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24 de julio de 2024

¿Qué diferencia a un país colonial de uno dependiente?

Imperialismos y clases dominantes nativas

Extractos del artículo “De la independencia a la dependencia”, del camarada Claudio Spiguel, miembro del Comité Central del PCR y responsable de su Comisión de Educación fallecido en 2019. Texto incluido en el libro Argentina en el Bicentenario de la Revolución de Mayo, Ediciones Revista La Marea, 2010.

Hasta aquí hemos esbozado el esqueleto económico de la dependencia, de la dominación imperialista contemporánea sobre nuestro país. Sin embargo ¿es esa dependencia sólo un fenómeno económico?, ¿qué diferencia hay entre ese tipo de dominación y la colonial? Ya en la famosa obra de Lenin de 1916, “El imperialismo fase superior del capitalismo”, figura la Argentina como ejemplo paradigmático de un país dependiente. En las colonias, como la India, dominada por la Gran Bretaña de aquella época, la dominación se ejercía con la imposición por la metrópoli de su fuerza estatal, el Estado colonial, con las tropas británicas, el funcionariado y el virrey de la India, ligado a o pariente de la familia real británica. Esa es la condición para el dominio del capital monopolista inglés sobre los hindúes y sus recursos.

Pero en la Argentina existe una sociedad con un proceso histórico de formación nacional desde la Independencia a principios del siglo XIX, con una clase dominante propia que ha armado su Estado (con sus fuerzas armadas y sus restantes atributos nacionales). Por lo tanto, el capital extranjero y la acción estatal de las potencias se encuentran aquí con esa realidad previa y el dominio monopolista del capital extranjero no se puede desarrollar sin asociar y subordinar a las clases dominantes locales. Desde ya, esa asociación recorre la historia previa de los terratenientes y comerciantes criollos a la que aludimos antes. Y son esas clases dominantes, de grandes terratenientes, con hegemonía de los de Buenos Aires, y de los grandes comerciantes importadores, las que “abren la puerta” para el capital extranjero, pues de este modo pueden garantizar un proceso económico que genera un cierto desarrollo capitalista, donde ellos conservan la supremacía y amplían su poder y las rentas de los latifundistas (el poder y la riqueza de los latifundistas de 1910 son incomparablemente mayores que los de los de 1860), al precio de convertir al país en un país dependiente.

Se trató entonces de una confluencia de intereses coincidentes, donde Gran Bretaña y otros países europeos controlaban el mercado comprador de carne y cereales (donde se realizaba, se convertía en dinero la renta de suelo), y a la vez, sus inversiones en ferrocarriles, frigoríficos, cerealeras y servicios se beneficiaban con la producción agroexportable. Así, al tiempo que los terratenientes y los comerciantes importadores necesitan de los ferrocarriles, frigoríficos y cerealeras extranjeros y del acceso a los mercados controlados por los imperialistas, el capital británico, el francés, alemán o belga necesitan de esa oligarquía terrateniente y comercial para penetrar e imponer su dominio monopólico: deben asociarse con ella y subordinarla para poder dominar la economía y el Estado. Dominar el Estado es clave, pues se trata de una inversión monopolista, que requiere condiciones de privilegio, en una carrera y rivalidad creciente de los distintos monopolios y las distintas potencias imperialistas que disputan el control del país. Por lo tanto, quien controle el Estado controla la llave para la expansión de un monopolio u otro, de los intereses de una potencia o de otra. De allí que la asociación con diversos sectores de las clases dominantes nativas sea fundamental para ese predominio.

El capital monopolista extranjero para imponer su dominio puede hacer negocios con distintos sectores burgueses, pero a la larga su predominio y operatoria se vuelve contradictorio con el desarrollo de amplias capas del empresariado local, a las que restringe y sofoca. Necesita apoyarse en aquella clase terrateniente de ori- gen feudal-colonial, que en la época que estamos viendo sufre su “mediocre metamorfosis”, como dice Mariátegui, hablando de la oligarquía peruana. La clase terrateniente se adapta a las nuevas condiciones del mercado mundial. Esa oligarquía terrateniente y comercial, que viene de la época colonial, al hegemonizar el proceso de la independencia e impedir la transformación revolucionaria democrática, frenó el desarrollo interno del capitalismo nacional. Ahora sí, dejan que se expandan las relaciones capitalistas de producción, pero sobre la base del predominio del capital extranjero sobre la economía nacional.

