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16 de febrero de 2022

La opresión que nos imponen a las mujeres tiene muchas caras

En un país dependiente, las menos soberanas…

Reproducimos una nota publicada en la página del PTP de Santa Fe, escrita por la compañera Laura Silva.

La soberanía es la posibilidad de desarrollarse en forma autónoma. Se podría decir que es el derecho de las personas, los pueblos, las naciones, los países, a una vida con la dignidad del autogobierno, de la independencia.

Es la potestad de desarrollarse, de emanciparse y tomar decisiones sobre lo propio y lo común, sin ser obligados, chantajeados, manipulados, engañados, por quienes pretenden controlar nuestras decisiones en su beneficio para explotarnos, expoliarnos, saquearnos, usufructuando de los recursos de la naturaleza, sean territoriales o de nuestros cuerpos, y de su capacidad en tanto fuerza de trabajo, generadora de riqueza.

La actual sociedad capitalista imperialista, que basa su riqueza en la apropiación de la fuerza de trabajo de unos en beneficio de otros, está asociada al patriarcado de tal manera que a las mujeres se nos somete para reproducir en forma privada la fuerza de trabajo propia y ajena que se concretiza en las tareas “invisibles” de la vida doméstica familiar.

Se hace “dulcemente”, mediante las ideas del amor romántico, de la idealización de la maternidad o ensalzando nuestra “capacidad innata de cuidadoras”, como con diversas formas de violencia. Es fundamental no perder de vista que la violencia hacia las mujeres tiene como objetivo someter para poseer, y para ello se mata o se daña. El eje es la propiedad, por eso aquello de “la maté porque era mía”, o “es mía o de nadie”.

El patriarcado ubica al varón en una situación de supremacía respecto de las mujeres. Así desde la función de la reproducción biológica de la vida se desliza la confiscación de las horas invertidas en las tareas de educación y cuidado de los hijos, ancianos y enfermos y la reproducción de la fuerza de trabajo consumida diariamente.

Se relega a la mujer a tareas “subalternas” dentro y fuera de la familia, obstaculizando su potencial de protagonismo, haciéndola participar de una carrera de obstáculos en un campo minado para llegar a desarrollarse en la vida laboral, social y política.

Ninguna mujer tiene una vida en la que pueda decidir con soberanía sobre lo que necesita cuando el capitalismo y el patriarcado son socios.

La “suerte” de las mujeres no es ajena a la de su contexto, su clase social, su etnia, su país.

La soberanía de las mujeres está condicionada por el patriarcado y en los países oprimidos como el nuestro por la dependencia con respecto a los imperialismos y al latifundio terrateniente.

Somos un país oprimido por la oligarquía y los capitales extranjeros que controlan lo principal de los bancos, la industria, el comercio, el transporte, los puertos, etc. Dependemos de las exportaciones, principalmente de comodities (agro, minería, petróleo), con un mercado interno que es casi “invisible” a los ojos de la oligarquía porque lo único que le importa es colocar su producción para que produzca dólares.

Cuando esos dólares no alcanzan para las importaciones, la remisión de las ganancias a las casas matrices, y para pagar la deuda, lo que hacen es achicar el gasto público, es decir ajuste fiscal. Esto se expresa en peores condiciones laborales, salarios a la baja y menos gasto social, deterioro de salud y educación, servicios más caros, lo que agrava las tareas domésticas y de cuidado. La consigna de “igual salario por igual trabajo” queda más lejos, y los conflictos afectivos y familiares que la crisis económica intensifica en las familias y la sociedad se expresarán en el aumento de la violencia.

La experiencia nos ha demostrado cómo el ajuste al pueblo se torna más violento hacia las mujeres.

Veamos algunos datos sobre cómo vivimos las mujeres en un país oprimido por los imperialismos.

