Los sindicatos representaban un progreso gigantesco de la clase obrera en los primeros tiempos del desarrollo del capitalismo, por cuanto significaban el paso de la división y de la impotencia de los obreros a los embriones de unión de clase. Cuando empezó a desarrollarse la forma superior de unión de clase de los proletarios, el partido revolucionario del proletariado (que no merecerá este nombre mientras no sepa ligar a los líderes con la clase y las masas en un todo único, indisoluble), los sindicatos empezaron a manifestar fatalmente ciertos rasgos reaccionarios, cierta estrechez corporativa, cierta tendencia al apoliticismo, cierto espíritu rutinario, etc.
Pero el desarrollo del proletariado no se ha efectuado ni ha podido efectuarse en ningún país de otro modo que por los sindicatos y por su acción concertada con el partido de la clase obrera. La conquista del Poder político por el proletariado es un progreso gigantesco de este último considerado como clase; y el partido se encuentra en la obligación de consagrarse más, y de un modo nuevo y no por los procedimientos antiguos, a la educación de los sindicatos, a dirigirlos, sin olvidar al mismo tiempo que éstos son y serán todavía bastante tiempo una “escuela de comunismo” necesaria, la escuela preparatoria de los proletarios para la realización de su dictadura, la asociación indispensable de los obreros para el paso progresivo de la dirección de toda la economía del país, primero a manos de la clase obrera (y no de profesiones aisladas) y después a manos de todos los trabajadores. (…)
La lucha contra la “aristocracia obrera” la sostenemos en nombre de la masa obrera y para ponerla de nuestra parte; la lucha contra los jefes oportunistas y socialchovinistas la llevamos a cabo para conquistar a la clase obrera. Sería necio olvidar esta verdad elementalísima y más que evidente. Y tal es precisamente la necedad que cometen los comunistas alemanes “de izquierda”, los cuales deducen del carácter reaccionario y contrarrevolucionario de los cabecillas de los sindicatos la conclusión de la necesidad de… ¡salir de los sindicatos!, de ¡renunciar a trabajar en los mismos! y de ¡crear nuevas formas de organización obrera inventadas por ellos!
Es ésta una estupidez tan imperdonable que equivale al mejor servicio prestado a la burguesía por los comunistas. Porque nuestros mencheviques, como todos los líderes sindicales oportunistas, socialchovinistas y kautskianos, no son más que “agentes de la burguesía en el movimiento obrero” (como hemos dicho siempre refiriéndonos a los mencheviques) o, en otros términos, los “lugartenientes obreros de la clase de los capitalistas” [labor lieutenants of the capitalist class], según la magnífica expresión, profundamente exacta, de los discípulos de Daniel de León en los Estados Unidos. No actuar en el seno de los sindicatos reaccionarios, significa abandonar a las masas obreras insuficientemente desarrolladas o atrasadas, a la influencia de los líderes reaccionarios, de los agentes de la burguesía, de los obreros aristócratas u “obreros aburguesados” (sobre este punto véase la carta de 1858 de Engels a Marx acerca de los obreros ingleses).
Precisamente la absurda “teoría” de la no participación de los comunistas en los sindicatos reaccionarios demuestra con la mayor evidencia con qué ligereza estos comunistas “de izquierda” consideran la cuestión de la influencia sobre las “masas” y de qué modo abusan de su griterío acerca de las “masas”. Para saber ayudar a la “masa”, para adquirir su simpatía, su adhesión y su apoyo, no hay que temer las dificultades, las zancadillas, los insultos, los ataques, las persecuciones de los “jefes” (que, siendo oportunistas y socialchovinistas, están en la mayor parte de los casos en relación directa o indirecta con la burguesía y la policía) y trabajar sin falta allí donde estén las masas.
Hay que saber hacer toda clase de sacrificios, vencer los mayores obstáculos para entregarse a una propaganda y agitación sistemática, tenaz, perseverante, paciente, precisamente en las instituciones, sociedades, sindicatos, por reaccionarios que sean, donde se halle la masa proletaria o semiproletaria. Y los sindicatos y las cooperativas obreras (estas últimas, por lo menos, en algunos casos) son precisamente las organizaciones donde están las masas. En Inglaterra, según los datos publicados por el periódico sueco Folkets Dagblad Politiken [Diario Popular Político] del 10 de marzo de 1920, el número de miembros de las tradeuniones se ha elevado, desde fines de 1917 a últimos de 1918, de 5,5 millones a 6,6 millones, es decir que ha aumentado en el 19 por ciento. A fines de 1919, los efectivos ascendían a 7 millones y medio. No tengo a mano las cifras correspondientes a Francia y Alemania, pero algunos hechos, enteramente indiscutibles y conocidos de todo el mundo, atestiguan el considerable crecimiento del número de miembros de los sindicatos también en estos países.
