I
A cuatro meses del comienzo de la crisis partidaria actual el conjunto de los afiliados y de la masa de simpatizantes ha podido comprobar que se ha impedido la discusión de las opiniones críticas del Comité Central de la FJC.
Los comunistas llamamos a las cosas por su nombre y por eso llamo crisis a la actual situación partidaria y maniobras a las violaciones del Estatuto del Partido con las que algunos miembros del Comité Central del Partido han enfrentado las opiniones del CC de la FJC y otros organismos partidarios.
Para evitar la escisión era y es necesario una discusión partidaria que permita, como exigía para ello Lenin, estudiar:
“1. La esencia de las discrepancias y 2. el desarrollo de la lucha en el seno del Partido. Es necesario lo uno y lo otro, puesto que la esencia de las discrepancias se desenvuelve, se aclara y se concreta (y muy a menudo se modifica) en el curso de la lucha, la que a través de sus diferentes etapas nos muestra siempre, en cada una de ellas, que la composición y el número de los combatientes no es igual, que no son iguales las posiciones en la lucha, etc. Hay que estudiar ambos aspectos, exigir los documentos más exactos, escritos, que puedan ser comprobados en todas sus partes. Quien crea en palabras es un idiota desahuciado al que no hay que hacer caso. Si no hay documentos hay que interrogar a testigos de ambas partes o de cada una de ellas, someterlos a un ‘hábil interrogatorio’ y en presencia de terceros” (V.I. Lenin, O.C., tomo XXXII).
Una discusión exige, como mínimo, dos interlocutores. Si no fuese triste demostración de un método, resultaría casi cómico el leer ciertos artículos “polémicos” de Nuestra Palabra, escritos con el inconfundible estilo de un camarada del Comité Central del Partido, que lanza en ristre, embiste contra molinos de viento ora “maoístas”, ora de “izquierda nacional”, ora “frondofrigeristas” o “trotsquizantes”, ora “pequeñoburgueses de raíz intelectual”. Sólo olvida rebatir las ideas en discusión. Aprovecha de las páginas del semanario partidario para atribuir a los camaradas ausentes -que como dice el refrán francés “siempre están equivocados”- ideas que no tienen, y se regocija al “pulverizarlas”.
Es conocido que entre los considerados por el Secretariado Nacional del Partido primero como “maoístas” y luego como fraccionistas “pequeñoburgueses”, hay centenares de cuadros obreros del Gran Buenos Aires y el interior del país. Pero, aunque solo fuesen “estudiantes y flamantes profesionales”, esto no exime de conocer sus opiniones antes de escindir por ellas al Partido. Nadie caracterizaría como ideas burguesas o pequeñoburguesas, las de El Capital de Marx, Dos tácticas de Lenin, o las que en 1917 expresaron Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi contra la dirección del Partido Socialista, atendiendo solamente al origen social de sus autores.
El Secretariado Nacional caracterizó a determinadas críticas y a sus autores. Luego, de acuerdo con el rótulo aplicado, escindió al Partido y a la FJC. Ahora, violadas todas las normas partidarias, dividiendo el Partido, “cuando la corona está destrozada, esparcidas las flores”, se acusa de fraccionistas a las organizaciones que, marginadas, no pueden hacer otra cosa, para defender sus opiniones revolucionarias, que mantenerse activas y agrupadas. Se las quiere someter, como dijo el poeta, a un dilema insoluble: Tú me prohibes derramar el vino/pero me ordenas inclinar la copa.
Pero ¿por qué se ha incurrido en las más abiertas violaciones del Estatuto partidario para impedir la discusión de las opiniones del CC de la FJC? ¿Por qué obstinadamente, se ha precipitado al Partido a “la más grave crisis de su historia”?
En mi opinión la discusión leninista de las críticas expresadas por el CC de la FJC en su reunión del 21 de setiembre, y anteriormente por el Comité de la Capital de la FJC, se ha frenado, pese a que la VII Conferencia era la “base de preparación” del XIII Congreso, por dos razones:
1. Porque determinados camaradas han comprendido que tras errores groseros en la aplicación de la línea partidaria del XII Congreso, como los expresados en el folleto de Vicente Marischi “La lucha por una CGT unitaria”, se oculta una tendencia oportunista que no se manifestó solo en los meses anteriores al golpe de Estado de Onganía sino también en numerosos documentos y posiciones partidarias anteriores, comprometiendo a éste o aquel camarada u organismo.
2. Porque no se quiere liquidar esa tendencia. Más aun: se la quiere preservar para el futuro aun a riesgo de provocar, con ello, la escisión del Partido y de sepultar el marxismo-leninismo.
II
El CC de la FJC ha criticado que en numerosos documentos partidarios y artículos de Nuestra Palabra, antes y después de la caída del gobierno de Illia, se desdibujó o silenció, o contradijo, la salida que planteamos los comunistas en el XII Congreso.
Ya el XII Congreso corrigió -sin autocrítica- errores parecidos expresados en el folleto del camarada Victorio Codovilla “El significado del giro a la izquierda del peronismo”. Así lo creímos, al menos, quienes en el entonces CC de la FJC habíamos señalado esos errores.
Es útil recordar que en dicho informe, el camarada Codovilla, luego de caracterizar a distintos grupos de los altos mandos militares y entre ellos a los que en ese entonces se autotitulaban “nasseristas”, dice:
“Según se afirma, es propósito de los llamados ‘nasseristas’ entrar en lucha como terceros en discordia en caso de que hubiese nuevos golpes y contragolpes de Estado, y conquistar el poder apoyándose en el pueblo. Seguramente, estos ‘nasseristas’ tampoco se proponen producir cambios profundos en la situación económica y política del país que hagan peligrar la estructura actual. Harán demagogia, pero no solucionarán los problemas. Pero, como dice el refrán, ‘el hombre propone y Dios dispone’. El dios, en este caso, es la clase obrera y las masas populares, que pueden y deben entrar en la liza y cambiar completamente la situación. Por eso, si se presentara tal eventualidad, deberán contribuir, primero, a la derrota de las camarillas reaccionarias ultragorilas -lo que debilitaría o derrotaría al enemigo principal-, y segundo, apoyar a las llamadas fuerzas ‘nasseristas’ u otras similares, a conquistar y consolidarse en el poder, a condición de que se forme un gobierno verdaderamente democrático y nacional”. (“El significado del giro a la izquierda…”, pág. 6, el subrayado es mío, O.V.)
Sobre el carácter reaccionario de la mayor parte de los componentes del llamado grupo “nasserista”, en cuya vitalidad revolucionaria y candidez política depositó tantas ilusiones el camarada Codovilla, el camarada Rodolfo Ghioldi, en su informe al XII Congreso aporta todos los elementos necesarios para juzgarlos.
Hemos hecho esta larga transcripción del citado folleto del camarada Victorio Codovilla porque en ella se basó la posterior posición partidaria de apoyo a los llamados Azules, contra los llamados Colorados que, con el pretexto que el mismo “debilitaría o derrotaría al enemigo principal”, empujó a nuestro Partido y a la FJC a ofrecer voluntarios en Campo de Mayo y otros cuarteles a las tropas de Onganía, Alsogaray, López Aufranc, y Cía. Y llevó a Nuestra Palabra a titular, alborozada, la crónica sobre esos hechos: “El peso del pueblo se sumó al de Campo de Mayo. Una batalla capital han perdido los ultragorilas”. (Nuestra Palabra del 2/10/62). Esa alegría se debía a que, según señaló el llamamiento del Comité Central del 22/9/62, a las 12 horas, si bien el sector “azul” era “heterogéneo”, en “sus comunicados radiales va al encuentro de algunas de las aspiraciones del pueblo argentino”. Y hemos hecho esa larga cita de aquel informe porque ejemplifica, claramente, lo que consideramos la médula de la desviación oportunista que en cada vaivén histórico coloca al Partido a la cola de la burguesía liberal o nacionalista, cuando concilia con el imperialismo o cuando es directamente entreguista.
