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31 de julio de 2024

El capital monopolista y financiero extranjero domina ramas clave de la economía nacional

La Argentina criolla y el origen de la dependencia moderna

Culminamos con la reproducción de extractos del artículo “De la independencia a la dependencia”, del camarada Claudio Spiguel, miembro del Comité Central del PCR y responsable de su Comisión de Educación fallecido en 2019. Texto incluido en el libro Argentina en el Bicentenario de la Revolución de Mayo, Ediciones Revista La Marea, 2010.

A partir del 1860, 1870 hasta 1890 se expanden y multiplican las relaciones comerciales con Europa, no sólo con Inglaterra, sino también con Francia, Bélgica, Alemania. Se ha dicho que la Argentina de principio del siglo XX era económicamente inglesa, culturalmente francesa y militarmente alemana. Pero se debe tomar en cuenta que las relaciones culturales con Francia tenían su correlato económico, como así también las relaciones militares con Alemania.

Se produce el proceso de la unificación oligárquica, con la hegemonía de Buenos Aires, a través de las campañas genocidas contra las provincias rebeldes del interior, de la guerra del Paraguay y de la “conquista del Desierto” contra los pueblos originarios de la Pampa, la Patagonia y del Chaco. Culmina en 1880 con la capitalización de Buenos Aires, que, como proclamó Leandro Alem, paradójicamente significó la muerte del federalismo, porque con el puerto le dio un poder enorme a una reducida oligarquía que iba a ahogar el verdadero federalismo.

Esto se produce en el momento mismo de un proceso de cambio internacional, en el último tercio del siglo XIX, con el pasaje del capitalismo a su etapa superior, monopolista: en los principales países capitalistas el proceso de concentración de los capitales ha dado origen a los monopolios modernos. No sólo en Inglaterra, sino en otros países: Alemania, Francia, Estados Unidos, Japón (después de la revolución Meiji). Sobre la base de esos monopolios y el entrelazamiento del capital industrial y bancario, se origina el capital financiero. Ese capital desborda la posibilidad de inversión rentable en sus propios países y deben buscar nuevas áreas donde obtener ganancias. Es decir, nuevos territorios económicos, no sólo como mercados para sus productos sino donde obtener mano de obra barata y materias primas baratas. Esta es una necesidad compulsiva, exigida por la nueva competencia monopolista por el control de áreas de influencia y materias primas esenciales para lograr la supremacía e impedir que otros se apropien de ellas.

Por lo tanto, era una carrera no sólo económica, sino que tendría un correlato político y militar, de reparto del mundo entre las principales potencias imperialistas. La expansión colonial se completa (toda África y la mitad de Asia se convierten en colonias de Europa a fines del siglo XIX) y se genera un movimiento masivo de exportación de capitales a las áreas “atrasadas”. Es la época del imperialismo. Se consolida y se afianza la división del mundo en dos tipos de países: las grandes potencias imperialistas y los pueblos, países y naciones oprimidos, coloniales, semicoloniales y dependientes. Se trata de nuevas relaciones de dominación, ya no fruto de la expansión colonial de los viejos imperios feudales y mercantiles, o de potencias en las que el colonialismo está al servicio de la acumulación originaria del capital en la metrópoli, como en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII, lucrando con el tráfico esclavista en las primeras etapas del capitalismo. En el siglo XX es un nuevo sistema mundial de dominio y esclavización de naciones que brota del más elevado desarrollo del capitalismo mundial en las grandes potencias capitalistas, que se han transformado en monopolistas, en imperialistas.

La exportación del capital adquiere una importancia decisiva, rigiendo en una última instancia el desarrollo del comercio internacional, que era antes el elemento fundamental. Este rasgo esencialmente nuevo resulta clave para la configuración dependiente de la economía argentina. Ya no se trata solamente de un comercio desigual con las grandes potencias. Ahora el capital de las grandes potencias se convierte en un factor interno de la economía nacional controlando sus principales resortes y por ende, es también un factor social y político que adquiere importantes cuotas de poder estatal a través de la subordinación de las clases dominantes locales. Fueron entonces los ferrocarriles ingleses que en forma de abanico organizan la estructura económica y la circulación del país en torno al puerto. En Londres tenían sus oficinas en un edificio: en cada piso una compañía ferroviaria. Constituían en la Argentina, como se dijo, un “Estado dentro del Estado”. Fueron los frigoríficos ingleses y después los norteamericanos; también los grandes oligopolios comercializadores de cereales, fundamentalmente belgas, alemanes y franceses.

En esta etapa la Argentina se convertirá en un gran productor y exportador de productos primarios. Pero la venta de carnes a Inglaterra es posible por la operatoria de los frigoríficos ingleses que procesan la carne, la congelan y la refrigeran y por la flota frigorífica que la exporta a Europa. Un negocio de esas grandes empresas frigoríficas no sólo en la Argentina sino también en Uruguay, Rio Grande do Sul. También la Argentina se convierte en un gran importador, por ejemplo, de carbón británico, ¿por qué? porque los ferrocarriles son ingleses. El comercio se expande y multiplica, pero por obra de un nuevo determinante: la penetración del capital extranjero, que pasa a modelar la estructura económica nacional.

Esto hace a la esencia de la dependencia moderna del país: el dominio del capital monopolista, el capital financiero extranjero sobre ramas clave de la economía nacional. A su vez, esto determina múltiples aspectos de la dependencia. Por ejemplo, los ferrocarriles modelan la forma de abanico que subordina al interior consolidando la orientación hacia el mercado externo a través de la pampa húmeda y del puerto. Se consolida así una economía deformada. A la vez, ese capital extranjero interiorizado se convierte en una bomba de succión –verdadero vampiro interno–, a través de la cual la economía argentina paga tributo a los capitales de las grandes potencias, cuyas áreas de inversión no se reducen a este país. Buena parte del plustrabajo argentino, de los obreros y los campesinos argentinos, incluso de los ingresos de las capas medias, no se reinvierte aquí sino que migra al exterior, a las metrópolis. Por lo tanto, se genera una estructura deficitaria que el Estado dependiente compensa contrayendo deuda pública (otra forma de inversión rentable para el capital financiero). Vienen los préstamos en libras o dólares que paga con intereses toda la nación, mientras las empresas extranjeras remiten sus dividendos al exterior. A la vez, esa deuda, que es consecuencia de la dependencia, es a la vez una nueva soga de las relaciones de dependencia con las condiciones que impone, la acumulación de intereses, la toma de nuevos préstamos para pagar viejos préstamos, etc.; un buen negocio para los capitales imperialistas y una necesidad compulsiva para las clases dominantes nativas. En aquel tiempo entre 1880 y 1900 se consolida el país agroexportador, que exporta carne barata y trigo barato, y que a la vez le permite a los industriales europeos tener aquí un mercado cautivo para sus productos industriales, sus maquinarias y sus tecnologías. Se consolida esa división internacional imperialista del trabajo: nosotros vendemos materia prima, ellos nos venden productos industriales; nosotros vendemos barato, ellos nos venden caro.

 

hoy N° 2020 31/07/2024