Han pasado los primeros días de gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, y las medidas que tomó confirman que, como dijimos en la Hora Política de nuestro número anterior “Su gobierno expresa a las fuerzas más reaccionarias, más agresivas y fascistizantes, que impulsan una política de ofensiva para recuperar el terreno perdido, y disputar, con guerras comerciales y convencionales, un nuevo ciclo de hegemonía mundial”.
La respuesta popular a Trump no se hizo esperar, y a las marchas en varias ciudades el mismo día de su asunción, se sumó una movilización sin precedentes que, encabezada por las mujeres, salió a las calles el 21 de enero en 670 actos y marchas en Estados Unidos y en otras 70 ciudades de todo el mundo. Luego de esta marcha se vienen sucediendo manifestaciones de repudio prácticamente todos los días.
Medidas contra el pueblo norteamericano
En una afiebrada sucesión de decretos y órdenes ejecutivas, Trump inició el desmantelamiento del sistema de salud promovido por el gobierno anterior. Además, planteó reactivar los oleoductos de Keystone XL y Dakota Access, frenados por la lucha popular el año pasado. Esto fue considerado “una declaración de guerra” por parte de voceros de los sioux, debajo de cuyas reservas de agua y lugares sagrados (cementerios) se pretende hacer pasar los oleoductos. De la mano de reactivar también el petróleo del shale, Trump paralizó las acciones de la Agencia de Protección Ambiental (EPA sus siglas en inglés), y le prohibió emitir comunicados de prensa y hasta compartir información en las redes sociales. Está claro que su gobierno profundizará el camino de destrucción del medio ambiente del que el imperialismo es el principal responsable, y para ello pretende silenciar las críticas.
El sitio web de la Casa Blanca expresa los nuevos vientos de la administración Trump, por ejemplo eliminando las secciones referidas al cambio ambiental, a los derechos civiles y de las personas LGBT, y borrando el español, el segundo idioma más hablado en Estados Unidos. En www.whitehouse.gov también se puede leer una encendida defensa de las fuerzas represivas: “El peligroso ambiente antipolicía en Estados Unidos está mal. La Administración de Trump le pondrá fin”. No hay que ir muy lejos para recordar resonantes casos de gatillo fácil por parte de la policía, que seguramente con este espaldarazo oficial se incrementarán.
Todas las medidas del nuevo gobierno yanqui refuerzan una política fascistizante hacia el pueblo estadunidense, en particular contra los latinos, los musulmanes y los negros, así como contra las mujeres. Trump, en abierta provocación a las políticas de salud que permiten el aborto, al día siguiente de la gran marcha de 21 de enero restableció la llamada “ley mordaza”, sancionada en la época de Reagan, por la que se prohíbe el uso de fondos estadounidenses en la financiación de organizaciones que promuevan la legalización del aborto, o tan solo la mencionen.
Más que un muro
Ha cobrado particular resonancia la disposición de Trump para completar un muro en la frontera con México. Decimos completar porque existen desde el gobierno de Clinton más de mil kilómetros de muro. Trump plantea que este muro lo paguen los mexicanos proponiendo un impuesto del 20% a las importaciones provenientes de este país. Lo que no dice es que ese impuesto lo va a terminar pagando el pueblo norteamericano en el mayor precio de los productos provenientes de México que compre. “Una nación sin fronteras no es una nación”, dijo el nuevo mandamás del gobierno imperialista yanqui, y agregó que “Estados Unidos… va a salvar millones de vidas y millones y millones de dólares”.
Es evidente que sectores de las clases dominantes que representa Trump buscan un cambio en la política de las maquilas que durante años los monopolios yanquis instalaron en México, para usufructuar la superexplotación de los obreros mexicanos. Esta política, y la crisis económica de 2008-2009, llevaron a la destrucción de gran cantidad de puestos de trabajo en Estados Unidos, lo que Trump prometió revertir en su campaña con el lema “Estados Unidos primero”. Esta política imperialista es la que explica el “déficit comercial” de 60 mil millones de dólares que tiene Estados Unidos con México del que se quejó Trump, obviamente ocultando que la gran mayoría de esas “importaciones” son de ensambladoras yanquis al otro lado de la frontera.
El presidente yanqui no se privó de ningunear al arrastrado presidente mexicano Peña Nieto, al dar por suspendida la reunión que tenían prevista ambos mandatarios el 31 de enero. Peña Nieto, quien enfrenta una creciente rebelión popular por su política, como buen invertebrado dijo que “México reitera su voluntad de trabajar con los Estados Unidos para lograr acuerdos en favor de ambas naciones”.
Además del muro, el nuevo gobierno tomó una serie de medidas represivas: construir más centros de detención en las zonas fronterizas para indocumentados. Nombrar 5.000 efectivos policiales más en la frontera. Restaurar el sistema “Comunidades Seguras” por el cual las policías locales pueden obtener de una gran base de datos el estado de los migrantes y arrestarlos de inmediato poniéndolos en la lista de “deportables”. Además, derogó la prohibición de deportaciones inmediatas y dispuso el nombramiento de más jueces de inmigración para acelerar lo que el vocero de la Casa Blanca llamó “darle boleto de ida” a los inmigrantes ilegales.
Dispuso también fiscalizar el origen de los envíos de dinero por parte de los mexicanos en Estados Unidos a sus familias en su país natal. Y en una medida que está causando revuelo incluso con gobernadores y alcaldes, Trump firmó un decreto para congelar fondos a ciudades y distritos que se nieguen a arrestar inmigrantes ilegales, las llamadas “ciudades santuario”. Los alcaldes de Los Ángeles y Nueva York, las dos mayores ciudades “santuario” en Estados Unidos, condenaron públicamente los decretos y aseguraron que continuarán protegiendo a los inmigrantes que viven allí. Estas medidas reaccionarias se complementan con la resolución de impedir el ingreso de migrantes y refugiados de origen musulmán procedentes de Siria, Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen (ver recuadro).
Fortalecer la capacidad nuclear de Estados Unidos
Y que el imperialismo yanqui, la principal superpotencia económica y militar del mundo, va de la mano de Trump a una escalada de disputa con las otras potencias imperialistas, dio testimonio el propio presidente yanqui con su discurso inaugural. Allí dijo que iba a poner a Estados Unidos “en el primer lugar”. Ya en los primeros días planteó la rediscusión de los principales tratados económicos internacionales, como el Nafta (con México y Canadá) y la salida del proyecto de Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), del que forman parte otras once naciones.
Días antes de asumir, Trump escribió: “Estados Unidos debe fortalecer y expandir su capacidad nuclear hasta el momento en que el mundo acepte el poder de las armas nucleares”. En su segundo discurso como presidente, en la sede de la CIA, afirmó: “Los generales son maravillosos y las batallas son maravillosas”. Los monopolios del enorme complejo industrial militar –contratistas proveedores de las fuerzas armadas yanquis–, como Lockheed Martin, Boeing y Raytheon se están frotando las manos ante la previsible carrera armamentista que reforzará el nuevo gobierno yanqui. “Su objetivo es frenar la expansión estratégica del imperialismo chino. Para lo cual, amaga concesiones y hace amenazas a Rusia, buscando la ruptura de la alianza chino-rusa”, como dijimos en el número anterior. Cuestión que ya ha acrecentado las tensiones en el Pacífico, donde convergen los intereses imperialistas de China y de Rusia (ver hoy N° 1651).
Queda en manos del pueblo norteamericano y en las de los pueblos y naciones oprimidas encontrar el camino de impedir que los planes de Trump se consoliden y avancen.