Estamos viviendo quizá una de las pandemias modernas más feroces del último tiempo. No tanto por la tasa de mortalidad, sino por el contagio masivo en corto tiempo. Y a la vez por la respuesta: en este mundo tan frenético, el coronavirus ha logrado mandar a su casa a casi tres cuartas partes de la población.
Este virus, llega en medio de otras enfermedades epidémicas de este nuevo tiempo. Algunas que tienen cientos de años de recorrido y otras más actuales. Así podemos nombrar en los últimos ciento cincuenta o doscientos años a la viruela, la fiebre amarilla, la gripe española, el escorbuto, la sífilis, Polio, Malaria. Hasta algunas más recientes como el Sida, el cólera, la gripe aviar y el sarampión entre las más conocidas.
Esta pandemia no va a pasar inadvertida por la historia. Sobre todo, porque pone en debate la administración de los recursos de salud y económicos en todo el globo.
Las potencias imperialistas que disputan nuestro mundo, no pudieron evitar sus crisis sanitarias y el colapso de la salud. Hasta hoy, fines de marzo del 2020, China pudo empezar a frenarla pero con costos muy altos. Con cuarentenas aún vigentes en Wuhan y casi toda Hubei. Y una economía golpeada pero que lentamente comienza a caminar. Igualmente tuvo alrededor de 3300 muertos y más de 80.000 contagiados. Una cifra pequeña para lo extenso de su población en números cuantitativos, pero extremadamente costosos en términos cualitativos. No corren la misma suerte otras potencias. Por ejemplo, EEUU que se convirtió en el centro del contagio con más de 140 mil infectados y casi 3000 muertos. En una política oscilante de Trump negando la gravedad en primera instancia y luego, tomando medidas de guerra con una extensión ya inevitable del virus en contagios comunitarios, y una curva exponencial difícil de frenar.
En esta sintonía y con una muy alta letalidad se ubican Italia y España, donde los muertos se cuentan de alrededor de mil por día, llevando el porcentaje de mortalidad del COVID19 a casi el 10%. Es impactante ver los camiones llenos de ataúdes por las calles de estos países, donde los familiares no pueden despedir a sus fallecidos por miedo a los contagios.
La realidad en Latinoamérica es distinta. Las condiciones de pobreza estructural, convierten a esta pandemia en un enemigo invisible difícil de contrarrestar. En la región, es Brasil con un Jair Bolsonaro fuera de la realidad, la que preocupa por el salto de casos y sobre todo de fallecimientos. En el país carioca viven hacinados en favelas más de 15 millones de personas. ¿Se puso a pensar Bolsonaro qué pasa si se desata una ola de contagios masivos ahí? Parece que su preocupación solo está atada a la creciente crisis política que puede poner sobre la mesa a su destitución.
En nuestro país, Alberto Fernández a la cabeza de una gran coalición política, tomó medidas agresivas para frenar las infecciones del COVID-19 y se está a la espera de resultados. Privilegió la salud por sobre una derruida economía. La intención es aplanar la curva de contagios para “ganar tiempo”, y así reacondicionar hospitales, adquirir respiradores y conseguir más camas. A la vez, se espera que diferentes antivirales, y más adelante quizás la vacuna, curen o disminuyan la enfermedad. En un acierto casi sin precedentes en nuestra historia reciente hoy el presidente obtiene más del 83% de aceptación.
Pero lo principal a analizar es lo que el virus destapó. Esto es la gran crisis sanitaria que afecta nuestra era.
Tomemos ejemplos. EEUU tiene a la mayoría de su salud en manos privadas. Hay una salud pública pero que no es gratuita ya que los pacientes deben tener un seguro para acceder a la misma. A pesar de lo avanzado en desarrollo y capacitación médica, el gasto que debe realizar un estadounidense por año para atenderse oscila entre los 8000 y 8700 dólares. El nivel de mercantilización es tan grande que las prestaciones de gravedad pueden costar fortunas. En pocas palabras, hay grandes recursos estatales y privados en investigación y desarrollo, pero solo una pequeña parte de la población puede acceder. La salud es un beneficio para pocos.
Sin embargo, en otros países donde triunfaron revoluciones populares que pusieron a funcionar gobiernos socialistas, la salud tuvo otros desarrollos que no son los basados en los réditos económicos a grandes corporaciones de salud. Sigamos viendo ejemplos.
En la Unión Soviética, el gobierno creó en 1918, el Comisariado del Pueblo de Salud Pública. Este comisariado tuvo que enfrentarse a una gigantesca crisis sanitaria que castigaba al pueblo ruso desde la época de los zares. Las epidemias devastaron a la población civil, obreros, campesinos y soldados. Enfermedades altamente contagiosas y mortales como cólera, escorbuto, viruela, tifus, sífilis, malaria, entre otras, se agravaban día a día con la terrible situación de miseria y hambre del pueblo ruso.
Luego el Estado soviético introdujo un sistema unificado de atención médica para todo el país, desde Moscú hasta las aldeas más remotas. Todos, sin distinciones, fueron asignados a instalaciones médicas en los lugares donde vivían.
