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16 de octubre de 2024

Como se restauró el capitalismo en la patria de Mao. Nota 1

China es un país imperialista

El gobierno de Milei pasó, en pocos meses, de decir que no iba a negociar con China, a la que calificó de comunista, a plantear que es un “socio interesante”. Más allá del oportunismo de los libertarios, cabe la pregunta ¿China es un país comunista? Desde el PCR decimos con firmeza que no. China es una potencia socialimperialista (socialista de palabra, pero imperialista en los hechos).

En el 13 Congreso de nuestro Partido Comunista Revolucionario, en octubre de 2022, caracterizamos la situación actual de China: “El imperialismo chino es una gran superpotencia económica que disputa los mercados en todo el mundo con los otros imperialismos, principalmente con los yanquis. En esa disputa ha avanzado globalmente con gran penetración en Asia, África y América Latina. Llega a todo el planeta con su iniciativa de expansión imperialista llamada ‘Ruta de la seda’, que incluye también a Europa, a la que adhirieron más de 144 países.

“También va dando pasos en el terreno militar con las fuerzas armadas más grandes del mundo. Además de las fuerzas terrestres, la armada y la fuerza aérea tiene un cuerpo encargado del armamento nuclear estratégico. Xi Jinping se ha propuesto modificaciones, achicando el ejército terrestre y desarrollando la armada y la fuerza aérea”.

 

¿Cómo se restauró el capitalismo en China?

Mao Tsetung, el líder de la Revolución China de 1949 falleció en septiembre de 1976. Ese mismo año murieron dos grandes dirigentes del Partido Comunista y del Estado chino: Zhou En lai y Zhu Deh. En un complejo proceso, los sectores derechistas y burgueses dentro del PC de China y del Estado, que venían siendo combatidos con la Revolución Cultural, se reagruparon y en 1978 derrotaron a los maoístas.

Este proceso lo encabezó Deng Xiaoping, quien impulsó una política de reformas para liquidar las conquistas socialistas, primero en el campo y luego en todas las áreas de la economía, reformas que abrieron paso a un desarrollo acelerado del capitalismo, y a la consolidación de una nueva burguesía en la dirección del Partido y del Estado. Cuarenta y seis años después, ese desarrollo capitalista transformó a China en una de las principales potencias imperialistas del mundo.

Mienten descaradamente el actual primer ministro Xi Jinping y sus funcionarios, cuando dicen que su política es un “socialismo con peculiaridades chinas”.

 

La Revolución Cultural Proletaria

Para comprender este proceso, es inevitable ir a la historia. La China dirigida por Mao atravesó, entre mediados de la década de 1960 y la de 1970, por esa “revolución dentro de la revolución” que fue la Revolución Cultural Proletaria. Ésta fue una gigantesca batalla, como la llamaron los maoístas chinos, “contra los seguidores del camino capitalista”, derrotándolos parcialmente a lo largo de 10 años. Mao, que había estudiado la restauración del capitalismo en la URSS a partir del 20 Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, sintetizó la teoría de la continuación de la revolución en las condiciones de la dictadura del proletariado. La Revolución Cultural Proletaria fue la puesta en práctica más grande en la historia de la humanidad de esta síntesis, expresando la convicción de que a lo largo de toda la etapa de construcción del socialismo “existen clases, contradicciones de clase, lucha de clases, existe la lucha entre el camino socialista y el capitalista, existe el peligro de la restauración del capitalismo y existe la amenaza de subversión y de agresión por parte del imperialismo”, como escribió Otto Vargas, nuestro querido primer secretario general del PCR.

En la última etapa de la Revolución Cultural Proletaria, Mao desplegó la lucha contra la línea derechista de Deng Xiaoping, quien fue destituido de sus cargos en el partido y enviado a trabajar entre los campesinos criando chanchos.

