¡Uy qué hijo de puta la pelota que vino a sacar! ¡Pero ustedes también tienen un…! (Julio canjeó la palabra obligada por un gesto que consistía en hacer con ambas manos una suerte de aro). Sí, un culo terrible tienen, simplificó Andresito a su padre y a todos los que estaban presentes delante de la pantalla hipnotizante del cero a cero, y de los aguanten los canallas, carajo, o de los fuerza, muchachos, pongan huevo.
Che, cuiden un poco la boca, advirtió Norita al grupo, sobre todo a su marido, no ves que está tu hijo ahí adelante Julio, sentenció con moralina, mientras afilaba los tramontina con un artefacto nuevo que Julio había hallado entre otras baratijas de calle San Luis. Eso che, bajemos el tono que sino el pibe después va a salir diciendo que nosotros le enseñamos malas palabras (el pibe, por supuesto, era Andresito quien desafiaba ya el diminutivo terrible afeitándose la pelusa que a él le gustaba nombrar como barba). Ese que había hablado, plegándose a las súplicas de Norita, era Alberto, el más medido de todos, quizá porque no era futbolero y por cierto, el descenso de los canallas le fregaba tres pitos. Alberto es de esos tipos que miran un partido de fútbol sin inmutarse y sin mufar, ¿no ves Nora que le da lo mismo quién gane o quién pierda? (un pecho frío, agregaba Andresito a la definición de su padre, siempre con ese poder de síntesis tan oportuno).
¡Qué comilón ese nueve! ¡Pasala, abrite papá, no ves que el Killy está libre por la derecha! Y el mate vino a rodar sobre su pantalón, provocando una catástrofe verde sobre el beige. ¿Qué pasa Norita, si no dije ninguna mala palabra?, excusándose por el sobresalto, ¡es que este tipo me saca, les juro que me saca! Encima faltan tres, si seguimos así nos vamos a la b de cabeza, podés creer que terminemos cero a cero con esos perros, porque mirá que son malos los otros, hilvanaba Julio en su soliloquio. En realidad, todos lo sabían ahí, Julio no pretendía respuestas, mucho menos las de Alberto (tan filosóficas, tan camiseta sin transpirar, cómo puede ser así este tipo).
Ya no veo la hora de que se termine ese partido, dijimos que la reunión era para pasar un rato juntos y comer el asado, no para ver fútbol; además este aparato no sirve para afilar los tramontina, es una porquería Julio. Faltaban aún llegar las otras mujeres, en algún punto para alivio de Nora, no porque renegase del fútbol ante el cual también sentía una enorme pasión sino porque no soportaba ese ritual masculino, a saber: gritos elevados, euforia creciente, golpes en la mesa, mate en el piso, peligro de descenso del club favorito. Dejá que voy prendiendo el fuego (Alberto, siempre Alberto, el mediador). Ya falta poco, ahí vamos, se sumaron en coro las otras voces, en bloque, casi como un canto de hinchada, con un dejo de resignación, cero a cero nomás, dos minutos con los adicionados, nada por hacer.
Las mujeres, algunas de ellas casadas con los integrantes del grupo de los futboleros, cayeron con la damajuana del blanco preferido, un pionono de la especialista Marcela, mientras Alberto las recibía entre el humo lagrimoso de la leña verde, jugando de entrada la pregunta obligada: ¿qué tal la reunión? Agotadora pero buena, viste cómo es eso, ahora lo increíble es cómo todo el mundo habla del tema del campo che, y el vino empezó la ronda al costado del parrillero que no cesaba de humear.
¡Che, dejen de hacer humo ustedes dos, los vecinos nos van a echar! Sí, van a pensar que estamos haciendo el piquete de la abundancia, agregó el Negro, hasta entonces inmutable frente a la caja boba. Alberto amagó dar una explicación sobre la leña verde pero en vistas de los segundos que faltaban y del tiro libre que tenían los canallas como última chance para traerse los tres puntos, para qué gastar pólvora en chimangos, ¿no, Marcela?.
El Negro – Marcela, matrimonio con dos pequeñas criaturas que no habían traído en esa ocasión (y cuán agradecido estaba el gato del matrimonio Norita- Julio, sobre todo después del último incidente: en un rincón del ring, un gato con un mechón de pelos menos y por el otro, un rasguño cerca del ojo, con las sucesivas corridas y el agua oxigenada, a ver si te agarrás una peste con ese gato, quien miraba desde la terraza con aires de triunfador).
El silbatazo final dio por terminada la angustia de manos transpiradas y puteadas indeseadas. Ahora sí, como quien no quiere la cosa, el asador se fue rodeando por los frustrados canallas que no podían dejar de maldecir fácilmente al árbitro. ¡Qué partidazo!, sentenció el Negro, vino en mano. ¿Cuál, el de Central o el nuestro? (Alberto, siempre tan chispeante) porque el nuestro también es un partidazo, hinchado de orgullo, de Luna Park repleto. Sos rápido vos, siempre tenés la palabra justa, no se te escapa una (Julio ahuyentando al gato que amenazaba con darle el zarpazo a la carne, astuto, atento ante el menor descuido de los hombres).
Vos sabés que a mí se me cayeron los lagrimones. No lo van a creer pero me acordé de Nicolino Locche, cuántas peleas ganó ahí y era hábil el tipo. A mi viejo le gustaba, fanático era, no se perdía ninguna pelea del “Intocable”, así le decían me acuerdo. Andresito miraba a su padre mientras éste desempolvaba los recuerdos acodado en el parrillero, con una nostalgia tan lejana a la euforia futbolera. Nunca pudo mi viejo pisar el Luna, yo tampoco había ido pero sé que a él le hubiera gustado mucho por eso a mí me vino una cosa acá viste, acá en la garganta cuando entramos y estaban todas nuestras banderas. Sí, fue muy emocionante, agregó Andrea acercándose, porque uno, qué sé yo, sabe de la importancia política, de la magnitud que tuvo ese acto pero te gana el corazón, encontrarte con tantos compañeros, no sé.
¡Cuarenta pirulos no es poca cosa!, exclamó el Negro, te toca todo, se te mete en las entrañas, a mí me agarró una emoción enorme, ni hablar cuando cantamos el Himno, piel de gallina me dio. ¡Este humo de mierda me hace pelota los ojos! (pero Andresito supo que los ojos vidriosos tenían otra causa, pudo distinguirlo).
Está riquísimo esto che. Lástima los tramontina que no cortan nada. Pero se deja comer igual, si aparte Alberto es un asador de primera. Sí, pero este Julio ve esas baratijas por la calle y las compra igual, sabe que no funcionan pero él insiste e insiste. ¿Vos fuiste Andresito al Luna? Sí, pero viajé en otro colectivo. ¿Y te gustó? Pasáme la ensalada Julito. Está rico en serio, che. Cuánto hacía que no nos juntábamos todos ¿no? Che, Marce, contá bien lo de la reunión en el gremio que me interesa. ¡Qué partidazo, mama mía! ///
02 de octubre de 2010