Según el Indec de marzo de 2021, en las mujeres de menos ingresos la tasa de desocupación es 15 veces mayor que en las mujeres del sextil más rico. Esto a pesar de que las mujeres alcanzan niveles más altos de educación formal.

Según el mismo informe, mientras 8 de cada 10 hombres de entre 30 y 64 años participa en el mercado laboral, solo 5 de cada 10 mujeres lo hacen. Entre las personas ocupadas, por cada 100 pesos que gana en promedio un varón, una mujer gana 79. En los sectores con empleos menos calificados la brecha salarial es mayor. Las mujeres somos más pobres que los varones cualquiera que sea su posición social.

En momentos de crisis económica y social la lucha por las emergencias se impone. También los debates sobre de dónde sale la plata para ellas.

En este sentido sería un grave error que las mujeres debatamos solo los temas referidos a lo específico, mantenernos al margen de los debates sobre la deuda externa, las condiciones que quieren imponernos el FMI y los presupuestos nacional y provinciales, así como cuál es el modelo país, y el rumbo necesario para lograr la soberanía.

Los logros valiosísimos y necesarios contra la “violencia machista”, no nos llevarán por sí solos a la liberación de las mujeres en general y menos a las de los sectores populares, en particular en los países dependientes y oprimidos por los imperialismos, como el nuestro.

El patriarcado es funcional al capitalismo. Pensemos si nos son familiares estos ejemplos: Jóvenes madres que renuncian a sus empleos o estudios, o abuelas, tías, o hermanas menores, criando niños por no contarse con jardines maternales. O aquellas que no se pueden separar de sus parejas por cuestiones económicas, ya que las escasísimas ayudas del Estado con que se cuenta para estos casos son solo si media violencia. En estos ejemplos, el mayor obstáculo para lograr la independencia económica, el desarrollo y el logro de sus sueños no son sus parejas.

Los derechos que vamos conquistando, como por ejemplo el divorcio, el cupo femenino, la ESI (Educación Sexual Integral), la inclusión del femicidio en el código penal, la ILE (Interrupción Legal del Embarazo), la IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) son muestras de que con organización, unidad y lucha avanzamos.

Estas experiencias, que dejan grandes aprendizajes, nos ayudan a reconocer que la opresión que nos imponen a las mujeres tiene muchas caras y todas ellas necesitan de algún tipo de violencia física o simbólica para que nos disciplinemos, nos aguantemos y no nos rebelemos.

La violencia física y los femicidios cometidos por los varones, mayoritariamente de la propia clase de la mujer violentada, nos conmueven y movilizan por la crueldad explícita con la que se dan, porque son un límite que no se puede ocultar más y porque avanzamos en tomarla en nuestras manos.

La venimos desenmascarando y vamos desentrañando sus formas, lo que nos va permitiendo encontrar herramientas, inventar modos de darle pelea colectivamente como en los Encuentros Nacionales de Mujeres, el Ni Una Menos y la lucha por la Emergencia en Violencia contra las Mujeres, entre miles de experiencias.

Así como cada vez identificamos con mayor agudeza las formas de violencia hacia las mujeres, es necesario incluir en el análisis cómo la estructura económica de un país dependiente de los imperialismos agudiza nuestra opresión. A la vez crea las condiciones para una particular forma de rebelión que debemos ir descubriendo, teorizando.

Somos mujeres del pueblo en un país oprimido, dependiente. Es poco lo que tenemos que perder, mucho lo que necesitamos conquistar. Nuestra lucha en las calles, en las organizaciones de las que somos parte, en nuestros trabajos y en nuestros quehaceres domésticos nos da una práctica con características particulares, que tienen un enorme potencial transformador.

Ponerlo en juego es indispensable para la liberación de nuestra Patria de las garras violentas de los imperialismos y terratenientes, sin lo cual no hay posibilidad alguna de soberanía para las mujeres. A su vez no habrá liberación de la Patria sin el aporte de nuestra práctica y de nuestra particular opresión a la teoría revolucionaria. ///