III
En “El significado del giro a la izquierda…” analiza el camarada Codovilla el informe de Andrés Framini a su regreso de Madrid en 1962. Las masas peronistas mostraban una clara radicalización a la que se dio en llamar “giro a la izquierda”. Esa radicalización estaba determinada, fundamentalmente, por la influencia en ellas de los éxitos del mundo socialista, la Revolución Cubana y los triunfos antiimperialistas en escala mundial; por la experiencia negativa realizada con gobiernos burgueses y pequeñoburgueses y por la comprobación, en marzo de 1962, que por la simple vía electoral, sin organizarse para todo tipo de lucha, no podrían desalojar a la oligarquía del poder. Fue entonces que Perón le “dio cuerda” a Framini para que, desde arriba, encauzara y controlara a esas masas peronistas que amenazaban desbordar su control. Framini trabajó para insertarlas como fuerza de apoyo al frente que orquestaban Onganía, Frigerio y Perón. El camarada Codovilla caracteriza dicho informe de Framini como “discurso de un dirigente proletario que plantea los problemas desde el punto de vista de clase: de la clase obrera que quiere emanciparse de la ideología burguesa que ha representado en más de una ocasión un lastre en el movimiento obrero” (ver folleto citado, pág. 17, el subrayado es mío, O.V.)
En realidad, como dijimos, el informe de Framini no era el de “un dirigente proletario que plantea los problemas desde el punto de vista de clase”. Tampoco era, como dice más adelante en ese informe el camarada Codovilla (en la página 23), el del jefe del ala peronista que comprende “que lo fundamental en el momento actual es la acción de las masas para preparar las condiciones favorables para la lucha por el poder”. Dos meses no eran tiempo suficiente como para que Framini creyese más en el poder de las masas -contra cuyos intereses siempre actuó- que en el influjo de los escribanos, para garantizar el ascenso al poder.
El informe de Framini era el informe de un burócrata sindical al servicio de la burguesía que, en un momento de auge de las masas, planteó los problemas desde el punto de vista del sector kennedista del imperialismo yanqui. Por eso, en respuesta a Alvaro Alsogaray, pudo decir, por esos mismos días:
“Bien, señores, había comenzado con un cuento. Quiero terminar con un juicio que, tal vez, parezca cuento, por venir de donde viene. Pero vale la pena anotarlo. Aquí está: ‘No es posible ningún desarrollo económico verdadero, sin una estructura social que permita a la gran masa del pueblo participar de los beneficios del progreso, y a cada hombre esperar una razonable justicia social’. Son palabras del actual secretario de Estado de los Estados Unidos, Dean Rusk, y pueden leerse en la revista Life del 11 de junio último. Le paso el dato a Alsogaray, por si le interesa. Buenas noches, muchas gracias” (ver en Descartes del 26/6/62)
Ya Descartes lo había expresado editorialmente el 18/4/62:
“La Alianza para el Progreso de los pueblos solo puede ser llevada adelante por los pueblos mismos y por sus movimientos políticos. En nuestro país debe conjugarse necesariamente con la Soberanía Nacional y la Justicia Social, banderas enarboladas por millones de votantes el 18 de marzo. Esto es lo que debe comprender el presidente Kennedy. Solo el pacto con nuestro pueblo, con el Movimiento Peronista, hace viable la Alianza para el Progreso en la Argentina”.
Es también en el “Significado del giro a la izquierda…” que dice el camarada Codovilla:
“Perón, que seguramente, también ha aprendido y mucho de los últimos acontecimientos nacionales e internacionales, comprendió hacia dónde marcha el mundo en el periodo actual y cuáles son las fuerzas que ascienden y las que bajan (…) aconsejó el ‘giro a la izquierda’, tanto para vitalizar al movimiento peronista como para crear la coalición de fuerzas necesarias para sacar al país del atolladero actual y empujarlo por la senda del progreso, de la independencia nacional y de la paz” (ver folleto citado, pág. 19, el subrayado es mío, O.V.)
Pero Perón, que no se encontraba cual un Dios misterioso contemplando, desde el Olimpo, los acontecimientos internacionales y nacionales, alejado de la lucha de clases, sino por el contrario, inmerso en ella y respondiendo a la clase burguesa, a la que siempre respondió, escribía, como es en él costumbre, a unos con la zurda y a otros con la derecha. El 15 de mayo de 1962, o sea, en el mismo periodo que analiza Codovilla, había enviado una extensa carta al líder belga Jean Thiriart, dirigente del Movimiento de Europa Occidental “Joven Europa”, movimiento nacionalista de derecha que incluye a exiliados rumanos y cuya consigna política es “Ni Moscú ni Washington”. La carta fue publicada en Jeune Europe y en ella Perón, después de hacer profesión de fe anticomunista, dice:
“Yo anhelo y aspiro a que nuestros movimientos se unan en el futuro no solo porque pensamos y sentimos de la misma manera sino también porque siendo el pueblo argentino descendiente de la vieja Europa, no hemos dejado nunca de ser europeos en nuestro pensamiento y nuestra conducta”.
Después de recordar esto es justo pensar, conociendo además todo lo que en torno al acuerdo unitario del 1° de Mayo de 1966 dijeron muchos camaradas de dirección (“El Vandor de hoy no es el de ayer”; “Ahora vamos a sentar a Coria e Iscaro en una misma mesa”; “Hay que ver la posibilidad de llegar a acuerdos con Cardoso y Reches, porque ahora andan bien” y cosas por el estilo), que es posible que existan camaradas que temen esta discusión, y no vacilan en violar los Estatutos partidarios y todas las normas leninistas para impedirla, comprendiendo que tras las desafortunadas y groseras formulaciones oportunistas del comentado folleto de Vicente Marischi, que ha criticado el CC de la FJC, es posible descubrir una tendencia oportunista que si no es desenterrada de raíz, seguirá llevando al Partido y a la clase obrera de derrota en derrota.
Se ha dicho que expresiones y actitudes concretas como las señaladas no comportan una tal tendencia porque son solo formulaciones para las masas, para trabajar unitariamente con ellas y superar así las actitudes conciliadoras de esos mismos dirigentes del tipo de Perón, Vandor o Framini. Esto no es cierto. Pero si lo fuera no sería más que una variante moderna de las tesis reformistas que combatió Lenin toda su vida.
Se dice que es preciso criticar siempre a la reacción, por ejemplo ahora a Onganía y sus sirvientes incondicionales, y no a quienes aun cuando concilian con ella pueden ser futuros aliados en la lucha popular. Esa era la opinión de Plejánov a la que pulverizó Lenin diciendo: “He aquí por qué infieren un grave daño a la revolución y a la causa de la clase obrera los plejanovistas que no cesan de gritarnos: hay que luchar contra la reacción y no contra los kadetes! (…) Pues bien, parémonos a reflexionar: ¿puede llamarse a la masa popular democrático burguesa a luchar contra la reacción sin desenmascarar a los actuales dirigentes ideológicos de esta masa, que dañan a la causa de la democracia burguesa? Esto es imposible, estimables camaradas” (V.I. Lenin, O.C., tomo XI, pág. 383). Allí explica Lenin que los plejanovistas confunden la lucha armada con la lucha ideológica. Las armas de la primera apuntarán contra el zar y sus soldados y, las de la segunda, en cambio deben apuntar contra los que impiden a las masas luchar contra el zar.
Es sabido que es de la esencia de la política marxista, para educar al proletariado, según Lenin, enseñar a éste a juzgar “a los hombres no por el brillo del uniforme que ellos mismos se han puesto (…) sino por sus actos”. Así que una táctica “unitaria” como la comentada será verdaderamente muy interesante y original, pero de lo que no puede caber dudas es de que no tiene nada que ver con el marxismo-leninismo. Corresponde por lo tanto a sus defensores el que la rebauticen.
