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02 de octubre de 2010

(Segunda Parte)

Síntesis biográfica de Marx y Engels

Ernesto Che Guevara

Sin desmayar, Marx y Engels fundan en la capital inglesa la Nueva Revista del Rin, que habría de durar seis números y estaba bajo la dirección del primero. En ella se analizaban los problemas políticos de la hora con la acostumbrada profundidad y cada vez mayor maestría, así como la actuación de “la liga de los comunistas”, que fue incapaz de sobrevivir al descenso de la ola revolucionaria de 1848 y donde Marx y Engels se enfrentaron al antiguo jefe de éste, Willich, ahora en discrepancias teórico-prácticas con los futuros jefes del proletariado mundial.
A partir de la desaparición de la revista, Engels se radica en Manchester como representante de la fábrica de tejidos de la que su padre era codueño y Marx queda en Londres, cerca de su British Museum, que tanto lo ayudara en sus trabajos científicos gracias a la documentación acumulada.
Un amigo común, Weydemeyer, debió emigrar a Estados Unidos para escapar a la persecución de que era objeto, fundando allí una revista de precaria vida, pero importante, porque insertó en sus páginas El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Este es un análisis político tan profundo como convincente en el día de hoy; de conclusiones demasiado radicales en aquella época, por lo que no tuvo ningún éxito. Todo lo contrario ocurrió a dos antecesores en ese camino, Víctor Hugo y Proudhon, cuyos análisis de Napoleón, “el pequeño”, como lo bautizara Hugo, tuvieron gran acogida entre el público lector.
Estos fueron tiempos de recapitulación y de estudio. Marx publica La Lucha de Clases en Francia de 1848 a 1850 y El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Engels, por su parte, escribe La Guerra Campesina en Alemania y Revolución y Contrarrevolución en Alemania. La tesis, sostenida por ambos, de que había que esperar mejores condiciones revolucionarias, chocó contra el fervor ciego de Willich, partidario de la acción a ultranza. Al fin, la pareja se separó del grupo de los emigrados con sus querellas estériles que los distraían de la tarea científica que se habían trazado. A propuesta de Marx, en noviembre de 1852, la Liga de los Comunistas se declaró disuelta.
Esta época de Londres es una de las más negras de la vida de Marx. Su amigo no ganaba todavía lo suficiente como para poder ayudarlo como quisiera, sin contar que debía mantener su hogar, donde moraba Mary Burns, muchacha irlandesa que fue compañera de Engels hasta su muerte.
La única entrada eran los artículos del New York Herald Tribune que no siempre se publicaban (y, por ende, no se pagaban). El matrimonio Marx era impotente para vivir con las entradas producidas por los artículos del periódico yanqui, y como ya tuvimos la oportunidad de aclarar, ninguno de los cónyuges era genial en el prosaico y cotidiano arte de exprimir cada centavo y aprovecharlo a fondo.
Por estos años, en 1855, se produjo la muerte de su hijo Edgar, que tantas señales amargas dejara en la existencia del matrimonio. Porque Marx fue siempre, no debemos olvidarlo, un individuo humano hasta la sublimación. Quiso a su mujer y a sus hijos con cariño único, pero debió anteponerles la obra de su vida. Doloroso fue en este padre y marido ejemplar el que sus dos amores, su familia y su dedicación al proletariado, fueran tan excluyentes. El trataba de hacerlos compatibles, pero siempre alienta en su correspondencia privada el eco de un escrúpulo, que apaga el razonamiento, ante la vida estrecha, a veces miserable, que debía sufrir su familia.
En carta a Kugelmann de 1862, le dice:
“…En 1861, debido a la guerra civil norteamericana, perdí mi principal fuente de ingresos, la New York Tribune. Mis colaboraciones a ese diario fueron suspendidas hasta el presente. De manera que fui obligado y estoy obligado, a aceptar una cantidad de trabajo de peón para no quedar en la calle junto con mi familia. Inclusive había decidido volverme un “hombre práctico”, y estuve por tomar un empleo en una oficina ferroviaria a principios del año próximo. ¿He de llamarle buena o mala suerte?, la cuestión es que no conseguí el puesto debido a mi mala caligrafía. De modo que usted ve que tenía poco tiempo y poca paz para el trabajo teórico.”