El primer lugar de atención para los pacientes eran los puestos de primeros auxilios. Luego, los pacientes podían ir a clínicas en sus distritos. Si era necesario, recibían ayuda en los hospitales de la ciudad y en casos especialmente graves, eran enviados a hospitales médicos especializados.
Se puso énfasis no sólo en la cura, sino en la prevención. Se establecieron una gran cantidad de farmacias y dispensarios, especializados principalmente en enfermedades venéreas, alcoholismo y tuberculosis. Aquí no sólo trataban a los pacientes, sino que también se integraba a la familia y se los acompañaban en su vida diaria. En diez años se triplicaron las camas de atención y se cortaron con epidemias que azotaban a la población.
El derecho a la atención médica gratuita fue establecido en la Constitución soviética de 1936 como uno de los derechos básicos del pueblo. Más allá de que la Rusia imperialista es diametralmente opuesta al impactante desarrollo que pergeñó Lenin, ¿será esta gran base estructural la que le permite a Putin resolver la Pandemia del COVID19?
Por otro lado, podemos desarrollar brevemente la grave situación de China previo a 1950. En solo 30 años el pueblo chino logró revertir las pandemias y enfermedades que mataban a cientos de miles de chinos.
La nueva República Popular, enfrentó con rapidez y dio prioridad al problema sanitario, y en 1950 el Primer Congreso Nacional de Salud definió el marco de actividades y órdenes para establecer un nuevo paradigma en salud. Primero que la práctica de la Medicina estará al servicio de los obreros, los soldados y los campesinos. Luego que todos los servicios de salud son gratuitos. A la vez, se declaró la utilización conjunta de conceptos de la Medicina tradicional china y los avances de la medicina moderna occidental. Por último, que la labor preventiva tendrá prioridad y que los trabajos sanitarios se combinarán con el movimiento político de las masas.
Con estos preceptos China en estos pocos años logra erradicar la malaria, la esquistosomiasis, la lepra, el cólera y la viruela; en la década del 60 se produjo una notable disminución en la incidencia de poliomielitis como resultado de una campaña nacional de vacunación.
Hubo centenares de campañas nacionales de educación sanitaria llevadas a cabo por los auxiliares, los “doctores descalzos”, las comunas, las brigadas de producción y los estudiantes. A la vez que desde 1951 a 1967 se crearon más de 60 escuelas de medicina y se duplicó la cantidad de profesionales de la salud.
La China actual desarrolló un estado policíaco jamás visto, pero ¿Será ésta también la base que le sirvió a la China imperialista para lograr el abrupto descenso de su curva en los casos de coronavirus?
No podemos detenernos en los detalles del desarrollo de la salud en los países socialistas, que son innumerables y hablan desde la prevención a la complejidad a demostrar férreamente su superioridad empírica con otros sistemas. Cabe recordar que la OMS en la década del 60 lanzó la resolución de que era la Atención Primaria de la Salud (APS) la base para el mejoramiento de la salud mundial, basado en la experiencia rusa y apoyada en el incipiente pero impactante desarrollo de la salud en China. Declaradas en ambas, gratuitas y universales.
Otros acabados textos y escritos deberíamos dedicarle a la república de Cuba, que sin contar con los más generosos recursos de sus antecesores socialistas, ha logrado tener una medicina de avanzada en el mundo. Con desarrollo de la ciencia y la tecnología en salud. Con un médico cada 120 residentes en la isla, desarrollando medicinas únicas en el mundo y una esperanza de vida de casi 80 años. Cuba no solo tiene una de los mejores sistemas sanitarios del mundo, sino que además es gratuita y universal. En los países en crisis sanitaria son médicos cubanos los que llegan a dar una mano en momentos difíciles. El mejor ejemplo es el de esta Italia desbordada y colapsada que observó la llegada de decenas de médicos cubanos para paliar la crisis, aplaudidos por todo el pueblo italiano. Como nota de color cabe destacar que Italia votó, en las asambleas de la ONU, siempre en contra de retirar el bloqueo económico a Cuba.
Ahora bien, ante tantos datos y lo que propone el sistema capitalista de salud mercantilizada, con obras sociales usureras, clínicas atadas a laboratorios y universidades privatistas y elitistas en la mayoría de los países del mundo, ¿no es quizá en esta feroz pandemia, la oportunidad de plantear un sistema de salud público, universal, gratuito y de calidad? Que permita la prevención como base, con presupuesto destinado a la mejora edilicia, al equipamiento, a la capacitación de nuestros profesionales. ¿No es un gran momento para desarrollar las salas de salud barriales gestionadas con la comunidad, como el gran ejemplo del Chino Oliveri en La Matanza?
¿No es un buen momento para exigir en concreto que la salud deje de ser un negocio para pocos y sufrimiento y pesares para miles?
No podemos permitirnos que este virus, así como la influenza, el sarampión, la tuberculosis, la diarrea, entre otras acaben con la vida de miles de argentinos por no contar con los recursos destinados al desarrollo de una salud integral.
Quizá el coronavirus solo nos ayude a demostrar que este sistema no va más y que hay que organizarse para dar paso a uno mejor, que lleve a su pueblo como protagonista de sus destinos.
PCR de Mar del Plata