Las recientes explosiones en los depósitos de la empresa Ruihai International Logistics en la ciudad china de Tianjin el 12 de agosto, que dejaron 121 personas muertas reconocidas oficialmente, muestran cómo la voracidad de la burguesía imperialista china causa cada vez más profundos sufrimientos entre los trabajadores y el pueblo. En estos depósitos se acumulaban centenares de toneladas de cianuro de sodio y otros productos químicos, utilizados en producción de oro.
La explosión, hasta ahora sin causas aclaradas por los funcionarios del gobierno, no sólo causó la muerte y heridas graves a decenas de trabajadores, sino que entre los muertos se cuentan 67 bomberos, que como crecen las denuncias, fueron enviados a combatir el fuego sin los equipos necesarios.
Al 22 de agosto, es decir 10 días después de la explosión, 54 personas, entre ellos 37 bomberos permanecen desaparecidas. La explosión causó varios muertos entre los vecinos a los depósitos, ubicados en una zona residencial de esta ciudad nororiental de China.
Esta explosión, calificada por el gobierno chino como el peor “accidente laboral” de los últimos años, no es una excepción en la industria china. Sólo en el 2015, antes de los hechos de Tianjin, algunas fuentes consignaban 26 explosiones en lugares de trabajo, con 65 víctimas mortales y 119 heridos. La Administración Estatal de Seguridad Laboral informó de 862.225 accidentes de trabajo en tan sólo los primeros cuatro meses de este año, que se cobraron las vidas de 16.243 trabajadores.
Pasados más de 20 días de la explosión de Tianjin, los niveles de cianuro detectados en la zona son 356 veces superiores a lo normal, y hay denuncias de la muerte de miles de peces en el río Haihe, ubicado a 6 kilómetros de los hechos.
El Politburó del Comité Central del Partido Comunista, en una muestra de la hipocresía de la clase gobernante en China, expresó en un comunicado que pocos días después: “los culpables tendrán que responder ante la justicia. El incidente ha causado muchas pérdidas de vidas y daños materiales. Ha sido una profunda lección que hemos pagado con sangre”, señala. La sangre, como siempre en el capitalismo, la ponen los trabajadores. La burguesía imperialista se lleva las ganancias.