En 1911, los nacionalistas chinos dirigidos por Sun Yat Sen derrocaron la decadente monarquía manchú y se abrió un proceso revolucionario en China. Para 1949 han transcurrido solo 38 años.
Desde la fundación del Partido Comunista de China en 1921, hasta la proclamación de la República Popular de China el 1º de Octubre de 1949, han trascurrido solo 28 años.
En cualquier caso apenas un suspiro en los tiempos históricos, para una transformación política y social pocas veces vista.
A principios del siglo, China era una nación despedazada, explotada y humillada por todos los imperialismos del planeta, gobernada por emperadores sumisos, tan atrasados que llevaron el feudalismo hasta el propio siglo XX, anarquizada por los señores de la guerra locales, con un pueblo destinado a servir en tierras de otros, con hambrunas sistemáticas que mataban millones de campesinos por año.
Un pueblo obligado a comer hasta la corteza de los árboles para no morir.
Un pueblo envenenado por el opio, condenado al analfabetismo ya que para poder leer y escribir el idioma del imperio se necesitan conocer más de dos mil caracteres, con una opresión gigantesca de las mujeres y las numerosas minorías nacionales.
A solo 38 años del derrocamiento de los emperadores, Mao Tsetung, el primero de octubre de 1949, en la plaza inmensa de Tien An Men en Pekín, puede anunciar al mundo que China “se ha puesto de pie”, y por un camino inédito, la revolución de nueva democracia, marcha hacia la construcción del socialismo y el comunismo en una nación de 500 millones de habitantes y 9 millones de kilómetros cuadrados de extensión.
Atrás han quedado años de guerra nacional en alianza con Sun Yat Sen, la liquidación de los señores de la guerra del norte en alianza con la izquierda del Kuomintang y la instalación de un gobierno nacional de frente único, hasta la traición de la burguesía encabezada por Chiang Kan Sek, que asesinó, junto a los caudillos militares reaccionarios, a 40.000 de los 50.000 comunistas chinos.
También la larga guerra civil, iniciada con el levantamiento campesino de la cosecha de otoño en 1927, el levantamiento militar de Nanchang, la constitución del primer Ejército Rojo y la instalación de las primeras bases revolucionarias en las montañas Chinkang.
Y el fracaso de las cinco campañas de exterminio del Kuomintang contra las zonas rojas y la heroica Larga Marcha que en un año recorre 12.500 km para colocarse en la primera trinchera de lucha contra las tropas japonesas que han invadido China.
En 1939, triunfa en el Partido Comunista Chino la línea impulsada por Mao, de unir a toda la nación contra la invasión japonesa que va a ocasionar al pueblo chino más muertes que la de todos los demás países participantes de la Segunda Guerra Mundial sumados.
Obligado Chank Kai Sek a punta de pistola a aceptar el frente, comienzan los 8 años de lucha antijaponesa, donde los comunistas en una gran frente único, conservando su ejército y su independencia, pasan a ser reconocidos por la inmensa mayoría, como los verdaderos defensores de los intereses de la nación y del pueblo chinos.
Cuando Chag Kai Sek, con su corazón puesto ahora en los Estados Unidos, vuelve a traicionar en 1945, ya no puede impedir que una nueva guerra popular de liberación dirigida por el Partido Comunista y el Ejército Rojo, culminen la revolución en toda China en el año 1949.
Despertando la admiración de la clase obrera y los pueblos de todo el mundo. Y el odio reconcentrado de todos los imperialistas y reaccionarios de la tierra.
Y dejando confundido a la legión de “bien pensantes”, que han afirmado con miles de argumentos “razonables”, que esto era imposible.
Había sido logrado por una profunda integración de la ideología de la clase obrera revolucionaria, el marxismo-leninismo, con la compleja y cambiante realidad de China y del mundo.
Y la fusión de esa línea política revolucionaria con la clase obrera, el campesinado, que es la inmensa mayoría, y demás sectores populares en un camino prolongado, difícil y sangriento. Sellando esa alianza y ganando el corazón de las masas con la práctica, la liquidación de los terratenientes, la reforma agraria, la liberación de las mujeres y el gobierno de las bases y zonas rojas.
Con la palabra y con el fusil, porque de allí nace el poder.
Con tres armas mágicas.
El Frente Único más amplio posible en cada momento concreto.
El Ejército Rojo de los obreros y campesinos.
Y el arma fundamental, porque es la que dirige a las demás: un Partido Comunista profundamente unido a las masas, vivo, creador y no dogmático.
Que es independiente porque no tiene otros intereses que los de la clase obrera y el pueblo.
Todo eso unido al papel de un dirigente, Mao Tsetung, capaz de convertirse en lo que un líder del pueblo indio llamaba “un artista de lo imposible”, frente a todos los reaccionarios, revisionistas y conciliadores que proclamaban y proclaman como dogma universal, que “la política es el arte de lo posible”.
Son otras las condiciones en el mundo, en el país y en las masas, mucha agua ha corrido bajo los puentes, pero todos los que no quieren someterse, los que sueñan y luchan por la libertad, la igualdad y la independencia , por la liquidación del la explotación del hombre por el hombre, contra la doble opresión de la mujer, de las minorías raciales y las minorías nacionales, las guerras imperialistas y la devastación del planeta por la ambición de pocos, deberemos estudiar, con seriedad, objetividad y sin ninguna otra atadura que los intereses del pueblo, la larga marcha de la revolución china.
Escribe Luis Molinas