Fue tal vez esa idea de golpear a Onganía y no a posibles “aliados” en la lucha contra él, la que hizo decir al camarada Victorio Codovilla en la VII Conferencia que:
“Analizando objetivamente la situación se puede afirmar que lo que llevó a los dirigentes de la CGT voluntariamente o no, a inducir a la clase obrera a depositar su confianza en el gobierno militar se debe a su falso análisis del carácter de clase del golpe de Estado del 28 de junio…” (ver Informe ante la VII Conferencia, pág. 49)
Pero la mayoría de quienes en junio de 1966 dirigían la CGT eran los mismos que en 1961, como Mesa de las 62 Organizaciones, expresaron al Gral. Toranzo Montero: “Somos la única fuerza capaz de contener primero y extirpar después al comunismo”; y los mismos que reiteraban en 1964 que eran el “dique de contención contra el comunismo”.
Por eso entendieron muy bien el carácter de clase del golpe de Onganía y por eso lo apoyaron.
El entonces Secretario General de la CGT, Francisco Prado, muchos meses después del golpe de Onganía, explicaba así su posición frente al Plan de Lucha de la CGT y al gobierno: “Como se advertirá, a los trabajadores nos preocupan los mismos problemas que tienen acorraladas a las fuerzas empresarias: la falta de una política económica al servicio del desarrollo nacional” (ver El Mundo, 13/2/67)
Por otra parte Cardozo declaraba a la revista Extra, varios meses después del golpe del 28 de junio de 1966, que si “la Revolución Nacional venía a instaurar el corporativismo ‘bienvenida sea’”. Vandor, dos meses después del golpe se oponía a apoyar la lucha universitaria porque “el gobierno está tan débil que si ahora salimos a la calle nosotros, junto a los estudiantes, cae”. Perón, al otro día del golpe declaraba: “Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una nueva situación catastrófica (…) Esta es nuestra última oportunidad y por eso necesitamos que el nuevo gobierno tenga grandeza. En caso contrario, podemos desembocar en la guerra civil, y en esa guerra tendremos que entrar todos” (Primera Plana, 30/6/66).
IV
Acerca del gobierno de Illia y de la UCRP
Las mismas ilusiones son criticadas por el CC de la FJC respecto del gobierno de Illia cuando el camarada Victorio Codovilla, en su informe a la VII Conferencia dice:
“No cabe duda que Illia pudo haber desbaratado los planes de la reacción oligárquico imperialista si hubiese denunciado públicamente y a tiempo a los conspiradores y a los intereses que los apoyan; si hubiese restablecido las plenas libertades democráticas para todos y en particular para los comunistas; y si hubiese apelado abiertamente a la clase obrera y el pueblo para una política popular, en vez de negociar o maniobrar con los enemigos del pueblo enquistados en las FF.AA. y en el aparato estatal”.
Es sugestivo que el camarada Codovilla haga tales afirmaciones y no analice por qué Illia, en vez de apoyarse en el pueblo, negoció o maniobró con sus enemigos.
Corresponde preguntar ¿creía efectivamente el camarada Codovilla que dado el carácter de clase del gobierno de Illia éste pudo haber apelado abiertamente a la clase obrera y al pueblo para una “política popular”?
Nos viene a la memoria la fábula del león, rey de los animales, y el delfín, rey de los peces, cuando hicieron un pacto de ayuda mutua. Cuando el león acorralado por un toro, llamó en su ayuda al delfín, éste no pudo acudir por no poder dejar el agua, cosa que le reprochó a gritos el león; “¿no comprendes -le dijo el delfín- que no depende de mí sino de la Naturaleza que me hizo así?”.
Poco antes del golpe de Estado de Onganía decía el Dr. Illia al inaugurar instalaciones del Centro de Rehabilitación del Lisiado:
“Yo digo muchas veces -y lo suelo repetir en algunas conversaciones de carácter público- que mucha gente habla de revoluciones, de dinamismo, de cambio de estructuras, de nueva sociedad y de que es necesario un cambio. Pero los que esto dicen no saben qué es lo que hay que modificar. Sería interesante que esos señores vinieran seguido a visitar establecimientos de esta naturaleza, para que tuvieran una noción clara y cierta, de que la revolución es esto, que el cambio de estructuras y la sensibilidad social es todo esto” (El Mundo, 24/5/66).
Esta concepción, tan original y apacible, del “cambio de estructura”, no es una posición personal del “ghandista” Illia (por otro lado, “ghandista”, que no se olvida recordar que nunca perdió una elección interna en el radicalismo, cosa que en este país es ejemplo de muchas cosas pero no de ingenuidad política); esa posición es al contrario, un reflejo de las posibilidades revolucionarias de la clase que representa.
No es casual que la UCRP (como dice con perspicacia Inés Izaguirre en el órgano desarrollista Revista Latinoamericana de Sociología, N° 2, de este año, al analizar los programas de los partidos radicales: MID, UCRI y UCRP) en ningún caso considere “la dependencia” como problema que exija solución previa al llamado “desarrollo” que propugna. “La UCRP -dice dicha autora, y es así- directamente no trata el problema”. Balbín, desde 1958, consecuentemente, insiste en la necesidad del “aporte del inversor extranjero” y a condición de que “no se contraponga con el interés nacional” (sic), le ofrece “las garantías y seguridades que todo inversor justamente reclame” (ver La Nación, del 14/1/58).
Poco antes del golpe de Estado del 28/6/66, Balbín, en vez de “apelar abiertamente a la clase obrera y el pueblo” a la lucha contra los golpistas que ya velaban sus armas, declaró que la UCRP prefería caer así, sin resistencia, dejando “para las futuras generaciones el ejemplo de tres años de gobierno limpio y popular”.
Todo esto abona la justeza de la táctica leninista que para lograr la alianza con las capas pobres y medias del campesinado y la pequeña burguesía urbana exige “paralizar” la inconsistencia y la falta de firmeza de la burguesía liberal, “oscilante entre la libertad popular y el viejo orden”, como enseñaba Lenin. Agregaba que el error de los mencheviques consistía en que éstos no sabían “diferenciar a la democracia burguesa revolucionaria de toda aquella otra democracia burguesa que, justamente en ese momento, está perdiendo aceleradamente su revolucionarismo”. (“Cómo razona Plejánov sobre la táctica”, O. C., tomo X, págs. 456 y 457)
Lenin insistió, permanentemente, que ese era “el punto de partida de las discrepancias tácticas en el seno de la socialdemocracia durante la revolución” porque insistía en que solo partiendo de esa posición, y “aplicando una política absolutamente independiente, de vanguardia de la revolución, podrá el proletariado separar al campesino de los liberales”. (Ver O. C., tomo XV, págs. 49 y 50). Esa es también la experiencia de las revoluciones en las democracias populares, en Cuba y China. Aparte de otras razones, que no es éste el lugar para analizar, habría que ver en qué medida nuestra política permanente de seguidismo a la burguesía incidió para que, como señaló no hace mucho Severo Cerro: “Desde la tercera década del siglo presente, no tenemos en nuestro campo una lucha profunda contra la oligarquía” (ver Nueva Era, N° 11, 1966, pág. 88)
Al leer el informe del camarada Codovilla a la VII Conferencia llama poderosamente la atención las ilusiones que la dirección del Partido depositó en Illia (“si” hubiese hecho tal cosa…, “si” no hubiese hecho tal otra). Y llama la atención porque la desconfianza hacia la burguesía liberal es en el proletariado tan vieja como sus primeras organizaciones clasistas. Fue explicada científicamente por Marx y Engels, pero ya Buenarroti, fundador con Babeuf del “primer partido comunista realmente activo”, como lo definió Marx, decía de ella que “en épocas de crisis parece a las veletas que el viento agita, no sabiendo atenerse a una idea fija”. (Buenarroti, por S. Berstein, Ed. Hier et Aujourd´ Hui, pág. 202)
La “tarea objetiva” de la burguesía liberal al frenar la revolución democrática haciendo concesiones a los terratenientes -y en nuestro caso al imperialismo, como lo demuestran los hechos de los gobiernos liberales de este siglo- solo puede realizarse, decía Lenin, a costa de frenar el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, de no satisfacer las necesidades populares y de reprimir a las masas populares por la violencia (ver O.C., tomo XII, pág. 196). Esto es particularmente cierto en países dependientes de relativamente avanzado desarrollo capitalista como el nuestro. Y esa fue la “tarea objetiva” cumplida en nuestro país por el radicalismo, incapaz en sus sucesivos gobiernos de abrir amplio cauce a las fuerzas productivas por conciliar con el poder de los monopolios y los terratenientes, incapaz de satisfacer las necesidades populares, y co-responsable de matanzas populares como la de la Semana Trágica, la de los peones de la Patagonia, o la de Méndez, Retamar y Mussy.