En carta a Meyer, excepcional por lo patética (1867), se revuelve furioso contra todo:
“¿Qué por qué nunca le contesté? Porque estuve rondando constantemente al borde de la tumba. Por eso tenía que emplear todo momento en que era capaz de trabajar para poder terminar el trabajo al cual he sacrificado mi salud, mi felicidad en la vida y mi familia. Espero que esta explicación no requiera más detalles. Me río de los llamados hombres ‘prácticos’, y de su sabiduría. Si uno resolviera ser un buey, podría, desde luego, dar la espalda a las agonías de la humanidad y mirar por su propio pellejo. Pero yo me habría considerado realmente impráctico si no hubiese terminado por completo mi libro, por lo menos en borrador.”
En el año 1859, Marx da parcial remate a su obra económica, publicando Contribución a la Crítica de la Economía Política. Pero esta obra fue solamente una variación, un antecedente de El Capital; abarca el estudio de la mercancía y el dinero, parte del primer tomo de su obra maestra. Sin embargo, la prosa está mucho más sobrecargada en este antecedente y se explica el poco éxito de crítica que tuviera y que, incluso Lassalle, quedara en ayunas de su real contenido, lo que no hubiera pasado de leer el tratamiento dado al tema en la obra terminada.
Primero, el plan de la obra que comenzaba a publicarse en: cuadernillos, contaba de seis partes. El tiempo y la profundización en los estudios haría variar este esquema. En carta a Engels de 1858 explica:
“Lo que sigue es un breve bosquejo de la primera parte. La porquería entera ha de dividirse en seis libros: I Capital; II Propiedad de la tierra; III Trabajo asalariado; IV Estado; V Comercio Internacional; VI Mercado mundial.
Capital. Contiene cuatro secciones: A. El capital en general (este es el material de la primera parte); B. Competencia, o acción de los diversos capitales unos sobre los otros; C. Crédito, en que el capital aparece como elemento general en comparación con los capitales particulares; D. Capitales por acciones, como la forma más completa (que pasa al comunismo) junto con todas sus contradicciones.”
Marx ansiaba liquidar su trabajo en economía pues estaba, según su propia afirmación, hastiado de esa ciencia que había avanzado tan poco desde Smith y Ricardo. No obstante, ahora aparece enunciado (aunque no demostrado, pues no continuó la publicación de sus cuadernillos) uno de sus descubrimientos fundamentales: el mecanismo del valor, incluyendo en él el concepto de la fuerza de trabajo, sutileza que le permitiría dilucidar el intrincado mecanismo de las relaciones capitalistas de producción y su resultante: la plusvalía.
Aunque no la nombra, su explicación está anunciada en este párrafo:
“Si el valor de cambio de un producto es igual al tiempo de trabajo que contiene, el valor de cambio de un día de trabajo es igual a su producto. O el salario del trabajo tiene que ser igual al producto del trabajo. Pero el caso es que sucede lo contrario. Ergo. Esta objeción se resuelve en el problema: ¿Cómo es que la producción, sobre la base del valor de cambio creado por el solo tiempo de trabajo conduce al resultado de que el valor de cambio del trabajo es menor que el valor de cambio de su producto? Resolveremos este problema en el estudio del capital.”
Pero esta parte no vio la luz sino ocho años después, en la versión definitiva de El Capital.
Poco después de la publicación parcial de su obra, debido a una sucesión de intrigas, se vio obligado a escribir un panfleto polémico El señor Vogt. En él se desenmascara a ese hombre, que lo había difamado, como a un agente de Napoleón. Es uno de los tantos personajes que la gran pareja hizo sobrevivir con una crítica que obliga a interesarse por el sujeto de aquélla. No agrega nada a la ciencia económica ni al prestigio de Marx.
Los años siguientes le vieron ocupado en dos tareas fundamentales: El Capital y la Primera Internacional. Esta se fundó en 1864, en Londres, y su alocución inaugural fue redactada por el mismo Marx, así como los estatutos.
La Primera Internacional tuvo una vida efímera, considerando su carácter, pero una gran importancia en la organización de la clase obrera. Las reticencias de los lassalleanos alemanes y las continuas pugnas con los partidarios de Proudhon y Bakunin, la convirtieron al fin en una cueva de intrigas. Sin embargo, su muerte se debió a la anemia provocada por falta de apoyo de los obreros organizados de Europa, alguno de los cuales, los ingleses en primer término, comenzaban a recibir las limosnas que el imperialismo distribuye a la clase explotada de su propio país cuando tiene otros lugares donde ejercer su expoliación sin tapujos.
En el reflujo revolucionario posterior a la Comuna de París naufragó la primera asociación internacional de obreros, no sin antes provocar la alarma de los reaccionarios que comenzaron a tomar rápidas medidas de contención1.
