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12 de febrero de 2020

Un flagelo que aqueja principalmente a las mujeres pobres

La prostitución no es trabajo

La polémica campaña de Jimena Barón para publicitar su nuevo tema musical “Puta”, colocó en el centro de la escena viejos debates dentro de los feminismos.

Los afiches distribuidos en la Capital Federal en el que se puede ver a la cantante posando en una estética similar a los papelitos que se reparten para atraer clientes que paguen “servicios” de prostitución, junto a la foto en la que se la ve posar junto a Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar) volvieron a sacar a la luz las posiciones entre quienes plantean la reglamentación de lo que llaman “trabajo sexual” y quienes abogamos por la abolición de la prostitución.

Más allá de las estrategias publicitarias, es necesario tener en cuenta el nivel de alcance e influencia del que gozan artistas como Jimena Barón. A esto se suma el crecimiento del lobby prostituyente a nivel de masas con la difusión de las posturas “feministas” que ven en el trabajo sexual el ejercicio de una supuesta libertad individual de las mujeres.

La prostitución es un flagelo que aqueja principalmente a las mujeres pobres, quien al verse imposibilitadas de ingresar al mercado laboral, recurren a la prostitución ante la falta de oportunidades y derechos propios del sistema capitalista. No se puede abordar el debate sin reconocer el lugar de subordinación que las mujeres ocupamos en la sociedad; es decir la doble opresión que sufrimos por nuestro género y por nuestra clase.

Por lo tanto, la realidad es muy distante a la que plantean ciertos sectores dentro del feminismo, que bajo un discurso de “izquierda” presionan por la regulación de la prostitución como una forma de otorgarles a las trabajadoras sexuales la posibilidad de contar con un amparo legal que respalde una decisión puramente personal, en el que la mujer goza de la libertad de elección para poder ejercer el oficio libremente, mientras atacan a las compañeras abolicionistas con el planteo de que toman una “postura moral” frente al intercambio de sexo por dinero. Estos discursos no solo desinforman, sino que buscan justificar desde posturas relacionadas a la libre elección prácticas sociales muchísimo más complejas que tienen raíces sociales profundas.

La prostitución es actualmente un gran negocio, se ha montado una “industria del sexo” con “empresarios de la noche” que anuncian en los clasificados y muestran su mercadería. La prostitución y la trata de personas con fines de prostitución son sinónimos de esclavitud y violencia. No pueden existir sin la complicidad del aparato Estatal: policías, jueces, empresarios. “Quienes ven en la prostitución una expresión de la “libertad sexual” aceptan una sexualidad basada en el dominio masculino y la transformación del cuerpo de una persona en un objeto. Mantienen las ideas respecto de (por lo menos) dos clases de mujeres: las “buenas”, útiles como amas de casa, las que tienen los hijos, tal vez las que acompañan; y las “malas”, con quienes, por un precio, se puede tener una satisfacción sexual unilateral “sin compromiso” (Nuestras vidas, nuestras luchas, Ed. Ágora).

Esta discusión ya la plantearon dirigentes socialistas como Clara Zetkin o Alexandra Kollontai. La primera señaló en 1920: “cuando el capitalismo todavía dominante se muestra impotente para reconstruir la economía según las necesidades materiales y culturales de las grandes masas trabajadoras, cuando la caída de la economía y su sabotaje consciente por parte de los capitalistas ha provocado una crisis de estancamiento de la producción y una desocupación como nunca se había visto; ahora, decimos, las mujeres son las primeras víctimas, y las más numerosas, de esta crisis. Los capitalistas y la administración estatal y local capitalista tienen mucho menos miedo a la mujer en paro que al hombre en paro (…) También tienen en cuenta el hecho de que la mujer en paro puede llevar al mercado y vender, como última mercancía, su propia feminidad”.

Las comunistas no podemos ser neutrales frente a este debate y tenemos que pelear activamente contra la propagandización de la prostitución como salida laboral. Esto no significa bajo ningún punto de vista avalar la persecución que el aparato estatal realiza contra las mujeres en situación de prostitución. En 1921 Kollontai señaló en su escrito “La prostitución y como combatirla” que “la moral hipócrita de la sociedad burguesa fomenta la prostitución por la estructura de su economía explotadora, mientras que al mismo tiempo cubre con desprecio a cualquier chica o mujer que es forzada a tomar este camino. (…) El comercio con los cuerpos de mujeres se desarrolla muy a la luz, lo cual no debe sorprendernos si consideramos que toda la vida burguesa está basada en la compra y la venta. Hay un elemento innegable de consideraciones materiales y económicas incluso en el más legal de los matrimonios. La prostitución es la única salida para la mujer que no puede mantenerse permanentemente”.

La prostitución no se trata de una cuestión de elección personal ligada a la posibilidad de disfrutar la sexualidad, es una problemática social que aqueja a las mujeres desde tiempos remotos, y siempre ha estado ligada a la doble opresión que nos condiciona a diario. Su conexión con flagelos indignantes como lo son el negocio de la trata y el narcotráfico, sumado a los terribles testimonios que narran sus sobrevivientes hacen necesario tomar el asunto con la seriedad que corresponde. Incluso, las reglamentarias niegan constantemente la relación entre trata y prostitución planteándolos como asuntos separados. Nada más falaz, el sistema prostituyente es uno solo y va adoptando diferentes formas. A su vez, un “cliente” no le pregunta a una mujer cuando va a un prostíbulo si está ahí por su propia elección o si es forzada a hacerlo. Por otra parte, los grandes ausentes del debate son los varones: hablar del derecho de las mujeres a vender su sexualidad, su intimidad, es ocultar que se legitima a los varones a comprarla. Reglamentar la prostitución sería un mensaje aleccionador para todas las mujeres: “su cuerpo es un objeto que puede comprarse y venderse”.

Otro mensaje falaz, es la argumentación de que prostituirse es “tan digno” como lavar pisos o limpiar baños. Otra brutalidad, pues las tareas domésticas o de cuidado son tareas socialmente necesarias, la discusión es porque recaen siempre sobre las mujeres y una vez más volvemos al lugar que ocupamos en la sociedad.

Nada más egoísta y afín a los planteos de quienes buscan doblegarnos que negar que las principales afectadas somos quienes no contamos con la posibilidad de elegir. Frente a esto, la posición abolicionista no puede ser utopismo, hay que luchar activamente contra las bases materiales que sostienen este sistema explotador.

escriben Belén Spineta y Azul Soriano