Barack Obama, presidente electo de Estados Unidos, aseguró que cerrará el infame campo de concentración de Guantánamo. ¿Castigará a Bush y demás responsables políticos y materiales de esa y otras bases secretas de secuestros y torturas del imperialismo yanqui, como las de Bagram y Kandahar en Afganistán? Es improbable. El periodista sudanés de TV de Al-Jazeera Sami El Haj pasó 6 años prisionero en Guantánamo. Fue apresado a fines de 2001 en Afganistán, a donde había viajado para filmar las masacres de civiles, víctimas de la guerra de Bush. Tras su liberación en mayo pasado, dio ante la periodista Silvia Cattori su testimonio sobre los padecimientos a los que fue sometido. Transcribimos partes del reportaje.
—¿Qué tipo de torturas les hicieron sufrir?
—Sami El Haj: Todo tipo de torturas físicas y psíquicas. Como todos los prisioneros eran musulmanes, la administración del campo los sometía a muchas vejaciones y humillaciones relacionadas con la religión…
Nos molían a palos. Nos cubrían de insultos racistas. Nos encerraban en habitaciones frías, por debajo de cero grados, con una sola comida fría al día. Nos colgaban de las manos. Nos impedían dormir y cuando nos adormecíamos, nos pegaban en la cabeza. Nos enseñaban películas sobre sesiones de torturas atroces. Nos enseñaban fotos de torturados muertos, tumefactos, sanguinolentos. Nos mantenían bajo la amenaza de trasladarnos a otra parte para torturarnos todavía más. Nos echaban agua fría. Nos obligaban a hacer el saludo militar escuchando el himno de Estados Unidos. Nos obligaban a llevar ropa de mujer. Nos obligaban a mirar fotos eróticas. Nos amenazaban con violarnos. Nos desnudaban, nos hacían andar a cuatro patas… Nos decían que nos sentáramos y nos levantáramos 500 veces seguidas. Humillaban a los detenidos envolviéndoles en la bandera de Estados Unidos y de Israel, lo que era una manera de decirnos que estamos encerrados en el marco de una guerra de religión…
Yo he sufrido más de 200 interrogatorios bajo tortura… Querían que yo aceptara trabajar como espía en el seno de al-Jazeera. A cambio me ofrecían la nacionalidad estadounidense para mí y para mi familia, y un sueldo en función de los resultados que obtuviera. Me negué…
—Da la sensación de que no han conseguido acabar con usted.
—Sami El Haj: Porque no estoy solo. Hay personas que están detrás de mí; este sentimiento me da la fuerza. En prisión saqué fuerzas de mi convicción de que una persona libre no puede aceptar que se le ponga en esta condición de inferioridad y de deshumanización… Estábamos bajo la vigilancia de médicos psiquiatras en uniforme militar. No estaban ahí para curar, sino para participar en los interrogatorios, para observar las torturas de manera que no se les escapara ningún detalle del comportamiento de los prisioneros. Los interrogatorios se hacían bajo la responsabilidad del coronel Morgan, médico especializado en psiquiatría… Daba consignas a los oficiales que nos interrogaban, estudiaba nuestras reacciones, anotaba cada detalle para después adaptar las torturas a la personalidad de cada detenido, lo que deja profundas huellas en su psiquismo…
Creo que la mayoría de los servicios de inteligencia del mundo entero fueron a Guantánamo. Vi a británicos, a canadienses. Fueron para interesarse por los interrogatorios y también para proporcionar a los oficiales de la CIA y del FBI consejos sobre cómo torturar, cómo interrogar, basándose en su experiencia…
—¿Qué pasaba cuando lo alimentaban por la fuerza? [para vencer su huelga de hambre]
—Sami El Haj: La administración trataba de quebrar nuestra resistencia haciéndonos sufrir más torturas. Nos aislaban en habitaciones frías, nos desnudaban, nos impedían dormir durante largos periodos de tiempo. Dos o tres veces al día los soldados nos ataban a una silla especial. Nos aplicaban una máscara a la boca y nos introducían un tubo grueso por la nariz, no en el estómago. Aunque la ración normal de alimento era de dos canillas, nos castigaban inyectando 24 canillas y 6 botellas de agua. El estómago, que se había encogido por las largas huelgas de hambre, no podía contener estas cantidades. Añadían productos que provocaban diarrea. El prisionero, al que mantenían atado a esta silla más de tres horas, vomitaba y vomitaba. Nos dejaban en medio de nuestros vómitos y excrementos. Al acabar la sesión arrancaban violentamente el tubo; cuando veían la sangre correr se reían de nosotros. Como utilizaban tubos infectados que no se limpiaban nunca, los detenidos padecían enfermedades que no eran tratadas.
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