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02 de octubre de 2010

escribe Micaela Ríos

Los artificios del lenguaje de los intelectuales K

Hoy 1262 / Sobre el grupo Carta Abierta

El 7 de abril, en la Ciudad de Buenos Aires, se inauguró el programa “Café Cultura Nación”, que el gobierno nacional lanzó en el 2005 por distintas localidades del país.
Esta primera actividad anunciaba un prometedor análisis del secretario de Cultura de la Nación José Nun, sobre la particular situación político-cultural que atraviesa el país en este último tiempo y sobre la coyuntura hacia el bicentenario.
En la oportunidad Nun, al igual que los impulsores del nucleamiento Carta Abierta en sus distintos documentos, apeló a un juego viejo y conocido, el de transformar “verdades en mentiras” y las “mentiras darlas por verdades”. Magos de la palabra, de los discursos y los relatos, autonominados “renovadores del lenguaje”, los intelectuales “K” parten de sus ideas y deseos y no de la realidad misma, por eso el engaño lo trastocan en picardía o en viveza hasta que son descubiertos y cuestionados, y entonces su defensa es descalificar a sus críticos como derecha.
Aunque en su quinta carta reniegan de la concepción binaria (o mecanicismo) que dicen se les atribuye injustamente, sin embargo no hacen más que establecer contradicciones falsamente antagónicas poniendo en una misma bolsa a todos los que critican sus posiciones, tanto sean de izquierda, derecha, socialdemócratas, amigos y enemigos o  vengan de cualquier clase social e intereses.

¿Confundido o confundiendo?
La exposición del secretario de Cultura de la Nación no sólo fue un engaño respecto de lo anunciado, ya que no le dedicó ni una palabra al tema de la política cultural de su gestión sino también porque reinterpretó o tergiversó varios de los hechos que abordó. Su exposición tuvo como trasfondo una abierta campaña electoral prokirchnerista. Sus elucubraciones con alardes eruditos buscaban fundamentar que la ideología política de esta época pasa por el mito y el relato, que las grandes mayorías son incrédulas y “no pretenden razones sino creencias”.
Nun adrede ocultó el materialismo dialéctico y la concepción sobre “la ideología dominante” estudiada por Marx, diciendo que no comprendió que la masa es “incrédula”, que sigue mitos y creencias. Así descalificó sin nombrarla a la izquierda incapaz de comprender y ganar a la masa. Simultáneamente mostró el desprecio, de viejo cuño liberal, que este grupo de intelectuales y funcionarios tiene por las masas populares oprimidas.
Que las masas buscan creencias y van tras movimientos, según él, queda demostrado en los primeros gobiernos de Perón. Allí también trasluce su concepción idealista cuando niega las condiciones objetivas que dieron origen al peronismo: las crecientes luchas obreras y populares previas al peronismo, un gobierno conservador, oligárquico y proimperialista sorteando la crisis del 30 y la disputa interimperialista en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Factores que condujeron a que la política de Perón advirtiera que para combatir a la oligarquía terrateniente debía aplicar un plan de redistribución del ingreso, congelamiento de los arriendos y de los alquileres, construcción de la vivienda, fomento de la educación pública y la cultura popular, el control del comercio exterior y de los grandes monopolios exportadores para garantizar el ingreso de divisas, y de tal modo, fomentar el desarrollo de las pequeñas y medianas industrias de capital nacional y el mercado interno. Todas estas medidas generaron un cambio real en las condiciones de existencia de las grandes mayorías y no sólo en sus creencias e imaginación.
Confundido o confundiendo, Nun sostuvo que estamos gobernados por los medios de comunicación y los criticó porque éstos hablan del pasado de Néstor Kirchner pero omiten el pasado del elenco televisivo estable (Carrió, Felipe Solá y de Narváez) cuando, a su entender, deberían estar hablando de la rebaja del IVA o que las personas físicas paguen Ganancias o que el país está estancado desde 1975.
Ocultó que él es parte de un gobierno cuya unidad político ideológica gobierna desde el 2003 y que precisamente fue el gobierno de Néstor Kirchner el que le dio poder a los medios, prorrogando las concesiones por más de diez años, y que tanto Néstor como Cristina Kirchner también negaron el pasado de muchos de sus aliados, por eso hoy los llaman traidores a quienes fueron y son parte de una misma estrategia en la que acuerdan: mantener la gobernabilidad y evitar otro Argentinazo. Se quejan de que los medios muestran pobres o exageran los índices de hambre, enfermedades o desocupación cuando la cuestión no es su exageración sino la propia existencia de esas situaciones sociales en índices crecientes.
Nun no dice que los medios ocultan otras cosas, como las luchas obreras y populares que se están dando a lo largo de todo el país por el dengue, la desocupación, educación, salarios, etc.
Si bien la nueva ley de radiodifusión que proponen es un paso en relación a eliminar la ley dictada por la dictadura, no alcanza para combatir el monopolio mediático si no se garantiza una discusión profunda y clara de todas las propuestas sobre el tema y se abre la participación democrática de amplios sectores a la red de radiodifusión.

