Cinco soldados yanquis y 20 policías iraquíes fueron liquidados el viernes 10 en un ataque suicida contra una base policial y militar en Mosul, 400 kilómetros al norte de Bagdad y uno de los núcleos de la resistencia. Se trató del ataque más efectivo desde hacía meses contra las tropas norteamericanas en Irak.
“Fue maravilloso ver a las tropas allí afuera. Estoy tan agradecido… Ellos ponen su corazón y almas en esto”, manifestaba por esas mismas horas el presidente Barack Obama, refiriéndose a “sus” soldados de ocupación, durante una visita relámpago a Bagdad.
La invasión colonialista yanqui lleva ya seis años. En la ocupación murieron al menos 4.200 militares norteamericanos, pero fueron asesinados cientos de miles de iraquíes.
“Iraquizar” la ocupación
Obama anunció en febrero un retiro escalonado de los 140.000 soldados desplegados en Irak. Aunque en su momento estuvo en contra de la invasión iniciada por Bush, Obama no se dispone a retirar las tropas de Irak por sentimientos filantrópicos o pacifistas sino para concentrarlas en Afganistán.
Y en aras de esa estrategia –forzada por el relativo debilitamiento de la superpotencia, embarcada en dos guerras y en una crisis económica abismal– se propone “iraquizar” la ocupación (igual que Lyndon Johnson pretendió en los ’60 “vietnamizar” la invasión imperialista al país del sudeste asiático). Ahora, después de seis años de una ocupación criminal, Obama fue a Bagdad a decir a los iraquíes que “llegó el momento de hacerse cargo de su país”. No se lo dijo al pueblo iraquí, desde luego, sino al presidente fantoche Jalal Talabani, a sus dos vicepresidentes y al primer ministro Nuri al-Maliki, los capos que manejan a Irak sentados en los tanques norteamericanos. “Estados Unidos no aspira a controlar el territorio o los recursos de Irak”, les mintió, además, Obama.
Pregonada en febrero como “nueva estrategia”, la supuesta “retirada” de los 140.000 soldados norteamericanos para agosto de 2010 consistirá apenas en reducir ese número a 35.000 o 50.000 hombres, y poner a soldados y policías iraquíes a ejercer como verdugos de su propio pueblo.
“Democracia” bajo ocupación
“Ustedes dieron a los iraquíes la oportunidad de depender de sí mismos como un país democrático”, les dijo sin pudor el líder imperialista a sus soldados en la base de Camp Victory. Pero les advirtió: “Los próximos 18 meses serán críticos”.
Sabe lo que dice. Sabe que la ocupación a Irak es repudiada no sólo por gran parte de los norteamericanos y por millones de personas en el mundo, sino principalmente por el pueblo iraquí, que continúa su heroica resistencia contra la principal potencia militar del planeta.
Obama consideró que en Irak “bajó el número de atentados”. Lo afirmó en Bagdad, precisamente donde una serie de atentados había dejado horas antes 34 muertos y cerca de 130 heridos. Y donde decenas de miles de personas, entre ellos numerosos partidarios del jefe chiita Moktada Sadr, manifestaron el jueves 9 de abril para reclamar el fin de la ocupación estadounidense en el sexto aniversario del derribamiento de Sadam Hussein, semanas después de la invasión yanqui el 20 de marzo.
Washington alentó durante 6 años la división y el odio entre facciones étnicas y religiosas iraquíes, montando un gobierno “amigo” integrado por una mayoría de chiitas (“amigos” a medias ya que sobre ellos influye Irán, país vecino al que Bush puso en su infame lista negra de “estados terroristas” y al que Obama trata ahora de atraer para que colabore en la “estabilización” de Irak) y por una minoría kurda, con el fin de aplastar a los sunitas que respaldaban al gobierno nacionalista de Sadam Hussein.
Obama teme que la retirada yanqui pueda abrir paso a una guerra sangrienta por las áreas petroleras, guerra que podría ser no sólo civil dados los intereses estratégicos que en la zona tienen rusos y chinos.
Debilitamiento relativo
Con las visitas a Turquía e Irak se cerró la primera gira internacional de Obama, durante la cual visitó seis países en una semana y asistió a tres cumbres: la del G-20 en Londres, la de la OTAN en Francia y Alemania, y la de la Unión Europea y Estados Unidos en la República Checa.
Uno de sus grandes objetivos era –en nombre del “combate al terrorismo”– dar nuevo vigor al “compromiso” de los otros imperialistas en Afganistán y Paquistán. Les endulzó los oídos tomando distancia del unilateralismo matonesco de Bush y afirmando que desde ahora Washington daría mayor autoridad a las “instituciones internacionales”. Sin embargo, mientras fingió alarma por la prueba norcoreana de un cohete de comunicaciones, no renunció al proyecto (unilateral, desde luego) de instalar un “escudo antimisiles” en Europa.
El debilitamiento relativo de la superpotencia obliga a Obama a buscar nuevas vías para asegurar la continuidad de la hegemonía norteamericana. Pero cada vez más debe hacerlo en medio de la lucha antiyanqui y antiimperialista de los países del tercer mundo, y de los condicionamientos que le interponen sus rivales chinos, rusos y europeos.