A partir de entonces, en la Argentina se expanden las relaciones capitalistas: en un proceso pasa a ser determinante para la producción nacional la mano de obra asalariada (en los ferrocarriles, en los frigoríficos, en otras actividades urbanas, y también crecientemente en las cosechas de la pampa húmeda y otras producciones rurales, junto al trabajo campesino); se desarrolla vigorosa la clase obrera moderna. Pero al mismo tiempo, ese desarrollo capitalista es un desarrollo deformado, unilateral, de una economía especializada, no integrada ni autosostenida. Un desarrollo capitalista a la larga restringido y trabado por un doble monopolio (que como todo mono- polio implica parasitismo): el monopolio del capital extranjero y el monopolio de la propiedad del suelo, que se fusionan relativamente; uno de origen feudal-colonial, el otro con origen en el más avanzado desarrollo del capitalismo en las grandes potencias. La gran expansión de la Argentina “agroexportadora”, por el cauce de deformación que consolida la dependencia y el poder latifundista, a poco de andar va mostrar con toda crudeza las restricciones y trabas que impone al desarrollo económico nacional y al progreso social de las grandes mayorías populares, con las grandes crisis y la llamada “vulnerabilidad” externa de la economía, con la agudización de los conflictos sociales. El cambio de las condiciones internacionales que genera la crisis mundial de 1929 revelará con toda claridad el carácter dependiente de la economía argentina y la esencia antidemocrática y antinacional de su Estado y de sus clases dominantes.

Éstas, del siglo XIX al XX, también se habían transformado: por un lado, la oligarquía terrateniente, la clase fundadora del Estado, mantiene el monopolio de la tierra, multiplicando sus rentas, su gran influencia social y en el poder; por el otro, en la medida en que se desarrollaron y llegaron a ser dominantes las relaciones capitalistas de producción, se desarrolla también un sector de la burguesía subordinado al imperialismo, que operó y opera no sólo en el comercio exterior sino también en las finanzas y la producción, incluida la industrial. Los intereses imperialistas, en su penetración, necesitan y pueden subordinar a ciertos capitalistas –la burguesía intermediaria–, convirtiéndolos en apéndices internos suyos, mientras que su dominio condiciona y traba el desarrollo del resto de la burguesía (la burguesía nacional), cuyo crecimiento se ve restringido por ese dominio (lo que se manifiesta de diversas formas en los planos económico y político). Sea que provengan de familias poderosas de terratenientes o de los viejos comerciantes importadores, o sean inmigrantes que se instalan en la Argentina como expresión e instrumento de la expansión de los negocios de ciertos monopolios, generando a su vez fortunas locales, se trata de grupos de gran burguesía “intermediaria” de los capitales extranjeros y de la operatoria de las potencias imperialistas en los distintos sectores y ramas de la actividad económica.

Un sector del empresariado argentino, pequeño pero poderoso, que se desarrolla y acumula en tanto es apéndice y expresión de la penetración de intereses extranjeros: ingleses, franceses, alemanes, belgas, italianos, norteamericanos. Son esos “grupos económicos”, de los que se habla, diversificados en distintos rubros y que también frecuentemente se conjugan con su papel como grandes propietarios terratenientes. Por ejemplo, hacia 1910, el grupo Tornquist: ingenios azucareros en Tucumán, banco, latifundios en la provincia de Buenos Aires, refinería de azúcar en Rosario… ¿qué era? Era un representante de capitales alemanes. Con la expansión –económica y política– del grupo Tornquist, se vehiculizaba la penetración de intereses del imperialismo alemán, sólo secundario respecto al inglés antes de 1914.

Entonces, junto a la presencia directa de los monopolios extranjeros, terratenientes y grandes burgueses intermediarios son las clases dominantes (por eso en plural, aunque se entrelazan) que tienen el poder del Estado. He aquí la esencia de una formación social dependiente: la dominación imperialista (económica y política) se realiza principalmente a través de la asociación subordinada de las clases dominantes locales. Son un bloque heterogéneo, no sólo por las diversidades y contradicciones regionales o sectoriales (agrarias, industriales, comerciales) sino, fundamentalmente, porque con la penetración de capitales extranjeros de distintas potencias imperialistas se introduce en el país una gran rivalidad intermonopolista por el control de la economía y las palancas del poder, expresión de la disputa entre distintas potencias imperialistas a nivel mundial. Esa rivalidad y esa disputa son un fenómeno consustancial al sistema imperialista a partir del siglo XX y se manifiestan de modo particular en nuestro país, principalmente a través de distintos sectores de terratenientes y capitalistas intermediarios asociados a diferentes constelaciones de intereses financieros extranjeros, y en última instancia a distintas potencias imperialistas.

 

hoy N° 2019 24/07/2024