El siguiente es un artículo publicado por nuestro antecesor, el periódico Nueva Hora, en su edición de la primera quincena de octubre de 1973. Fue escrito por José Ratzer (Lucas Figari), uno de los camaradas fundadores de nuestro Partido, quien falleció el 18 de noviembre de 1978 abatido por una cruel enfermedad agravada por las condiciones de clandestinidad impuestas por la dictadura violovidelista.
El siguiente es un artículo publicado por nuestro antecesor, el periódico Nueva Hora, en su edición de la primera quincena de octubre de 1973. Fue escrito por José Ratzer (Lucas Figari), uno de los camaradas fundadores de nuestro Partido, quien falleció el 18 de noviembre de 1978 abatido por una cruel enfermedad agravada por las condiciones de clandestinidad impuestas por la dictadura violovidelista.
Finalizada la segunda guerra mundial [en 1945], Estados Unidos y su aliado menor, Gran Bretaña, habían desatado la así llamada “guerra fría”, una especie de gran cruzada anticomunista, que se combinaba con atroces matanzas contra los pueblos que luchaban por su independencia, con la restauración reaccionaria como el caso de Grecia, con la recuperación de los restos del fascismo en el camino de fortalecer un mundo que se proclamaba occidental y cristiano, con el permanente chantaje de una bomba atómica monopolizada por el imperialismo yanqui, con la expansión aparentemente sin límite de los monopolios de Estados Unidos. Era la preparación de una tercera guerra mundial. Por otra parte, tanto la Unión Soviética como las democracias del pueblo de Europa oriental tenían gran parte de sus fuerzas destinadas a restaurar sus economías devastadas por la contienda.
Los comunistas chinos, a la cabeza de su pueblo, habían llevado el peso principal de la lucha antijaponesa y la derrota del imperialismo nipón. Luego, el gobierno nacionalista de Chiang Kaishek, con el apoyo del imperialismo yanqui, lanzó una feroz campaña anticomunista, destinada a la destrucción y exterminio de las fuerzas del pueblo. Más de tres años duró esta guerra, en la que las tropas del Ejército de Liberación del Pueblo tuvieron que ceder la iniciativa más de una vez, y en la que pareció a muchos observadores que la partida había sido ganada por los imperialistas, terratenientes y grandes burgueses intermediarios representados en el Kuomintang, partido de Chiang Kaishek.
Como consta en una nota de la edición china de las Obras escogidas de Mao Tsetung, “para ayudar a Chiang Kaishek a iniciar una guerra civil contra el pueblo, el imperialismo norteamericano proporcionó a su gobierno una inmensa ayuda. Hasta fines de junio de 1946, los Estados Unidos habían pertrechado 45 divisiones del Kuomintang. Habían adiestrado un personal militar de 150.000 hombres del Kuomintang, fuerzas terrestres, navales y aéreas; agentes secretos; policía de comunicaciones; oficiales de estado mayor; médicos militares; personal de intendencia; etc. Buques de guerra y aviones norteamericanos trasportaban al frente, para atacar a las regiones liberadas, 14 cuerpos de ejército del Kuomintang (41 divisiones) y 8 brigadas de la policía de comunicaciones, o sea más de 540.000 hombres en total. El gobierno de los Estados Unidos desembarcó en China 90.000 hombres de su infantería de marina. (…) En el Libro blanco de los Estados Unidos se admite que la ayuda norteamericana equivalente a ‘más del 50 por ciento de los gastos monetarios’ del gobierno de Chiang Kaishek (…)”. En esas condiciones, Mao Tsetung afirmó a la periodista norteamericana Louise Strong que “todos los reaccionarios son tigres de papel. Parecen temibles, pero en realidad no son tan poderosos. Visto en perspectiva, no son los reaccionarios sino el pueblo quien es realmente poderoso”.
El Partido Comunista de China no se sentía aislado: buscaba unirse cada vez más solidamente a las amplias masas del pueblo y se apoyaba en las luchas contra el imperialismo de todos los pueblos del mundo. Es así como al cabo de tres años se habían ocasionado 5.559.000 bajas a las tropas de Chiang Kaishek, y lo que parecía invencible se derrumbaba. Al fin, el 1° de octubre de 1949, se constituyó en Pekín el gobierno de la República del Pueblo de China, presidido por Mao Tsetung.
Triunfaba así la segunda gran revolución de las masas oprimidas dirigidas por el proletariado y su Partido Comunista. Luego de la Revolución Rusa de Octubre, con Lenin al frente, la humanidad explotada experimentaba un nuevo salto hacia adelante.
Se enriqueció enormemente el caudal de experiencias con que contaban las masas revolucionarias de todo el mundo. El marxismo-leninismo desarrollaba su potencialidad al fusionarse con las masas oprimidas de un país semicolonial dominado por el imperialismo, que además era el país más poblado de la tierra y poseía una civilización varias veces milenaria. La prueba de fuego de la práctica mostró –en medio de la “guerra fría” y de las cruzadas anticomunistas– el vigor del marxismo-leninismo y lo enriqueció con enseñanzas que llevaron la ideología del proletariado a dar un salto cualitativo en su avance. Al mismo tiempo las fuerzas intermedias entre la reacción proimperialista y el pueblo, oscilaban ante el arrollador avance del pueblo. Así es como, en la Argentina, Perón lanzó su “Tercera Posición”, como forma de forcejear frente a los yanquis, apoyándose en el auge del pueblo, pero nunca se decidió al reconocimiento diplomático de la República del Pueblo de China en esos años difíciles, manteniendo relaciones amistosas con Chiang Kaishek.
Las fuerzas del pueblo a la vez vieron no solo la posibilidad de hacer la revolución en los países dependientes o coloniales, sino que contaron con múltiples enseñanzas acerca de cómo mantener dicha revolución, desarrollarla y llevarla al triunfo.
Profunda lección para los pueblos del mundo. Mientras el imperialismo preparaba la tercera guerra mundial, la heroica lucha del pueblo chino mostraba cómo podía triunfar la revolución. Se consolidaba la alianza entre los proletarios y las masas campesinas así como con otros sectores del pueblo de China, oprimidos por el imperialismo y la reacción. Se desarrollaba hasta el triunfo la guerra del pueblo que contaba con el campesinado como su fuerza principal y con el proletariado como su fuerza dirigente.
Marx y Engels lanzaron en 1848 la consigna “¡Proletarios del mundo, uníos!”. La Comuna de París y la Revolución de Octubre subrayaron su validez. Apoyándose en esa experiencia, Lenin proclamó: “¡Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, uníos!”. La victoria de la revolución en China confirmó para siempre la vigencia de esta gran enseñanza leninista.