Son como la misma derecha que critican
La verborragia de estos intelectuales del “progresismo argentino” del siglo XXI luce posturas y categorías marxistas o gramscianas pero vaciadas de su esencia: la concepción materialista dialéctica. Su operatoria, montaje o impostura intelectual basada en omitir, maquillar, inventar, construir un relato sobre un pequeño aspecto de la realidad no esencial al conjunto, regodearse o enredarse en el juego del lenguaje ignorando los hechos, es decir, apartarse de una postura científica y crítica necesaria, no sirve para cambiar nada y conduce a lo opuesto: conservar. En todo caso sirve para disputar el poder entre los que ya tienen el poder. Es decir, hacer como si… cambiaran sin cambiar nada, cuyo resultado es que son como la misma derecha que critican.
En este pase mágico del lenguaje y del discurso de “estos intelectuales progresistas” resulta que niegan lo que son pero cuando critican a la “nueva derecha” parecen describirse a sí mismos. Convocan a combatir a la derecha para profundizar el cambio, cuestión con la cual podríamos estar de acuerdo si fueran más que lindas palabras, pero en los hechos no hubo ningún cambio profundo o estructural desde el gobierno de Néstor Kirchner en 2003 hasta ahora.
En todo caso, lo único que pretenden cambiar es un engaño por otro, un monopolio por otro y un poder de una elite por otro, perpetuando las condiciones estructurales de dependencia y subdesarrollo del país. Por eso resulta llamativo el título de la quinta carta “Restauración conservadora o profundización del cambio”, cuanto en realidad son parte de una lucha entre distintos bloques de alianzas e intereses económicos, que no pretenden cambiar nada y menos a favor del pueblo.
Cuando se discuten los cambios necesarios para combatir a la derecha y fortalecer el campo popular: eliminando la pobreza, garantizando el trabajo, controlando o estatizando a los monopolios extranjeros, aumentando el presupuesto a educación, salud y cultura, promoviendo la industria nacional, la diversidad agropecuaria, reduciendo la hegemonía sojera, castigando a todos los genocidas, represores y corruptos definitivamente, reconociendo las organizaciones popu- lares, multipartidarias y asamblearias, estatizando las fábricas recuperadas, etc.,
Nun y los cartaabiertistas responden con la misma cabeza que los “neoliberales” que tanto critican. Dicen que no es posible hacer más porque no se puede tocar el sistema, ni contradecir el mercado externo, ni tocar los bonos de la deuda, ni al gran capital extranjero y nacional, ni a la banca internacional. Honran la deuda ilegítima y fraudulenta como ya lo hicieron en el pasado desde Avellaneda y Pellegrini hasta Menem. Ni quieren hablar del posible camino de suspender el pago de la deuda como tomó el presidente del Ecuador, Correa. Diciéndose peronistas no estatizan las empresas públicas como lo hizo Perón y por el contrario nacionalizan poniendo en manos de capitales privados nacionales de dudoso origen, en muchos casos favoreciendo a las empresas multinacionales, sacándolas de la ruina y asumiendo el Estado su quebranto, como en el caso de Aerolíneas o las AFJP. Porque no se garantizan tarifas baratas a los sectores populares y a la industria nacional. Porque frente a la inseguridad coinciden en aumentar las fuerzas represivas y no mejorar las inhumanas condiciones de pobreza de la que brota. Porque finalmente proponen combatir la crisis capitalista mundial con recetas ya conocidas, es decir, más inversiones extranjeras o cambiando el signo monetario de nuestro endeudamiento, ahora de dólares por yuanes. Pero ni se habla de recuperar las enormes masas de capital extraído de nuestro trabajo, de nuestros recursos naturales y nuestras producciones para volcarlo a nuestro desarrollo y las necesidades populares más urgentes.
Nun, en un nuevo golpe de efecto del discurso, dijo que el problema no eran los pobres sino los ricos, enunciación vacía porque no hubo ni una sola medida para contener a los grandes capitales y a los grandes terratenientes y nuevamente la crisis la paga el pueblo con la caída del salario, con desocupación, con la inflación, con la falta de presupuesto para salud, educación. Un cambio profundo sería “dar vuelta la tortilla” y que la crisis la paguen desde los Martínez de Hoz a los Grobocopatel, desde los Rocca a los Macri, etc.
A estos artificios del lenguaje, históricamente, la realidad se encarga de ponerlos en caja, las masas que necesitan trabajo, alimento, vivienda, salud no son incrédulas, se cansan de la mentira, luchan, hartas de la falsa democracia burguesa gritan, como en el 2001, que “se vayan todos”, mientras derriban los muros que las oprimen.