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25 de abril de 2021

Historias de violencia machista (Capítulo 2)

El femicidio de Alejandra Oscari, y la tristeza infinita

Los días corren y las historias de violencia machista producidas en las narices de un Estado que garantiza impunidad, siguen sacudiéndonos hasta el hartazgo.

Vuelven a repetirse historias en las que las infancias son arrojadas o dejadas en el abismo, y a veces la suerte se cruza en el camino para salvar niñeces. Otras veces no.

Hoy seguimos sosteniendo que hay casos que ponen sobre la mesa, como nunca, la responsabilidad estatal en los femicidios. Pero pareciera que a pesar de la cercanía muchas y muchos no aprenden. Quienes sí aprendemos, seguimos aún de alguna forma como Quijotes, en medio de un mar de desidia, impunidad y violencia institucional.

Por eso es tan importante contar la historia de Alejandra Oscari, pero no el último acto, que movilizó a la comunidad sampedreña, especialmente a sus compañeras y compañeros estudiantes, cuando la tuvo agonizando en sus últimos minutos de vida bajo las llamas del fuego en San Pedro de Jujuy  al costado de la ruta.  Ese acto atroz es el que ocurre cada 30 horas en nuestro país, cuando hablamos de las mujeres que mueren por el hecho de ser mujeres, en un contexto de violencia de género.

 

La tristeza extendida

Tal vez hablar de la tristeza infinita en un caso de femicidio es hablar de todos los casos. Pero la historia de Alejandra tuvo la tristeza del final, y también la tristeza de toda una vida en la que solo se pueden visibilizar momentos de alegría en los relatos de quien era su pareja, que  aún la sigue recordando con su amor, como si ya no le entrara otro.

El 5 de mayo de 2017 a las 13 y 30 aproximadamente es encontrado parte del cadáver de Alejandra. Solo se la reconoció por ínfimos detalles, como sus uñas, una media,  y un estudio de ADN.  Suponemos que estaba inconsciente cuando su padrastro, Héctor Raúl Oscari, la arrojó viva allí, para luego quemarla.

El juicio oral permitió reconstruir la historia de ese vínculo violento entre el femicida y su hijastra. La determinación de Oscari para cometer el crimen, fue equivalente  a su artimaña para tratar de ocultarlo, simulando una desaparición o ida voluntaria de Alejandra, tratando de borrar las huellas que dejó el crimen. Pero no pudo. Hoy su condena a prisión perpetua está firme.

 

Infancia de Alejandra

Para muchas y muchos, conocer la infancia de Alejandra permitió poner en foco lo que muchas infancias padecen. Padecen por lo que hacen los organismos de protección de derechos como las Direcciones de Niñez y Adolescencia, o por lo que hace el Poder Judicial. En el juicio oral por el crimen de Alejandra, participaron peritos que antes, en la infancia de ella, habían ya actuado a partir de una denuncia de una vecina, que señaló que Alejandra sufría de parte de Oscari y su esposa agresiones con cintos, varillas, le golpean la cabeza dentro del agua y la ramean de los cabellos. En ese mismo expediente de “menor en situación de riesgo”, se constatan hematomas en diferentes partes del cuerpo de la niña de 5 años, que había sido agredida  con un cinto y que la última agresión había sido con la hebilla del cinto.

Una perita dio cuenta de que una niña de 6 años expresaba con llantos y gritos ser una criatura indefensa. Alejandra fue víctima y testigo de las situaciones de violencia. Los mandatos en el ámbito doméstico los imponía Oscari y los ejecutaba su esposa. Y su rol de mujer la puso también en el lugar de sirvienta.  Como Alejandra le había contado  a una amiga: “ella limpiaba, cuidaba a su hermano y al medio día ella no se sentaba en la mesa hasta que ellos terminaran de comer”. Parecía una relación de servidumbre. La servidumbre en lo que hace a las tareas domésticas, históricamente estuvo reservada a las mujeres.

Otra profesional que intervino en la infancia y en el crimen, expresó en el juicio que se trató de una joven que vivió sin libertad y que  creció sin ninguna figura de sostén.