El conflicto franco-alemán y la subsiguiente Comuna de París demostrarían palpablemente la índole de las guerras burguesas. Los victoriosos y los explotadores franceses, vencidos, no tuvieron empacho en unirse para liquidar a sangre y fuego el primer intento serio del proletariado por “asaltar el cielo”, según frase de Marx.
La guerra franco-prusiana comenzó el 19 de julio de 1870 y ya el 23 el Consejo General de la Internacional publicó un llamamiento especial redactado por Marx, en el que se alertaba a los obreros de Europa sobre el carácter y los fines de la contienda.
Después de Sedán, Marx no consideraba seriamente la posibilidad de que el proletariado tomara el poder, pero, cuando lo hizo, le dio su decidido apoyo. La Internacional no tenía arte ni parte en la empresa, producto más bien espontáneo de las masas en abierta rebeldía o, en todo caso, bajo la influencia de los blanquistas, pero asumió la defensa de los vencidos e hizo suya su causa, influenciada, naturalmente, por Marx y Engels. Sobre ella se polarizó el odio de la burguesía y la desconfianza de todos los miembros de la clase obrera que, de una manera u otra, tenían interés en perpetuar el status-quo. Los obreros ingleses rompieron con ella y, poco después, se disolvió. Dejó como único testamento la fe inmutable en el porvenir de la sociedad socialista.
Marx y Engels, por su parte, sacaron provechosas lecciones del fracaso y el primero dejó un análisis profundo de los sucesos en La Guerra Civil en Francia, publicada bajo los auspicios de la Internacional. Una de las consecuencias más importantes de la Comuna fue la luz que hizo sobre la necesidad de romper el viejo aparato estatal para poder consolidar el poder del pueblo.
Sobre este punto sigue la polémica hoy día. Marx en carta a su amigo Kugelmann, opina que tal vez en Inglaterra no fuera necesaria la ruptura violenta de todo el aparato estatal anterior. Hay una opinión de Lenin, en días previos a la Revolución de Octubre, en que señala la posibilidad “históricamente extraordinaria”, de tomar el poder por vía pacífica. Estas dos frases, aisladas de su contexto o tendenciosamente interpretadas, han servido para defensa del “pacifismo agresivo” de muchos dirigentes de partidos comunistas y hasta naciones socialistas.
De todas maneras, la opinión de Marx sobre los errores y aciertos de la Comuna son tajantes, como en otra carta a Kugelmann de 12 de abril de 1871, y algunas más a otros corresponsales:
“Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que digo que la próxima tentativa de la revolución francesa no será ya, como hasta ahora, el pasar la máquina burocrático-militar de una a otra mano, sino el destruirla, y esto es esencial para toda verdadera revolución popular del continente. Y esto es lo que están intentando nuestros heroicos camaradas del partido de París. ¡Qué elasticidad, que iniciativa histórica, qué capacidad de sacrificio la de estos parisienses! Tras seis meses de hambre y de ruina, causadas más bien por la traición de adentro que por el enemigo de afuera, se alzan bajo las bayonetas prusianas como si entre Francia y Alemania nunca hubiera habido guerra y como si el enemigo no estuviere a las puertas de París. La historia no tiene otro ejemplo de semejante grandeza. Si son derrotados, sólo habrá que culpar a su ‘buen natural’. Debieran haber marchado en seguida sobre Versalles después que Vinoy primero, y luego la parte reaccionaria de la Guardia Nacional de París se hubieron retirado. Se perdió el momento oportuno.
“Por escrúpulos de conciencia. No quisieron desatar la guerra civil, como si ese torcido aborto de Thiers no hubiera desencadenado ya la guerra civil con su intento de desarmar París. Segundo error: El Comité Central abandonó el poder demasiado pronto para dar paso a la Comuna. ¡Otra vez por escrupulosidad demasiado ‘honorable’!
“Pero, sea como fuere, este levantamiento de París –aún si sucumbe a los lobos, puercos y viles perros de la vieja sociedad– es la hazaña más gloriosa de nuestro partido desde la insurrección parisiense de Junio.”
En 1867 Marx vio coronada parte de su obra con la publicación completamente acabada, del primer tomo de El Capital. Los restantes no fueron publicados hasta después de su muerte y tampoco completan su pensamiento económico, ya que faltan partes enteras, como la del comercio internacional, que le hubiera permitido, aunque más no fuera, atisbar el naciente fenómeno imperialista.
