Como muchos saben estuvimos en Elkin, Carolina del Norte, Estados Unidos, con mi hermano Luciano durante seis días. Por supuesto que es la primera vez que pisamos EEUU. Y para los que no saben vinimos a contar la historia de mi padre, el Dr. Chino y su trabajo de medicina social en la salita de La Matanza junto a mucha gente.
La invitación incluyó el pago de los pasajes y el alojamiento por parte de los compañeros de Clase con los cuales cursó su último año del secundario en 1964 gracias a una beca de intercambio.
Toda su vida nos habló de su experiencia en EEUU y la relación que forjó con sus compañeros y todo el pueblo. Siempre habló maravillas de la ciudad y su gente.
Nos llama la atención, hasta no entender cómo 55 años después nos pagan a nosotros, sus hijos, semejante viaje para que les contemos qué fue de su vida y además la cultura argentina. Como que no nos entra en la cabeza.
Podría hablarles de mil cosas que nos llamó la atención de Elkin. La belleza de las casas, la impecable infraestructura de las escuelas y la cantidad de recursos y de materiales que tienen y que me produjo una sana envidia. Podría hablarles de sus cosas hermosas, de sus autos nuevos, de su limpieza impecable. Pero eso es totalmente secundario. Al menos para nosotros.
Durante los seis días que pasamos dimos unas veinte charlas con diferentes edades. Desde chicos de seis años al último año del secundario, hasta para la comunidad educativa, para el Club Rotary y para la gente latina de la ciudad.
Si no entendíamos cómo nos invitaron, menos podemos comprender cómo nos recibieron, cómo nos atendieron, el respeto y el amor de los chicos. Nos alojaron en la casa de la misma familia que recibió a nuestro padre hace 55 años, nos llevaron a todos lados, nos pusieron a disposición a Ivonne que nos hizo de traductora una semana entera con un trabajo descomunal, nos invitaron a comer a restaurantes y en las escuelas y jamás nos dejaron poner un solo peso (o dólar).
El director de la escuela secundaria y la directora de la escuela primaria estuvieron presentes siempre en todas las charlas, nos presentaron en cada una y participaron atentos. La superintendenta nos siguió siempre, a todos lados. Los chicos se desesperaron para preguntar y para jugar al fútbol, tanto que armamos partidos memorables, con anécdotas que se convertirán en cuentos. Los chicos que integran el equipo de básquet de la secundaria nos invitaron a comer y al partido, se encargaron ellos de llevar su propia traductora y no nos dejaron pagar nuestra comida. Pibes de 17 años con los ojos enormes y las miradas atentas escuchando a dos argentinos contar cómo vivimos al sur del continente. El interés de todos por saber cuál fue el trabajo de nuestro padre, cómo se vive en Argentina, qué se come, cuáles son las dificultades de nuestro pueblo.
Ellos nos agradecían a nosotros que hayamos ido, y nosotros nos pellizcábamos una y otra vez. Nos pedían fotos con ellos, y hasta nos abrazaban, cosa que en este país no se estila. Y por último, para descolocarnos del todo nos pedían que volvamos. Ni en la ficción más loca lo hubiésemos soñado.
Lo que generó el Dr. Chino es tanto que parece que no termina nunca. Hablábamos con sus compañeros que los lazos no pudieron romperlos ni siquiera una dictadura sangrienta, ni gobiernos que no nos representan. Los lazos generados entre los pueblos son más fuertes.
Todo esto que les cuento les juro que es poco. No hay palabras para describir lo que vivimos todos. Menos encontramos palabras para agradecer. A todos. A cada uno de los que estuvieron. Y de los que pusieron dinero para pagar nuestro viaje. Son muchos. Pero hay alguien que queremos nombrar. Que creemos que merece un párrafo aparte.
Douglas Reinhardt fue quien organizó todo. Contacté al grupo cuando murió mi viejo. Hace cinco años y medio. Desde ese momento nos escribimos por mail cientos de veces. Hasta organizó una colecta y envió dinero para la salita una vez que mi viejo no estuvo más. Cientos de mails, años de soñar para fundirnos en un abrazo. Como si fuera poco ni bien llegamos falleció un familiar de él y solo se despegó de nosotros un rato para el sepelio. Un distinto. Uno de esos tipos que cambian vidas. La nuestra y la de muchos que participamos de este intercambio increíble. Y que ya empezamos a soñar para que se repita.
Nuestro viejo, el Dr. Chino, tampoco debe entender mucho. Seguro se estará riendo.
Hoy N° 1801 5/02/2020