El radicalismo es expresión política de una burguesía agraria e industrial que nació castrada de sus posibilidades revolucionarias. Su lucha, en sus orígenes, “se desarrolló bajo la consigna fundamental de ‘libertad de sufragio’” (ver Esbozo de historia del PC de la Argentina, pág. 9). No levantó, incluso en la época anterior a la Revolución Rusa, las banderas de las transformaciones profundas, burguesas, de la revolución democrática. Décadas después, en actos preelectorales, agitó el llamado Programa de Avellaneda, del cual hoy solo queda el recuerdo evocador en uno que otro de sus dirigentes, o la referencia a él, por otros, a los que les semeja el rabo de la oveja: solo les sirve para taparse la vergüenza.
Frondizi, ya antes de triunfar en las elecciones de 1958, había reemplazado el punto del Programa de Avellaneda que exigía una reforma agraria radical y profunda por “la transformación del agro mediante la movilización de toda la tierra improductiva” y daba en la revista Que, como ejemplo a seguir, la gran explotación capitalista yanqui en el campo. En cuanto a la UCRP su Comité Nacional hace ya rato que olvidó eso de “reforma agraria radical y profunda”, y la ha reemplazado por puntos programáticos que hablan de “tecnificación”, de “organización de los trabajadores agrarios para la utilización en común de las grandes maquinarias”, de “comercialización directa de los productos agropecuarios”, etc.
Ahora, en 1967, cuando los sectores que propugnan transformaciones nacionalistas y democráticas incluso tímidas, en América Latina, solo pueden realizarlas enfrentando al imperialismo yanqui, gendarme mundial de la reacción, y uniéndose al campo socialista y a las fuerzas antiimperialistas de todo el mundo, y cuando existe un proletariado organizado y cada día más combativo, los ímpetus revolucionarios de los sectores de la burguesía argentina oprimidas por el imperialismo languidecen a ojos vista. No puede haber construcción teórica del comentarista de Nuestra Palabra, o de idealizadores de la revolución científica y técnica y el camino pacífico del tipo del camarada Giúdice en su artículo de Revista Internacional N° 8, que puedan demostrar con hechos, en América Latina, lo contrario de lo que afirmamos.
Ni qué decir que esto es particularmente válido para aquellos sectores que mantienen firmemente el control del aparato partidario de la UCRP: grandes burgueses agrarios del tipo de los Duhalde y Busquet Serra, o como los mendocinos ligados, asociados y emparentados a los conservadores comprovincianos, o los entrerrianos ligados al latifundismo de esa provincia, o los sectores de la gran burguesía ligada, que, desde hace muchos años, amamantan el aparato partidario de la UCRP en la Capital Federal.
Solo una política independiente, firme, de la clase obrera que procure la alianza con los sectores revolucionarios de la pequeña burguesía rural y urbana podrá arrancar de manos de la gran burguesía que hoy dirige la UCRP, a las masas pequeñoburguesas que siguen a este Partido. Toda otra política, oportunista, puede aparecer “muy amplia”, pero en realidad es muy sectaria porque no conquista a las masas para una posición revolucionaria y las deja en manos de los Balbín, Perette, Illia. Zavala Ortiz o Leopoldo Suárez.
No en balde cuando los despidos de los obreros de los frigoríficos de Berisso en 1965, Camerlinghi respondió a la delegación popular que le exigía intervenir los establecimientos de la Internacional Packer que eso “sería un acto revolucionario y, nosotros, señores, no vamos a hacer la revolución”.
Son conocidas las declaraciones anticomunistas de Mor Roig, que concibe una nueva Asamblea de la Civilidad no tanto para acabar con la dictadura de Onganía como para evitar lo que él llama “la explosión”. Cosa que ratificó hace unos pocos días Perette al aclarar que “Argentina no hará revolución sino una restauración, para que no sigan fabricando comunistas” (La Razón, 28/9/67).
Está claro que el pensar que se pudo haber conseguido que Illia “reorganizara su gobierno incluyendo en él a representantes de diversos partidos democráticos” (Informe ante la VII Conferencia de Victorio Codovilla, pág. 42), es pedirle peras al olmo. Las masas populares argentinas no recordarán, como soñó Balbín tres años de gobierno “limpio y popular”, sino tres años de proscripciones, de carestía, desocupación y claudicaciones frente al imperialismo del tipo de los envíos de trigo a los títeres de Saigón. Las balas que acabaron con las vidas de Mussy, Retamar y Méndez y fueron disparadas por la policía de ese gobierno “limpio” y por eso el pueblo, que tiene buena memoria, odia a la dictadura de Onganía pero no espera reemplazarla por el retorno al 27/6/66 sino por un gobierno auténticamente popular. El pueblo -y desde ya los comunistas- no quiere restituir un guante de terciopelo al puño de hierro que lo oprime; quiere como dice Joseph Morray, lo que hizo la Revolución Cubana, quebrar el puño.
V
Con motivo de las opiniones vertidas por el CC de la FJC sobre el gobierno de Illia se le enrostra a aquel la no comprensión de la necesidad de defender las libertades democráticas. Es un argumento digno de la mayor pobreza polémica. No se trata de resaltar las diferencias entre el gobierno de Illia y Onganía. De lo que se trata es, en primer lugar, de por qué a Illia lo sucedió Onganía.
Tampoco se trata de negar el valor que tiene para el proletariado el aprovechar las libertades burguesas (aunque, de paso, no estaría mal discutir para qué se las aprovecha) como pretende endilgar, con malísima voluntad y peores resultados, Ernesto Giúdice en su folleto “La línea de los comunistas en la universidad”.
Lo que está en discusión es:
Primero, que la defensa de las libertades democráticas pasa, en primer lugar, por conseguirlas, y se trata de discutir qué poder garantizará un régimen de plena democracia para el pueblo y cómo conquistar tal poder. Si para los comunistas se trata de lograr una “amplísima unidad para derribar a Onganía y abrir una brecha democrática” dejando en pie lo fundamental del actual Poder, o si el reemplazar la lucha por la destrucción de todo el viejo poder, rebajándola a un objetivo de destrucción parcial del mismo, relegando el Programa del XII Congreso, es o no una desviación oportunista.
En nuestro país ni nuestra generación ni la anterior conoció jamás la plena vigencia de las llamadas libertades democráticas. A partir de 1930 ha habido una tendencia creciente de fascistización del Estado que impone al proletariado otras reflexiones y tareas que la simple conclusión de que ahora la contradicción sería democracia-reacción, entendiendo por la primera algún tímido gobierno burgués. Bajo Illia esas libertades, por lo demás, solo existieron en forma sumamente retardada.
Segundo: se trata de no olvidar -y esto no es un detalle ni una picazón de “sarna izquierdizante” como gusta decir el comentarista de Nuestra Palabra– que como Partido del proletariado jamás idealizaremos esas libertades burguesas y mostraremos siempre a las masas la diferencia entre la democracia burguesa más “pura” con la democracia socialista y con el comunismo, lo que en nuestro caso particular nos ayudará a esclarecer sobre los países socialistas y, especialmente, sobre las conquistas de la URSS y la avanzada socialista en América Latina: la Revolución Cubana.
