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04 de noviembre de 2015

Este 7 de noviembre se cumplen 98 años del triunfo de la Revolución Socialista en Rusia liderada por el Partido Comunista (bolchevique) dirigido por Lenin, en noviembre de 1917, en esas jornadas que el periodista mexicano John Reed inmortalizó como los “diez días que conmovieron al mundo”.

El surco de la Revolución Rusa

A 98 años del 7 de noviembre de 1917

Al decir liderada por Lenin nos viene a la mente ese vívido relato de John Reed que muestra mejor que ningún tratado quiénes fueron y cómo eran los héroes de esa Revolución que abrió un nuevo surco en la historia de la Humanidad. Un surco mucho más profundo que el que había abierto un siglo antes la Revolución Francesa de 1789, que a su vez había superado en profundidad a la Revolución Inglesa de 1640. Hago referencia a estas revoluciones porque tanto ellas, como la Revolución Rusa y más adelante la Revolución China liderada por Mao Tsetung, fueron grandes no por quienes las lideraron sino porque fueron revoluciones que protagonizaron, que tuvieron como sus principales héroes a los más oprimidos, a los más explotados, a los que no tenían otra cosa que perder que sus cadenas, y en las que la estatura de estos líderes, su “inmortalización”, está precisamente en consonancia con su consecuencia en el liderazgo de esas masas para llevar adelante la revolución hasta acabar no solo con las causas inmediatas de sus males, sino con las raíces de la explotación y de la opresión.
Estas consideraciones vienen al caso, pues el primer escamoteo que se hace en la historia es tratar de presentarla como el resultado de la acción de uno o unos pocos héroes, o cuanto más de un partido, para ocultar quiénes son los que verdaderamente hacen la historia, para negarles ese papel a las masas y así tratar de excluirlas de la posibilidad de que hagan la revolución. Pues “genios“ como Lenin o partidos como el bolchevique serían excepcionalidades que aparecen una vez cada siglo, que son irreproducibles. Cuando en verdad Lenin y los bolcheviques no “crearon” esta historia, sino que fueron un producto de esta historia que hicieron las masas explotadas y oprimidas y que ellos supieron conducir al triunfo, no por considerarse “genios” sino por dedicarse incansablemente a organizar esas masas, a desarrollar y dirigir su actividad revolucionaria. Es decir, integraron la teoría revolucionaria de la clase más avanzada de nuestra época, la teoría marxista de la clase obrera, con la realidad concreta de la revolución en Rusia, de esa revolución democrática que bullía en las entrañas de la sociedad rusa, que había tenido sus triunfos y derrotas, y se fundieron con la clase obrera rusa que, aunque relativamente poco numerosa para lo que era el desarrollo de Rusia entonces, sin embargo era la única clase que podía conducir hasta el triunfo definitivo a esa revolución, transformándola de una revolución burguesa limitada a acabar con el régimen autocrático en una revolución socialista proletaria que acabó no solo con la monarquía sino con todo el sistema de explotación y opresión y las clases que lo sustentaban.
 
Muchos años de lucha
A Lenin, profundizando el camino iniciado por Plejanov y otros revolucionarios pioneros de la difusión del marxismo en Rusia, le correspondió en suerte saldar cuentas definitivamente con el populismo y avanzar en el desarrollo del marxismo en el combate contra las tendencias economicistas, que reducían el papel del movimiento obrero a la lucha económica, dejando la lucha política en manos de la burguesía. En marzo de 1898 se hizo el primer intento de formar el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, pero todavía serían necesarios varios años de intensa labor de Lenin y del periódico Iskra (La Chispa), para acabar con la dispersión ideológica, superar las vacilaciones oportunistas y preparar la creación de un verdadero partido político independiente del proletariado.
Los años de 1908 a 1912 fueron un período dificilísimo para la acción revolucionaria. Los bolcheviques tuvieron que aprender a utilizar todas las posibilidades legales, sin perder de vista la preparación para el nuevo auge del movimiento revolucionario. En la dura situación creada por la derrota de la revolución, el derrumbe de las corrientes de oposición, el pesimismo en importantes sectores y la acentuación de los ataques revisionistas contra los fundamentos teóricos del Partido, los bolcheviques acreditaron ser la única fuerza dentro del mismo que no plegó su bandera, que se mantuvo leal a su programa y rechazó los ataques de los “críticos” de la teoría marxista.
Durante este período los mencheviques van alejándose cada vez más de la revolución. Se convierten en liquidadores, pues plantean la liquidación del Partido clandestino, revolucionario, del proletariado, se apartan cada vez más de su programa y de sus tareas y consignas revolucionarias, e intentan organizar su propio partido, un partido reformista. Trotsky los apoya en nombre de la “unidad del partido” que, en esas circunstancias, significaba la unidad con los liquidadores. A su vez un grupo de bolcheviques, los llamados otsovistas, con frases “izquierdistas” exige que se renuncie a la utilización de las posibilidades legales y que se retiren los diputados obreros de la Duma, el Parlamento zarista. Esto empujaba al Partido a romper sus enlaces con las masas y entorpecía la concentración de fuerzas para el nuevo avance de la revolución, lo que implicaba de hecho también la renuncia a la lucha revolucionaria. Liquidadores y otsovistas terminarían uniéndose en un bloque contra Lenin, el Bloque de Agosto, organizado por Trotsky.
Los bolcheviques triunfan en la lucha contra ese bloque y defienden con éxito el Partido proletario clandestino. En la Conferencia de Praga, en enero de 1912, son expulsados los mencheviques: los bolcheviques dejan de ser un grupo político para formar un partido independiente, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique). La Conferencia de Praga puso los cimientos para un partido de nuevo tipo, de tipo leninista, que permitió al proletariado revolucionario jugar con independencia en el nuevo auge que se abrió en abril de 1912, al estallar las huelgas políticas de masas provocadas por la matanza de obreros mineros del Lena, en Siberia, y luego durante la primera guerra mundial imperialista, que se inició en 1914. Si no se hubiera producido esa ruptura orgánica con los traidores de la causa obrera, los oportunistas mencheviques, el Partido proletario no hubiera podido jugar como jugó en todo ese proceso y conducir a las masas a la conquista del poder en 1917.
 