Estos hechos manifiestan con entera claridad lo que otros mil síntomas confirman: los progresos de la conciencia y de los anhelos de organización precisamente en las masas proletarias, en los sectores más “bajos” de ellas, en los más atrasados. Millones de obreros en Inglaterra, en Francia, en Alemania pasan por primera vez de la inorganización completa a la forma más elemental y rudimentaria, más simple y más accesible (para los que se hallan todavía de lleno impregnados de prejuicios democráticoburgueses) de organización: precisamente los sindicatos; y los comunistas de izquierda, revolucionarios, pero irreflexivos, quedan al lado y gritan: “¡Masa!”, “¡Masa!” y ¡se niegan a trabajar en los sindicatos! ¡so pretexto de su “espíritu reaccionario”! e inventan una “Unión Obrera” nuevecita, pura, limpia de todo prejuicio democráticoburgués y de todo pecado de estrechez corporativa y profesional, “Unión Obrera” que será (¡que será!) –dicen– muy amplia y para la admisión en la cual se exige solamente (¡solamente!) ¡el “reconocimiento del sistema de los Soviets y de la dictadura”!
No se puede concebir mayor insensatez, un daño mayor causado a la revolución por los revolucionarios “de izquierda”. Si hoy en Rusia, después de dos años y medio de triunfos sin precedentes sobre la burguesía rusa y la de la Entente, estableciéramos como condición precisa para el ingreso en los sindicatos el “reconocimiento de la dictadura”, cometeríamos una tontería, quebrantaríamos nuestra influencia sobre las masas, ayudaríamos a los mencheviques. Porque toda la tarea de los comunistas consiste en saber convencer a los elementos atrasados, en saber trabajar entre ellos y no en aislarse de ellos mediante fantásticas consignas infantilmente “izquierdistas”.
Es indudable que los señores Gompers, Henderson, Jouhaux, Legien están muy reconocidos a esos revolucionarios “de izquierda” que, como los de la oposición “de principio” alemana (¡el cielo nos preserve de semejantes “principios”!) o de algunos revolucionarios de “Los Trabajadores Industriales del Mundo” (“Industrial Workers of the World”, I.W.W.): organización de los obreros norteamericanos, fundada en 1905. En la actividad de la organización se manifestaron acentuados rasgos anarcosindicalistas: no reconocía la lucha política del proletariado, negaba el papel dirigente del Partido, la necesidad del levantamiento armado para derrocar el capitalismo y la lucha por la dictadura del proletariado; y rechazaba trabajar en los sindicatos afiliados a la Federación Norteamericana del Trabajo. Más tarde, “Los Trabajadores Industriales del Mundo” se convirtieron en un grupo sectario anarcosindicalista que perdió toda influencia en los obreros; en los Estados Unidos predican la salida de los sindicatos reaccionarios y la renuncia a trabajar en los mismos.
No dudamos de que los señores “jefes” del oportunismo recurrirán a todos los procedimientos de la diplomacia burguesa, al concurso de los gobiernos burgueses, de los curas, de la policía, de los tribunales, para impedir la entrada de los comunistas en los sindicatos, para expulsarles de ellos por todos los medios posibles, para hacer su labor en los sindicatos lo más desagradable posible, para ofenderles, acosarles y perseguirles.
Hay que saber resistir a todo esto, disponerse a todos los sacrificios, emplear incluso, en caso de necesidad, todas las estratagemas, todas las astucias, los procedimientos ilegales, silenciar y ocultar la verdad con objeto de penetrar en los sindicatos, permanecer en ellos y realizar allí, cueste lo que cueste, una labor comunista. Bajo el régimen zarista, hasta 1905, no tuvimos ninguna “posibilidad legal”, pero cuando el policía Subátov organizó sus asambleas, sus asociaciones obreras reaccionarias, con objeto de cazar a los revolucionarios y luchar con ellos, enviamos allí miembros de nuestro Partido (recuerdo entre ellos al camarada Bábushkin, un destacado obrero petersburgués, fusilado en 1906 por los generales zaristas), los cuales establecieron el contacto con la masa, consiguieron realizar su agitación y sustraer a los obreros a la influencia de las gentes de Subátov. Actuar así, naturalmente, es más difícil en los países de la Europa occidental, especialmente impregnados de prejuicios legalistas, constitucionales, democrático-burgueses, particularmente arraigados. Pero se puede y se debe hacer, procediendo sistemáticamente.
Hoy N° 1754 13/02/2019