VI
Las raíces de la desviación oportunista
Creo que las raíces de la desviación oportunista en el Partido son profundas.
El actual trabajo de investigación marxista, en curso en América Latina, sobre la influencia nefasta del llamado “browderismo” en los partidos comunistas latinoamericanos, aportará, seguramente, a su esclarecimiento.
En Revista Internacional N°1 de 1967 escribía el camarada A. Ferrari que: “Así, una errónea interpretación de la política del Frente Popular llevó a una serie de partidos comunistas latinoamericanos a pasar del sectarismo al oportunismo”. Y agrega: “Y es posible que los latinoamericanos todavía hoy estemos pagando las consecuencias de aquel oportunismo, que tanto daño causó a los partidos comunistas del continente”. También aporta datos importantes al respecto el artículo del camarada Castellanos en Revista Internacional N° 5 de 1967.
Es sabido que uno de los partidos latinoamericanos en los que la desviación browderista penetró más profundamente fue en el nuestro.
Browder, secretario en ese entonces del PC de los EE.UU., creyó en la existencia de un “capitalismo norteamericano progresista”, que cooperaría en la posguerra con la URSS para realizar transformaciones democráticas en todo el mundo capitalista.
Esa desviación alentó ilusiones durante la guerra en que “los EE.UU., particularmente, pueden abastecernos de materia prima, de maquinarias y de productos elaborados y, además, pueden suministrarnos el capital necesario para impulsar el desarrollo de nuestras industrias, con miras a proveer el mercado interno de mercaderías que ya no pueden importarse, por estar las fábricas de Inglaterra y de los Estados Unidos ocupadas en la producción de guerra” (ver Victorio Codovilla, La crisis económica y sus repercusiones políticas, pág. 9, Ed. Anteo, 1942, el subrayado es mío, O. V.)
Se creyó, también, que planes económicos como el que en 1942 presentó entre otras organizaciones empresarias, la Sociedad Rural, significaban “la incorporación de estos sectores -con más o menos consecuencia- a la lucha del pueblo contra la funesta política del malgasto, de burocratización, de monopolio, de inflación y de restricción dictatorial de las libertades públicas que practica el actual gobierno” (Informe citado, pág. 34, el subrayado es mío, O.V.)
En abril de 1945, en su famosa entrevista a la revista chilena Ercilla, le preguntaron al camarada Codovilla: “¿Cree usted que la URSS, Inglaterra y los Estados Unidos persiguen los mismos objetivos en la guerra actual?”. A lo que el camarada Codovilla, polemizando como aclara con “ultraizquierdistas” y elementos de “extrema derecha”, “poco esclarecidos políticamente”, respondió: “No es cuestión de creer o no creer, sino de atenerse a los hechos. Estos van demostrando que esas tres grandes naciones persiguen los mismos objetivos, no solo en la guerra, sino también en la paz que le seguirá” (Victorio Codovilla, “En marcha hacia un mundo mejor”, Bs. As., 1945, pág. 3, el subrayado es mío, O.V.)
En esa misma entrevista, dice más adelante el camarada Codovilla (y pedimos se nos excuse la longitud de la cita):
“Las condiciones internacionales de cooperación entre los grandes países capitalistas y entre éstos y la URSS para la creación de un mundo mejor indican que Estados Unidos e Inglaterra han de llegar a un acuerdo con respecto a la política a seguir en América Latina, a fin de contribuir al desarrollo económico, político y social de nuestros países en un sentido progresista y sin apoyarse en uno u otro sector oligárquico dispuesto a entregar las riquezas del país a una u otra empresa, a uno u otro monopolio extranjero, con tal que se reconozca a su gobierno dictatorial que oprime y esclaviza a su pueblo. Ese acuerdo deberá basarse en la cooperación de aquellas dos grandes potencias con gobiernos democráticos y progresistas de América Latina para el cumplimiento de un programa común que, al mismo tiempo que brinde un mercado diez o veinte veces superior al actual para sus capitales, sus maquinarias y sus productos industriales, contribuya al desarrollo independiente de la economía de estos países y les permita, en pocos años, liquidar el atraso en que vienen arrastrándose desde hace varias décadas.
“La política del Buen Vecino y la política de cooperación entre Norteamérica e Inglaterra en América Latina no sólo no excluyen, sino que se complementan, siempre que los dos países lleguen a la conclusión de que hay que abandonar definitivamente toda idea de considerar todavía a las naciones de América Latina como países semicoloniales o dependientes, sino como países que quieren salvaguardar completamente su independencia nacional y que se proponen liquidar su atraso realizando por vía evolutiva la revolución democrática burguesa, vía que es posible, siempre que esas dos grandes naciones capitalistas -cuya influencia es decisiva en América Latina- reaccionen contra la política de ciertos sectores capitalistas de sus respectivos países de sostener a uno u otro gobierno reaccionario y profascista resistidos por sus pueblos, a cambio de sacar ventajas económicas y financieras y siempre que tengan en cuenta que el grado de madurez política alcanzada por estos pueblos es lo suficientemente elevado como para tomar en sus manos su propio destino por medio de gobiernos elegidos libremente, sin interferencia de influencias extrañas”.
E insiste pocas líneas más adelante:
“El interés de los Estados Unidos y el de Inglaterra está en apoyarse y en apoyar gobiernos verdaderamente democráticos que reúnan en su seno a todos los sectores sociales progresistas, desde la burguesía hasta el proletariado, desde los conservadores hasta los comunistas -únicos gobiernos estables y solventes, capaces de asegurar el orden democrático- y ayudarlos a reorganizar su economía sobre bases progresistas, a fin de que puedan elevar el estándar de vida de la población laboriosa, única forma, para ellos de ampliar el mercado a sus capitales, sus maquinarias y sus productos manufacturados, obteniendo ganancias razonables, y única forma, para nuestros países, de asegurar un desarrollo independiente de la economía nacional” (ver folleto citado, págs. 15 y 16, el subrayado es mío, O.V.)
Así, pues, como es imposible comprender las debilidades del heroico movimiento antifascista en nuestro país en el periodo 1941-45, sin analizar profundamente esos errores oportunistas de nuestro Partido (ligados como es travesura común en la historia con errores putchistas), en especial las debilidades en cuanto a las insuficiencias en la organización y la lucha de los campesinos pobres y medios y los obreros urbanos y rurales, es imposible comprender sin él la facilidad con que la mayoría de la clase obrera fue ganada por la demagogia desenfrenada de la gran burguesía nacional que tuvo, desde su inicio, los comandos claves del peronismo.
Al releer ahora la autocrítica parcial realizada en la discusión previa y en algunas intervenciones del XI Congreso [agosto de 1946] sobre los errores oportunistas y aventureros anteriores a febrero de 1946, cometidos por “temor a perder aliados” en el campo de la burguesía y “en la creencia que no había que crear dificultades a los aliados internos y externos”, y por “relegar el programa de la revolución agraria y antiimperialista”, uno cree estar leyendo las mismas críticas que el CC de la FJC acaba de hacer respecto a lo no aplicación de la línea del XII Congreso en el último periodo.
Todo esto requiere un atento y serio trabajo de investigación marxista-leninista que será de indudable valor para el Partido y el movimiento obrero.
Es cierto que desviaciones como las señaladas aparecen más claras en los periodos de ascenso del movimiento obrero y popular, como sucedió en marzo-julio de 1962 o en mayo-junio de 1966, pero ello no invalida que analizando todo un periodo histórico y especialmente la aplicación de la línea partidaria en el mismo (y la labor práctica del Partido en un periodo es la prueba más concreta de su política real) el mismo descubre la existencia y perduración de profundas concepciones oportunistas que, en los momentos decisivos, han paralizado o neutralizado al Partido como vanguardia efectiva de la clase obrera y el pueblo, a pesar de las mil veces abnegada labor de sus militantes.
