Hemos visto en estos días larguísimas colas en diversos puestos sanitarios de localidades de Paraguay y la Argentina buscando una vacuna contra la fiebre amarilla.
Hablan de “psicosis” y “pánico”, pero la realidad de las muertes e infecciones mostró una vez más la falta de respuesta a una enfermedad largamente anunciada.
Las vacunas no alcanzan. Ni en el nuestro, ni en el país hermano. La semana pasada, miles de pobladores del área metropolitana de Asunción (Paraguay) cortaron rutas, quemaron gomas y protestaron por la falta de vacunas, mientras el gobierno llamaba a la “calma”.
Hablan de “psicosis”, despreciando así una vez más lo aprendido históricamente por nuestros pueblos que ven asomar una posible epidemia, que hace alrededor 150 años mató al 8% de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, hundiendo a los más humildes que no podían abandonar sus barrios, y engendrando el Cementerio de la Chacarita porque el existente no daba abasto.
Esta enfermedad (causada por un virus que es transmitido por mosquitos aedes), hace varios años que se sabe está instalada en la zona, y es endémica en regiones selváticas de varios países de Latinoamérica. No es una novedad.
Las autoridades sanitarias no tomaron medidas de limpieza, fumigación y vacunación en todo el país, ni se previeron las dosis suficientes de vacunas necesarias para enfrentar una campaña masiva.
En Paraguay, habiéndose de-clarado el estado de emergencia nacional, se racionan las dosis y se restringe la vacunación de 7 a 13 hs, en la Argentina son muy pocos los puntos de vacunación, y no se realizó una campaña de vacunación masiva en las zonas críticas.
Nuevamente la falta de políticas sanitarias acorde a las necesidades de los pueblos, el empeoramiento de las condiciones de vida, los cambios climáticos, hace resurgir con crudeza enfermedades que hace añares estaban controladas.
02 de octubre de 2010