Noticias

06 de noviembre de 2019

De un escrito de Horacio Ciafardini

La burguesía nacional existe y el imperialismo no es único

El camarada Horacio Ciafardini falleció hace 25 años, el 15 de octubre de 1984, a los 41 años de edad, a poco de haber salido en libertad tras 7 años en las cárceles de la dictadura violo-videlista por su reconocida militancia en nuestro PCR.

En América Latina, el desarrollo de la burguesía nacional, y el del propio capital imperialista, significó el del proletariado también. El fracaso de la burguesía nacional en pugna con el imperialismo muestra que esa clase no es capaz de dirigir al conjunto del pueblo hasta la victoria contra su enemigo principal, pero no que la burguesía nacional, y los gobiernos que de ella provienen, hayan de caer necesariamente en brazos de ese enemigo. El proletariado es la clase que, a diferencia de aquélla, es capaz de cumplir este papel sin vacilaciones, de lograr que la propia burguesía nacional, entre otras clases y sectores, dé de sí el esfuerzo y la lucha de que es capaz –a su manera– contra ese enemigo principal. Una condición para ello es, naturalmente, que el proletariado no se aísle como se lo recomiendan estos consejeros, ni labre precipitadamente el acta de defunción de sectores sociales que pueden ser aliados. Es más, sectores de la burguesía nacional dirigen hoy en gran medida, políticamente, a fracciones muy importantes de la clase obrera en diversos países de América Latina: incluso a su mayoría, como ocurre en nuestro país con el sector enrolado en el peronismo.

Por cierto que la implantación, en definitiva, del socialismo –dictadura del proletariado– se dirime en lucha con la burguesía, aun nacional (aunque las formas de esta lucha no sean necesariamente armadas frente a la burguesía nacional). Pero para llegar a esa coyuntura se imponen previamente otras batallas, y su resultado victorioso frente al enemigo que, en cada período, es el principal. El proletariado aísla al enemigo principal correspondiente a las contradicciones objetivas de cada país, en una etapa dada, y une frente a él, en un frente tan amplio como sea posible, a la inmensa mayoría bajo su propia hegemonía. Este camino no puede suplirse con simples expresiones de deseos acerca del carácter “directamente socialista” de la revolución.

La teoría de la dependencia tiende, pues, a identificar el imperialismo con el capital mismo. Este es un pilar de su concepción, pues hace desaparecer el enfrentamiento entre burguesía nacional e imperialismo. El otro pilar es su omisión de un análisis del campo, donde se encuentran las bases del atraso de naciones oprimidas, como la nuestra, y sectores terratenientes que son aliados naturales del enemigo principal del pueblo y de la patria.

El procedimiento teórico por el cual se llega a las simplificaciones de la ‘’teoría de la dependencia” es el de absolutizar las tendencias del desarrollo capitalista, considerarlas mecánica, metafísicamente, y no como el desarrollo de la contradicción. En la concurrencia entre los capitalistas, el capital tiende a concentrarse y centralizarse, dando origen a los monopolios modernos. “Aplicando” esto a las burguesías nacionales de nuestros países, se piensa a priori que ellas están ya desplazadas, o a punto de serlo. No se toma en cuenta la resistencia de esa clase en sus variadas formas, que no excluyen –todo lo contrario– echar mano del Estado, ni montarse en las luchas antiimperialistas y anti-oligárquicas de las masas.

El mismo tipo de simplificación lleva a la idea de que el imperialismo tendría, en toda circunstancia, una estructura jerárquica cuyo vértice ocuparían hoy los yanquis. Así llegó también K. Kautsky a hablar del “ultraimperialismo” que, a través de la fusión de los sectores imperialistas entre sí, superaría las guerras. Si Lenin calificó esta noción de “ultradisparate” no fue –según explicó posteriormente– porque no existiese en absoluto una tendencia en esa dirección, sino porque el énfasis puesto en ese aspecto supone en la práctica embellecer el capitalismo atribuyendo armonía a lo que es inarmónico esencialmente. La propia tendencia en cuestión se desarrolla contradictoria y violentamente, a través de guerras y conflictos que constituyen coyunturas favorables a la revolución, de modo que a todo efecto práctico lo principal es la pugna interimperialista y la guerra. El revisionismo sostiene que el desarrollo del capitalismo atenúa las contradicciones –y convierte la revolución en una utopía–; el marxismo sostiene que ese desarrollo agudiza todas las contradicciones del capitalismo; he aquí por qué Lenin caracterizó nuestra época como la “del imperialismo y de las revoluciones proletarias”. Dos Santos –como Kautsky– reconoce formalmente la reanimación incesante de las contradicciones del capitalismo, pero pone el centro de la insinuación del “ultraimperialismo”, como cuando insiste en hechos de la siguiente especie: “Sus ventas anuales [de la General Motors) superan al presupuesto anual de la Alemania Federal y sus ejecutivos medios en Inglaterra o Alemania están entre los principales empresarios de estos poderosos países”. (Imperialismo, pág. 36). No le merece igual atención la política que desarrollan las burguesías europeas para sobreponerse a este estado de cosas, por ejemplo, las formas que adoptan de coalición económica y aun proyectos de unidad política entre sus respectivos países.

(Extractado de: “Crítica a la teoría del capitalismo dependiente”, en Teoría y Política, N° 16, noviembre de 1975, con el seudónimo de Hugo Páez).