Una nueva época histórica abierta
Sabrán disculpar los lectores que aquí solo hemos podido referirnos al papel de las masas y algunos aspectos del desarrollo de su partido de vanguardia marxista-leninista, cuya existencia “fue decisiva para que el proletariado conquistara y retuviera el poder, basándose en la alianza obrera-campesina”, como señala el Programa del Partido Comunista Revolucionario de la Argentina.
Bajo la dirección del proletariado, con la instauración del régimen soviético, la revolución democrática burguesa se transformó en revolución socialista proletaria, resolviendo de paso los problemas de la primera, como ninguna otra revolución lo había hecho antes en la historia de la humanidad. Los dirigentes de esas revoluciones habían prometido libertad, igualdad y fraternidad; habían prometido acabar con todos los privilegios y desigualdades de sexo, de religión, de razas, de nacionalidades, etc. Lo prometieron pero no lo cumplieron, por lo que ya había avizorado Babeuf en el transcurso de la Revolución Francesa de 1789 y sistematizaron Marx y Engels, en relación a la experiencia de las revoluciones europeas de 1848-1850: porque se los impedía el “respeto”… por la “sacrosanta propiedad privada”. “En nuestra revolución proletaria –escribió Lenin– no existió ese maldito ‘respeto’ por ese tres veces maldito medioevo y por esa ‘sacrosanta propiedad privada’.” La consolidación de las conquistas democráticas para los pueblos de Rusia requería que la revolución avanzase hacia el socialismo, y la lucha proletaria revolucionaria determinó que la revolución socialista proletaria rebasara a la revolución democrática burguesa, demostrando que no había una muralla china entre ambas. “El régimen soviético –escribió Lenin– es precisamente una de las confirmaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. Representa la máxima democracia para los obreros y los campesinos, y al mismo tiempo, la ruptura con la democracia burguesa, y la aparición de una nueva, la democracia proletaria o dictadura del proletariado, de proyecciones históricas universales“.
Mucho se han esforzado los escribas de los terratenientes y de la burguesía y los revisionistas de todo pelaje, por quitarle esa trascendencia a la Revolución Rusa, desde diciendo que fue un accidente o un error, que la base económica no daba para ello, hasta aceptando que fue históricamente inevitable –como escribió hace 18 años Gorbachov (Clarín, 1º/11/97)– pero presentándola como intrínsecamente maligna pues conllevaba el terror revolucionario, algo “inmoral” desde la mentirosa moral terrateniente y burguesa, cuya única democracia que acepta es la que le permita perpetuar su sistema. Tampoco puede decirse que fue innecesaria, por la derrota sufrida 40 años después, pues como escribió Lenin a cuatro años del triunfo de la Revolución: “Solo la lucha decidirá en qué medida podremos (en fin de cuentas) avanzar, qué parte de nuestro elevado objetivo lograremos realizar y qué parte de nuestras victorias conseguiremos consolidar. Ya veremos. Pero desde ahora es evidente que –para un país arruinado, atormentado, atrasado– se ha hecho muchísimo en cuanto a la transformación socialista de la sociedad. (…) Nosotros hemos empezado. Poco importa saber cuándo, en qué plazo, los proletarios de qué nación llevarán las cosas a término. Lo importante es que se ha roto el hielo; que está abierto el camino e indicada la dirección”.