En carta a Kugelman de 1866, da el plan de la obra, muy parecido al resultado final, que llegara incompleto hasta nosotros:
“La obra entera se divide como sigue:
“Libro I – El Proceso de Producción del Capital
“Libro II – El Proceso de Circulación del Capital
“Libro III – La forma del Proceso en Conjunto
“Libro IV – Contribución a la Historia de la Teoría Económica
“El primer volumen contiene los dos primeros libros. Creo que el tercer libro llenará el segundo volumen, y el cuarto libro el tercero.”
Otra parte de este mismo libro la dedicamos a una síntesis de El Capital y su análisis crítico, de modo que no insistiremos ahora. Sólo citaremos al propio Marx, en carta a Engels (1867) donde hace un bosquejo de los aciertos más notables, a su entender:
“Los mejores puntos de mi libro son: 1) El doble carácter del trabajo, según que sea expresado en valor de uso o en valor de cambio (toda la comprensión de los hechos depende de esto, se subraya de inmediato en el primer capítulo); 2) El tratamiento de la plusvalía independientemente de sus formas particulares, beneficio, interés, renta del suelo, etc. Esto aparecerá especialmente en el segundo volumen. El tratamiento de las formas particulares por la economía clásica, que siempre las mezcla con la forma general, es un buen revoltijo.”
Su período de creación a plena capacidad estaba casi agotado, ya que buena parte de los otros dos tomos y de la Historia Crítica de la Teoría de la Plusvalía, estaban redactados en ese entonces.
De sus últimos años nos queda ese guión de luz sobre el futuro que da en llamarse Crítica del programa de Gotha, única predicción más o menos orgánica sobre el futuro comunista que hiciera. Su espíritu extraordinariamente acucioso le impedía dedicarse a soñar o a desarrollar ningún tema que no estuviera basado en una argumentación intachable. Fue necesaria la indignación, provocada por el programa de los socialdemócratas alemanes (que cayeron bajo la influencia de los lassalleanos), para decidirlo a escribir sobre este tema y sólo en forma de análisis del citado programa.
Cada vez más enfermizo, aunque ya libre de las preocupaciones económicas debido a su camarada Engels, vivió los últimos años pasando por la pena de perder a sus dos Jennys, madre e hija, en diciembre de 1881 y 1883, respectivamente. Inútil para el trabajo y sin la secreta fuente de su energía, arrebatada por la muerte, nada le quedaba por hacer en el mundo y se retiró de él el 14 de marzo de 1883.
Ese ser tan humano cuya capacidad de cariño se extendió a los sufrientes del mundo entero, pero llevándoles el mensaje de la lucha seria, del optimismo inquebrantable, ha sido desfigurado por la historia hasta convertirlo en un ídolo de piedra.
Para que su ejemplo sea aún más luminoso, es necesario rescatarlo y darle su dimensión humana. El marxismo espera aún la biografía que complete el magnífico trabajo de Mehring con algo más de perspectiva y corrigiendo algunos errores de interpretación que éste sufriera. Nuestro esbozo sólo cumple la función de introito a esta obra dedicada a personas que pueden no haber estado en contacto con la economía marxista, ni conocer las vicisitudes de sus fundadores En todo caso, el mensaje que sintetice su vida es, obligatoriamente, el discurso de Engels ante su tumba:
“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador viviente. Apenas le habíamos dejado solo dos minutos cuando al volver le encontramos serenamente dormido en su sillón, pero para siempre.
“Imposible medir en palabras todo lo que el proletariado militante de Europa y América, todo lo que la ciencia histórica pierden en este hombre. Harto pronto se hará sensible el vacío que abre la muerte de esta imponente figura.
“Así como Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza orgánica, así Marx descubrió la ley por que se rige el proceso de la historia humana; el hecho, muy sencillo pero que hasta él aparecía soterrado bajo una maraña ideológica, de que antes de dedicarse a la política, a la ciencia, al arte, a la religión, etc., el hombre necesita, por encima de todo, comer, beber, tener donde habitar y con qué vestirse y que, por tanto, la producción de los medios materiales e inmediatos de vida, o lo que es lo mismo, el grado de progreso económico de cada pueblo o de cada época, es la base sobre la que luego se desarrollan las instituciones del Estado, las concepciones jurídicas, el arte e incluso las ideas religiosas de los hombres de ese pueblo o de esa época y de la que, por consiguiente, hay que partir para explicarse todo esto y no al revés, como hasta Marx se venía haciendo.
