundente, considerando que poco después, en septiembre de ese año, es derrocado. Entiendo que Perón no quiso un baño de sangre y por eso decidió no enfrentar a los golpistas como bien podría haber hecho. En verdad todo el pueblo estaba reclamando armas para luchar. Hay que reconocer que hubo abuso de muchos dirigentes peronistas que desprestigiaron al movimiento, pero no venía de Perón. El General no dividía a los oficiales y suboficiales entre peronistas y antiperonistas, él trataba a todo el mundo igual, respetaba a todos.