En las sociedades divididas en clases y particularmente en los países dependientes de los imperialismos, tanto las leyes como las constituciones están hechas en lo fundamental para mantener un Estado explotador e injusto. Para someter a los más a los designios de los menos, que son los que tienen todo.
Cada derecho reconocido por la ley, cada avance en la constitución, ha sido el producto de decenas de años de “sangre, sudor y lágrimas”, de grandes luchas del pueblo, de las mayorías.
Por las dudas, los que se rasgan las vestiduras en el cumplimiento de la ley, en los “sacrosantos principios de la República y la propiedad privada”, no vacilan cada tantos años en dar un golpe con su propio estado para borrar lo más progresista y “empezar de nuevo”.
Si no hubiéramos luchado contra esas leyes “establecidas” seguiríamos siendo propiedad privada de los reyes de España, seguiría siendo legítima la esclavitud de negros e indios y las mujeres seguirían siendo por ley, propiedad privada de los maridos. Seguiría siendo un delito formar un sindicato como lo fue hasta avanzado el siglo XX y hasta el peronismo en el caso de los obreros rurales. No hubieran podido las Mujeres en Lucha impedir los remates de las tierras de los chacareros, ni hubiéramos podido obligar a tomar un helicóptero al “legítimo” presidente De la Rúa en el 2001.
Con años de lucha contra el genocidio, se impusieron en la Constitución los derechos prevalentes de los originarios sobre las tierras de las que fueron despojados.
Con años de lucha de la clase obrera y el pueblo se impusieron los derechos sociales en las reformas constitucionales.
Y ya hace más de 50 años que la Iglesia Católica estableció su “doctrina social”, planteando que la propiedad está indisolublemente unida a su función social.
Pero, por pura casualidad, nada de eso tiene leyes para obligar a su cumplimiento, y si las tiene, siempre falta un papel más.
Si hay leyes escrupulosamente escritas contra los “usurpadores”, en nombre de las cuales se movilizan de madrugada 4000 policías con bulldozers y topadoras para aplastar a quienes tienen la osadía de ocupar un pedazo de tierra vacía, de esta Argentina inmensa, para nacer, parir y morir en su “propiedad privada”.
Nunca más vigentes las palabras de Mao: “el árbol quiere estar quieto, pero el viento no lo deja”. Y ese viento son las luchas del pueblo que mas tarde o más temprano, harán trizas todas las leyes injustas de este Estado injusto y abrirán un cauce de justicia, soberanía y libertad.
Escribe Luis Molinas, Secretario del Regional Santa Fe del Partido Comunista Revolucionario. Miembro del Comité Central del PCR.
Fuente: www.ptpsantafe.org