El “ajuste más grande en la historia de la humanidad” de Milei ha hecho estragos sobre la actividad económica y los ingresos populares. Mientras tanto, hace tiempo el “mercado financiero” atraviesa un momento de euforia, con el retorno de la clásica bicicleta financiera, una de las especialidades del ministro de economía Caputo.
A partir de algunos datos de la actividad económica, Milei se apresuró a afirmar que “la recesión ha terminado y el país ha vuelto a crecer”. Pero la realidad continúa siendo bien distinta.
Por más que intente minimizarlo, el severo ajuste implementado ha repercutido seriamente sobre la economía. En el acumulado de enero a septiembre (último dato oficial), el nivel general de actividad económica (medido por el Indec) disminuyó 3,1% respecto de igual período de 2023. Y si se descuenta la contribución del sector agropecuario -que retomó a una cosecha normal, luego de la catastrófica sequía del año pasado- la caída del resto de los sectores se intensifica al 5,5%. En particular, la producción industrial se desplomó 12,7% y la construcción 31,1%. Por su parte, la producción industrial Pyme se redujo 14,5%.
En lo que hace a la evolución más reciente, la economía tocó un piso en abril-junio, y desde entonces mostró un repunte. En otras palabras, la economía subió algunos escalones desde el segundo subsuelo. Ahí pone la lupa Milei para decir que se terminó la recesión. No obstante, en septiembre, el nivel general de actividad económica aún caía 3,3%, la producción industrial 6,1% y la construcción 24,8% en términos interanuales. La producción Pyme disminuyó 6,5% en octubre.
De poder mantenerse la dinámica actual, hacia fin de año la actividad económica llegaría al poco desafiante nivel de noviembre de 2023 -el punto de partida de esta gestión-, cuando la economía argentina ya se encontraba sumida en una considerable recesión. Si se extiende el análisis hacia atrás, el producto interno bruto (PIB) se retrae actualmente a niveles del año 2011, y medido por habitante, a niveles de 2006, dando cuenta de la larga decadencia de la economía argentina, agravada por el desplome económico acontecido desde diciembre.
Por otro lado, la persistente fragilidad de las cuentas externas -más allá del verano financiero actual- siembra un manto de duda acerca de la sustentabilidad que pueda tener cualquier repunte significativo del PIB el próximo año. Y todavía falta mucho para que pueda hablarse genuinamente de crecimiento, en la noción de largo plazo que implica este término en economía, con el PIB aún lejos del último pico (marzo de 2023) y estancado hace más de una década.
Salarios y jubilaciones por el piso
La ultraderecha empobrecedora ha derrumbado aún más el ya licuado poder adquisitivo de los ingresos que recibía la mayor parte de la población cuando inició su gestión. Expresión de esto y de la caída del empleo fue el salto en la pobreza, que en el primer semestre escaló a un 52,9% de la población.
En lo que va del año a septiembre, medidos en términos reales (descontada la inflación), el salario promedio del sector privado registrado acusó un descenso de 9,1% y el del sector público un descenso de 23,1% con relación al mismo período del año pasado (estimaciones del Indec). Por su parte, en el acumulado a octubre, la jubilación mínima (con bono) disminuyó 16,9% y los haberes no alcanzados por bonos 23,3% interanual.
Nuevamente, Milei se agarra de que el salario privado registrado le viene ganando a la inflación en los últimos meses, acercándose lentamente al penoso nivel de noviembre, para balancear el supuesto “aumento de los salarios”. Omite burdamente el hachazo que padecieron en diciembre y los primeros meses de este año con la megadevaluación y el fogonazo inflacionario. Lo perdido en ese período ya no se recupera. Y hacia adelante procura a toda costa un congelamiento salarial general. Lo mismo es válido para las jubilaciones, que siguen en niveles de hambre. En cuanto al salario público, aún se ubica un 16,1% por debajo de noviembre, lo cual es celebrado abiertamente por Milei. Recordemos que previo a su asunción los salarios y jubilaciones venían de un derrotero de cinco años de caída, hasta niveles históricamente muy bajos.
Naturalmente, esta dinámica salarial repercutió en el consumo masivo. En enero-agosto (últimos datos del Indec), respecto del mismo lapso de 2023, se desplomaron las ventas en supermercados (-11,5%), autoservicios mayoristas (-13,5%) y shoppings (-10,9%), medidas en términos reales. Más recientemente, la consultora Scentia relevó que el consumo masivo (en supermercados y autoservicios) se redujo 22,3% interanual en septiembre y 20,4% en octubre. Hay que remontarse al año 2019 –crisis económica del final del gobierno macrista- para encontrar caídas de estas magnitudes; previamente, solo superadas en el año 2002.
¿Y donde están las inversiones?
El otro componente de la demanda interna –además del consumo público, fuertemente recortado- es la inversión, hacia donde supuestamente apunta la política económica actual. En el primer semestre (hasta donde llegan los datos oficiales), se había desplomado un 26,7% interanual, hasta situarse -con excepción de la pandemia y cuarentena de 2020- en el nivel más bajo desde la crisis de 2009. Para el tercer trimestre, puede estimarse un repunte significativo desde ese piso, pero ubicándose todavía alrededor de un 16% abajo en la comparación interanual.
Por el momento, la única “lluvia de inversiones” ha sido la de los capitales especulativos, de la mano del “blanqueo” y la bicicleta financiera, aceitada por tasas de interés locales en pesos que traducidas a dólares resultan muy superiores a las vigentes a nivel internacional. Dinámica que está lejos de ser sostenible en el tiempo, como ya aconteció en otros episodios anteriores de la “plata dulce” en nuestro país, que terminaron en un desastre económico para las amplias mayorías populares y la producción nacional.
Escribe Ramiro Suárez
hoy N° 2037 27/11/2024