VII
Considero que los errores señalados son manifestaciones de una deformación oportunista que, si bien no cree capacitada a la burguesía nacional para dirigir y realizar las transformaciones revolucionarias agrarias y antiimperialistas, cree, por diversas razones, que solo esa burguesía será capaz de iniciar el proceso revolucionario en el país. De allí la posición frente a los llamados “nasseristas” en 1962, la ilusión de creer a Illia capaz de reorganizar su gobierno y apoyarse en el pueblo en 1966, o las actuales ilusiones de ciertos grupos de “coroneles” -tan heterogéneos como para contar como ideólogos a Reimundez y al coronel Guevara- o las renovadas ilusiones en el mesiánico pacto Illia-Perón.
Todo esto parte de una equivocada valoración de la situación internacional que nace de ubicar la coexistencia pacífica como objetivo estratégico en esta etapa histórica del proletariado mundial, sin ubicarla dentro de una estrategia única del mismo, en lucha por el socialismo, como “una forma de la lucha de clases entre el socialismo y el capitalismo”, sin estudiar, y mucho menos valorar, los cambios operados en la política global del imperialismo yanqui a partir de fines de la década del cincuenta. Dice el camarada Victorio Codovilla en la VII Conferencia (pág. 78): “se asiste en los últimos tiempos a cierto aflojamiento de la tensión internacional”. Y esto lleva al camarada Giúdice en Revista Internacional N° 8 a una interpretación idealista -en relación con América Latina- de la revolución científica y técnica actual y del valor del comercio de las burguesías latinoamericanas con el mundo socialista, al que asigna capacidad rejuvenecedora del vigor revolucionario de esas burguesías. Desprende Giúdice de ese análisis posibilidades que permitirían un tránsito pacífico y gradual en nuestro país, desde un gobierno que permita ciertas libertades democráticas hasta un gobierno que realice cambios sustanciales en la estructura económica nacional, y en la superestructura política, hasta llegar al socialismo. Como se ha dicho en la discusión: una especie de camino “prusiano” al socialismo teorizado por Giúdice.
El citado artículo de Giúdice ilustra convenientemente sobre la citada desviación oportunista y se equivoca al interpretar el proceso revolucionario latinoamericano. No hace un análisis marxista-leninista de la Revolución Cubana y de la significación para América Latina de la llamada estrategia global del imperialismo yanqui, la militarización al día en América Latina, la preparación concreta de las clases dominantes para aplastar el más desvaído intento de reformas democráticas, como pasó en 1965 en Santo Domingo, el carácter continental de preparación del enemigo para enfrentar al proceso revolucionario y, criticando justamente las concepciones nacionalistas burguesas y trotsquistas de la revolución continental, se termina formulando una política de aislamiento nacional, de la “revolución de un país en el mundo” como la bautiza Giúdice, concluyendo que hay “un hecho dominante en el conjunto, y es la posibilidad histórica de la vía pacífica. En este hecho general dominante, la vía violenta es lo particular” (subrayado es mío, O.V.). Que se sepa, hasta ahora, nadie criticó a Giúdice, públicamente, por tamaña desviación de la línea aprobada en la Declaración de los 81 Partidos. Como vemos, no es un “error” casual el de Nuestra Palabra del 24/10/67 cuando dice que el “enfrentamiento principal de los gobiernos de Chile y Brasil se verifica entre estos gobiernos y los EE.UU.”
Idealizado lo internacional nada cuesta idealizar lo nacional. Se prescinde de las conclusiones del Programa partidario para, en la práctica, como hemos visto, colocar al proletariado a la cola de una burguesía con ciertos ímpetus reformistas, como por ejemplo cuando se interpreta el aval de Perón a Framini en 1962 como determinado por el deseo de “crear la coalición de fuerzas necesarias para sacar al país del atolladero actual y empujarlo por la senda del progreso, la independencia nacional y la paz”. O cuando se interpreta en forma semejante los actuales llamados a la unidad “sin exclusiones” de la UCRP.
Todas nuestras consignas fundamentales y nuestra orientación táctica principal enfilan a empujar a las fuerzas burguesas en general o alzarse contra la dictadura cumpliendo nosotros y la clase obrera un rol secundario en esto. Incluso cuando planteamos que la CGT constituye el centro Coordinador de las luchas contra la dictadura, ocultamos o nos ocultamos, que al dejar esta tarea en las manos de la dirección actual de la CGT la estamos dejando en manos de la gran burguesía y agentes del imperialismo a los que responden la mayoría de esos dirigentes.
El proletariado volverá así a ser el pariente pobre: ayuda a poner la mesa del festín y a cocinar las viandas, para comer, después, y no faltaba más, agradecido, en la cocina. De allí por qué, como se pregunta el CC de la FJC en el folleto “Hacia el IX Congreso”, en ninguna de las citas del folleto del camarada Victorio Codovilla enumeradas en la página 15 del citado folleto de la FJC, en ninguna, se expresa la necesidad de la toma del poder por la clase obrera y el pueblo para realizar los cambios que allí se enuncian.
Se cree que la burguesía nacional, oprimida por el imperialismo, intentará “forcejear” con éste, como gusta decir el camarada Orestes Ghioldi, se verá “obligada” a tomar el poder e iniciar un proceso reformista, ayudada por la actual situación internacional, el comercio con el mundo socialista, etc., proceso del tipo de la “brecha democrática” de Illia, de la demagogia “nasserista”, o de la de los ahora apodados “grupo de coroneles”, o del desarrollo-frondo-frigerista como lo concebía, y vendía para incautos, el bueno de Odena. Se cree que el proletariado podrá apoyarse en esas contradicciones para orientar un proceso democrático a fondo y relativamente pacífico, para marchar luego al socialismo.
Se pierde de vista, totalmente, que en nuestro país las más tímidas y antiimperialistas transformaciones democráticas (por ejemplo, nacionalización del petróleo o los frigoríficos extranjeros o una reforma agraria relativamente profunda) exigen para realizarse, demoler, al menos en su parte fundamental, el aparato represivo y burocrático de las clases dominantes, cosa a la que temen más que al mismo demonio, incluso sectores de la propia burguesía nacional no ligada al imperialismo ni a la oligarquía.
Es la mencionada concepción la que lleva a que toda la actividad práctica del Partido no esté orientada a ganar a la clase obrera para realizar la tarea de dirigente de la revolución democrática y antiimperialista. Por eso, y no por no comprensión de los militantes, “se pierde la brújula” como suele decir Arnedo Alvarez. Por eso las organizaciones partidarias picotean en innumerables iniciativas y frentes de trabajo sin poder nunca concentrar su actividad en las grandes empresas y en el campo.
De aquí surgen muchas concepciones oportunistas que se difunden en las escuelas de educación partidarias, tales como: “La clase obrera realiza su hegemonía a través del Partido”. “Este, dominando todas las formas de lucha, une, organiza y esclarece a las masas interesadas en la revolución agraria y antiimperialista”. Y se desprenden de este análisis los mil y un frente de trabajo partidario que, a su vez, generan los mil y un engranajes burocráticos del aparato partidario, que en vez de ayudar al Partido a ganar a la clase para que ésta tenga la hegemonía en el proceso revolucionario, lo hacen girar permanentemente en el aire. Nunca hay tiempo, ni fuerzas, ni empuje para que el Partido trabaje en las grandes empresas urbanas y en las concentraciones de obreros rurales y campesinos pobres.
Si a esto se une la opinión oficial en las escuelas del Partido, dada por el director de la escuela del Comité Central (que es uno de los portavoces máximos de la corriente oportunista), que “no hay que concebir a lo parcial solo como una forma de llegar a lo general”, “la lucha por una cancha de fútbol es un fin en sí mismo” y que “toda lucha en sí misma representa un avance de la conciencia social de las masas”, comprenderemos la profundidad de las ideas oportunistas que se han filtrado en nuestras filas.
La idea de un proceso revolucionario casi indoloro, y las concepciones ya analizadas, son las que han determinado una táctica sindical que abandonó la idea de los comandos formulada por el XII Congreso en el Programa del Partido, y que concibe “la de abajo” solo como presión para lograr acuerdos por arriba.