Alejandra  fue víctima en la niñez de esa relación asimétrica entre adultos e infancias. Donde los adultos son grupo generacional dominante. El adultocentrismo es una de las formas de violencia patriarcal, que se manifiesta con un poder verticalista, ejercido por los adultos sobre los niños y niñas. Es en ese contexto patriarcal, en el que el sistema de dominación y subordinación  más opresor es el del género, que las mujeres y las infancias tienen una posición de desventaja respecto a los varones, quienes avalados por su posición de poder reproducen las violencias, el que posibilita la existencia y naturalización de abusos de toda índole.

Afirma Patrizia Romito en Un silencio ensordecedor: “Hoy, en muchos países industrializados, negar o incluso solo restringir los contactos entre padre e hijos es considerado más grave que exponer al niño y a la mujer al riesgo de actos de violencia y de muerte”.  Pag. 135 Editorial Montesinos del año 2007.

Alejandra no solo fue víctima de esa violencia, sino que fue testigo de la violencia que padecía su madrastra. Otros expedientes, donde otras dos mujeres denunciaron por violencia machista a Raúl Oscari, sin ninguna consecuencia para este último, lo  legitimaron en su concepción machista de considerarse con derecho de propiedad respecto de las tres mujeres que padecieron sus violencias.

 

La  adolescencia y juventud de Alejandra

A la violencia padecida en la infancia, siguió la violencia en su adolescencia y juventud.

Alejandra tuvo una crianza en la que adoptó y aprendió roles. A ella se le impidió un libre desarrollo y expresión de personalidad mediante la prohibición, la inhibición, el forzamiento y extrema opresión. Así como en esa etapa los niños comprenden pautas de poder y dominación, a Alejandra por ser mujer, le tocó las pautas de aceptación y adecuación a las mismas. Alejandra debía pedir permiso a su padrastro y era castigada  si era vista con un novio, como ocurrió con el recital de “No te va a gustar”. No podía irse ni volver sola al Profesorado. Tuvo una relación a escondidas, donde debía simularse que su novio era novio de una amiga. El rol que tenía Alejandra respecto del padrastro era de “pareja”.

Esta relación que no era normal y que fue vista por sus compañeras y compañeros implicó que le ofrecieran a Alejandra un lugar para vivir y romper con esa relación. Pero ella sentía que él era una amenaza para quien la ayudara, por eso no implicó a quienes le ofrecieron ayuda.

La violencia machista que sufría Alejandra fue tolerada por quienes miraban y no hicieron, o intentaron pero querían que la propia Alejandra saliera de ese círculo de violencia que resultó fatal.

Hubo un Estado que tampoco hizo  a pesar de haber intervenido anoticiado por las violencias que se ejercían contra un niña, lo que nos replantea hoy en todos los casos si podremos salvar a todas las Alejandras de ese final probable, sabiendo que el machismo mata.

Hoy ni los Tribunales de Familia (Poder Judicial) ni las Direcciones de Niñez y Adolescencia (Poder Ejecutivo) hacen lo que deben por niñas y niños como Alejandra. Se garantizan revinculaciones forzadas entre infancias y progenitores violentos, incluso denunciados y sospechados por abuso sexual a esas mismas infancias. Hace poco un niño fue entregado al progenitor denunciado por abuso sexual en San Isidro. Y escuchamos los gritos de ese niño que era arrancado de los brazos de su madre protectora.

El Estado, fue responsable de los padeceres y final de Alejandra. ¿Qué hacen esos niños y niñas obligados a seguir viviendo con el/los violentos, si no es acomodarse y entender que esa es la realidad inobjetable? ¿Cuánto enseñan las desprotecciones  a acomodarse al abismo y la violencia como única posibilidad?

Las infancias hoy no necesitan Quijotes. Necesitan un movimiento de mujeres que arranque la protección estatal de niñas y niños contra las violencias machistas. Y que especialmente acompañe a las “madres protectoras”, que vale señalar, Alejandra no tuvo. Esa es otra historia, pero se puede anunciar: Su mamá desapareció de la faz de la tierra, y la abuela de Alejandra supone que tuvo la misma suerte que ella, a manos del mismo autor.

 

Escribe Mariana Vargas