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18 de diciembre de 2019

La tenencia de la tierra, elemento básico de la producción agraria

Por un millón de chacras mixtas

La Argentina de hoy no es la de nuestros abuelos, ni siquiera la de nuestros padres. Ha habido grandes cambios en las formas de trabajo y también en las relaciones que hay que establecer para poder trabajar en la tierra. Hay nuevos problemas producto de estos cambios y también problemas que se repiten de una generación a otra, bajo nuevas formas, que surgen del monopolio del recurso básico sin el cual no se puede realizar la actividad agropecuaria: la tierra.

La producción en el campo argentino está regida en lo fundamental por las leyes de producción y de distribución del sistema capitalista, por las llamadas “leyes del mercado”, sin mayores restricciones que favorezcan a los obreros rurales o los productores agrarios sin tierra o con poca tierra, como ocurrió en la época de nuestros padres con el Estatuto del Peón o la Ley de Arrendamientos Rurales y Aparcerías. Estamos casi como en la época que añora el presidente de Macri de hace más de 70 años.

También hoy rige plena la “libertad del mercado” en la comercialización de los productos del campo: ya no hay Juntas Reguladoras (como todavía se mantiene en la yerba mate) y ni siquiera precios mínimos sostén en origen para la producción. Y aunque ya no existe la dependencia del transporte de la época de los ferrocarriles extranjeros y la bolsa de arpillera, también como entonces ese es un mercado manejado en forma monopolista por grandes compradores, como ocurre con las cadenas de supermercados para ciertas producciones o con los pulpos de comercialización e industrialización de cereales y oleaginosos, particularmente los exportables, como es el caso de los granos y aceites con Cargill, Bunge, Dreyfus, Toepfer, Dehesa, Vicentin, Nidera y Noble. Las retenciones a las exportaciones no afectan directamente a estos monopolios; en todo caso, para ellos, no son sino un costo más que descuentan en el precio que pagan a los productores.

Las comadrejas en el gallinero
No por obvio podemos olvidar que lo fundamental de la producción agraria, aún la de las pequeñas parcelas, es una producción para el mercado. La producción y la distribución de lo que se produce están regidos por las leyes mercantiles: la mayoría de los bienes que se producen y de los que se usan para producir en el campo, incluso la propia tierra, son mercancías –cosas que se compran y que se venden–, y por tanto tienen su precio en el mercado. Claro después hay que ver como se forman esos precios, porque no todos son iguales en el mercado, y tampoco opera igual el monopolio de la tenencia de la tierra a cómo operan otros monopolios.

En el caso de la industria, es claramente el monopolio del capital el que determina qué y cómo se produce y como se distribuye lo que se produce. Pero la producción agraria para poder realizarse requiere de la tierra, aparte del trabajo, las simientes y los instrumentos. Y la tierra, además de ser imprescindible para poder producir, es un bien inamovible, limitado en el espacio y no reproducible, lo que otorga a sus propietarios un poder social especial. El monopolio de esta propiedad, les permite a sus dueños, por el solo hecho de ser tales, exigir una “recompensa”: la renta de la tierra.

Los productores del campo que no tienen tierra o tienen poca tierra, para poder producir de acuerdo a sus necesidades, o a su capacidad en bienes de trabajo, tienen que dar cuenta de esa renta, en el precio de la tierra. Sea comprándola o arrendándola. Y el dinero que se necesita para eso –sea anticipado o teniendo que entregar parte de la producción–, deja de pertenecerles, pasa a a ser la renta del terrateniente. Para poder producir –para sus máquinas, la semilla, los fertilizantes, etc.–, necesitan otro dinero. Y con este dinero y su trabajo, o del trabajo de sus asalariados cuando son capitalistas, tienen que sacar suficiente como para obtener un beneficio propio y el beneficio extra para el terrateniente.

Embellecimiento del latifundio y de la dependencia
No acordamos con quienes dicen que el latifundio y la renta terrateniente no son un problema fundamental en el campo argentino. Con ello quieren negar que, por el poder que tienen sobre las condiciones de producción del campo argentino y a través de la “libertad de contratación”, los terratenientes y los pools (que actúan como sus intermediarios, contratando obreros o recurriendo a contratistas) se apropian también de toda la renta que, por ese monopolio del recurso tierra, surge de una mayor explotación de los obreros rurales, muy superior a la media social. No acordamos con quienes dicen que en la Argentina la renta es mayor que en Estados Unidos, por ejemplo, porque aquí son mejores las tierras. En todo caso si hay mayor renta es porque aquí se les paga relativamente menos a los obreros rurales (porque hay épocas del año en las que no trabajan y además se le paga mucho menos por hora que en la industria), lo que da origen a una ganancia extraordinaria que se la apropian los terratenientes y pools por el manejo monopólico del recurso suelo que disponen o pueden disponer.

