La escuadra anglofrancesa intentaba obtener la libre navegación del río Paraná para poder comerciar tanto con Paraguay como con las provincias del litoral y auxiliar a Corrientes, provincia enfrentada al gobierno de Rosas. La defensa estuvo a cargo del general Lucio N. Mansilla, quien tendió de costa a costa barcos “acorderados” sujetos por cadenas. La escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de la heroica resistencia de las fuerzas argentinas, la flota extranjera rompió las cadenas colocadas de costa a costa y se adentró en el Río Paraná.
La actitud del gobierno de Rosas de defensa de la soberanía nacional concitó el apoyo popular pues, como diría Mao Tsetung de una situación semejante en China para la misma época (la llamada Guerra del Opio, de 1848), en ese momento quedaron relegadas todas las demás contradicciones, “incluida la contradicción principal, entre el sistema feudal y las grandes masas populares” (Obras Escogidas de Mao Tsetung, tomo I, pág. 354).
Ni el reino del terror impuesto por Rosas –cuando el puñal de la Mazorca asesinaba sin miramientos a todos sus enemigos políticos– ni su carácter de “Restaurador de las Leyes” (de las leyes feudales, habría que decir) justificaron el que la mayoría de los unitarios se hayan ubicado del lado del bando francés o anglofrancés, según el caso, contra nuestro país. Esto los divorciaría totalmente de las masas populares que, a pesar de estar divididas frente a la tiranía de Rosas y de su contradicción objetiva con ella, la apoyaron contra la agresión francesa y anglofrancesa. La posición de San Martín en esa oportunidad, enviándole el sable corvo a Rosas y ofreciendo sus servicios para la defensa de la patria fue una bofetada que aun hoy arde en las mejillas de nuestra oligarquía liberal.
No hay dudas que la actitud de Rosas estuvo mediatizada por su condición de clase y su estrechez provinciana. Por ejemplo, por su defensa del cierre de los ríos y el puerto único, no podía lograr la adhesión de las provincias del litoral, lo que explica, no justifica, la intención de sus gobiernos de llegar a un acuerdo por separado con las potencias agresoras. Pues no es con la intervención extranjera, en cuyo repudio debieron coincidir todos, como se iba a avanzar en la ruptura del aislacionismo feudal y en la conformación de una nación autónoma.
Rosas en su actitud de defensa de la soberanía nacional fue acompañado por todo el pueblo, aunque esa defensa no fuera ni fue consecuente. El, por ser un terrateniente feudal, se subordina a uno u otro sector de la gran potencia colonial de entonces, Inglaterra, aunque forcejea y opera sobre las contradicciones internas inglesas y entre Inglaterra y Francia. Por su condición de terrateniente feudal, la defensa de la soberanía nacional por Rosas, aparte de estar teñida por la defensa del exclusivismo bonaerense, tendría patas muy cortas pues no se conjugaba con una política de unidad nacional posible entonces solo a través del desarrollo del capitalismo, rompiendo las trabas del feudalismo que se oponían al desarrollo de una Argentina independiente política y económicamente, única base firme que hubiera podido permitir una defensa consecuente de la soberanía nacional.
(Extractado de: Eugenio Gastiazoro, Historia Argentina, tomo II, págs. 54/55).