En toda la provincia de Misiones hay yerbatales. Si bien, a partir de los años 90,
restringieron la superficie cuando las grandes compañías, en procura de mayor renta, comenzaron
a suplir la producción tradicional por extensas plantaciones de pino para pasta celulosa.
Con todo, se dice que aquí todavía se cosecha el 90% de la producción yerbatera
argentina. Y son los pequeños y medianos productores misioneros, de entre 5 y 10 hectáreas,
quienes aportan la mayor parte de esa producción.
Oberá, que en guaraní quiere decir “que brilla”, antes supo nombrarse “Yerbal Viejo”.
Desde los primeros años del siglo 20, allí se asentaron colonos europeos. En el centro sur de la provincia, su departamento tiene varios municipios, como Campo Viera, Panambí o Campo Ramón…, todos productores yerbateros. La ciudad cabecera, que bordea la ruta nacional
14, es la segunda en importancia de la provincia y reluce una opulencia acotada a su radio céntrico. Fuera, quedan las barriadas donde se amuchan desde siempre las familias tareferas, con sus casas pequeñas y necesidades grandes.
Sabe decirse que de los 30 mil tareferos que hay en Misiones, unos 12 mil se encuentran
en la zona obereña. Y se estima que el 75% de ellos permanecen en negro, aunque quizá el porcentaje real sea superior. Pocos se encuentran “fichados”. Llaman así a los
trabajadores “blanqueados”. Aún entre éstos cabe una subdivisión: están los fichados “permanentes”, que son los que trabajan todo el año en relación de dependencia, por ejemplo, en la
limpieza de yerbales, carpidas, mantenimiento de plantaciones, desmalezamientos de capueras
(explanada con yuyos) o que alternan, dentro de una misma empresa, con la cosecha del té.
Son los únicos que reciben algunos beneficios y cuentan con obra social. Sin embargo configuran una cifra irrelevante; pocos son rurales, los más están vinculados al proceso industrial. Después están los fichados “temporarios”, aquellos que son ocupados de marzo a setiembre, período que abarca la tarefa, en condiciones casi tan precarias como las de un
trabajador en negro.
“Fichados”
Un obrero describe cómo proceden las empresas: “el afiche es muy simple. Vos llevás el documento y te fichan. Pero hoy te fichan por el seguro y para cobrar el salario, no para la obra social. Y cuando te quieren largar (despedir), te largan y tu afiche se va al diablo, no vale nada. Pero son muy pocos los fichados. Lo hacen algunas empresas para cubrirse. Algunas tienen su gente y no toman de afuera. Pero la gran mayoría de los tareferos están en negro. Si en una cuadrilla hay 6, 7 fichados, los 20 o 30 restantes están en negro. Y esto es así en todos lados. Si te enfermás te aguantás, ahora si te estás muriendo,
te lleva el capataz a la ciudad, o si no te aguantás hasta donde podés. En cuanto a la paga, es lo mismo. Te dicen pagamos tanto y vos te subís al camión, pero cuántas veces el capataz te salió con que no, que es otro el precio del kilo y vos ya hiciste el trabajo y tenés que agarrar lo que te dan”.
“Estar sabiendo”
En las orillas de Oberá, hay un barrio que llaman Tuichá, por “tuvicha” que en guaraní
significa “grande” o “grueso”. Barrio empinado y pasadizos laberínticos. De casas apretada y coloridas, levantadas por sus propios moradores con visible urgencia sobre tierras fiscales. Casi todos son hijos y nietos de tareferos. Tareferos también ellos. Sin títulos de propiedad, “de prestado nomás”, que así son, desde siempre, las condiciones habitacionales de los cosecheros de yerba.
Juan Benjamín Gómez tiene 45 años y hace 24 que alzó su vivienda, de a poco, con “la
patrona”. Ella, también estuvo junto a él, en la reciente lucha de los tareferos, pero ahora guarda cama, enferma “Los médicos del hospital, recién van a ver los análisis la semana entrante”, dice Juan.