 

Reformas contrarrevolucionarias

Al ganar el sector derechista encabezado por Deng, se tomaron una serie de medidas económicas para desalojar a los obreros del poder del Estado. Lo primero fue revertir la inmensa reforma agraria destruyendo las comunas populares -experiencia que avanzaba sobre las cooperativas-. Las comunas “eran un organismo económico, político, administrativo y militar en el que las masas ejercían el poder. Era un organismo económico con jurisdicción no solamente sobre la producción agropecuaria, sino también sobre la producción industrial de la zona geográfica aledaña. Al mismo tiempo, era una unidad administrativa y política, lo que permitió una participación plena de las masas en la discusión política general y particular. Además, como la comuna era la base de la milicia popular, permitía la organización militar autónoma de las masas”, escribió Otto Vargas en “¿Ha muerto el comunismo?”.

En el campo se volvió a la propiedad familiar, y al poco tiempo se permitió que los campesinos contraten trabajadores, vendan sus excedentes y arrienden tierras. Esto permitió un nuevo proceso de concentración de la tierra en pocas manos.

Otto Vargas, a la vuelta de un viaje a China en 1979, trajo pruebas de estas transformaciones, y dio el debate en nuestro PCR, que concluyó ya entonces que China había cambiado de color, y que se había restaurado el capitalismo.

“Nosotros, afirmó Otto Vargas, a partir de un análisis leninista del Estado, planteamos que eso ya no era posible de revertir. Existían maoístas, pero no se podía revertir esa restauración. Solamente se podía revertir a partir de una lucha por el poder, porque había cambiado la esencia del poder, se había restaurado el capitalismo bajo la forma de capitalismo de Estado, expresamente reconocido”.

Se implantó a una nueva burguesía en el control de las palancas claves del Estado, usurpando la dirección de las industrias en todas las áreas estratégicas. Con los años se crearon las “zonas especiales” de desarrollo industrial, con la intervención de las principales potencias imperialistas y sobre la base de la superexplotación de millones de campesinos desplazados y obligados a migrar a las ciudades. Se consolidaba una nueva burguesía al frente de poderosas industrias estatales en áreas como minería, petróleo, siderurgia, a la par que crecía el sector privado.

Las fábricas de las zonas económicas especiales sometieron a los obreros a jornadas insoportables, comida de mala calidad, apiñamiento en los dormitorios y maltrato, que fueron enfrentadas con grandes huelgas que lograron mejoras parciales en salarios y condiciones de trabajo.

Los funcionarios se enriquecieron acaparando enormes extensiones de tierra para construcción de viviendas, desalojando a miles de campesinos, lo que ha sido respondido con miles de protestas a lo largo de estos años.

Por esta verdadera “contra reforma agraria”, decenas de millones de campesinos e hijos de campesinos fueron obligados a migrar del campo a las ciudades en busca de trabajo.

Se desmanteló el sistema de salud pública rural, con las consecuencias de la vuelta de enfermedades y epidemias que habían sido erradicadas por la Revolución China en tiempos de Mao. El propio origen y rápida propagación del Covid mostró la realidad de las condiciones sanitarias en la China actual.

Deng Xiaoping, responsable principal de este “milagro económico” como lo calificaron los jerarcas capitalistas de todo el mundo, sintetizó este proceso en consignas como “no importa si el gato es blanco o negro, con tal de que cace ratones”, y “enriquecerse es glorioso”.

Estas medidas económicas sólo fueron posibles de la mano de liquidar la democracia grande para las amplias masas populares, y establecer un régimen policíaco y represivo. Se terminó con los grandes actos de masas, y con el debate democrático en los lugares de trabajo y estudio. Se prohibieron los sindicatos independientes. Lo que comenzó con la prohibición de los Da-zibao (carteles de grandes caracteres donde las masas expresaban sus críticas a los funcionarios y dirigentes del PCCh), pasó a otra etapa en 1989, con la terrible represión de la plaza Tienanmen, en la que el ejército chino avanzó con tanques y masacró a centenares o millares de personas que protestaban contra el gobierno.

Tal fue la enorme acumulación primitiva en la que se basó el desarrollo capitalista en China luego de la derrota de la Revolución. El principal ingrediente del “milagro chino” fue la sobreexplotación de los trabajadores. Así se restauró el capitalismo en China, y en un proceso de pocos años la patria de Mao se transformó en lo que es hoy, una gran potencia imperialista que disputa los mercados de todo el mundo con los otros imperialismos, y que va dando pasos en el terreno militar con las fuerzas armadas más grandes del mundo.

Escribe Germán Vidal

Hoy N° 2031 16/10/2024