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19 de mayo de 2021

El inicio de una guerra continental emancipadora

La Revolución de Mayo

Llegamos a estos 211 años del 25 de Mayo de 1810 enfrentando la emergencia sanitaria, económica y social que se ha agravado por la pandemia. Es fundamental reivindicar “nuestra gloriosa insurrección”, como la llamó Mariano Moreno, en el camino de la revolución de liberación nacional y social que libere a nuestra patria. Reproducimos una nota del director de nuestro semanario, Eugenio Gastiazoro.

La Revolución de Mayo de 1810 fue parte de un proceso revolucionario continental. Desde México, pasando por Venezuela, Colombia, el Alto Perú, hasta el Río de la Plata, los pueblos dominados por España se alzaron en armas por su libertad e independencia.

La revolución de 1810 no fue simplemente el producto de la acción de una elite cívica-militar. Como en toda verdadera revolución, que enfrenta un poder constituido, hubo sí una minoría organizada en forma conspirativa en el llamado Partido de la Independencia. Hubo también rebelión de una parte de las fuerzas militares, inspirada por esa minoría y sobre la base del alzamiento popular generalizado.

La Nación Argentina, como las demás naciones hermanas, venía siendo gestada por heroicos levantamientos de originarios, negros y criollos contra la dominación colonial española en todos los lugares. En esta región en particular, desde el levantamiento de los originarios dirigidos por Tupac Amaru y Tupac Catari, en 1780, hasta las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz, en 1809, todas sangrientamente reprimidas, pero que dejaron encendida la hoguera de la libertad, como gritó Domingo Murillo al pie de la horca. Y en el Río de la Plata, el rechazo y derrota en 1806 y en 1807 de las invasiones inglesas a Buenos Aires y la Banda Oriental del Uruguay, con un papel decisivo del pueblo en cuyas milicias participaron también mujeres y negros, y las nuevas fuerzas militares creadas en el curso de la defensa y lideradas por criollos, estimularon la agitación política y militar y la organización clandestina de los sectores patriotas.

Así, el 25 de mayo de 1810 se produjo en Buenos Aires el alzamiento que posibilitó que los patriotas impusieran, en el Cabildo, la formación de un gobierno provisional, la Primera Junta, y la creación de un ejército liberador, con los soldados y jefes que pasaron al bando patriota y las masas convocadas por el grito de libertad, en el terreno abonado por los levantamientos originarios y criollos previos.

El accionar de estas masas abrió el camino a los ejércitos patrios y empantanó a los realistas, superiores en número y en entrenamiento militar. Así fue en las campañas a la Mesopotamia y a la Banda Oriental, y aún más claramente en las del Noroeste y el Alto Perú: las hondas y macanas de los valientes cochabambinos dispersaron las fuerzas realistas impidiendo su concentración en Suipacha; el éxodo jujeño, dejando sin recursos al enemigo, y el constante ataque de las guerrillas impidiendo su abastecimiento por la Quebrada de Humahuaca, permitieron a Belgrano derrotarlos en Tucumán y Salta. También los obstinados y titánicos esfuerzos de las guerrillas mestizas y originarias desde Salta a Cuzco y Puno, entre 1814 y 1824, fueron decisivos para cubrir las espaldas de San Martín en las campañas a Chile y Perú, pese a que hubo sectores oligárquicos locales que intentaron trabarlas.

 

Una lucha común

En la guerra emancipadora convergieron las masas campesinas, sobre todo originarias, que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos democráticos y antifeudales, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno, Castelli, Belgrano y Vieytes en Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente y mercantil criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían tratando de preservar sus privilegios de clase y, por lo tanto, contraponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales y populares.

El pronunciamiento de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810, casi simultáneo al de Caracas (Venezuela) del 19 de abril de ese mismo año, marca en nuestros países el inicio de una guerra prolongada y heroica –con la formación de los ejércitos patrios, de las milicias y de las guerrillas originarias y campesinas; con batallas decisivas como Suipacha, Tucumán y Maipú; con éxodos de pueblos enteros como el jujeño y el oriental; con heroicas guerrillas como las dirigidas por Güemes en Salta y Jujuy, y Arias, Arenales, Warnes, Muñecas, Padilla, Juana Azurduy, los caciques Titicocha, Cáceres y Cumbay, y tantos otros en el Alto Perú–, parte de los procesos de la prolongada guerra de la Independencia, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, por los ejércitos patrios dirigidos por Simón Bolívar.

La lucha común y la unidad antiespañola de nuestros pueblos permitieron ese triunfo. Pero no todos los dirigentes patrios tenían una unidad de miras sobre qué tipo de país construir y menos sobre cuáles eran las clases principales en quienes apoyarse para lograrlo. La clase obrera prácticamente no existía y los embriones de burguesía eran débiles. Esos dirigentes, entonces, oscilaban entre apoyarse en las masas campesinas y populares levantadas a la lucha por la revolución y las llamadas “clases cultas”: los grandes terratenientes y mercaderes, que querían asegurar su dominio preservando el orden feudal y asociándose con el capitalismo en ascenso en Europa. Lo que se expresó en la llamada “máscara de Fernando” (ver recuadro).

“Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la Corona. Así se logró la independencia nacional”. Pero, “la hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse”. (Programa del PCR de la Argentina).

 

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Recuadro

La “máscara de Fernando”

Así se llama al hecho de que los primeros gobiernos patrios se constituyeron en nombre del rey español Fernando VII, preso de Napoleón. Esto para autores como Luis Alberto Romero es demostrativo de su tesis sobre que no fue un hecho digno de llamarse revolución. En cambio, Felipe Pigna sostiene que “era un acto de clara independencia”, señalando que “por aquellos días nadie en su sano juicio podía suponer que Napoleón sería derrotado ni que Fernando volvería al trono español”.

Lo cierto es que la “máscara de Fernando” no tuvo el mismo significado para todos los sectores patriotas, y la aristocracia de los grandes terratenientes y mercaderes se aferró a ella demorando lo más que pudo la declaración de la Independencia, pues dicha “máscara” le permitía tener “un gobierno propio impidiendo mayores alteraciones al régimen feudal y liberándose del monopolio comercial de España, mientras que a los ingleses a la vez que les garantizaba extender sus ‘miras mercantiles’ no los comprometía en su relación con España ni en un proceso que podía ser incontrolable para ellos” (Eugenio Gastiazoro, Historia Argentina, tomo I, pág. 147; ver también págs. 168/171).

 

Hoy N° 1864 19/05/2021