Hace tres años, me fui a descansar un rato mientras despedíamos a mi viejo en la salita. Me acuerdo que no me dejaban, literalmente acercarme al cajón. Cientos de personas, la mayoría pacientes, lloraban y lo despedían. Dormí un rato, me desperté y escribí algo que dio vuelta al mundo, también literal. Lo escribí de madrugada, con los ojos rojos y el corazón en mano.
Hace tres años, desde ese día, nunca pasa más de una semana sin que alguien me escriba, agradeciendo, saludando, o contándome algo de él.
Hace tres años que el orgullo crece cada vez más. El orgullo que disimula, o afloja la tristeza de no tenerlo.
Hace tres años que cada palabra, cada mensaje, cada comentario ayudan.
Hace tres años que decidí contar su historia. Porque vale la pena transmitir la vida de alguien que dejó de lado lo individual por lo colectivo, y eso es lo que le valoran. Buenos médicos y buenos tipos hay muchos. Pero la gente le valora otra cosa, y eso es lo quiero contar.
Hace tres años que la Salita y sus pacientes, sus amigos, sus compañeros y yo lo extrañamos como locos. Pero ese extrañarlo nos hace fuertes, unidos y orgullosos.
Hace tres años que sus cenizas descansan en su consultorio pequeñísimo, su lugar en el mundo.
Hace tres años que no está, pero está. En cada abrazo, en cada lagrima, en cada vecino, en cada paciente, en cada ladrillo sin revoque, en cada sonrisa sin dientes, en cada pibe con los mocos colgando, en cada tupper que sale del comedor, en cada agente sanitario, en cada colaborador de la salita que no cobra un mango, en cada uno de los pibes adictos, en cada mujer golpeada que se acerca a pedir ayuda, en cada uno de los sufrimientos del pueblo. Pero también en cada una de sus alegrías, en cada batucada, en cada risa, en cada canción, en cada gol, en cada olla popular y en cada marcha que reclame trabajo, pan, vivienda, educación, cultura y salud.
Hace tres años que te encuentro ahí, como te encontré los 69 años que viviste, y como te encontrare el resto de mi vida. Clasista y combativo.
Hoy N° 1723 27/06/2018