Esa renta proviene de una enorme masa de ganancia que surge del trabajo de los obreros, aparceros, contratistas y pequeños productores, dado que las mejores condiciones naturales permiten una mayor productividad del trabajo agrario. En realidad, esta renta es una demostración del grado de superexplotación a la que se ven sometidos los obreros rurales y campesinos pobres, y marca los estrechos límites de capitalización de los chacareros y contratistas que, cuando vienen años difíciles terminan arruinados, expropiados y semiproletarizados, como lo podemos apreciar cotidianamente en el campo argentino.

Es necesaria una reforma agraria integral
Quienes niegan el peso de la renta monopolista de la tierra terminan embelleciendo a los latifundistas que, por tener el monopolio de la propiedad de las mejores tierras y también de las peores que pueden ponerse en producción cuando las condiciones del mercado lo permiten, condenan al conjunto de la sociedad argentina a una mayor explotación y opresión. Porque según esos “teóricos”, las mayores rentas de los terratenientes provendrían fundamentalmente de la mejor calidad o de la producción en gran escala, y no del mayor sudor de los verdaderos productores del campo y de los mayores precios de mercado que implica ese monopolio de la tierra, que se suma a los monopolios en la comercialización e industrialización de esos productos, y de los insumos para su producción.

Para terminar con esta situación no queda otra que ir a la raíz del problema que está en el latifundio. Y esto solo se puede resolver con una profunda reforma agraria que garantice tierras suficientes, según las zonas y tipos del cultivo, a todos los pequeños y medianos productores (chacareros o contratistas, medieros o aparceros, etc.) que hoy no tienen suficiente tierra para producir, a las mujeres y jóvenes campesinos sin tierra, a las comunidades originarias, a los obreros rurales y a todos los que quieran trabajar la tierra.

Hay tierra suficiente en la Argentina para esto; los verdaderos productores del campo saben dónde está; de su organización y unidad para este objetivo de la reforma agraria, depende que lo consigan en unión con todo el pueblo argentino que también sufre esa opresión latifundista. De la unidad de todos los trabajadores del país depende además que todos juntos podamos terminar no solo con la lacra del latifundio sino también con la dependencia del imperialismo, cuyos monopolios explotan y oprimen a todos: explotan y oprimen al país en su conjunto, con la complicidad de los latifundistas y monopolistas intermediarios de aquí adentro.

 


El origen de la renta

La renta puede tener distintas formas, puede ser mayor o menor según la calidad de la tierra o su distancia del mercado, pero siempre su razón de ser es el monopolio de la propiedad sobre la tierra: un bien que es limitado en el espacio e irreproducible, que le da “derecho” al propietario a apropiarse de todas las rentas: no solo la que surge por diferencias en la calidad o distancia de los mercados de las tierras sino además la que surge de las que son de menor calidad o están a mayor distancia de los mercados, pero que son también requeridas para la producción, porque la tierra no solo está limitada en el espacio sino que además está limitada por el latifundio, y para poder acceder a ella es necesario dar cuenta de la renta.

La tierra, como bien natural, no tiene un valor en sí. Se va a obtener un valor de ella si se la pone a producir: el valor no surge de la tierra sino del trabajo aplicado sobre ella. Pero al ser un bien apropiado, no libre como el aire o la lluvia, el propietario por el hecho de ser tal, por tener el monopolio de un bien limitado en el espacio e irreproducible, no la va a hacer poner en producción si no saca un beneficio extra por la tierra misma. Es decir, obtener una renta absoluta, a la que se suman las rentas diferenciales.

Ese beneficio solo puede salir de la producción, de la mayor explotación de los obreros y aparceros o de un mayor precio en el mercado de lo que cuesta esa producción. Puede ser que en algún caso se pueda obtener esa renta de ese mayor precio, pero con los monopolios que existen en la comercialización e industrialización de la mayor parte de los productos del campo, es muy difícil pensar que los precios del mercado, salvo momentos excepcionales, estén muy por encima de los costos de producción. Entonces, en lo fundamental, más en el caso de un país dependiente como el nuestro, que no tiene precios mínimos sostén ni subsidios a la producción como en Europa, tiene que salir, y sale, de la mayor explotación de los obreros rurales y aparceros e incluso del recorte de ganancias, o de la descapitalización, de los contratistas o arrendatarios capitalistas. Por eso el tema de la tenencia de la tierra, es un problema básico para todos los verdaderos productores del campo, en primer lugar para los obreros rurales y aparceros porque determina su superexplotación, pero también para los campesinos con poca tierra y para los contratistas y arrendatarios en general, como para la economía del país en su conjunto.

Escribe Eugenio Gastiazoro

Hoy N° 1796 18/12/2019