Suele decir el camarada Orestes Ghioldi, ejemplificando maravillosamente la desviación apuntando que “al Partido lo precisamos para cuando haya que decidir el rumbo de la Revolución: capitalismo o socialismo”. Y de allí toda una política que apunta a preparar a las masas obreras -a través de tácticas electorales e ideas como la del Partido Unico y de tácticas sindicales oportunistas- para el momento mesiánico en que nos encontremos en ese cruce del camino revolucionario.
Nuestra táctica sindical, sectario-oportunista, va desde posiciones como el apoyo a Escalada en 1965 en las elecciones de la carne, el apoyo a Framini o “aperturas” semejantes, eligiendo “el mal menor” tradicional del oportunismo, hasta listas “unitarias” compuestas solo por comunistas que menospreciando el objetivo político fundamental de construir partido y comandos unitarios en las empresas, facilitan luego a los burócratas sindicales y a las patronales, liquidar célula tras célula del Partido en las grandes empresas.
Por lo tanto no es extraño que se diga que “el mérito histórico del Partido es no haber quedado nunca aislado”, mérito falso, ya que estamos muy aislados, y que en el mejor de los casos podríamos compartir con la socialdemocracia que tampoco lo estuvo nunca. El mérito histórico de un partido comunista es el de llegar a dirigir a su clase a la victoria, o al menos, hacerle avanzar hacia ella.
Por ello el camarada Orestes Ghioldi en la VII Conferencia, sin analizar en concreto si el Partido crece numéricamente o no, si su prensa se coloca más o menos que hace cinco o diez años, si sus campañas financieras aumentan o disminuyen en valores constantes, si dirigimos más o menos sindicatos que hace cinco o diez años, si tenemos más o menos cuadros preparados para afrontar la lucha en el terreno que sea necesario, dice: “Sin embargo, son nuestras ideas las que se van imponiendo. Bastaría leer los programas o plataformas de los partidos democráticos, de las organizaciones sindicales, sociales y culturales del país para comprobar cuán hondo calaron las concepciones y proposiciones programáticas de nuestro partido” (ver Nueva Era N°4 de 1967, pág. 101). Uno no sabe, luego de leer esto, si cambió el Programa del Partido o el camarada Ghioldi no leyó los programas y plataformas a que hace referencia, porque no es así ni respecto al peronismo, ni de la UCRP, ni del MID y la UCRI, ni del Partido Socialista Democrático, ni del Partido Demócrata Progresista y, muy condicionalmente, en cuanto al Partido Socialista Argentino. En cuanto a la CGT sería interesante saber qué se toma por tal programa: “¿Hacia un cambio de estructuras?”, folleto de inspiración frigerista, al igual que la Plataforma del penúltimo Comité Confederal o la Declaración del 1° de Mayo de 1966.
Suponiendo que fuese cierto lo que dice el camarada O. Ghioldi no probaría lo que él deduce. También Félix de Azara en el siglo XVIII clamaba por la reforma agraria en el Virreinato del Río de la Plata y nadie deduciría de ello que reflejaba la penetración de nuestras ideas.
El camarada Orestes Ghioldi se suele complacer en decir que “los impacientes pequeñoburgueses” de la FJC no comprenden que nuestro éxito está en que “todos silban nuestra melodía”. Lo que sería bueno aclarar es si lo quieren hacer en nuestra coronación o en nuestros funerales.
La concepción oportunista ha llevado a distorsionar la Declaración de los 81 Partidos y el ABC del marxismo y afirmar que “hoy el imperialismo juega su carta fundamental en lo ideológico”, colocando en lugar accesorio lo político y lo militar.
Claro que si no será nuestra clase la que “abrirá las puertas” de la Revolución, o al menos intentaremos que lo haga, no hay apuro en definir problemas como el de las vías de la revolución. De allí que hayamos sido el único Partido de América Latina que tomó literalmente la Declaración de 81 Partidos referente a la vía de la revolución, que se refiere a las posibilidades mundiales que permitirían para el proletariado de ciertos países el acceso relativamente pacífico al Poder, y la situación que obliga al de otros países a seguir la vía no pacífica. Y señala, explícitamente, que cada partido comunista debe decidir el camino nacional. Nuestro Partido la trasladó a su línea partidaria sin definir cuál de las vías (pacífica o no pacífica) es la nuestra, siendo claro que ese problema, desde el punto de vista estratégico, no es opcional. En este terreno reina la mar de confusiones. El camarada Codovilla declaró en su discurso ante el XXIII Congreso del PCUS que:
“El lema de nuestro partido es: ‘Por la acción de las masas, hacia la conquista del poder’. El camino a seguir para conseguir este objetivo puede ser el pacífico o el no pacífico”. (Nuera Era N°4 de 1966, pág. 11, el subrayado es mío, O.V.)
Pero pocas semanas después, debido posiblemente al acuerdo unitario del 1° de Mayo, y valorando con demasiado optimismo la situación previa al golpe de Estado del 28 de junio, decía el camarada Codovilla en su discurso ante el XIII Congreso del Partido Comunista de Checoeslovaquia:
“La consigna central de nuestro Partido es: ‘por la acción de las masas hacia la conquista del poder’. Nos proponemos marchar hacia ese objetivo por la vía pacífica. Esto es posible porque hoy las fuerzas reaccionarias argentinas y sus amos imperialistas yanquis tienen que enfrentarse, para poder realizar sus fines siniestros, con un proletariado concentrado y combativo y con masas populares que están abandonando la ideología nacionalista burguesa que le inculcara el peronismo y que las llevaba en muchas oportunidades a la pasividad” (intervención de Victorio Codovilla ante el XIII Congreso del Partido Comunista Checoeslovaco. Texto en español, págs. 4 y 5, el subrayado es mío, O.V.).
La confusión aumenta ante titulares como el de Nuestra Palabra del 7 de noviembre: “Con unidad de acción el pueblo es más fuerte que todas las bayonetas juntas”, típica respuesta oportunista a la inquietud obrera y popular que se preocupa en cómo derrotar a “todas las bayonetas juntas” que sostienen el poder de las clases dominantes en el país. O con formulaciones tales como “con las masas todo, sin las masas nada”, dignas del mejor oportunista, pues falta aclarar que las masas desarmadas y desorganizadas, pese a la opinión en contrario de ciertos comentarios de Nuestra Palabra jamás hicieron revolución alguna. Por lo menos en el siglo XX.
El comentarista de Nuestra Palabra teoriza, en los últimos números, sobre la vía pacífica y para cubrir esas opiniones, en el número del 21/11/67, nos acusa de querer “la lucha armada como la solución que elude el movimiento de masas”. Como arma polémica la mentira puede ser útil, pero no deja de ser mentira. Sería mejor que en vez de inventar enemigos contra quienes combatir polemizase con nuestras ideas y, al mismo tiempo aclarase, porque forma parte de los argumentos que defienden la concepción oportunista sobre las vías, cómo entiende él (¿o el CC del Partido?, ¿o el Secretariado Nacional del Partido?) el “camino pacífico” sin guerra civil teniendo presente que incluye dentro de ésta la insurrección armada. ¿Lo entiende como camino parlamentario? ¿Cree él que con “las masas en la calle” caerá en sus manos el Poder como pera madura? ¿Por qué no explica mejor cómo fue ese “curso revolucionario sin guerra civil” en Hungría en 1919 y en Checoeslovaquia en 1948? ¿Qué relación tuvieron esos dos ejemplos con guerras mundiales con decenas de millones de muertos y la destrucción del aparato estatal burgués reaccionario de esos países y el armamento del proletariado? ¿No cree el comentarista de Nuestra Palabra que sería útil que al tiempo que los guerrilleristas a ultranza reflexionan sobre la justa autocrítica que hicieron los camaradas españoles acerca de las guerrillas de posguerra, los pacifistas a ultranza meditasen sobre las enseñanzas de la Revolución Cubana de 1959?
