Entre los obreros más atrasados se desarrolló una verdadera pasión “por aparecer en letras de molde”, pasión noble por esta forma embrionaria de guerra contra todo el orden social moderno, basado en el pillaje y en la opresión. Y las “octavillas”, en la inmensa mayoría de los casos, eran realmente una declaración de guerra, porque la denuncia ejercía una acción terriblemente excitante, movía a todos los obreros a reclamar que se pusiera fin a los escándalos más flagrantes y los disponían a sostener sus reivindicaciones por medio de huelgas. Los mismos fabricantes tuvieron, en fin de cuentas, que reconocer hasta tal punto la importancia de las octavillas como declaración de guerra, que muy a menudo ni siquiera querían aguardar a la guerra. Las denuncias, como ocurre siempre, se hacían fuertes por el mero hecho de su aparición, adquiriendo el valor de una poderosa presión moral. Más de una vez, bastó con que apareciera una octavilla para que las reivindicaciones quedaran satisfechas entera o parcialmente.
En una palabra, las denuncias económicas (de las fábricas) han sido y siguen siendo en el presente un motor importante de la lucha económica. Y seguirán conservando esta importancia mientras subsista el capitalismo, que engendra necesariamente la autodefensa de los obreros.
En realidad, las denuncias no se referían más que a las relaciones de los obreros de un oficio determinado con sus patronos respectivos, y el único objetivo que lograba era que los vendedores de la fuerza de trabajo aprendieran a vender esa “mercancía” con mayores ventajas y a luchar contra los compradores en el terreno de transacciones puramente comerciales.
Estas denuncias podían convertirse (a condición de que la organización de los revolucionarios las utilizase en cierto grado) en punto de partida y elemento integrante de la actividad socialdemócrata, pero asimismo podían conducir (y, con el culto de la espontaneidad, tenían forzosamente que conducir) a la lucha “exclusivamente sindical” y a un movimiento obrero no-socialdemócrata.
La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para obtener condiciones ventajosas de venta de la fuerza de trabajo, sino para que sea destruido el régimen social que obliga a los desposeídos a vender su fuerza de trabajo a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera no sólo en su relación con un grupo determinado de patronos, sino en sus relaciones con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que los socialdemócratas no sólo no pueden circunscribirse a la lucha económica, sino que ni siquiera pueden admitir que la organización de las denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender activamente la labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política.
*Cuando Lenin se refiere a la “política socialdemócrata” está hablando de la política marxista que, luego de la traición de los revisionistas, retomaría el nombre de comunista (nota de hoy).