“Pero no es todo. Marx descubre también la ley especial que preside la dinámica del actual régimen capitalista de producción y de la sociedad burguesa engendrada por él. El descubrimiento de la plusvalía puso en claro todo este sistema, por entre el cual se habían extraviado todos los anteriores investigadores, lo mismo los economistas burgueses que los críticos socialistas.
“Dos descubrimientos como estos parece que debían llenar toda una vida, y con uno solo de ellos podría considerarse feliz cualquier hombre. Pero Marx dejó una huella personal en todos los campos que investigó, incluso en el de las matemáticas, y por ninguno de ellos, con ser muchos, pasó de ligero.
“Así era Marx en el mundo de la ciencia. Pero esto no llenaba ni media vida de este hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica en movimiento, una fuerza revolucionaria. Y por muy grande que fuese la alegría que le causase cualquier descubrimiento que pudiera hacer en una rama puramente teórica de la ciencia v cuya trascendencia práctica fuese muy remota y acaso imprevisible, era mucho mayor la que le producían aquellos descubrimientos que trascendían inmediatamente a la industria, revolucionándola, o a la marcha de la historia en general. Por eso seguía con tan vivo interés el giro de los descubrimientos en el campo de la electricidad, y últimamente los de Marc Deprez.
“Pues Marx era, ante todo y sobre todo, un revolucionario. La verdadera misión de su vida era cooperar de un modo o de otro al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones del Estado creadas por ella, cooperar a la emancipación del proletariado moderno, a quien él por vez primera infundió la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones que informaban su liberación. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, con una tenacidad y con unos frutos como pocos hombres los conocieron. La primera Gaceta del Rin, en 1842, el Vorwärts de París, en 1844, la Gaceta Alemana de Bruselas, en 1847, Nueva Gaceta del Rin, en 1848 y 49, el New York Tribune, de 1852 a 1861, una muchedumbre de folletos combativos, el trabajo de organización en las asociaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que por último vio surgir como coronación y remate de toda su obra la gran Asociación Obrera Internacional; su autor tenía verdaderamente títulos para sentirse orgulloso de estos frutos, aunque no hubiera dejado ningunos otros detrás de sí.
“Así se explica que Marx fuese el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Todos los gobiernos, los absolutistas como los republicanos, le desterraban, y no había burgués, desde el campo conservador al de la extrema democracia, que no le cubriese de calumnias, en verdadero torneo de insultos. Pero él pisaba por encima de todo aquello como por sobre una tela de araña, sin hacer de ello, y sólo tomaba la pluma para contestar cuando la trema necesidad lo exigía. Este hombre muere venerado, amado, llorado por millones de obreros revolucionarios como él, sembrados por todo el orbe, desde las minas de Siberia hasta la punta de California, y bien puedo decir con orgullo, que, si tuvo muchos adversarios, no conoció seguramente un solo enemigo personal.
“Su nombre vivirá a lo largo de los siglos, y con su nombre su obra.”
Muerto Marx, era a Engels a quien correspondía defender prácticamente la teoría marxista en sus múltiples aspectos, defensa que venía haciendo aún en vida de éste.
A raíz de la publicación en la prensa socialdemócrata de Alemania de una serie de artículos de tendencia proudhonista sobre la vivienda, escribió la Contribución al Problema de la Vivienda, haciendo un enfoque marxista del tema (1872-1873).
Y en 1877 comenzó a publicar en Alemania una serie de artículos refutando a E. Dühring, filósofo socialista de gran predicamento en las filas del partido. Luego se transformarían en un volumen, el famoso Anti-Dühring. En ese libro, cuyo capítulo de economía política fuera escrito por Marx, se da una visión muy amplia y bastante acabada de las ideas marxistas sobre el mundo en su totalidad y es, junto con Dialéctica de la Naturaleza, que desgraciadamente no llegara a acabar, un complemento muy útil a El Capital.
El último libro citado fue comenzado por Engels en la década del ’70, interrumpido luego para redactar el Anti-Dühring y jamás terminado. Quedó como herencia para la socialdemocracia alemana, pero ésta no lo consideró útil o le temió (lo último debe ser lo exacto), siendo rescatado para la posteridad por la URSS, donde se imprimió por primera vez en 1925.
El trabajo de Engels era ingente y su mayor preocupación acabar El Capital. En fecha relativamente temprana, 1885, dos años después de la muerte de su camarada, fue a la imprenta el segundo tomo, en cuyo prólogo se anunciaba ya al tercero como de aparición inmediata. Sin embargo, el trabajo de recopilación y esclarecimiento del cúmulo de manuscritos dejados por Marx, le llevó diez años y sólo pudo publicarlo meses antes de su muerte.