Claro que todo esto tiene que ver con la no concurrencia a la reunión de la OLAS y con ciertos juicios sobre el camarada Guevara, al que en el artículo necrológico de Nuestra Palabra no se llama camarada y en el que no se mencionan las guerrillas bolivianas, pudiendo uno creer que murió en un accidente automovilístico y no en un frente guerrillero. Como es lógico, el oportunismo va de la mano con el nacionalismo que subordina la solidaridad concreta con otros pueblos a que éstos elijan el camino revolucionario que los oportunistas consideran más adecuado. De allí la frialdad con que se permitió y no se organizó ninguna actividad concreta para impedir que llegaran a Bolivia soldados y oficiales argentinos y las balas que se incrustaron en el cuerpo de nuestro héroe inmortal, el camarada Ernesto Guevara.
VIII
Estas son las causas, a mí entender, por las que se cierra la discusión de las opiniones críticas del CC de la FJC, provocándose así la escisión en el Partido. Se quiere evitar una discusión que desentierre las raíces de una tendencia oportunista opuesta en lo esencial al XII Congreso, porque se quiere proyectar hacia el futuro una línea basada en esa tendencia.
Por eso Nuestra Palabra del 29/8/67 titula el artículo sobre el Comité Confederal de la CGT que mantuvo la pasividad cegetista frente a la dictadura de la siguiente manera: “En la CGT se rechazó todo posible acuerdo con la dictadura”, siendo que las resoluciones del Confederal eran expresión clara de ese acuerdo. Y en el mismo artículo al aludir a las declaraciones de Vandor sobre el régimen “en bloque” como reaccionario, pregunta Nuestra Palabra “¿Por qué razón, entonces, los dirigentes peronistas e independientes se oponen a las iniciativas de lucha y a las exhortaciones a la acción unida e inmediata formuladas no solo por voceros del MUCS sino también por otros delegados presentes?” Nuestra Palabra no responde a esta pregunta, lo que nos autoriza a preguntar ¿No sabe Nuestra Palabra por qué Vandor y Cía. se oponen a las iniciativas de lucha?, y si lo sabe ¿por qué considera conveniente callarlo? ¿Es acaso por la misma razón que lleva a hacer el centro único de nuestra crítica en Coria, Cavalli y Prado, los llamados “pactistas” con la dictadura, sin golpear con nuestra crítica a aquellos dirigentes que por tener un pie en los despachos de San Sebastián y el otro en algún cuartel de militares golpistas, son solo “conciliadores”, como Vandor, Framini y Cía.?
Otra demostración de la fuerza de la tendencia oportunista la da el artículo de Nuestra Palabra N° 903, en donde se explica por qué la salida a la situación política nacional consistiría ahora en “la lucha por la constitucionalización” del país, en la lucha “por una verdadera constitución”, sin hacer el centro en la necesidad de voltear revolucionariamente a la dictadura y en cómo debe el proletariado participar en esa lucha para que, en todo caso, si se convocase a una Constituyente, ésta pueda efectivamente “constituir” como decía Lenin. Más aun en un país en el que las masas populares han concebido más de media docena de constituyentes nacionales, y varias más provinciales, como para creer, como dice el saludo del Comité Central al camarada Arnedo Alvarez en su 70 Aniversario que: “La sola convocatoria a la Asamblea Constituyente, en las condiciones de nuestro país, puede crear una conmoción política nacional”.
Ahora se dice, en polémica con la FJC, que esos jóvenes impacientes “no comprenden que la dictadura de Guido no es la de Onganía”, “que hay una diferencia cualitativa entre ambas” (sic), “que la dictadura de Onganía al subordinar la Constitución Nacional al Estatuto Nacional ha creado un gobierno fascista y, por lo tanto, el hecho de poder tumbarla y abrir una brecha democrática significaría un enorme paso adelante”. Esta es una posición que, claro está, contradice al XII Congreso. Yo creo que esos “enormes pasos adelante” se parecen mucho a los del caballo que empuja la noria. Y no es raro que lo sea, porque ese planteo pasa por alto que la dictadura de Guido fue también calificada por el CC de nuestro Partido como “de tipo fascista”, y que luego del enfrentamiento de Azules y Colorados pasó a ser la primera etapa de la actual dictadura de Onganía, y las diferencias formales entre una y otra (que por ejemplo Osiris Villegas dirigiese entonces la represión como Ministro del Interior y hoy como jefe del CONASE) no invalidan la calificación de “dictadura militar-civil fascista” que hizo de aquélla el XII Congreso. A no ser que también en este se lo quiera revisar.
IX
¿Quién o quiénes son los responsables de esta situación?
Por todo lo dicho es claro que son los miembros del Secretariado Nacional del Partido quienes violaron los Estatutos y provocaron la mayor crisis de la historia partidaria sin siquiera reunir ni al Comité Ejecutivo ni al Comité Central. ¿Predominó acaso la teoría de uno de los miembros del Secretariado, que acostumbra resolver problemas políticos como el planteado preocupado solo de “retorcerle el cuello a la gallina sin que cacaree el gallinero”? Esa puede ser una nueva técnica para ladrones de gallinas pero no sirve para resolver las inquietudes políticas de miles de afiliados; inquietudes que podrán ser inmaduras, si el debate así lo demuestra, pero no por eso dejan de ser honradas.
¿Predominó acaso la teoría de otro miembro del Secretariado que piensa que los jóvenes deben solo “bendecir” la línea política, y luego aplicarla, como hacía el bandido siciliano Gasparone con su cuchillo antes de clavarlo hasta el fondo? Este método no es leninista y por lo visto tampoco resolvió el problema.
Se ha violado la resolución de la VII Conferencia por la cual ésta era la “base de preparación” del XIII Congreso, cuyo plazo de realización ya se ha cumplido hace meses sin que aun aparezcan las Tesis preparatorias. Luego de diversas marchas y contramarchas, se ha marginado así a miles de afiliados, probados en años de lucha frente al enemigo de clase como comunistas indoblegables
Las críticas del CC de la FJC y la posición del Secretariado Nacional del Partido ante ellas nos han hecho reflexionar a miles de comunistas sobre los hechos que traté de analizar. Los errores que analicé no son sólo responsabilidad de todos o determinados miembros del CC del Partido sino de todos los que, de una u otra manera, hemos tenido responsabilidad dirigente en el Partido en cualquier escalón de su organización. Por eso sólo una discusión crítica y autocrítica profunda, sincera, leninista, nos permitirá superar en el futuro esos errores.
La escisión no favorece los intereses del proletariado. Pero apartar antiestatutariamente a miles de militantes no impedirá que los revolucionarios marginados momentáneamente del Partido, en caso de serlo, luchemos por el socialismo y el comunismo en nuestro país y por sepultar la tendencia sectario-oportunista que maniata al PC.
La práctica revolucionaria, y la historia, juzgarán la responsabilidad de cada uno de los participantes de esta crisis. Juzgará a aquellos que dejaron arder la casa para no ceder en su tozudez antileninista, preocupados solo en que desde afuera no se viera el humo antes del 7 de noviembre, y a quienes quisimos impedir que ardiera la casa, salvando al Partido para la revolución.
En el mundo, en América Latina, y en nuestro país, se acercan tempestades revolucionarias. Solo los que tiemblan ante su inminencia pueden temer que los comunistas discutan sobre cómo llevar el triunfo al proletariado en esas luchas próximas. Si, como señaló Lenin en La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, “el bolchevismo pudo triunfar en 1917-1920, una de las causas fundamentales de esta victoria consiste en que ya desde finales de 1914 desenmascaró sin piedad la villanía, la infamia y la abyección del socialchovinismo y del ‘kautskismo’” (O. C., tomo XXXI, pág. 24)
Nuestro Partido sólo podrá triunfar en las tormentas revolucionarias que se aproximan, si liquida sin piedad, las concepciones sectario-oportunistas, que en los últimos años le han impedido avanzar en profundidad entre las masas obreras, campesinas y populares del país.