Así nos enteramos, justo en vísperas del Día de la Bandera, que el Gobierno había tomado otros 2.750 millones de dólares del mercado internacional con la emisión de un nuevo bono en esa moneda (el Global 2117), con vencimiento en 100 años y validando una tasa del 7,91% anual en su colocación. Y que los bancos colocadores habían sido el HSBC (anglo-chino) y el Citigroup (estadounidense), secundados por el Nomura (de Japón) y el Santander (de España), con una “modesta” comisión equivalente al 0,12% de la emisión (3,3 millones de dólares), a repartirse entre ellos.
El bono a 100 años (ya bautizado Global 100), pagará semestralmente a sus tenedores un interés del 7,125% anual, lo que significa que el país tendrá que pagar unos 200 millones de dólares al año durante un siglo. Y que por ese pago sus tenedores recuperarán en 14 años el capital invertido, quedándoles los intereses como ganancia neta por 86 años más, es decir más de seis veces el capital inicial que, por supuesto, también tendremos que amortizarlos (“devolvérselos”) al final de los 100 años.
Este tipo de operaciones del capital financiero imperialista se viene generalizando por las bajas tasas de interés en el mundo (en muchos países incluso negativas), pues aseguran una renta prácticamente a perpetuidad a tasas un poco más elevadas que las actuales (mucho más elevadas en el caso de Argentina, ya que por ejemplo la tasa de los bonos estadounidense a 30 años está en torno a 2,80% y la a 2 años apenas 1,30%). Tanto México, como Bélgica, Irlanda, China, Dinamarca y Suecia, han emitido bonos a 100 años, pero a tasas que no superan la mitad que la pagada en este caso por Argentina. Si bien el ministro Luis Caputo (ex Deutsche Bank y JP Morgan) argumentó que esta emisión era para alargar los plazos de la deuda, no explicó por qué tenemos que garantizar una tasa de más del 7% por cien años, cuando dijo que “hoy el costo promedio de nuestra deuda en dólares es del 4,75% anual”.
Es decir que tomamos deuda a una tasa que casi duplica la ya elevada tasa actual, con el simple objetivo de refinanciar parte de la deuda actual, sin siquiera el pretexto de que esa plata se vaya a usar para algo productivo. Simplemente para otorgar a los bancos imperialistas “amigos” esa renta extraordinaria casi a perpetuidad y asegurar a los imperialistas, que supuestamente vendrán a invertir después, que la cadena de la dependencia financiera por lo menos va a durar cien años. Ni Bernardino Rivadavia se atrevió a tanto en 1826 cuando firmó el empréstito con la Baring Brothers, que llevó a una crisis como la de 1890, no sólo aquí sino también en Londres.
Los economistas del sistema consideran que el bono es insignificante, ya que equivale a “sólo” un 10% de la actual deuda, que según el ministro Caputo “supone servicios por 1.000 millones de dólares al año”. Pero si comparamos esta cifra con los 200 millones de servicios anuales que implica la nueva deuda, el porcentaje se duplica y es a pagar todos los años ¡hasta 2117!
Caputo pidió que se evalúe la emisión dentro de la estrategia por el acceso al financiamiento y el manejo de plazos. “Esto funcionará como un sello de calidad. Permitirá ampliar alternativas y puede ayudar a que las calificadoras de riesgo evalúen levantarle la nota al país”, sostuvo el mismo lunes 19. Lo que fue desmentido al día siguiente por la calificadora de Morgan Stanley, al negarse a levantar el status de Argentina de país marginal (“fronterizo”, le dicen), que permite a los pulpos financieros exigir más altas tasas, por el llamado “riesgo país”. Se ve que un sector del imperialismo financiero estadounidense se sintió fuera del arreglo que Caputo había hecho con el Citi y el de otros países –como los que representan el HSBC, el Nomura y el Santander. Arreglo “apurado” porque al otro día se definía si le levantaban o no la nota, sin hacer siquiera un concurso previo y violando las leyes de Presupuesto y de Administración Financiera que no lo autorizan para semejante refinanciamiento de deuda y menos por cien años. n