La tarea de la publicación de la Historia Crítica de la Teoría de la Plusvalía, fue llevada a cabo por el socialdemócrata alemán Karl Kautsky, cuando todavía era un fiel marxista. Esta obra es un conjunto de críticas de los escritores anteriores y contemporáneos de Marx. No agrega nada nuevo a la teoría, pero se observa el desarrollo de algunos puntos oscuros, como la crisis, tema que, a nuestro entender, no ha sido estudiado con la profundidad requerida, por Marx ni por sus continuadores.
En 1884, Engels publicó El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, basándose en análisis críticos dejados por Marx sobre la obra La Sociedad Primitiva, del investigador norteamericano Morgan, y en sus propios estudios. Es una brillante exposición del desarrollo de la sociedad que esclareció el origen histórico de estas categorías sociales, demostrando que tenían nacimiento concreto, lo que presupone su muerte en determinadas circunstancias. Las investigaciones de Morgan y de Darwin, algo anteriores, confirmaban las concepciones filosóficas del materialismo dialéctico.
En 1888, escribió Ludwig Feuerbach y el fin de la Filosofía Clásica Alemana, que también es el resultado de artículos polémicos a propósito de un libro sobre Feuerbach debido a Starkey.
Pero sobre todo es impresionante la cantidad de correspondencia, mantenida en una decena de lenguas, ya que Engels era un verdadero políglota. En este aspecto de su tarea hace aportes sustanciales al marxismo en numerosas ocasiones. Pero, además, siempre se ve en sus cartas al revolucionario íntegro y consecuente que vela por la concepción justa en los partidos proletarios, ganados a veces por las ideas revisionistas que tendrían su gran exponente en Bernstein y en la socialdemocracia alemana a la que éste pertenecía. Triste, porque se consideraba el partido más avanzado y con mayores posibilidades de tomar el poder.
Engels no mostró nunca entusiasmo ante la proyectada creación de la II Internacional, pues no consideraba llegada la oportunidad de ello, pero ante la posibilidad de que se vertebrara una fuerza oportunista a espaldas del proletariado, participó en los trabajos preliminares del congreso de París, donde ésta quedó constituida formalmente. Uno de los acuerdos de validez histórica de esa asociación, fue el declarar el 1ro. de Mayo como fiesta internacional del proletariado en homenaje a los mártires de Chicago.
Su pupila estaba siempre alerta y su pluma lista para salir a la palestra en defensa de la pureza de la teoría y, recalcamos, de la actitud revolucionaria. Así, en las postrimerías de su vida, enjuició duramente a los socialistas franceses en un artículo “El Problema Campesino en Francia y Alemania” pues aquellos atemperaban su programa a las aspiraciones de su pequeño campesinado.
El 5 de agosto de 1895, a los 75 años, murió víctima de un cáncer que hizo angustiosos los últimos meses de su vida por los atroces dolores que le provocaba.
Dato curioso: este fundador del socialismo científico, materialista hasta la médula de sus huesos, tuvo un gesto romántico, al dejar en su disposición testamentaria, instrucciones para que sus cenizas fueran arrojadas al mar del Norte, en un punto de la costa que gustaba frecuentar.
Con su desaparición se cerraba un ciclo. Debía aparecer Lenin para iniciar otro más grandioso aún en sus efectos prácticos: la liberación del proletariado.


Notas
1. Sobre el exacto papel de la Internacional en el estallido revolucionario de París, hace luz este párrafo de una carta de Engels a Sorge, en 1874: “…En 1864 el carácter teórico del movimiento era todavía muy confuso en todas partes de Europa, es decir lo era en la masa. El comunismo alemán no existía todavía como partido obrero, el proudhonismo era demasiado débil como para poder porfiar con sus chifladuras, la nueva basura de Bakunin no había hecho sino nacer en su propia cabeza e incluso los líderes de los sindicatos ingleses creían que el programa establecido en el Preámbulo a los Estatutos les daba una base para ingresar en el movimiento. El primer gran triunfo hizo que explotara esa ingenua conjunción de todas las fracciones. Ese triunfo fue la Comuna, que sin duda alguna fue intelectualmente hija de la Internacional, si bien la Internacional no levantó un dedo para producirla, y por la cual se responsabilizó a la Internacional, lo que es completamente justificado”.