El no sabe leer ni escribir, pero tiene una vida entera de experiencias que, de tanto
rumiarlas en los líneos, se le volvieron pensamientos. “Hay que estar sabiendo lo que es una tarefa–desafía–. Le pediría a los funcionarios que larguen su corbata y vengan al yerbal, que se ensucien un día”.
Afirma que quienes recolectan la riqueza de la provincia son hasta indeseables cuando
acaba la cosecha. “Nos ven caminando, buscando trabajo y dicen que somos ladrones, pero cuando hay tarefa no va a encontrar ni un tarefero de vago, estamos todos en el yerbal.
Nosotros somos 7 hermanos y todos han sido tareferos. Mi padre supo tener su parcelita en Ameghino, sobre la costa del Uruguay y cuando las cosas iban mal él salía a tarefear y mis hermanos quedaban en la chacra. Luego ya perdió su tierra y quedó tarefero nomás… Y yo comencé a los 6 o 7 años junto a él. Era distinto a ahora: vivías en lo de un patrón, te salías e ibas para lo de otro patrón. Siempre dentro de las colonias, no teníamos casa propia”.
Rinde hambreador
“Antes en 3 o 4 plantas de yerba bandeabas los cien kilos. Hacías un raído y todavía sobraba yerba. Después se fue metiendo mucho remedio, y los rindes no son iguales. Trabajás más y cosechás menos. Muchos colonos chicos no pueden atender la salud de su yerbal.
Dicen, por lo que vale la yerba, corto y si da, da. Y si no, mala suerte”. Pero los rindes bajos hambrean el tarefero que nunca está en condiciones de pelear un precio por su trabajo. Y las condiciones cada día son peores. Te mandan a tarefear a yerbales encapuerados (maleza revenida) que además de peligroso es doble esfuerzo”.
Campamentos
“Todavía son lugares terribles como en la época del mensú. Viajás un día entero, parado, apiñado en camiones, sin poder bajar. A mortadela y agua. Familias enteras con gurises van. Después te bajan en el medio de un yerbal, con tu olla y tus pocas cosas. Macheteás un poco el lugar y te hacés un espacio. Vivís en esas carpas de nylon negro que son una tristeza horrible. A veces no tenés catrecito, dormís en el suelo, y amanecés con una víbora a los pies. Siempre peligra tu vida. Sufrís cuando viene el viento y la lluvia, porque se rompe tu carpa. A la mañana ponés agua en la olla, ponés porotos, hacés abundante fuego
y te vas al yerbal. Cuando venís a los medio días, si está cocido, si no se terminó el
agua antes, si no se apagó tu fuego,comés. Y vuelta a los líneos hasta el atardecer. Y a
la noche hacés tu reviro con un poco de carne si tenés, alumbrado por tu candilcito. Y esa es tu vida en el yerbal.
“Cuando hace mucho calor (igual que cuando llueve) el tarefero se perjudica: te dejan trabajar 2 horas a la mañana y dos a la tarde, pero no es para cuidarte a vos sino para que no se queme la yerba, para que no tenga broto; entonces tu ganancia se hace humo. También en invierno es jodido, porque cuando caen heladas las plantas quedan blancas y tenés que
esperar que acabe la escarcha.
“Luego, al finalizar la jornada está la cargada. A veces hay 15 números (operarios) y 120 raídos (de 100 kg cada uno) para cargar en el camión. Antes se contaban los raídos y el patrón tenía que pagarte por ese trabajo de alzarlo del suelo hasta el camión. Ahí viene el abuso, no. Ahora no te pagan nada”.
Cambiar suerte
Juan Gómez vuelve a mentar la lucha. “A la yerba vos le quebrás y ella te castiga”, dice
poniéndole gravedad a la frase. “Queremos luchar. Si el año pasado no se pudo lograr más, que sea éste. Pero tenemos que poner fuerza para seguir luchando. Uno sólo no hace nada.
Algunos compañeros, pasa el camión y se suben, como tienen necesidades…,entonces se olvidan de la lucha. Por eso nuestra lucha, a veces, empieza y se corta. No hay que abandonar. Ahora vamos a ver si podemos formar una asociación buena, que no haya patrón ni gobierno que la doble. La lucha es difícil, pero también es linda, porque estás viendo que se puede cambiar la suerte”.